lunes

FÉLIX GUERRA - 16 ENTREVISTAS CON JOSÉ LEZAMA LIMA



PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO

UNDÉCIMA ENTREGA

5 / AMO EL CORO CUANDO CANTA (1)

¿A qué edad comenzó a leer?

Todo tiene su origen, como usted sabe. Yo vivo de rastrear orígenes, de fundar orígenes. ¿Mi primera página leída? Bueno, tendría que remontarme al diluvio o a los glaciares. Fue allá por el siglo tanto. Caminaba desnudo por un páramo, rocas a ambos lados, un tigre perfumado pisaba sobre mi huella, calculando que iba a ser su desayuno. El viento entonces sopló. Arrastró un periódico de ese día del pleistoceno en que informaban, con esa perspicacia de la prensa diaria, que un gordón le iba a servir de salchichón a los felinos. Me dije: No. Y vine y me encaramé en mi sillón, donde estoy a salvo de tales infaustas alcatraces de tierra. Fue un acto insensible, prenatal. Un golpe precordial de letras antes de que fuera inaugurada la lectura. Y el culpable fue el incienso, el tigre rastreador, la ignorancia de que el desayuno estaba a punto de ser inventado. Pero no me agradó ser la materia prima del primer invento, ni ser leído ni lectura. Yo quería en ese instante inicial ser el múltiple lector.

¿Qué libro prefiere leer?

Yo prefiero. O prefiero preferir. Mi preferencia ocurre dentro de la diversidad. La preferencia tiene mil y un rostros multiplicados por las once mil vírgenes y luego por los cuatro jinetes del apocalipsis, lo que da una suma aproximada de hormiguero. Todo lo ofrecido tentador, en materia de páginas o tomos, entra a mi jardín sobreponiéndose a los letargos. A continuación, caminar ensoñado sin mover las pestañas ni los pies, lo que desemboca a otro acto mañanero de resucitar. Para mí, si entro al baile de los ideales, el ideal debe acercarse a una constelación donde seleccionar no sea mutilar, ni tomar solo un aplazamiento en la oscuridad. Leo, pero sobre todo procuro descifrar, que resulta una invitación a fondo y no el simple saludo de acera a acera. En mi sobrenaturaleza íntima y en las sobrenaturalezas creadas, imaginar agregando es la alternativa frente a la mansedumbre de una entrega apagada y liviana. Prefiero la poesía, que es un hecho sin invalidez entre la imagen y la metáfora. Prefiero la novela, que es la majestad danzando entre sombras chinescas, el sempiterno diálogo observado a pulso y a diario, de la cuna a la tumba, del tambor al trono, del cepillo dental al edredón. Prefiero el ensayo, que es el bailarín en punta, una segunda remesas de poiesis, un sustratum inconfundible. ¿Qué prefiero cuándo: hoy o ayer? Soy supersticioso, a veces. Por tal vestigio y atavismo, no deseo ni pensar qué prefiero, para que ninguna sombra me devele alguna obtusa querencia. Mi matrimonio es con el harem, soy amante de muchas caricias. No hay la preferida: amo el coro cuando canta.

¿Cualquier libro, con ser libro, cualquier lectura, con ser lectura, ya es suficiente?

Ah, qué va. No, amigo. El yoga Yogananda previene contra el exceso infundado y los hábitos sin reflexión. Resulta decisivo escoger: el tiempo es corto y no a cualquiera le toca. La brevedad de la existencia, el vértigo de la mano inapelable que te toma alguna vez, en la cuna quizás, en el pañal quizás, y te deposita en cualquier médano, y te contemplas ya con los sesenta encima del hombro, la reducción de los pulmones a dos lamparitas casi sin llamas, obliga a la selección. Lo bueno, si es posible o si es imposible. Aunque, ¿cómo sabe quien escoge que escoge lo mejor? Para eso se inventaron algunas asignaturas, como la Historia de la Literatura, se inventó la crítica literaria, que no siempre acierta con sus gongs, y se inventó el amigo y la amistad, que recomienda. Resulta que necesitamos guías. Por supuesto, no hay infalibilidad en los consejos. El mejor consejo tiene siempre una pata de palo. Pero entre esas sombras y esos asideros, escoger lo mejor. Escoger lo mejor, que no es ni lo más placentero ni lo más fácil ni el último hermoso tomo que te vendieron o compraste. Escoger y escoger lo mejor: dos actos fecundantes, no iguales, acompañantes o no. Y mientras puedo escoger, persiguiendo las luciérnagas más fascinantes, permanezco con un pie aquí, con los libros y bibliotecas y la humanidad narrada, toda la humanidad narrada, delante de mis ojos todavía todavía inmortales.

¿Puede ofrecerme una lista de títulos preferidos?

Podría quizás hacer una lista, pero le anotaría una docena de millares de títulos de una docena de centenares de autores. Todo buen libro que leí, que son muchos, estarían en la lista, además de algunos que no leí, porque voy a leer mañana, además de otros que no se han escrito, pero que voy a leer algún día, además de otros que no se han escrito y que no voy a leer nunca. No soy de los que sueltan frase, con pose en la nuca de una estatua de parque. ¿Por qué iba a decir grandilocuente y oportunistamente ahora: esta es la lista? En mi caso no hay listas, listas de nada. No hay lista ni estoy listo para hacer la lista.

¿Alguna definición para biblioteca o libro?

En primer lugar, la biblioteca es un bosque: bosque asiático, teutón, eslavo, noruego o cubano y tropical. Y tal como dijo el poeta, el libro es un árbol, o un sol, que viene auroreando uno por aquí y el otro en el espejo. Porque el sol, a su distancia, envía luz, pero luz que quedaría trunca, trabada, disuelta, si no encuentra la hoja que la convierta en energía primigenia y en oxígeno. Así que el árbol es como el representante de Dios, es decir, homólogo del hombre, si el hombre se decide a ser el representante del sol en la Tierra. La hoja del árbol, si vamos a definirlo por lo hemostático, impide que la sangre escape, la humana, y vaya al río animal como turbión: si lo alimenta en directo o si lo alimenta en indirecto, a través de la bestia vegetariana, el hombre por fin se levanta en eventual condición de cuadrúpedo. La hoja del libro homologa esa acción, pero ya en otra intersección secuencialmente posterior. La casualidad no arma trampas de tan poco costo: es lo paralelo y lo tangencial haciendo coro en la causalidad. La hoja verde es una biblioteca vegetal, la hoja industrial es la biblioteca razonada. La del árbol es razón primigenia, la del libro es otra arremetida del sol.

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