martes

EL LOCO DE LEPANTO - HUGO GIOVANETTI VIOLA


OCTAVA ENTREGA

36 / LIRÍOPE

Al otro día de conocer el mito de Eco y Narciso les pedí disculpas a mi hermana y a mi hijo por haberles mandado la foto con Clara, aunque no pude resistir agregarles el párrafo más escandaloso que le conozco a Kierkegaard.

“¡Oh, obra única del amor! ¡Oh, insondable tristeza del amor! El propio Dios no puede (cierto es que no lo quiere, no puede quererlo; pero aun cuando lo quisiera, no podría hacerlo) hacer que su acto de amor se convierta para el hombre en algo exactamente opuesto a él -¡en la mayor miseria!... Puede (y todo tiende a demostrar que esto ocurre precisamente de este modo) hacer al hombre, por medio de su amor, más desdichado de lo que jamás lo habría sido sin la intervención suya.”

Entonces Ma-Sa me entró enseguida al chat para preguntarme si andaba con la culpa en orsai y tuve que reconocerle que por momentos me sentía hasta capaz de reescribir inversamente la voz más maravillosa de Porchia.

Lo que produciría una confesión digna de un suicida de Graham Greene: ¡Dios mío, siempre he creído en ti, pero casi nunca te he amado!

Gregor Samsa agonizando con el manzanazo en el lomo.

Estoy seguro de que la mayor desgracia de mi vida fue que Ma-Sa haya llegado al mundo tantos años después que yo, lo que permitió que mi abuela y mi madre me masacraran a destajo en el Paso Molino.

En 2004 publiqué una nouvelle surrealista titulada Casa del ciervo donde la mujer de mi padre me extirpaba dos costillas en secreto para hacerlas a la parrilla y aliviarle los alaridos reumáticos a la vieja.

Martín me dijo por teléfono desde Viena que nunca me iba a volver a salir nada mejor, aunque otra gente opinó que mi morbosidad ya era definitivamente incurable.

Lo importante es que escribiendo aquello intuí que si el Espíritu te hace crecer plumeríos sobre las cicatrices es posible escaparse de vuelo por un balcón del infierno.

Y ahora mi hermana la junguiana parecía horriblemente arrepentida de haberme reflotado la culpa sin fin y me explicó que la verdadera responsable de la autoadoración de Narciso  fue su madre, Liríope.

Ella había sido violada por Céfiso, el dios del río.

Y entonces me acordé de que mi madre demoró cinco años en quedar embarazada, y cuando ya estaban decididos a adoptar una nena unos vecinos de Valentín Gómez les pidieron que les cuidaran la casa unos días y allí aparecí yo.

Vale decir: recién bajo otro techo mi padre pudo violarle el rol de hija a Yocasta.

Y Yocasta se desquitó tratando de glorificarse con mi supuesta superdotación hasta el grado de llegar a ofrecerle mis costillas asadas a la vieja.
¡
Tristes son las astillas que le entran / a uno, / exactamente ahí precisamente!
Pero mi hermana es tan brillante que me alivió el pánico al toque, y para colmo en código vallejiano: Es idiota / ese método de padecimiento, / esa luz modulada y virulenta, / si con sólo la calma haces señales / serias, características, fatales.

Y terminó diagnosticando que todavía me faltaba perdonarme del todo a mí mismo.

37 / IN-RI

La mañana del viernes santo escribí el capítulo 99 y después de la siesta la compulsión me obligó a pararme vertiginosamente en los pedales y terminar esa misma tarde Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas.

Desde mi cama se ve el retrato de mi padre que cuelga en el comedor, y antes de dormirme levanté los brazos como un malla oro en la Vuelta Ciclista para gritarle que ya habíamos triunfado.

Y el sábado amanecí catapultado por la euforia para vichar la completud del libro de mi vida y encontré roto el disco duro y todos los archivos perdidos.

Me pasé media hora reseteando la máquina invadida por Satanás y al final decidí llamar por teléfono al pobre Ricardo, que duerme hasta tarde.

Vino a los quince minutos bostezando abombadamente y después de comprobar que el desastre era irreversible murmuró contemplándome con medida dulzura:

-Hoy en día tenés chance de que te lo recuperen.

Y después le emergió entre las lagañas la congelación piadosa del que no nació para mentir:

-Pero podés haberlo perdido todo.

-Y pensar que no te di pelota con lo del pendrive. Voy a llamar a un muchacho de confianza que me recomendaron el otro día.

Y recién cuando terminé de dejar un mensaje en el contestador del técnico me di cuenta que ni siquiera habíamos cerrado la puerta y Mati estaba allí escuchándonos, con las pupilas como uvas despellejadas.

-Vamos, Caperucita -me hizo temblar de golpe el taconeo de Dolly, que se la llevó a los tirones y sin dignarse ni siquiera a taladrarme con una mirada. -Mirá si todavía tu padre se emperra en no dejarte ir a misa el domingo.

-Che, ayer averigüé que lo que debe haber tenido esta mina es neurosífilis -trató de distraerme con cierto humor Ricardo. -Está pa enchalecar. ¿Vamos hasta la casa de mi hija a ver si nos recomienda algún técnico? 

Acepté.

La hija de mi amigo es una metalera ya cuarentona que perdió a la madre siendo muy niña y todavía maneja una pose de hosquedad punk que asusta.

Y aunque no se lleva bien con Ricardo, enseguida de recomendarme una casa de reparaciones que recién abría el lunes, le hizo una seña al padre y sugirió salir a comernos unas muzzarellas al Parqué Rodó.

Entonces entendí lo que debió sentir Jesús cuando le colgaron el cartelito que decía Rey de los Judíos.

Les agradecí la invitación pero les expliqué que lo que verdaderamente necesitaba era volver a mi cuartel artiguista.

Y me pasé el día releyendo las trescientas páginas de Creer o reventar, mi novelón parisino de los poetas muertos.

De tarde lo interrumpí un par de horas para ver un partido de fútbol en la televisión.


38 / IMPLOSIÓN

Mi hermana incluso me llegó a mandar El divino Narciso, un auto sacramental de Sor Juana que Lezama Lima considera uno de los primeros prodigios transmitologizadores producidos por el barroco americano.

La vuelta de tuerca inventada por la peor de todas fue provocar una inmaculación en las aguas poluidas por el pecado original y conseguir que Narciso deviniera en Jesús.

Yo había pegado con cascola algunas estrofas en la puerta de La trinchera estrellada y las memoricé para siempre:

Y viendo imposible casi / el logro de sus designios / (porque hasta Dios en el mundo / no halla amores sin peligro) / se determinó a morir / en empeño tan preciso / para mostrar que es el riesgo / el examen de lo fino. (…) ¡Oh fuente divina, oh pozo / pues desde el primer instante / estuviste preservada / de la original ponzoña / de la trascendente mancha / que infesta los demás ríos; / vuelve tú la imagen clara / de la beldad de Narciso, / que en ti sola se retrata / con perfección su belleza / sin borrón su semejanza!

Y arriba puse una foto de mi nieta coronada por los versos mayores:

Él mismo quiso quedarse / en blanca flor convertido.

Y aquel sábado de enterramiento en mi castigadísimo cuartel artiguista me desperté a las cuatro de la mañana muy enredado con las sábanas y lo primero que gemí fueron esos dos versos.

-Ángeles -empecé a gritar después, mientras deshacía la cama para volver a tenderla latigueantemente.

Y sentado en el water me puse a cantar con la cabeza entre las manos uno de los desafíos más perfectos de Silvio:

El problema no es / darle un hacha al dolor / y hacer leña con todo y la palma / El problema vital es el alma / El problema es de resurrección / El problema señor / será siempre sembrar amor.

Hacía un calor del diablo y se me ocurrió ducharme, como la mañana que ritualicé mi despedida definitiva del alcohol.

Ahora lo que quedaba era contemplarme un momento en el water con arrodillada paciencia y sentir que fueron los ángeles los que me desovillaron en los prados de la memoria otras dos estrofas claves del auto sacramental:

Mirad, de la clara fuente / en el margen cristalino / la bella cándida flor / de quien el amante dijo: / Éste es mi cuerpo y mi sangre / que entregué a tantos martirios / por vosotros. En memoria / de mi muerte, repetidlo.

Entonces decidí acostarme y apenas horizontalicé la cabeza mi almohada irradió una especie de implosión todopoderosa y me di cuenta que no existía una sola partícula en el cosmos a quien pudiera afectar ni importarle la pérdida de Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas.

Y me dormí tranquilo.

Todo para ti y nada para mí.

 39 / FOTO

 Lo primero que hice el domingo fue ponerme a terminar una transcreación de Todas mis mañanas te pertenecen, que pensaba dedicarle a Kiwi y quedó por la mitad.

La versión original la conocí de niño en el cine Maracaná, cantada por Frank Sinatra.

Después mi padre compró el disco y hasta el día de hoy podría pasarme horas escuchándola.

Y cuando ya estaba casi terminando la penúltima estrofa sonaron los cuatro golpecitos en la puerta y encontré a Mati sobredorándome con una limpidez de bambi mientras me preguntaba si no podía llevarla a la misa de resurrección.

-Mi madre tiene la tripa deshecha -explicó. -¿Dormiste mal anoche?

-Me desperté a las cuatro y Dios me ayudó mucho, porque de golpe sentí que perder el libro de mi vida no tenía la menor importancia. Eso sí fue un milagro.

-Yo tampoco pude dormir y cuando vi tu luz prendida me asusté.

Entonces tuve la sensación de que la infanta estaba vestida con un traje de comunión invisible y le pedí el celular para sacarle una foto.

-Dale -se le rizó una sonrisa botticelliana. -Y después que te la mande me gustaría que la pusieras al lado de las de tus hijos y tu nieta.

Salió todo tan perfecto, que alcanzó con una sola toma para que Gregor Narciso Samsa pudiera contemplar el espejismo de su inmaculación.

Y mientras caminábamos hasta la parroquia seguí componiendo mentalmente la transcreación de Todas mis mañanas te pertenecen y Mati me contó que cuando el padre se emborrachaba decía cosas capaces de destrozarte.

-Mi madre sufrió salado en la casa de mis abuelos cuando era chica -se curvó como para vomitar la chiquilina. -Pero él la hizo pedazos del todo.

-A mí me pasó lo mismo con mi ex-esposa -no tuve más remedio que confesar, empapado por los escalofríos.

Ahora sentí la congelación en la mano de Mati.

-Acordate de El perfecto asesino -no la dejé soltarme. -Mirá, mi viejo escribió dos versos cuando era muy joven que dicen: El pecar es humano pero sabe / que es don de las alturas el perdón.

Mati no volvió a hablar hasta que llegamos a la parroquia, y el padre Freddy nos recibió euforizado por un resplandor digno de los discípulos de Emaús.

-¿Sabés por qué pude ver tu luz prendida anoche? -desembuchó la chiquilina recién cuando volvíamos, a la altura del zoológico. -Porque me subí a la escalera de lavar la ropa para sacarle una foto a mi madre con la tripa en la mano.

-Mejor que no te la descubra.

-A ella lo único que le importa es que yo tome la comunión de verdad. Y recién en la misa acabo de sentir que Dios me perdonó.

-Y yo sentí que me perdonaba a mí mismo por primera vez en mi vida.

-¿Y a quién le vas a dedicar Todas mis mañanas te pertenecen?

-A Jesús, por supuesto.

 40 / ALAS

 El domingo de noche me llamó sorpresivamente el técnico que me habían recomendado, aclarándome que hasta el martes no iba a poder venir a revisarme la máquina.

Él también opinó que teníamos chance de recuperar los archivos.

Y la mañana del lunes escuché desde la cama el taconeo y los alaridos de Dolly por el corredor y supe que nunca más iba a volver a ver a Mati en persona.

Aunque fue recién en la misa del otro domingo que me enteré que la dama neurosifilítica había perdido completamente la custodia y en un par de semanas se mudó de sopetón.

Ni siquiera vino a despedirse.

El martes a las nueve en punto apareció un muchacho con aura de salvavidas y después de revisar la computadora me dijo que tenía que llevarse el disco duro y que seguramente el jueves ya iba a tener noticias.

La torre nueva y el arreglo me costarían exactamente los seis mil pesos que me sobraban en ese momento.

Al otro día di clases en Punta Gorda y pasé a ver a Varinia, que se estaba probando un vestido rosado para empezar clases de ballet: mi hija la contemplaba ya dulcísimamente resignada a tener que aguantar otro artista en la familia.

Llegué al cuartel muy tarde y tuve que volar por el corredor para atender el teléfono a tiempo.

Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas se había salvado entero.

Y esa noche soñé con Martín cuando ni siquiera iba a la escuela y se ponía a toda hora una camiseta de Liverpool: acababan de diagnosticarle un cáncer terminal y a mí se me ocurrió salir a predicarle a la gente que teníamos que seguir trabajando en lo nuestro aunque se acabara el universo.

El que lo cuidaba sin dormir un minuto era mi padre.

Me levanté en cuatro patas y le escribí enseguida a mi hermana, que demoró menos de quince minutos en felicitarme:

¿Te acordás cuando Candela iba a la facultad de noche y te pasabas horas jugando al Principito con Paloma y Martín y escribiste una novela donde aparecía ese niño? Pero ese personaje no era tu hijo, Abel Rosso: era tu ciervo herido. ¿Y te acordás cuando tío Jorge nos leía a San Juan de la Cruz y nos atomizaba con que el varón perfecto no ha menester de la teta como el pequeñuelo niño? Bueno, por fin tu Principito se te escapó de vuelo para que puedas escuchar a solas el repique de todas las estrellas.

Y al otro día Matilda me mandó un mail y dos fotos adjuntas: la que le saqué vestida con el traje de novia invisible y la que ella le sacó a su madre agarrándose la tripa mientras rezaba por los que no encuentran la fe para salvarse perdiéndolo todo.

Yo había esperado de rodillas que apareciera el rostro-lirio de mi Narciso en la Fonte del water exactamente a las cuatro de la mañana, hasta que llegó el milagro.

Y entonces entendí que fue Dolly la que bajó a los infiernos a conquistar la invencibilidad del loco de Lepanto.


2013

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