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ALBERTO METHOL FERRÉ - LOS ESTADOS CONTINENTALES Y EL MERCOSUR


DECIMOSÉPTIMA ENTREGA

CAPÍTULO 2

¿Inactualidad del Estado-Nación? (1)

Es bueno comenzar en estos años noventa por tomar el pulso al clima actual que envuelve la problemática del Estado-Nación. A las contradicciones que saltan a la vista, y a las que es necesario ir respondiendo. Tomemos dos extremos opuestos, no de políticos ni teóricos políticos, sino más bien de grandes consultores empresariales o de hombres de prestigio en el ámbito empresarial. Nos referimos al japonés Kenichi Ohmae y al austro-norteamericano Peter Drucker.
Ohmae representaría el extremo negativo del Estado-Nación y Drucker otro extremo, el que no ve modo de prescindir del Estado-Nación, aunque sí la necesidad de introducirle grandes modificaciones y reformulaciones.
El fin del Estado-Nación[1]es el título del libro de Ohmae que circula desde 1996 mundialmente:
Las fuerzas que están operando en la actualidad han planteado problemáticas preguntas acerca de la relevancia —y eficacia— de los Estados-Nación como formas de agrupación significativas para recapacitar sobre la actividad económica, y mucho menos conducirla (p. 12). Muchos de los valores esenciales que servían de fundamento a un orden mundial de Estados-Nación independientes y soberanos —la democracia liberal, según su aplicación en Occidente, por ejemplo, e incluso la propia noción de soberanía política— han mostrado síntomas de que necesitan una profunda redefinición o, tal vez, una sustitución (p. 13).
Estamos en un mundo sin fronteras, cuando las fronteras se vienen abajo, y es indispensable liberarse de la “ilusión cartográfica”. “El Estado-Nación se vuelve cada vez más una ficción nostálgica” (p. 28).
¿Y cuál es la característica de un mundo sin fronteras? Se trata del mundo sin fronteras de la economía globalizada. Cuatro “íes” definen los flujos de esta economía globalizada: Inversión, Industria, Información, Individuos. Su movilidad planetaria rompe todos los límites.
En conjunto, la movilidad de las cuatro “íes” hace posible que las unidades económicas viables de cualquier lugar del mundo reúnan todo lo que necesitan para trabajar. Ya no tienen que limitarse a recurrir a los conjuntos cercanos a su país de origen. Tampoco tienen que limitarse a depender de los esfuerzos de los gobiernos para atraer recursos de otros lugares del mundo y canalizarlos hacia los usuarios finales. Esto hace que la función tradicional de “intermediación” de los Estados-nación y sus gobiernos sea innecesaria en buena medida. Como los mercados mundiales de las “íes” funcionan estupendamente por su cuenta, los Estados-nación ya no tienen que desempeñar el papel de creadores del mercado. De hecho, y teniendo en cuenta sus propios problemas, que son considerables, lo que suelen hacer más frecuentemente es estorbar. Si se permitiese, las soluciones mundiales irían a los lugares en los que son necesarias sin la intervención de los Estados-nación. De acuerdo con la experiencia actual, además fluyen mejor precisamente porque no se da esa intervención (p. 19). […] En una economía sin fronteras, el funcionamiento de la “mano invisible” del mercado tiene un alcance y una fortaleza que supera todo lo que Adam Smith podría haber imaginado. En la época de Smith, la actividad económica tenía lugar en un escenario definido —y limitado— principalmente por las fronteras políticas de los Estados-nación [...] En la actualidad, por el contrario, es la actividad económica la que define todas las demás instituciones, incluido el aparato de la soberanía (p. 63).
El defecto mayor del Estado-Nación para Ohmae es tener que ser democrático. Esto no lo enuncia nunca con claridad rotunda, pero impregna todo su enfoque. Dice: “A medida que la irreversible lógica de la política electoral estrecha su mortal abrazo sobre las economías de los Estados-Nación, éstos se han ido convirtiendo en unos destacablemente ineficaces motores de distribución de riqueza” (p. 27). La heterogeneidad regional de cada Estado-Nación, el tener sectores avanzados y atrasados, hace que ese equilibrio de intereses diversos ya no genere “una visión reflexionada y sintetizada del bien común a largo plazo, sino que, al centrar la discusión en intereses tan separados, inmediatos e inconexos, hace imposible llegar a acordar —y mucho menos aplicar— una visión coherente del bien común” (p. 108).
Notas
[1]Kenichi Ohmae, El fin del Estado-nación, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1997. Las siguientes citas de Ohmae corresponden a esta edición y solo llevan entre paréntesis el número de página.

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