sábado

J.D. SALINGER - FRANNY Y ZOOEY


(Traducción de Isabel de Juan)

  
SEGUNDA ENTREGA
  
FRANNY (2)
Aproximadamente una hora después estaban sentados en una mesa relativamente apartada en un restaurante del centro llamado Sickler’s, un sitio muy de moda, sobre todo entre el sector intelectual de los estudiantes de la universidad; los mismos estudiantes, más o menos, que, si hubieran pertenecido a Yale o a Harvard, habrían rehuido llevar a sus parejas a Mory’s o Cronin’s con aire demasiado informal. Sickler’s, podría decirse, era el único restaurante de la ciudad donde los filetes no eran “así de gordos”, separando el pulgar y el índice tres centímetros. La especialidad de Sickler’s eran los caracoles. Sickler’s era un lugar donde o bien tanto el estudiante como su pareja pedían ensalada o, generalmente, no la pedía ninguno de los dos, debido al condimento de ajo. Franny y Lane estaban tomando martinis. Cuando les habían servido las bebidas, diez o quince minutos antes, Lane había probado la suya y luego se había echado hacia atrás mirando brevemente a su alrededor con una sensación casi palpable de bienestar por encontrarse (estaba seguro de que nadie podría discutírselo) en el lugar adecuado con una chica de aspecto impecablemente adecuado; una chica que no sólo era extraordinariamente guapa sino que, mejor aun, no era demasiado definidamente del tipo de jersey de cachemir y falda de franela. Franny había notado esta momentánea debilidad, y la había tomado por lo que era, ni más ni menos. Pero por algún acuerdo antiguo y permanente con su psique, optó por sentirse culpable de haberla visto y comprendido, y se condenó a escuchar la conversación de Lane con una especial apariencia de interés.
  
Lane hablaba ahora como el que lleva un cuarto de hora más o menos monopolizando la conversación y cree haber encontrado una vía por la que no puede extraviarse.
  
-Quiero decir, para expresarlo crudamente -estaba diciendo-, que se podría afirmar que lo que falta es testicularidad. ¿Sabes a qué me refiero?
  
Estaba inclinado retóricamente hacia adelante, hacia Franny, su atento público, con los antebrazos sosteniendo a ambos lados su Martini.
  
-¿Qué le hace falta qué? -dijo Franny.
  
Había tenido que aclararse la garganta antes de hablar, de tanto rato que llevaba sin decir nada.

Lane titubeó.
  
-Masculinidad -dijo.
  
-Te había oído la primera vez.
  
-Bueno, ese era el tema, por así decirlo, lo que yo estaba intentando poner de manifiesto de un modo bastante sutil -dijo Lane, siguiendo muy de cerca el hilo de su propia conversación-. Quiero decir, Dios, pensé sinceramente que iba a caer como un globo de plomo, y cuando me lo devolvieron con ese condenado “10” como de dos metros, te juro que por poco me desmayo.
Franny volvió a aclararse la garganta.
  
-¿Por qué? -preguntó.
  
Lane parecía levemente interrumpido.
  
-¿Por qué, qué?
  
-¿Por qué pensabas que caería como un globo de plomo?
  
-Ya te lo he dicho. Acabo de explicártelo. Este tipo, Brughman, es un gran experto en Flaubert. O por lo menos eso creía yo.
  
-Ah -dijo Franny. Sonrió. Bebió un sorbo de su Martini-. Esto está estupendo -dijo, mirando su copa-. Me alegro de que la mezcla no sea veinte por uno. Me horroriza cuando son absolutamente todo ginebra.
  
Lane asintió.
  
-De todas maneras, creo que tengo ese maldito trabajo en mi cuarto. Si tenemos una oportunidad durante el fin de semana, te lo leeré.
  
-Estupendo. Me encantará oírlo.
  
Lane asintió de nuevo.
  
-No es que dijera nada sensacional ni nada de eso -cambió de postura en su silla-. Pero, no sé, creo que el énfasis que puse en el porqué de su neurótica atracción por el mot juste no estaba demasiado mal. Quiero decir, a la luz de lo que sabemos hoy día. No sólo del psicoanálisis y toda esa mierda, pero hasta cierto punto también de eso, desde luego. Ya me entiendes. Yo no soy partidario de Freud ni nada, pero hay ciertas cosas que no puedes limitarte a calificarlas de Freudianas con mayúscula y dejarlas a un lado. Quiero decir que hasta cierto punto estaba perfectamente justificado al señalar que ninguno de los tipos verdaderamente buenos, Tolstoi, Dostoyevski, el propio Skakespeare, eran tan condenados estrujadores de palabras. Escribían, simplemente. ¿Sabes a qué me refiero?
  
Lane miró a Franny con cierta expectación. Le pareció que ella le había escuchado con una atención superespecial.
 -¿Te vas a comer tu aceituna o no?
  
Lane lanzó una mirada fugaz a su copa de Martini, luego miró de nuevo a Franny.
  
-No -contestó fríamente-. ¿La quieres?
  
-Si tú no te la vas a tomar -dijo Franny.
  
Comprendió por la expresión de Lane que había hecho una pregunta inoportuna. Peor aun, de repente la aceituna no le apetecía en absoluto y se preguntó por qué la había pedido. Cuando Lane le ofreció su copa de Martini no pudo hacer otra cosa, sin embargo, que aceptar la aceituna y consumirla con aparente gusto. Luego cogió un cigarrillo del paquete de Lane, que estaba sobre la mesa, y él lo encendió y luego cogió otro para él mismo.
  
Después de la interrupción de la aceituna se produjo un breve silencio. Cuando Lane lo rompió, fue porque no servía para guardarse por mucho tiempo una declaración sensacional.
  
-Este tipo, Brughman, cree que yo debería publicar el dichoso trabajo en alguna parte -dijo repentinamente-. Pero no sé qué hacer.
  
Luego, como si se hubiera quedado exhausto de pronto -o, más bien, agotados por las demandas de un mundo ávido de los frutos de su intelecto-, empezó a frotarse un lado de la cara con la palma de la mano, quitándose, con inconsciente brusquedad, una legaña de un ojo.
  
-Quiero decir que esos ensayos críticos sobre Flaubert y todo esos los hay a diez céntimos la docena -reflexionó, con aire levemente malhumorado-. De hecho, creo que no se ha hecho ningún trabajo realmente incisivo sobre él en los últimos…
  
-Estás hablando como un suplente. Exactamente igual.
  
-¿Perdón? -dijo Lane con calculada tranquilidad.
  
-Que estás hablando exactamente como un suplente. Disculpa, pero es así. De verdad que sí.
  
-¿Sí? ¿Y puedo preguntar cómo habla un suplente?
  
Franny notó que él estaba irritado, y hasta qué punto, pero, por el momento, con una mezcla a partes iguales de desaprobación y malicia, deseaba expresar su opinión.
  
-Bueno, no sé qué es lo que son aquí, pero donde yo estudio, un suplente es una persona que se encarga de una clase cuando falta el catedrático, o está con una crisis nerviosa o ha ido al dentista o algo así. Generalmente es un estudiante posgraduado o algo así. El caso es que si se trata de un curso sobre Literatura Rusa, por ejemplo, entra, con su camisita de cuello azul abotonado y su corbata de rayas, y se pone a machacar a Turguenev durante media hora. Luego, cuando termina, cuando ya te ha destrozado a Turguenev, empieza a hablar acerca de Stendhal o alguien sobre el cual hizo su tesis de licenciatura. En mi facultad, el Departamento de Lengua Inglesa tiene como diez suplentes que van por ahí destrozándolo todo, y son tan brillantes que apenas pueden abrir la boca… y perdona la contradicción. Quiero decir que si te pones a discutir con ellos, lo único que hacen es adoptar una expresión terriblemente magnánima…
  
-¡Vaya humor que tienes hoy! ¿Qué demonios te pasa?
  
Franny sacudió la ceniza de su cigarrillo y luego atrajo el cenicero unos centímetros a su lado de la mesa.
  
-Lo siento. Estoy insoportable -dijo-. Me he sentido muy destructiva toda la semana. Es terrible. Estoy inaguantable.
  
-Tu carta no parecía tan condenadamente destructiva.
  
Franny asintió con gravedad. Estaba contemplando una pequeña mancha de luz de sol, como del tamaño de una ficha de póquer, sobre el mantel.
  
-Tuve que hacer un esfuerzo para escribirla -dijo.
  
Lane empezó a decir algo, pero de pronto el camarero se acercó para retirar las copas vacías.
  
-¿Quieres otro? -le preguntó Lane a Franny.
  
No obtuvo respuesta. Franny miraba la manchita de sol con una intensidad especial, como si estuviera pensando tumbarse en ella.
  
-Franny -dijo Lane pacientemente, en honor al camarero-. ¿Te apetece otro martini?
  
Ella levantó la vista.
  
-Perdón -miró las copas vacías que el camarero tenía en la mano-. No. Sí. No lo sé.
  
Lane se rio, mirando al camarero.
  
-¿Sí o no? -preguntó.
  
-Sí, por favor.
  
Parecía más atenta.

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