miércoles

SIDDHARTA - HERMAN HESSE


UNDÉCIMA ENTREGA

Al despertarse del sueño le invadió una profunda tristeza. Le parecía sin valor y sin sentido toda su vida pasada. No le había quedado nada viviente, nada que poseyera exquisitez, nada que mereciese la pena de guardar. Se encontraba solo y vacío, como un náufrago en una desierta orilla.

Tristemente, Siddharta se marchó a un parque que le pertenecía, cerró la puerta y se sentó bajo un árbol; se hallaba sentado allí y sentía que en su interior habitaba la muerte, existía lo marchito, el fin. Paulatinamente concentró sus pensamientos; recorrió con su mente todo el camino de su vida, desde los primeros días que aún podía recordar. ¿Cuándo había disfrutado de felicidad, de una auténtica alegría? Sí, varias veces. En sus años de adolescente la había probado cuando ganaba el elogio de los brahmanes, al adelantarse a todos los chicos de su misma edad para recitar los versos sagrados; o en las discusiones con los sabios, o como ayudante en los sacrificios. Entonces oía decir a su corazón:

«Hay un camino ante ti, y es tu vocación; los dioses te esperan.» Y también sintió ese gozo con más fuerza, cuando sus meditaciones, cada vez más elevadas, le habían destacado de la mayoría de los que como él buscaban la felicidad, cuando luchaba con ansia por sentir a Brahma, cuando a cada nuevo conocimiento se le despertaba una sed mayor en su interior. Entonces, en medio de aquella sed, en medio del dolor, había escuchado las mismas palabras:

«¡Adelante! ¡Adelante! ¡Es tu vocación!»

Esta voz la había oído al abandonar a sus padres para elegir la vida de samana y, otra vez, al ir de los samanas hacia aquel ser perfecto, y nuevamente al ir del majestuoso hasta lo inseguro.

Contento con los pequeños placeres, pero nunca satisfecho, había pasado mucho tiempo sin oír la voz, sin llegar a ninguna cumbre; durante largos años el camino había sido monótono y llano, sin elevado objetivo, sin sed, sin elevación. Sin saberlo siquiera el propio Siddharta se había esforzado por parecer un ser humano como todos los que le rodeaban, como esos ninos; pero la vida de ellos era mucho más mísera y pobre que la suya; sus fines no eran los de él, ni tampoco sus preocupaciones. Todo aquel mundo de Kamaswami, para Siddharta tan sólo había sido un juego, un baile, una comedia. Unicamente había apreciado y amado a Kamala. Pero, ¿aún la necesitaba, o Kamala le necesitaba a él? ¿No jugaban un juego sin fin? ¿Era necesario vivir para eso?

¡No, no lo era! Ese juego se llamaba sansara, un juego de niños, quizá grato de jugar una vez, dos, diez veces... ¿Pero una y otra vez para siempre?

Siddharta se daba cuenta de que el juego ya había terminado, y que ya no podía jugar. Estremeciose y sintió en su interior que algo había muerto. Todo aquel día lo pasó sentado bajo el árbol, pensando en su padre, en Govinda, en Gotama.

¿Había tenido que abandonar a aquéllos para convertirse en un Kamaswami? Aun estaba allí cuando se hizo de noche. Al levantar la mirada y observar las estrellas, pensó:

«Aquí estoy sentado bajo el árbol, bajo el mango, en mi parque.»

Sonriose un poco.

«¿Pero es necesario? ¿No es un juego necio el poseer un mango un jardín?»

También murieron estas palabras en su interior. Se levantó y despidiose del mango y del parque.

Como se había pasado el día sin comer, sentía un hambre feroz; pensó en su casa de la ciudad, en su habitación, en su cama, en su mesa llena de viandas. Cansado sonrió, se agitó un poco y despidiose de todo ello.

No hacía una hora que Siddharta abandonara el jardín, cuando también abandonó la ciudad, y nunca más volvió a ella. Durante mucho tiempo Kamaswami ordenó buscarle, pues creía que había caído en manos de los bandoleros.

Kamala no le buscó. Cuando supo que Siddharta había desaparecido, ni siquiera se sorprendió.

¿No esperó eso siempre? ¿No se trataba de un samana, de un hombre sin patria, de un peregrino?

Se dio cuenta perfectamente de ello en el último encuentro; y en medio del dolor por aquella pérdida, se alegraba de que todavía la última vez la hubiera estrechado con ardor contra su pecho, y de haber sentido una vez más cómo Siddharta la poseía y cómo Kamala se fundía con él.

Cuando recibió la noticia de la desaparición de Siddharta, se acercó a la ventana en que tenía la jaula de oro con el exótico pájaro cantor. Abrió la portezuela, sacó el pájaro y lo dejó volar libremente. Durante mucho tiempo siguió con la mirada el vuelo del ave.

A partir de ese día, Kamala ya no recibió más visitas, y cerró la casa. Después de un tiempo se dio cuenta de que había quedado encinta después del último encuentro con Siddharta.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+