La primera vez que leemos a Felipe Polleri construimos en nuestra cabeza un ser mitológico, una cruza entre insecto y hombre -algunos pensamos un ciempiés, otros un cascarudo- que lo único que hace es crecer y esperar, como esos especímenes con los que te topás cuando arrancás la corteza de un árbol muerto. Nos permitimos estas licencias poéticas y lo primero que viene a nuestra cabeza es Gregorio Samsa, pero el polleridópodo se alimenta de sí mismo, ya desde su propio huevo; hace del resentimiento y la ira lo que el bicho kafkiano hacía de la angustia y el desconcierto.
Entrar al huevo / crisálida de Polleri es algo intenso. Uno empieza a leerlo y desde las páginas a las yemas de los dedos, subiendo por las venas hasta el pecho, un aceite negro empieza a inundarlo todo, un odio elevado a su condición sublime, pero un odio salvaje en el que hay inesperadas cotas de humanidad, una caricia hecha por una pezuña. Con una bibliografía inusualmente prolífica para terrenos uruguayos (últimamente en la dinámica de un libro por año), Polleri no se parece a nada que haya existido en nuestras tierras, creando una obra inconfundible y, en algún punto repetitiva (los legos dirán que es casi como la misma historia escribiéndose una y otra vez, sus fieles diremos que es el mismo proceso de pulir y pulir un carbón hasta llegar a la superficie filosa de un diamante), donde se ha ido poblando de una densa fauna de locos, jorobaditos, bestias, madres terribles, hermanas suicidas, asesinos, pero sobre todo artistas.
Muestra de ello son sus obras más reconocidas, entre las que podrían citarse La inocencia (una deconstrucción oscura y despiadada como ninguna otra sobre la vida pocitense), la famosa trilogía del Dios Negro (Carnaval, Colores y El rey de las cucarachas) y ese pequeño, pero a la vez deslumbrante tratado sobre la esquizofrenia que es El alma del mundo (cabalgando entre lo poético, lo narrativo y lo teatral). Más allá de estos títulos insignes, actualmente está en vidrieras Alemania Alemania, uno de los mejores libros uruguayos del año, armado sobre una Germania nazi ficcional, con referencias a Marlowe -tal como lo hiciera con Baudelaire en Gran ensayo sobre Baudelaire, máquinas esquizofrénicas, pájaros invisibles y tullidos que se desplazan con gigantescas muletas.
Más allá de este perfil introductorio, toda esta construcción de la persona de Polleri alterna entre la certidumbre y el desconcierto cuando uno lo conoce. Detrás de ese cuerpo desgarbado, como de espantapájaros, se alza una voz suave y cadenciosa que dista de los monstruosos estallidos de ira de sus protagonistas. Aún así, en el momento menos inesperado se empieza a reír y ahí, como helechos creciendo entre las fisuras de una baldosa, uno ve cómo se le iluminan malignamente los ojos y se convierte en ese que imaginamos detrás del libro. Putea, cuenta que lo agarró de sorpresa pasar los treinta y siete, y a la vez evita el vino, llenándose el vaso de Fanta, o metiéndole quince cucharadas de azúcar a su café, hasta convertirlo en un barro dulce y espeso. Se acomoda los lentes, se sienta sobre la poltrona y al subírsele un gato comienza a contar sobre cómo se le murió su mascota, cómo tuvo que caminar varias cuadras para arrojarla a un contenedor que no le recordara a ella cada vez que pasara por su casa. La charla es casi idónea, porque de una forma u otra ya al introducirnos por aquella gigantesca pelota cancerosa que describe en su gata, nos adentramos en el particular mundo de su obra: sus mutaciones, sus deformidades, sus animales.
Fósforo -con una nueva colaboración de Lourdes Silva- se puso el tapabocas y los guantes quirúrgicos y emprendió la entrevista / retrato / disección de este bicho raro de la literatura uruguaya.
BESTIARIO
Ya que hablábamos de tu gata, tu obra tiene una especie de bestiario propio. Con los animales y sobre todo los insectos ¿cómo fuiste diseñándolo?
Es una pregunta que me deja helado porque, a ver, seguramente relaciono a la gente con los animales. No va de los animales a las personas, sino más bien de las personas a los animales. Yo al vivir en Montevideo casi siempre tuve únicamente contacto con animales de apartamento. Creo que va por cómo veo a la gente y supongo que también porque creo que somos animales, no tenemos ninguna mística muy particular. Somos animales y nos comportamos como animales. Yo creo que los animales piensan y yo no estoy tan convencido que los seres humanos piensen. Entonces se genera una especie de retroalimentación, no sé si hay vida inteligente en la tierra, no estoy muy convencido. A los insectos sí los ves, pero pienso que viene de esa identificación y no diferenciación grande que hago. Si pensaras que el hombre es ese ser superior elegido de los cielos, probablemente no se te habría ocurrido esa generalización.
Igual en tus libros la animalización siempre está dada desde la bestialidad. Sea el animal que sea, no se resalta el aspecto más afectivo de estos animales.
Yo no sé si somos una buena especie, además. Sí que tenemos esa cosa maravillosa que es la capacidad de crear, pero somos una especie depredadora. No sé, vos ves lo que fue el siglo XX y no estoy convencido que seamos una especie beneficiosa para los otros animales ni para nosotros mismos. Entonces surge esta manifestación negativa.
Igual, también está muy presente la noción de la crisálida y la metamorfosis en tus personajes.
Bueno, a ver, yo pienso que todos tenemos animales, bestias adentro, que pueden tomar diferentes formas, todos tenemos muchas bestias. La forma capaz de hacerlo visible es hacer esa metamorfosis. Hacer que eso informe se materialice en un animal. Quien mejor represente esa deformación.
En eso bestial está la familia, que siempre aparece en tu obra como algo violento, terrible.
Lo familiar es algo bastante terrible, no creo que sea como un aviso de Coca Cola. Hay que tomarlo con mucho cuidado para que no sea terrible. Yo creo que las relaciones familiares son terribles porque hay gente muy indefensa en relación con gente que tiene todo el poder ¿y cuánta gente está preparada para ejercer el poder? Incluso con las mejores intenciones -que es lo de desear- aunque a veces ni siquiera está esto. Yo pienso que una familia es algo muy complejo y que puede ser muy terrible, tanto para los padres como para los hijos. Se generan lazos muy fuertes y se generan muy fuertes conflictos, los conflictos principales, los que te marcan toda la vida.
PARANOIA Y EMPIRIA
¿Cómo fue tu infancia?
Fue una infancia que tuvo sus complicaciones. Uno trata siempre de relatar las cosas buenas. Mi madre era muy cariñosa, mi padre muy culto. Te voy hablar sólo de las cosas buenas, porque de las malas no te voy a decir nada, porque incluso ya no son mías… Fue complicada, una infancia muy compleja. Muy traumática. No por nada en especial; yo la viví muy traumática. Hay un doble juego entre tu sensibilidad y cómo te vienen las cosas. No creo que haya sido tanto por falta de cuidados y atención, pero fue muy compleja.
Vos en un momento de tu último libro, Alemania Alemania decís “Porque la vida sería muy triste, insoportablemente aburrida, al extremo de suicidarme a los 12 años, si no hubiera insectos que nadie vio. Insectos que se devoran a sí mismos antes de nacer. Y pájaros que se devoran a sí mismos adentro del huevo, para que solo nazca un especimen cada mil años: el pájaro invisible rompe el huevo y se echa a volar sin que nadie pueda verlo, pueda cazarlo…”
Yo siempre viví en lo imaginario, porque el mundo real siempre me pareció bastante insoportable. El universo real me parece demasiado complicado y traumático. Después querés que con ese imaginario pase algo, que no sea un paralelo tuyo solamente. De alguna manera intentar transmitirlo, porque todos somos humanos y a todos nos pasa de una manera u otra lo mismo. Entonces justamente por eso es posible la comunicación.
¿Cómo empezaste esa traducción de un mundo imaginario a un mundo escrito?
Y, de muy chico. Yo siempre cuento lo mismo: leí Dickens, cuyos cuentos, aunque muy alegres, no son tantos, y ahí empecé a escribir, ahí pensé que podía ser escritor. Lo primero que escribí, cuando tenía dieciocho años, era una novela terrorífica, que la destruí. Un imbécil, aunque no estaba muy bien escrita. Pero era muy jodida y me asusté. Me asusté de decir “yo no puedo tener esto en la cabeza”. Se trataba de la vida de un tipo, de su niñez, de su locura. Era muy jodida, terriblemente agresiva. Yo creo que lo que hice después fue escribir bien lo que había escrito en ese tiempo. No lo pude aceptar en ese momento. Sencillamente no lo pude aceptar. Una estupidez, pero bueno, tenía dieciocho años.
¿Cuándo empezaste a aceptar lo que estabas escribiendo?
Eso es lo que siempre le agradeceré a Mario Levrero, yo empecé a escribir unas cosas y él las leyó. Yo decía que no quería escribir porque era como un espejo demasiado desagradable. Mario me ayudó mucho, cuando me dijo “si vas a seguir aflojando no te sigo más”. Todavía me complica eso de leerme y decir “sí, yo escribí eso”. Es que es una cosa terrible la mente podrida. No me gusta verme así. Cuando lo escribo me cago de la risa, me divierto, la paso bomba, pero cuando me pongo en formato lector digo “pah, que tipo jodido sos”. Yo tengo la ilusión de ser bueno, una buena persona, no sé hasta qué punto será virtuoso haber elegido ser bueno, pero realmente si te libraras a tus instintos, la cosa asustaría. Uno elige ser bueno. También me elegí ser escritor, pero en la vida cotidiana cuelga mucho esto de dominar todas esas pulsiones, la ira; se produce un corte físico y psíquico. En situaciones que me generan cierta tensión ya reacciono mal. Mejor dicho, no reacciono, me tengo que corregir. “Después pensalo, ahora quédate en el molde, quedate tranqui”. Ahí hay un mecanismo paranoico, proyectás en los otros tu propia agresividad, eso lo aprendí psicoanalizándome. Sentís que los demás son agresivos y se genera ese mecanismo de “si vos sos agresivo, yo soy más”.
Bueno, casi siempre tus personajes se sienten vejados, de la misma manera que esa violencia que sufren la ponen en juego, en una forma paranoica bastante jodida.
¿Sí? Bueno, todos somos perseguidos. No es paranoia, es empiria. Yo tengo una veta paranoica que trato de dominar, pero que no deja de señalar que esas cosas existan. Ojo, yo creo que los paranoides interpretamos bastante bien la realidad. Lo jodido es la reacción, pero como lectura de la realidad creo que vemos signos que generalmente son muy ciertos. Vemos un poco más allá de la superficie, siempre estamos estudiando qué es peligroso y qué no. Todos esos signos, esos gestos, esas palabras, incluso las pequeñas cositas las registramos y llegamos a conclusiones que muchas veces son acertadas.
¿Cuánto tiempo estuviste en análisis vos?
Tres años. Después volví un par de veces, pero en plan chapa y pintura. Fue un buen proceso. Fue bárbaro. Me curó de cosas del estilo de problemas psicosomáticos. Tenía muchos problemas del tipo de nervios al estómago. Me desmayaba bastante seguido, como de click [chasquea los dedos] y caía. La primera vez fue a los quince años, vi negro y ¡plúmbate! Yo le recomiendo el análisis a todo el mundo. Y eso de que te saca la creatividad si te analizas, eso es resistencia pura. No te saca nada, no tiene nada que ver. Ese verso de los artistas no existe. Creo que hasta es mejor, porque sabés más.
A veces leyendo libros como El alma del mundo, o en sí mismo Alemania Alemania uno casi los percibe -al menos fenomenológicamente- como tratados de psiquiatría en toda su regla. Sobre todo específicamente la idea de las máquinas. Eso es Victor Tausk, es psicoanálisis puro. Cuesta creer que no sepas de primera mano algo de teoría.
Sí, pero es intuitivo.
Pero es que tenés muy buenas intuiciones.
Es que las vi, no son intuiciones. Por supuesto que si vos tenés determinadas vivencias sos muy perceptivo a esa información. Yo escucho un comentario y empiezo a maquinar. En una época me preocupó mucho volverme loco. Mi peor crisis fue ese miedo a volverse loco, porque sé que tengo relaciones muy profundas con eso. Ahora sé que se vuelve loco quien puede, no quien quiere. Pero no, no nacen de conocimientos. Leí libros, pero muy poquito. No libros sobre psicología, pero sí sobre escritores, que pueden tener ese sesgo. El otro día leí uno que se llamaba Hölderling y el problema del padre, de un francés. Si te psicoanalizás, aprendés, porque ahí es como funciona un poco la cosa. Mi universidad en ese tema fueron mis influencias y el psicoanálisis. Yo iba como quien iba al médico, a arreglar la máquina. Ya con el tema de la transferencia y eso no sé, yo creo que no. Yo iba ahí como quien iba al médico a atenderse una rodilla rota. Yo veía la cosa muy de adentro pero a la vez muy de afuera. Yo pensaba “este tipo lo que tiene es un mapa de la mente humana. Todos tenemos algo muy parecido y él lo tiene”. Yo lo que pensaba era que él tenía un mapa que yo no conocía y él sí. El te hace preguntas para ir configurando tu lugar en ese mapa. La primera vez que fui me acuerdo que le dije “porque yo tengo demasiados problemas” y el me preguntó “¿usted quiere tener una vida sin problemas?” [risas].
Cuando escribís ¿no generás una especie de mapa también?
No lo pensé, yo busco adentro mío. No sé si para los demás es un mapa de algo. Creo que los demás lo pueden ver así, porque como que en algún lado agarro a los que leen, los meto y los hago recorrer ese lugar. No pretendo enseñar nada, yo escribo sobre la locura porque es producto de mi vida. Si fuera por mí escribiría novelas románticas.
Igual, tus libros, por más terrible que sea lo que cuentan no dejan de ser románticos.
Yo pienso que el romanticismo desde hace siglos es lo que hace la literatura. Me haría pensar “¿qué es no romántico?” Si la literatura se basa en el sentimiento y no en la ideas o en el pensamiento es, por naturaleza, romántica. No romántica históricamente, aunque muchas veces coincida. La literatura como entretenimiento o como enseñanza lo que busca es comunicar una experiencia. Eso es una vivencia romántica.
EL CALLEJÓN DEL ARTISTA
El otro tema bien fuerte en tu literatura es el tema del artista ¿en qué lugar estás vos como escritor alrededor de eso?
Yo pienso que eso, que es una solución. La gente no se hace artista sólo por decisión. La verdad es que uno es artista por necesidad. Todos los caminos están cerrados, cuando se cierran los caminos reales queda ese, el de crear otros mundos donde vos puedas vivir. Yo cuando leo mis propios libros digo “sí, yo hice estas cosas”. Eso te ayuda a objetivizar de alguna manera esas cosas, ya está socializado, tiene cierta aceptación como posibilidad. Uno lo lee y se da cuenta de que no está loco, sencillamente doy otra versión de las cosas. Eso está muy bien, y Saint Genet, comediante y mártir, de Sartre, es un libro que me enseñó mucho. Genet tenía todas las puertas cerradas ¿Qué podía hacer sino crear un mundo imaginario donde pudiera dar vuelta las cosas? Le dio resultado. Preso, eso le sirvió para salir. O sea, cuando todas las puertas están cerradas, cuando estás acorralado, nace un artista.
¿A vos cómo se te dio?
Así. Cuando estás acorralado, o te colgás de una viga, o nace un artista. Yo pienso que ese es el secreto. Por eso no es un tema de voluntad (por más que el laburo es imprescindible y hoy en día la gente no lo tiene muy claro), pero hacer todo eso es la única salida. En la vida vos sabés que vas a fracasar, o pensás que vas a fracasar. Después quizás hacés muchas cosas más, pero tenés la certidumbre que no hay otra salida que esa. Todo lo que hagas en el otro orden de cosas va a ser de mal para abajo. Ojo, yo fui muy buen laburante, me casé, tengo dos hermosos hijos, hice muchas otras cosas. Pero a partir de que pude escribir.
¿Y si no hubieses escrito?
Y, estaría internado, pienso yo, no lo sé. Yo creo que soy un candidato importante, siempre me consideré un candidato de peso para terminar en un manicomio. Muy meritorio.
En ¡Alemania Alemania! se introducen algunas imágenes pertenecientes a la colección de artistas esquizofrénicos de la colección Prinzhorn, es la primera vez que el montaje narrativo es tan visual. En los anteriores trabajos había algunas cosas, algunos dibujos tuyos, pero ahora eso esta exacerbado. Es como si fueras construyendo tu historia a la par de esas imágenes que vas introduciendo.
Lo que pasa es que esa pintura, que es emblemática, la del tipo con los bastones, me impresionó tanto que terminó saliendo un personaje de ahí. Pero es la atracción por lo semejante. No es la idea de “ah, mirá lo que hacen los locos”, yo me siento muy identificado. Lo mismo con los artistas. Siempre estoy leyendo de artistas locos. Artaud, me siento muy identificado con eso.
¿Y qué sentís con esa común estetización de la locura en el arte?
Y, me parece la típica chantada. Lo que importa es la obra, que es justamente lo que le importaba al tipo. Eso de “si te suicidás está todo bárbaro, eras un artista de verdad”. Todo eso me parece de pésimo gusto y una traición hacia un tipo que sufrió mucho. Es como agarrar a Van Gogh y en vez de mirar sus cuadros estudiar cómo se pegó el tiro. Pero la chantada es natural, no podemos hablar ningún fenómeno humano sin alguna persona que busque una clase de recompensa con ese tipo de cosas. A mí la falta de seriedad no me produce nada, sólo me genera profundo desinterés. ¿Querés hacerte unos mangos? Dale, ándate a la mierda. Ese niño que está destripado, que como es negro nadie lo va a identificar -porque si fuera rubio no lo sacarías- si querés hacer unos mangos con eso, hacelo, yo que sé.
Alvaro Buela hizo recientemente un documental sobre vos y Alberto Restuccia y de cierto modo la elección era bastante lúcida, porque ustedes dos son de los pocos artistas cuya vida y obra es medio difícil de diferenciar, como si su vida misma fuera parte de su obra.
¡Pero yo vivo como el culo porque no tengo más remedio! Como soy disfuncional, no puedo trabajar -antes podía pero hubo un momento que no pude más… la paranoia no me lo permite- es una consecuencia. Igual, lo de la plata siempre se arregla. Si vos querés comer, comés, si vos querés comprar puchos, comprás. Es reflejo de que yo siento que con eso ya está. Si yo puedo escribir, ya está bien. Yo nunca tuve ambición. Como yo pensé que iba a ser escritor y todos mis escritores favoritos eran pobres, yo ya pensaba que iba a ser pobre. Es una idea para la que estoy absolutamente preparado. Dentro de todo me fue bastante bien, llegué a vivir en un apartamento. Ahora vivo en un altillo, una pieza, pero cuando vivía en un apartamento pensaba “me fue mucho mejor que lo previsible”.
¿Qué era lo previsible?
Y, en una zanja a los treinta y siete. Y de repente, opa, llegué a los cuarenta. Y ahora pasé los sesenta ¡No me muero! Se ve que tengo una resistencia importante.
En toda tu obra hay una continuidad temática y estética muy interesante ¿Cuál considerás que es tu obra mejor resuelta, la más redonda de todas?
No. No, porque hice todo lo que pude con todas. Si hay algo para publicar es que estoy re convencido. Yo sé que hay algunos trabajos que son mejores que otros, relativamente. Pero no, son todos hijos. En algunos hay cosas que me importan mucho, me lo pregunté muchas veces igual. Sé que hay cosas que a la gente le interesan más.
¿Alemania Alemania como obra en sí misma cómo la pensás?
Alemania Alemania me gusta mucho porque en general yo me concentro en la dinámica del personaje, pero acá me parece que toqué una serie de temas que son más generales, eso me interesó. El tema del totalitarismo, pero ahí hay un tema que es muy simple, que si te metés con temas más generales generás más interés. Con La inocencia pasó eso. A todo el mundo le gusta pensar que todos los ricos son unos hijos de puta (no era para nada mi intención eso, fue lo que surgió).
¿Cómo te volviste al tema del totalitarismo?
Bueno, por el tema del nazismo y ese tipo de cosas. Yo viví una dictadura, ¿no? Y además siempre me interesó lo que fue como símbolo el exterminio. Como la psicología, el tema del poder, en la obra de teatro Parsifae está todo el tema del poder. Un tipo que fue humillado al poder humillar también se compensa. Sentirse superiores empieza por ahí. Si te sentís superior deshumanizás al otro. El otro no es una persona, lo podés matar sin ningún tipo de problema. Lo podés exterminar de una manera casi industrial. Yo viví la dictadura, tuve parientes presos, todos andábamos con el culo a cuatro manos, porque había gente a, gente b, gente clase c y si eras clase c te podían hacer cualquier cosa. Siendo iguales -estoy hablando de un negro o un judío que se viste distinto- cómo compensar el propio fracaso es echándole la culpa a los otros. La culpa es de los chinos, los negros, los judíos… ese no asumir el propio fracaso, los propios errores.
En la presentación del libro extendías esta noción de discriminación y peligro extermino incluso con los planchas.
Claro, sí. Además, ¿qué es un plancha? Es una cosa indefinida. Si es pobre también es un plancha, al fin y al cabo, y de ahí a delincuente hay un solo paso. El otro siempre es una creación social que sirve para desfogar tus propias frustraciones. Porque el otro nunca es poderos. Siempre va a ser el otro que va a estar en inferioridad de condiciones. Vos no inferiorizás a Estados Unidos. Te podés burlar y eso, pero pasa. Incluso como víctima podés burlarte, pero a nadie se le ocurre decir “hay que matar a todos los yanquis”.
¿Cuál es el lugar de la mujer en tus libros? Por momentos parece un lugar subordinado a la bestialidad de los personajes masculinos, aunque se construye una erótica muy interesante.
Sí. Ese es un tema que no tengo claro. Por una parte sí, hay todo una poética de la mujer. ¿Cuál es el tema? Mis personajes son personas que viven mucho dentro suyo. Toda perturbación interior -y el amor es una perturbación importante- lo desequilibra. Entonces es esa búsqueda por un lado y ese temor de que esa relación todavía desequilibrie un sistema precario, un sistema que de por sí es precario. Y entonces esa ambivalencia… No sé, también adoptar a la mujer como posible salvación, o salvación frustrada. Esto es ridículo, tuve la intención muchas veces de que mis novelas terminaran bien, como que chico conoce chica y son felices… pero no se me ha dado. Digo, la lógica, yo como conozco al personaje no lo puedo llevar para ahí, no puede ir para otro lado, entonces termina todo para el orto. No es mi intención, mi intención es siempre -bueno ahora ya no, qué le voy a hacer-, era esa. A Colores le busqué cinco mil novecientas vueltas para que terminara bien y no había manera.
Justamente te iba a decir que Colores es de las más humanas en ese sentido
No, Amanecer en Lisboa termina bien, terminan juntos. Es la única que logré que terminaran juntos.
Yo sugerí Colores porque el papel del padre es más querible. El padre en tus obras suele ser un pusilánime, mientras que la madre es terrible. Justamente en Colores el padre tiene un lugar bien, terrible pero lindo.
Sí, lo admira. El protagonista no tiene madre. El lector no debía tener información de la madre. Es hijo de su padre. Bueno, capaz que está relacionado con lo que decimos de las mujeres, capaz que estamos hablando de lo mismo. El otro sexo es problemático, problemático por eso que te digo, son personajes que vienen de su imaginario y toda relación que perturbe ese imaginario precario es de por sí peligrosa y traumática. A veces insoluble. Entonces se da ese problemita, es un problemón.
En toda tu literatura está el papel del loco, el enfermo, el desplazado social.
Y sí, es real. Yo siempre me sentí así. Me siento así. Lo que pasa es que ahora tengo esa cosa del destino, una especie de aceptación como escritor, pero es la única que asumo como mía. Esta bueno, me hace bien. Las otras eran como soy como laburante, como bibliotecólogo, pero era todo de prestado.
¿Cómo era laburar en la Biblioteca Nacional? Después de todo, estuviste ahí como veintipico de años
Muy bien, me querían mucho. Me querían muchos mis compañeros, pero no me querían mis jefes. Siempre es el mismo eterno problema (además que tuvieron el buen tino de elegirme cuando estaba como presidente del sindicato durante dictadura). En esa época eran las asociaciones. Si algo faltaba para que yo me llevara mal con las autoridades -no con los directores, eh, sino con los mandos medios. A mi las ordenes… yo sé lo que tengo que hacer, yo laburo muy bien. Es más, me dejaban solo ahí atendiendo a público, quinientas personas. Yo era muy buen referencista y todavía me rompían los huevos. No me rompan los quinotos sobre si me debo parar en esta esquinita o en la otra… vos estás ahí, en tu nave espacial. No sirvo para eso. No quiero mandar a nadie ni que me manden a mí.
¿Cómo fue la transición cuando dejaste de trabajar?
Una mierda. Una mierda porque ese sueldito era importante. Igual escribia para El País Cultural pero eran chirolas comparadas a ese sueldo pasable. Y de ahí pasamos al sueldo mucho menos pasable, y ahí generan conflictos. Que mi mujer se bancó bastante bien. Se lo debo reconocer, me apoyó en eso. Pero generó conflictos. La plata resalta muchas cosas. Pero era el único camino, me lo fumé. Genera humillaciones, genera cosas malas. ¿Vos cómo te sentís cuando viene una cuenta y no podés pagarla? Y cuando tenés hijos, que yo los adoro. No hay solución. Ta. Un día después de la licencia puse la pata adentro y dije “no, no puedo con esto”. No por mis compañeros, sino porque las relaciones con determinadas personas que eran mis jefes ya eran demasiado malas. Y además ya me sentía incómodo. No pertenezco a nada, no soy parte de nada. A lo único que pertenecí, pertenezco, es a mi familia, a mis hijos, pero soy incapaz de tener esa sensación de pertenencia a algo. Siempre estoy de visita en esos lugares. Yo no trabajo para nadie. A veces las visitas son largas, me aburro mucho, o me conflictúa mucho y me borro. De muchos laburos buenos me fui porque sencillamente no podía manejar eso. Era tal mi ira, la ira que me tenía que tragar que no podía mediarlo, encontrar la manera del punto medio. Del hacer lo que tengo que hacer y que la rabia no me consuma. Nunca llego a eso. La solución definitiva que encontré fue que no ocurra más, no colocarme nunca más en esa situación. Me lo propuse ochenta mil veces, pero llegó un momento que el conócete a ti mismo te empieza a bajar. Cuanto más te baja más sos consciente y más rabia te da. Al principio te parecía solo un tema, pero después decís “yo funciono así, no funciono de otra manera”. Yo siempre tuve un montón de amigos, porque los amigos son otro tipo de cosas. Un amigo no me genera ningún problema, yo soy un tipo de muchos amigos, porque hay una relación horizontal que es buenísima, pero cuando hay una relación que ya es más compleja yo no lo puedo manejar, lamentablemente ¡No la puedo manejar! Pierdo el tino, por estupideces, pero es así. Que no son tales estupideces, porque siempre las relaciones de poder generan mala leche y generan cosas.
¿Y en las relaciones de pareja?
Bueno, yo estuve casado 31 años, tan mal no la llevé. Después mi mujer me dejó, pero bueno. Pero, no sé, ahí es distinto. Las cosas que en otro contexto no se pueden superar, por amor, no sé, ahí se superan. Creo y quiero creer. Mis amigos tienen muy claro que doy, que no doy, pero cuando ya hay laburo y otras cosas… quemo todo. Quemo todo.
¿Cuál es tu relación con Montevideo?
Yo pienso que Montevideo es una desgracia, si querés que te diga la verdad. Uruguay es un invento trucho, deberíamos haber sido parte de Argentina. Los ingleses decidieron que no, nuestro prócer se negó a volver porque quería la Republica Federal. Es una creación ficta que sufrimos. Es un país minúsculo entre dos gigantes, sin una identidad muy pronunciada. Es una identidad muy negativa, por descarte. Es un cuadro de futbol. Lo único que nos une es que cuando juega la celeste ahí, todos nos sentimos hermanos. Después no hay ninguna otra cosa ¿Patria de qué? Entre Montevideo y el interior hay tremendo divorcio. Entonces en toda esa truchés, no asumida además, sobre la mentira de base no podés estirar nada. Asumí que somos una creación del primer mundo, el famoso estado tapón, lo de la clase media. Montevideo es mi ciudad, es como mi cara. Yo no podría vivir en otro lugar que Montevideo. Me dan ganas, pero no sé si lo podría pasar bien. Fuera de Montevideo si estuve más de tres meses es mucho, quizás en algún balneario, pero mi vida es Montevideo. Es algo de amor-odio. Pero Montevideo es todo lo que yo conozco. Montevideo me parece muy fascinante también. Esa mezcla que tiene de una ciudad que parece tener como cinco mil años de cosas decadentes chacaroso. La gente chacarosa también. Como uno estudia un insecto, tiene cosas muy extrañas. No parece una ciudad joven, parece una ciudad milenaria, decadente. Eso me parece muy fascinante. Como eso de decir “¿te gusta tu cuerpo?” yo que sé, es mi cuerpo. Me gustaría ser treinta años más joven, que no soy -igual no me gustaría, imagínate, casi al llegar… te digo que es una desgracia objetivamente. Para mi no lo es, es una ciudad que también amo.
¿Entre vos adulto y joven, quién salió ganando?
Creo que mejoré. De joven era un desastre importante. Era un loco de mierda. Un borrachín, o un tipo muy introvertido, con un montón de amigos (cosa que me salvó mucho), pero mejoré. Maduré. Yo siempre tuve mucha madurez intelectual y fui muy inmaduro emocionalmente. Inmaduro en que al ser tan inestable la terapia me hizo mucho bien, pude establecer relaciones largas, profundas. Yo le pongo mucho gas a eso. No quisiera volver atrás de ninguna manera.
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