CUADRAGÉSIMOCTAVA ENTREGA
CAPÍTULO DECIMOTERCERO
LA TIERRA EN ANARQUÍA (7)
Las ventanas iluminadas del piso bajo, en la estación de policía, se veían obstruidas al paso apresurado de los hombres. En medio de la oscuridad se oyó el repiqueteo y rumor de la caballería disciplinada.
-¡Están cargando sobre la multitud -dijo Bull casi en éxtasis.
-No -observó Syme-, están formándose a lo largo del malecón.
-¡Y se echan la carabina a la cara! -gritó Bull danzando de alegría.
-Sí -añadió Ratcliffe-, y van a disparar sobre nosotros.
Apenas dicho esto, se oyó una prolongada descarga, y las balas cayeron como granizo sobre las piedras del dique.
-¡Los gendarmes están con ellos! -gritó el Profesor golpeándose la frente.
-Soy yo el que está en la celda acolchada, no me cabe duda, -dijo Bull con convicción.
Hubo un largo silencio.
Ratcliffe, considerando el turgente mar gris y púrpura dijo:
-¿Y qué importa averiguar quién es el cuerdo y quién el loco? Pronto estaremos muertos todos.
-¿De modo que ha perdido usted toda esperanza?
Mr. Ratcliffe permaneció mudo como una estatua. Al fin dijo tranquilamente:
-No, por muy extraño que parezca, no he perdido toda esperanza. Me queda una vaga, imposible esperanza que no puede abandonarme. Parece que todas las fuerzas del planeta se han conjurado contra nosotros. Y me pregunto cómo es posible que aún me quede esa vaga luz de esperanza.
-¿Y en qué o en quiénes funda usted su esperanza? -preguntó Syme con curiosidad.
-En un hombre a quien nunca he visto -contestó el otro contemplando el plomizo mar.
-Ya se a quien se refiere usted -dijo Syme con voz grave. Al hombre del cuarto oscuro. Pero a estas horas es posible que haya perecido en manos del Domingo.
-Tal vez -dijo el otro-. En todo caso, es al único que le habrá costado trabajo matar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario