sábado

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES - G. K. CHESTERTON


TRIGESIMONOVENA ENTREGA


CAPÍTULO UNDÉCIMO


LOS MALHECHORES DANDO CAZA A LA POLICÍA (1)


Syme apartó de sus ojos los gemelos con una emoción de alivio.

-No -dijo enjugándose la frente-; no viene el Presidente con ellos.

-Pero están todavía muy lejos -dijo el asombrado Coronel entrecerrando los ojos, y no completamente recobrado aún de la sorpresa que le causaran las explicaciones tan corteses como rápidas de Bull-. ¿Es posible que reconozca usted a su Presidente entre esa multitud?

-¡Cómo no había yo de reconocer a un elefante blanco! -dijo Syme como irritado.- Dice usted muy bien: están muy lejos; pero si él viniera con ellos... Créame usted, se estremecería la tierra.

Tras una pausa, el llamado Ratcliffe dijo con decisión:

-No: el Presidente no está con ellos. Yo hubiera deseado lo contrario. Quiere decir que a estas horas está entrando en triunfo en París o se sienta sobre las ruinas de la catedral de San Pablo.

-Eso es absurdo -dijo Syme-. Algo habrá hecho en nuestra ausencia, pero no es posible que haya arrasado al mundo en un instante-. Y después, considerando los llanos vecinos a la estación, continuó-: Es casi seguro, es seguro que una multitud se dirige hacia acá; pero no el ejército que usted dice.

Y el detective contestó con desdén:

-¿Esos? No, no son por sí mismos una fuerza formidable; pero advierta usted que está su fuerza calculada exactamente para dominarnos: nosotros no somos muchos, amigo mío, dentro de este universo sometido al Domingo. Él se ha apoderado ya previamente de todos los cables de telégrafos. Matar al Consejo Supremo es para él una cosa insignificante, como echar al correo una tarjeta postal; por eso la confía al Secretario.

Y escupió en la yerba. Después, volviéndose a los otros habló así con austeridad:

-Mucho bien puede decirse de la muerte; pero al que tenga alguna preferencia por el otro extremo, le aconsejo que me siga.

Y dicho esto se echó a andar presurosamente hacia el bosque. Los otros advirtieron que la nube humana se desprendía de la estación y entraba en el campo con misteriosa disciplina. Ya se podían distinguir a simple vista las manchas negras de los antifaces de los jefes. Entonces todos se apresuraron a seguir al Inspector que ya alcanzaba los linderos del bosque y desaparecía entre los follajes agitados.

El sol caía, seco y cálido, sobre la yerba. Al entrar en el bosque, sintieron el fresco de la sombra como el bañista que se arroja a la sombría alberca. El interior del bosque vibraba de rayos de sol y haces de sombra, que formaban un tembloroso velo como en la vertiginosa luz del cinematógrafo. Syme apenas podía distinguir las formas sólidas de sus compañeros, en aquellas danzas de luz y sombra. Ya se iluminaba una cabeza, dejando en la oscuridad el resto del cuerpo, con una súbita claridad rembrandtesca. Ya se veían unas manosblancas junto a una cabeza negra. El ex-Marqués se había echado sobre las cejas el sombrero de paja, y la sombra negra de la falda cortaba en dos su rostro de tal modo que parecía llevar un antifaz como sus perseguidores. Syme se puso a divagar ¿Llevaría Ratcliffe antifaz? ¿Lo llevaría realmente alguien? ¿Existiría realmente alguien? Aquel bosque de encantamiento, donde los rostros se ponían alternativamente blancos y negros, ya entrando en la luz, ya desvaneciéndose en la nada, aquel caos de claroscuro (después de la franca luminosidad de los campos) era a la mente de Syme un símbolo perfecto del mundo en que se encontraba metido desde hacía tres días; aquel mundo en que los hombres se quitaban las barbas, las gafas, las narices, y se metamorfoseaban en otros.

Aquella trágica confianza en sí mismo, de que se sintió poseído cuando se figuró que el Marqués era el mismo Diablo, había desaparecido del todo, ahora que el Marqués se le había convertido en un aliado. En tal desazón, casi se preguntaba qué es un amigo y qué es un enemigo. Las cosas, aparte de su apariencia, ¿tendrían alguna realidad? El Marqués se arrancaba las narices y se transformaba en detective. ¿No podría igualmente quitarse la cabeza y quedar hecho un espectro? Después de todo, ¿no era todo a la imagen y semejanza de aquel bosque brujo, de aquel incansable bailoteo de luz y sombra? Todo podía ser un resplandor fugaz, un destello siempre imprevisto y pronto olvidado. Porque en el interior de aquel bosque salpicado de sol, Gabriel Syme encontraba lo que muchos pintores modernos han encontrado: lo que hoy llaman "impresionismo", que sólo es un nuevo nombre del antiguo escepticismo, incapaz de encontrarle fondo al universo.

Como el que, entre los horrores de la pesadilla, se esfuerza por despertarse y gritar, Syme hacía lo imposible por librarse de esta última y más abominable de todas sus alucinaciones. En dos trancos alcanzó al hombre que llevaba el sombrero de paja del Marqués, el hombre a quien ahora había de llamar por el nombre de Ratcliffe. Y con exagerados gritos rompió así aquel horrendo e inacabable silencio:

-¿A dónde vamos, si se puede saber?

Y tan sincero había sido su sobresalto, que se sintió lleno de alegría al oír la voz humana, común y sonriente de su compañero:

-Hay que ir al mar por Lancy. Espero que Lancy no estará por ellos.

-¿Qué quiere usted decir? -preguntó Syme- No es posible que dominen la tierra hasta ese punto. Hay muchos obreros que no son anarquistas y, cuando todos lo fueran, las multitudes desorganizadas no pueden hacer frente a los modernos ejércitos de la policía.

-¡Multitudes desorganizadas! -repitió el nuevo aliado-. Habla usted de multitudes y de la clase obrera como si de eso se tratara. Participa usted por lo visto de esa estúpida teoría que pone en las clases pobres el origen del anarquismo. ¿Por qué ha de ser así? Los pobres han sido rebeldes, pero nunca anarquistas. Están más que nadie interesados en mantener un gobierno honrado. El pobre tiene profundas raíces en su tierra. El rico no: puede un buen día tomar el yate y marcharse hacia la nueva Guinea. El pobre ha protestado a veces contra el mal gobierno; pero el rico ha protestado contra todo gobierno. Los aristócratas fueron siempre anarquistas: vea usted el caso de las guerras feudales.

-Sí, no está mal como conferencia la historia patria para los niños -dijo Syme-; pero aún no veo la aplicación.

-La aplicación es -dijo el otro- que la mayoría de los auxiliares del Domingo son millonarios sudafricanos y americanos. Por eso se ha apoderado de todas las comunicaciones. Por eso los últimos cuatro campeones de la policía antianarquista andan huyendo como conejos, por el bosque.

-Entiendo lo de los millonarios, que siempre han sido unos locos -dijo Syme, reflexivo-. Pero una cosa es apoderarse de unos cuantos viejos maniáticos y depravados,y otra es apoderarse de las grandes naciones cristianas. Yo apuesto mis narices (perdone usted la alusión), a que Domingo no tiene poder alguno para convertir a cualquier persona cuerda y normal.

-Todo depende de la persona.

-Ésa, por ejemplo -contestó Syme señalando frente a sí. 

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