viernes

FRANNY Y ZOOEY - J.D. SALINGER


(Traducción de Isabel de Juan)

TERCERA ENTREGA

FRANNY (3)

El camarero se fue. Lane le siguió con la vista mientras salía del comedor; luego volvió a mirar a Franny. Ella, con los labios entreabiertros, estaba dando forma a la ceniza del cigarrillo en el borde del cenicero limpio que había traído el camarero. Lane la observó durante un momento con creciente irritación. Probablemente le molestaba y asustaba cualquier señal de distanciamiento en una chica con la cual salía en serio. En cualquier caso, ciertamente le preocupaba que ese bicho que había picado a Franny les reventase todo el fin de semana. De pronto se echó hacia adelante, poniendo los brazos sobre la mesa, como para dejar bien sentado este asunto, qué demonio, pero Franny habló antes que él.
-Estoy fatal hoy -dijo-. Estoy disparada.

Se sorprendió mirando a Lane como si fuera un extraño, o un cartel que anunciara una marca de linóleo, al otro lado de la vía del metro. Una vez más sintió la punzada de deslealtad y remordimiento, que parecía estar a la orden del día, y reaccionó alargando la mano para ponerla sobre la de Lane. La retiró casi enseguida y la utilizó para coger su cigarrillo del cenicero.

-Se me pasará dentro de un momento -añadió-. Te lo prometo.

Le sonrió -en cierto modo, sinceramente-, y si en ese modo él le hubiese devuelto la sonrisa, eso podía haber mitigado, por lo menos en alguna medida, determinados sucesos que vendrían a continuación, pero Lane estaba dedicado a fingir su propia forma de distanciamiento y decidió no devolverle la sonrisa.

-Si no fuese demasiado tarde y todo eso -dijo ella-, y si no hubiera decidido como una imbécil presentarme a matrícula, creo que dejaría Literatura Inglesa. No sé -sacudió la ceniza-. Estoy tan harta de pedantes y de engreídos demoledores que podría ponerme a chillar -miró a Lane-. Lo siento. Me callaré. Te doy mi palabra… es que si tuviera agallas no habría vuelto este año a la universidad. No sé. Quiero decir que todo es una farsa increíble.

-Genial. Eso es realmente genial.

Franny comprendió que se merecía el sarcasmo.

-Lo siento -dijo.
-Deja ya de decir lo siento, ¿quieres? Supongo que no se te ha ocurrido que estás haciendo una condenada generalización. Si toda la gente del Departamento de Inglés fuera tan terriblemente demoledora, sería totalmente diferente…

Franny le interrumpió, pero con voz casi inaudible. Estaba mirando por encima del hombro de franela marengo de Lane al otro lado del comedor.

-¿Qué? -preguntó él.
-He dicho que lo sé. Que tienes razón. Estoy de mal humor, eso es todo. No me hagas caso.
Pero Lane no podía abandonar una discusión hasta que se resolvía a su favor.
-Quiero decir, ¡demonios!, que hay gente incompetente en todas las profesiones. Eso ya se sabe. Dejemos por un momento a los malditos suplentes -miró a Franny-. ¿Me escuchas o no?
-Sí.
-Tienes a dos de los mejores profesores del país en tu maldito Departamento de Inglés. Marilius y Espósito. Diablos, ya quisiera yo tenerlos aquí. Por lo menos, son poetas, por Dios santo.
-No lo son -dijo Franny-. En parte eso es lo espantoso. Quiero decir que no son verdaderos poetas. No son más que personas que escriben poemas que se publican y aparecen en antologías por todas partes, pero no son poetas.

Se calló, incómoda, y apagó el pitillo. Desde hacía varios minutos había ido palideciendo. De repente, hasta su lápiz de labios parecía un tono o dos más claro, como si se lo hubiese quitado con un pañuelo de papel.

-No hablemos más de ello -dijo, casi con indiferencia, aplastando la colilla en el cenicero-. Estoy disparada. Ojalá hubiera una trampilla bajo mi asiento y desapareciera.

El camarero se acercó un momento y dejó un segundo Martini delante de cada uno. Lane rodeó con sus dedos -que eran finos y largos y casi nunca estaban fuera de la vista- el pie de la copa.

-No estás estropeando nada -dijo en voz baja-. Simplemente me interesa averiguar de qué rayos se trata. Quiero decir, ¿hay que ser un maldito bohemio, o estar muerto, por Dios santo, para ser un verdadero poeta? ¿Qué es lo que quieres, un imbécil con el pelo ondulado?
-No. ¿Por qué no lo dejamos correr? Por favor. Me siento absolutamente fatal, y me está entrando un terrible…
-Estaría encantado de dejar el tema…, me encantaría. Pero dime primero qué es un verdadero poeta, si no te importa. Te lo agradecería, de veras.

Había un ligero brillo de transpiración en la parte alta de la frente de Franny. Posiblemente era sólo que hacía demasiado calor en el comedor, o que tenía el estómago revuelto, o que los martinis estaban demasiado fuertes; en cualquier caso, Lane no pareció darse cuenta.
-No sé qué es un verdadero poeta. Me gustaría que lo dejaras, Lane. En serio. Me siento muy mal y muy rara, y no puedo…

-Vale, vale… De acuerdo. Cálmate -dijo Lane-. Sólo trataba de…
-Lo que yo sé es esto, nada más -dijo Franny-. Que si eres poeta, haces algo hermoso. Quiero decir que dejas algo hermoso cuando terminas la página o lo que sea. Esos de los que tú hablas no dejan ni una sola cosa hermosa. Lo único que hace, tal vez, los que son ligeramente mejores, es meterse en tu cabeza y dejar algo allí, pero el que lo hagan, el que sepan dejar algo, no significa que sea un poema, no, ¡por Dios! Puede ser simplemente una especie de excrementos terriblemente fascinantes y sintácticos, y perdona la expresión. Como pasa con Manlius y Espósito y todos esos pobres hombres.
Lane se tomó tiempo para encender un cigarrillo antes de decir nada.
-Creí que te caía bien Manlius. De hecho, si no recuerdo mal, hace aproximadamente un mes dijiste que era un encanto y que tú…
-Y me cae bien. Estoy harta de que la gente me caiga solamente bien. Quisiera conocer a alguien a quien pudiese respetar… ¿Me disculpas un momento?
Franny se puso de pie, con el bolso en la mano. Estaba muy pálida. Lane se levantó, empujando su silla, con la boca abierta.
-¿Qué te ocurre? -preguntó-. ¿Te encuentras bien? ¿Te pasa algo, o qué?
-Vuelvo dentro de un segundo.

Salió del comedor sin pedir indicaciones, como si supiera dónde ir por otros almuerzos anteriores en Sickler’s.

Lane, solo en la mesa, se quedó fumando y dando sorbitos moderados a su Martini para que durase hasta que volviera Franny. Estaba clarísimo que la sensación de bienestar que había sentido media hora antes por hallarse en el lugar adecuado, había desaparecido completamente. Miró el abrigo de mapache, que estaba un poco ladeado sobre el respaldo de la silla vacía de Franny -el mismo abrigo que le había emocionado en la estación, en virtud de su exclusiva familiaridad con él-, y ahora lo examinó casi con total desagrado. Las arrugas del forro de seda le irritaban por algún motivo. Apartó la vista del abrigo y la fijó en el pie de su copa, con aire de preocupación y como sintiéndose objeto de una vaga e injusta conspiración. Una cosa era segura. El fin de semana estaba teniendo un comienzo condenadamente extraño. En ese momento, sin embargo, levantó los ojos casualmente y vio a alguien que conocía del otro lado del comedor, un compañero de clase con su pareja. Lane se irguió un poco en su silla y cambió su expresión de recelo y descontento generalizado por la de un hombre cuya novia se ha ido simplemente al lavabo, dejándole, como suele ocurrir, sin nada que hacer entretanto excepto fumar y parecer aburrido, a ser posible atractivamente aburrido.

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