II. EL BESTIARIO DE LAUTRÉAMONT
IV (2)
Se han citado a menudo estas páginas como si fueran una parodia escrita por un colegial. Eso es desconocer la amplitud de un verbo original, reducir su sonoridad deshumanizada a verdades de grito. Psicológicamente, es rehusarse a vivir ese extraño mito de la metamorfosis, que en ciertos autores antiguos, como Ovidio, sigue siendo frío y formal, y que, de pronto, se anima en autores más recientes que inconscientemente retornan a las impulsiones primitivas.
A despecho de las lecciones de historia natural o de la sabiduría del sentido común, hay que acercar al piojo, al cangrejo del águila y el buitre ducassianos. La zarpa y el pico, que una especie de sinergia vital adapta una a otra en la naturaleza animal, en una imaginación enteramente librada a una dinámica de los gestos animales, deben hallarse en sinergia imaginativa con la garra. El pico del águila, en el bestiario de Lautréamot, no es mas que una garra: el águila no devora, desgarra. Maldoror se pregunta (p. 129): “¿Es un delirio de mi razón enferma, es un instinto secreto que no depende de mis razonamientos, parecido al del águila desgarrando a su presa, el que me ha llevado a cometer este crimen?”. La crueldad puede tener toda suerte de razones fuera de la necesidad, fuera del hambre.
El águila, como el piojo, como el cangrejo, como todos los animales vigorosamente imaginados del Bestiario, puede cambiar de dimensión. Si el combate es necesario, “hará chasquear de contento su pico curvado”, se volverá “inmensa” (p. 232). Entonces, “el águila se vuelve terrible, da saltos enormes que estremecen la tierra…” Como se ve, es siempre el mismo desenfreno de fuerza, pero se trata de una fuerza siempre específica, que crece a medida del obstáculo, que debe dominar siempre la resistencia y producir victoriosamente las armas de su falta, los órganos animales de su crimen,
He allí resumida una de las líneas de la acción ducassiana. Para no fatigar al lector, no hemos dado las numerosas variantes de ese tipo de agresión. Por otra parte, harían falta profundas investigaciones psicológicas para clasificar la fauna de la imaginación ducassiana inspirándose en las medidas dinámicas de los diferentes gestos. Esas medidas dinámicas naturalmente son más difíciles en acciones más apagadas como las del chacal y de la rata, del cocodrilo y del gato. Pero un examen tal no resultaría vano, pues una naturaleza profunda gobierna los fantasmas de Lautréamont.
Esos fantasmas no son artificios de la fantasía; son, primitivamente, deseos de acciones específicas. Están producidos por una imaginación motriz de gran seguridad, de asombrosa inflexibilidad.
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