Gisele Ben Dor (Buka de nacimiento), la reconocida
directora de orquesta uruguaya-israelí, comenzó su carrera a los 12 años, al
frente de un conjunto musical en la institución juvenil judía a la que
concurría, la Nueva
Congregación Israelita. Ahora, al cumplir dicha comunidad su
75º aniversario, Gisele, ya de fama mundial, ha sido invitada a dirigir el
concierto festivo que tendrá lugar mañana en la sinagoga de la NCI. Posteriormente ,
el sábado 26 de noviembre se presentará al frente de la Orquesta Sinfónica
del Sodre, que interpretará la Bachiana Brasileira
Nº 2 de Heitor Villa-Lobos, el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo con la
actuación solista de Álvaro
Pierri y la Novena Sinfonía
“Nuevo Mundo” de Antonin Dvorak.
Ben Dor estudió en Israel y se especializó en Estados Unidos, donde forjó su
carrera. Fue directora invitada en orquestas de EEUU, Francia, Inglaterra,
Israel, Japón, Australia, Suiza, Holanda, Finlandia, Italia, Brasil y Chile,
entre otros países.
Esta artista es considerada una de las principales embajadoras de la producción
musical latinoamericana, en especial de la obra de Ginastera, Revueltas y
Villa-Lobos. El Observador conversó con Gisele sobre su gran amor por la
música. Este es un resumen de la entrevista.
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No hay muchas mujeres dirigiendo orquestas ¿verdad?
Muy pocas. Es una profesión de pantalones, que visualmente
proyecta el dominio, el estar en control de un grupo de personas.
¿Tuvo problemas por esto?
A veces sí, pero muy poco relativamente.
¿Quién puede hacer problemas al respecto?
En la orquesta misma. Puede haber gente en la audiencia a la que
no le guste mi vestimenta, o gente en la directiva que no le guste que una
mujer dirija, y si quedo embarazada me digan que me tengo que ir. A los hombres
no les pasa eso. Si uno, por cualquier razón, les da a los músicos la impresión
de que no está preparado, lo comen vivo. Se cae del pedestal, no lo respetan y
ya no hay forma de trabajar. Por suerte, a mí nunca me ha pasado. Pero sí me ha
sucedido que a veces me hablaran de forma irrespetuosa, y entonces yo también
contesto. Aprendí a contestar de forma elocuente. Me pasó una vez que un
trombonista en Ginebra me empezó a gritar en la mitad de un ensayo que yo le
tenía que hablar en francés, que no podía hablar en inglés, no porque la
orquesta no entendiera –entienden perfectamente– sino porque él prefería que le
hablara francés y que si yo sabía francés, por qué no lo hacía. La orquesta
quedó en silencio, como antes de la tempestad. Son segundos en los que la
decisión tomada es de vida o muerte. Entonces yo le contesté en italiano. Y no
se discutió más. De parte del músico fue un gran atrevimiento, insólito,
realmente.
¿Le parece que se permitió eso porque usted es mujer?
Claro. A un hombre no le hubiera hablado así. Lo ignoré
totalmente, le contesté con mucha calma en italiano y seguí todo el resto del
ensayo en inglés. Todos se mataban de la risa y él quedó de todos los colores.
¿Qué lugar juega en el desarrollo musical lo innato, el amor y el interés
con el que se nace, y qué rol tiene el estudio profesional y ordenado?
Siempre hay historias de talentos naturales que se desarrollaron
en forma casi completamente autodidacta pero la mayoría han tenido mentores,
maestros. Incluso los grandes músicos, Mozart, Beethoven. Yo creo que el
talento es imprescindible: hay que nacer con eso, es algo que no se puede
construir o crear. Hay que tener oído musical. Yo soy autodidacta en algunas
cosas, pero desde el principio tenía maestra de piano, de armonía, contrapunto,
luego estudié en la universidad. Pero lo más importante es que uno tiene que
estar obsesionado. No alcanza el talento, no alcanza el estudio. Uno tiene que
tener una obsesión tal que no se imagine haciendo otra cosa. Yo llegaba de la
escuela, corría al piano y podía estar horas improvisando. Lo que sucede con
los artistas es que en general no hay diferencia entre el trabajo y el hobby.
No es como alguien que trabaja en un banco pero luego en la casa juega al
ping-pong… Para el músico, la música misma es un entretenimiento y es un
trabajo.
¿En qué está ahora? ¿Algún nuevo proyecto?
Estoy dirigiendo en lugares en los que nunca había estado, por
ejemplo en algunos países asiáticos. Empecé a dirigir en Asia, ya dos veces
seguidas en Corea del Sur, luego en Taiwán y Hong Kong. Y esto de ir a lugares
nuevos me encanta porque soy turista en el alma. Estuve también de jueza en
México, en la competencia “Eduardo Mata” y también en el jurado de Directores
Jóvenes de la
Fundación Cultural América-Israel. También estuve sacando
discos y tengo otros planeados, uno de ellos con Plácido Domingo.
Hablemos un poco de las influencias, ¿qué le dejó Uruguay?
Siempre hay una nostalgia, como si fuera un paraíso perdido. Hay
algo que yo repito por todo el mundo: la educación que recibimos en Uruguay no
existe en otro lado. El nivel era altísimo. Recuerdo que salí de Uruguay
sabiendo historia de Europa, lenguajes, geografía. Los padres tenían mucha
influencia y a los maestros se los respetaba enormemente. Y todo gratuito. Y el
humor uruguayo. Yo nunca me río con lágrimas, de una forma que casi me duele,
como cuando escucho el humor “en uruguayo”. Es que crecí con eso. Siempre estoy
muy orgullosa del Uruguay. Llegué ayer y quedé deslumbrada con el nuevo
aeropuerto, veo que ha habido mucho desarrollo en general y que el orgullo se
justifica, como lo fue siempre.
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