domingo

OLIMPIA TORRES


“A MI PADRE LLEGARON A QUERER APUÑALARLO”


por Andrés Echevarría

“Que el artista se siga a sí mismo es lo primero que se le ha de exigir. Y de aquello original que lleva, nadie puede enseñarle nada, ninguno puede servirle de maestro, ni puede imitarlo en ninguno, puesto que él es un caso único, hijo de las más complejas combinaciones de la civilización y de la naturaleza. Porque, como he dicho, lo que se le exige es él mismo, y esto ¿quién podrá enseñárselo? Y así, pues, si imita, abdica de sí mismo. Ha de seguir su genio, su instinto, pensando que ningún otro que él puede resolver su caso.”

Notes sobre Art  
Joaquín Torres García

PRIMERA ENTREGA

El viernes 11 de mayo de 2007 falleció, a los 96 años, Olimpia Torres, hija del gran pintor Joaquín Torres García.

Sobre Joaquín Torres García existe bastante literatura que hace hincapié en sus conceptos pictóricos constructivos y en su ascendencia en nuestro medio donde, irrefutablemente, ya ha dejado más de una generación de pintores influidos por su teoría. Sus ideas de cuna esencialmente europea, congeniaron por estas latitudes en una intención “americanista”, desprendida de sus raíces para encontrar un nuevo lenguaje y reflejar las necesidades estéticas de una tierra tan virgen como esta. Criticado e idolatrado, el maestro buscó en el Montevideo de los años treinta, un último reducto para revindicar los esfuerzos de una vida de búsquedas y exilios.

Encontró finalmente un reconocimiento local y mundial como ningún otro artista plástico de nuestro medio ha logrado: su geometría es inmediatamente reconocida e identificada por todo habitante de nuestro país como algo cercano y propio. Como un emblema, su mapa invertido de América del Sur se ha convertido en un símbolo de un reclamo pendiente, reflejo de nuestro anhelo, y también de su propio espíritu rebelde y contestatario.
Olimpia Torres, su hija, conoció al otro Torres: al padre que explicaba en el seno hogareño el porqué de sus constantes ostracismos. Que lograba la complicidad de su familia para cambios tan drásticos como el de trasladarse de una moderna New York a un pueblito perdido y medieval de Italia. En esa connivencia se asoma la regia presencia de Manolita Piña, esposa del pintor, que supo no solo apoyarlo, sino ponerse al frente cuando las circunstancias lo requirieron en esta aventura que fue la vida del artista. Olimpia Torres fue testigo privilegiado y también protagonista de ese entramado de anécdotas que se unen a la propia historia del siglo veinte y como tal, puede desenmarañarlos logrando llegar a los aspectos más íntimos del maestro.
En 1993 visité a Olimpia Torres, la hija de Joaquín Torres García, en el contexto de una obra teatral sobre el maestro que me encontraba escribiendo. Olimpia me recibió en su casa, donde concurrí y grabé la siguiente entrevista, la cual pude, años después y con mucha dificultad dado al mal estado de la cinta, pasar al papel.

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¿Cómo convivía Torres García con el mercado de pinturas?

Yo creo que tomaba las cosas como un mal necesario. Porque tenía que vender para vivir. Siempre vivió de la pintura. Tenía una familia, hacía cuadros y tenía que venderlos. Todo el mundo lo ha hecho, todo el mundo lo hace, y todo el mundo lo hará. Así que en eso, creo tenía una visión muy realista: hacía cuadros y tenía que venderlos para vivir.

Es interesante, sin embargo, la actitud rebelde de buscar siempre materiales y técnicas que no estaban de “moda”, como el “fresco”.

Sí. Él mismo dice en algún momento que mientras estaba haciendo frescos, tomando como referencia a algunos clásicos, Picasso y otros, en París, estaban en la búsqueda de “otra cosa”. Estaba totalmente opuesto a lo que ahí se pensaba. Pero un día hubo un cambio, y volvió a la vida moderna y a interesarse por todo el movimiento que lo rodeaba. Lo dice, pero no recuerdo en que sitio.

Tomar elementos del siglo XX para su “Constructivismo”.

Claro que sí; le resultaba más una máquina, un tren, que la “Victoria de Samotracia”. Lo contrario era un pecado mortal (ríe).

Creyó también, por aquel entonces, encontrar en el hombre del norte una psicología especial, ¿verdad?

Ah sí, él tenía esa idea, pensaba que el hombre del norte era más cotidiano y positivo. Yo no lo creo así.

Lo interesante, es lo consecuente que era consigo mismo desde sus comienzos.

Eso es verdad. Si algo lo impulsaba lo seguía. No se dejó llevar por otras tendencias cuando le interesaba lo clásico. Incluso cuando fue a París, si uno ve sus cuadros, hay en ellos algo de clásico.

¿Qué actitud tenían los marchands?

En París, algunos creían en él y otros no. En ese entonces nunca consiguió entrar en la gran rueda del arte comercial. El ser libre tiene su precio. Era muy disciplinado para su trabajo, para su rutina y su pensamiento. La prueba está en que durante muchos años escribió y escribió sobre todo esto. Ahora, en lo referente a la vida cotidiana, encontraba sus dificultades para vivir, tuvo sus peleas con la gente, porque no se plegó a otros artistas en París que realizaban cuadros para venderlos enseguida. No se plegó nunca a eso, no entró a la cueva del comercio.

Una disciplina pictórica de cómo plantear las formas y los colores, conviviendo con un Torres García muy pasional.

Era así. Que fuera apasionado no quiere decir que no fuera alguien que pintaba con una teoría. Su vida era la pintura, la pintura y la pintura. Nunca dejó de ser pintor y de seguir una línea; porque al final, si uno ve toda su obra, esta tiene una línea, y es la que siguió. Tampoco significó hacer nada más que constructivismo, sino mantener una visión constructiva. Era muy amplio, no se quedó en el constructivismo. Debía seguir adelante. Además tenía eso que usted dijo al principio: que él era la pasión y, al mismo tiempo, era pintor, combinándolo de manera que resultó su teoría y su manera de ser.

¿Usted entiende que se sintió apoyado?

Se sintió apoyado y muy querido, pero también había gente que le llevaba la contra. Pero en general fue muy apreciado. En Barcelona es una de las figuras más queridas del arte. También lo apreciaron en París. Lo que pasa es que no se ataba a nada; porque si hubiera seguido en Barcelona haciendo su clasicismo con los comerciantes que lo apoyaban, hubiera culminado millonario, pero él no era así. Lo mejor que se puede hacer para entender a Torres es leer las cartas a Barradas y de Barradas a Torres. Hay un libro al respecto que se editó en España. Como le decía Barradas: “No nos podemos ligar a nada; tenemos que seguir nuestra manera de pensar”. Era así, no tanto por rebelde, sino por creador. La creación es algo misterioso.

Con Barradas encontró el aliado para volver al sur y desde aquí realizar una revolución pictórica.

Sí, una revolución; porque aquí era muy pobre el panorama y querían hacer algo al respecto. Estaba Blanes, Cúneo que pintaba lunas, pero que no tenía una línea artística.

¿Fue polémica la llegada de Torres a Uruguay?

¡Sí! No admitían que les diera lecciones. Uno lo quiso apuñalar (risa); porque mi padre le dijo que no entendía nada. Y hubo otros también que se enojaron muchísimo.

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