viernes

LEON CHESTOV - KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL


(Vox clamantis in deserto)
traducción de José Ferrater Mora

TRIGESIMOCUARTA ENTREGA

XIII
LA LÓGICA Y EL TRUENO (3)

Kierkegaard todavía era muy joven cuando su padre se dio cuenta de la taciturna desesperación que alentaba en el alma del adolescente, desesperación vinculada a la conciencia de su “importancia” ante lo inevitable (1). Al correr de los años esta conciencia creció, se afirmó y terminó por asumir a los ojos de Kierkegaard la importancia de un acontecimiento mundial e histórico. Más de una vez repite en su Diario que no designará jamás por su verdadero nombre lo que le expulsó del dominio de la vida normal. Prohíbe severamente a sus futuros biógrafos indagarlo y previene que ha tomado todas las medidas necesarias para confundir las investigaciones de las gentes demasiado curiosas. Sus biógrafos y sus comentadores estiman por lo general que su deber es someterse a esta voluntad tan claramente expresada y no intentan, por lo tanto, penetrar su secreto. Sin embargo, el patrimonio literario -los libros y los diarios- que nos ha dejado Kierkegaard nos impone una actitud muy diferente: decía que quería llevarse su secreto a la tumba y, a pesar de esto, hizo cuanto pudo para que permaneciera a flor de tierra. “Si hubiese poseído la fe, no me habría visto a abandonar a Regina” y “la repetición que debía hacerle capaz de ser un esposo” son dos frases que bastanta para restablecer el hecho concreto que se nos habría prohibido investigar. Kierkegaard negó la fe para adquirir el conocimiento, repitió el gesto que había realizado ya nuestro antepasado, y de ello resultó lo que menos esperaba -la impotencia. El conocimiento se manifestó como un don que podría compararse a aquel que el Midas mitológico había obtenido de los dioses: todo se transformaba en oro, pero a la vez todo se transformaba en un bello fantasma, en una sombra, en una apariencia de la realidad, así como para Kierkegaard Regina Olsen se había transformado en una sombra y en un fantasma.

Por eso Kierkegaard refería todas sus meditaciones al pecado original, y por eso el pecado se convirtió en el punto central de su filosofía existencial y quedó como algo indisolublemente ligado a la fe. Sólo la fe puede abrir al hombre el camino que conduce al árbol de la vida. Mas para adquirir la fe hay que perder la razón. Entonces, y sólo entonces, se realizará el milagro de la “repetición” en la luz o en las tinieblas de lo Absurdo: los fantasmas, las sombras se convertirán en seres vivos, y el hombre habrá sido curado de su impotencia ante lo que el conocimiento estima “imposible” o “necesario”. Pues lo contrario del pecado es la libertad. Kierkegaard sentía en todas las cosas el peso del pecado. Pero sentía también que sólo la idea del pecado tal como lo expresa la Escritura puede dar alas al hombre y permitirle elevarse por encima de estas evidencias -en cuyo plano queda confinado nuestro pensamiento- hacia las esferas donde aguardan al hombre las posibilidades divinas. Mientras la filosofía especulativa se esfuerza por olvidar o, mejor dicho, quiere hacernos olvidar el pecado y los horrores de la vida terrenal abrumada por el pecado, intentando con ello alojar inclusive el pecado original dentro del marco de las categorías morales (lo que equivale a desembarazarse de él como si fuese una pesadilla abrumadora e inepta), la filosofía existencial, por el contrario, sostiene que el pecado original revela lo que nos es más necesario. En La Repetición, donde Kierkegaard nos había confesado su impotencia, la impotencia de todos los hombres que han trocado los frutos del árbol de la vida por los del árbol de la ciencia, la impotencia que se le había bruscamente revelado al comprobar que la mujer que amaba se había transformado en sombra sin razón aparente, en esa misma Repetición, y dirigiéndose siempre a Job, escribe con una alegría que sin duda hará estremecerse a más de uno de los lectores “ilustrados”: “Tengo necesidad de ti; tengo necesidad de un hombre cuyas quejas clamen realmente al cielo, donde Dios y Satanás forjan sus planes contra el hombre. ¡Quéjate! Dios no te teme… ¡Habla, levanta la voz, aúlla! Dios puede hablar todavía más fuerte: ¿no dispone acaso del trueno? El trueno es también una respuesta, una explicación -fidedigna, sólida, de primera mano. Una respuesta dada por el mismo Dios, respuesta que, aunque pulverice al hombre, es más bella que todas las habladurías de la sabiduría y de la cobardía humana sobre la justicia divina.”

Aun en el caso de Kierkegaard, raras veces le ocurrió expresar con tal fuerza lo que sucede en el alma humana cuando entra en contacto con el misterio de la Escritura: el trueno es la respuesta que le da Dios a la sabiduría humana, a nuestra lógica, a nuestra verdad. Esta respuesta no pulveriza al hombre; pulveriza esas “imposibilidades” que la sabiduría humana -que es también la cobardía humana- ha interpuesto entre ella y Dios. Todo lo que hay de espantoso en la Biblia no es espantoso, pues proviene de Dios. Por el contrario: lo espantoso de la Biblia atrae a Kierkegaard con fuerza irresistible.

Notas

1) Compárese con lo que Kierkegaard escribía en Temor y temblor acerca de la resignación infinita: “La resignación infinita es esa camisa de que se habla en un cuento popular: sus hilos han sido tejidos con lágrimas, la tela ha sido blanqueada con lágrimas, ha sido cosida con lágrimas, y, a pesar de todo, será una coraza más protectora que la de acero y de hierro.” De ahí resalta con particular claridad lo que Kierkegaard buscaba en los lugere et detestari rechazados por Spinoza, lo que habría tenido que encontrar en el intelligere. Por eso dice que la desesperación es el comienzo de la filosofía. Lo que, traducido al lenguaje del salmista, equivale a decir: De profundis ad te, Domine, clamavi -dimensión del pensamiento ignorada por la especulación.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+