PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO
DECIMOTERCERA ENTREGA
5 / AMO EL CORO CUANDO CANTA (3)
¿Qué escogería entre un asado de cordero y un buen libro?
Son lecturas complementarias. Es como si usted diera a escoger entre levantarse por la mañana y acostarse por la noche. No se puede escoger: es inevitable levantarse y acostarse. No puede llenarse uno el estómago de palabras, por más que tenga la cabeza repleta de corderos. Cada cosa en su hora y para su función. Digo, en alguna parte, que el libro nos convierte en golondrinas, que la casa de los libros, la biblioteca, es la morada del dragón, que la página escrita abre caminos entre cielo y tierra. Digo aun más: el libro, por ser la mano errante, la cabalgadura que lleva y trae y trasiega con las noticias más oficiosas y pródigas, el caballero que se mira en el espejo de las circunvalaciones deslumbrantes, es el primer pan del hombre razonable. Después viene el cordero, pero después viene el cordero inevitablemente. Y la pregunta suya, claro, no hay que adivinarlo, procede, para mi suerte, de una fama equinoccial que se derrama sobre mi persona. Soy, como se dice, cuarto bate en la lectura, y cuarto bate para los asuntos de sentarse a la mesa a deglutir con pasión, sobre todo si es cordero, sobre todo si es el sencillo mendrugo. Lujuria un día, sobriedad al siguiente. Y entre lujuria y resignación, el manjar imprescindible del buen libro, porque para esa ingestión sí no acepto bagatelas. Ahora escoja usted: ¿levantarse o acostarse?
¿Leer rápido o leer despacio?
Algunas cosas puedo leerlas relativamente rápido, sobre todo si es prensa diaria o semanal. Si relectura, quizás puede ser rápido. Si contrito en el acto creativo, delante de la mesa repleta de libros despanzurrados y aun la página en blanco, logro mirar vertiginoso aquí y allá y a un tiempo escribir en mi cuartilla. Pero para otras lecturas, me muevo como el molusco que dije que soy. ¿Cómo leer veloz a Nietzsche o Tolstoi, con la lectura que salta de un párrafo a otro, con mentalidad de atleta, para romper el récord? Para la buena literatura una lectura lo suficientemente pausada como para recoger y poner, porque el lector no sólo percibe lo sugerido sino que además agrega durante una lectura creadora. En ocasiones es más importante lo que se adiciona en imágenes que lo que se levanta del tapiz iluminado de la lectura. Estoy únicamente apurado por todo lo que ignoro, así que déjenme leer y arroparme despacio, sin agravio, por supuesto, para esa lectura que no exige sino una envalentonada prisa.
¿Me habló de un proyecto de biblioteca habitable?
Usted saca afuera ahora ese gato desvelado. Es, digamos, un proyecto reiterado de la duermevela. Al enunciarlo, aparece como el influjo irremediable de Borges. Borges adoptó, ahijó, a las bibliotecas, sobre todo las desmesuradas y laberínticas. Si ahora concibo una confortable biblioteca-hogar, parece que no puedo prescindir ni de su tigre de palabras, apresado y escapando siempre. Mi biblioteca imaginada tendría amplios salones iluminados y un mínimo de paredes y muros: sería comunicable y comunicante, de puntal alto y techo de dos aguas. Y además, cómo no, con un número aceptable de ventanas y sillones, pues acostumbro, para dicha de la corpura y la suavidad de los glúteos, permanecer sólo donde haya una ventana y un sillón, una para viajes cortos por la luz y el otro para periplos de más largo alcance. La biblioteca tendría, claro, trozos de cielo -sería una especie de biblioteca a cielo abierto-, tendría, claro, alguna espléndida luz de mediodía, árboles y pájaros respectivos, luna y puñado de soles tiritando en la oscuridad de un pedazo de noche. Habría olores trasegando, por supuesto: el nocturno y furtivo del jazmín y el diurno de la calandria colgando de sus penachos rosados. Y perfumes bien condimentados de frijoles negros, por ejemplo, de quimbombó, por ejemplo, de plátanos maduros o verdes a puñetazos. Y algunas otras golosinas de carne. Y café en el ambiente. De ninguna manera faltaría un baño íntimo, acogedor, con algunos buenos títulos en el estante, para refrescar las vehemencias que se sufren en el trance de aligerar. En fin, un paraíso o Paradiso calientito. Algo bien pensado, amigo, no tema, para quien subsiste con letras, engorda con lecturas, nutre con palabras el protoplasma, entra en solfa después de lecturear. Este proyecto de biblioteca, posible porque es imposible, es susceptible de cambios y sugerencias y permanece abierto de par en par. Se le puede agregar algo de cualquier imaginación o naturaleza. Un hidratante contra incendios. Un manantial a la entrada. Hamacas para siestas y algún paraguas para capear temporales. Y si lo desea, algo, una regadera o manguera para mantener el jardincito, sí, porque ni los jazmines ni las calandrias viven de chuparse el codo. Ese es mi proyecto: una majadería, una quimera con alas de papel.
¿Último libro que leyó?
Hoy en la mañana, casualmente, sobresalía un libro. Alguien lo sacó con el codo, al pasar. Del librero, digo. Sin mirar la carátula, lo abrí para una lectura de azar concurrente. Leí: Los ojos puros, la mirada inquieta. / La mejilla caliente y encendida; / Así la virgen esperó al poeta / Con un sueño más largo que una vida. Quedé estremecido por esa voz del misterio mayor y precursor. Desde el otro de la mampara Martí susurraba su mensaje matinal, usando el ardid de insinuarse con el tono rebosante de los Versos varios. De nuevo, a la manera de golosina intelectual, apuré esa lectura emancipada y pura, tremolante como la vela de velero.
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