SÉPTIMA ENTREGA
El aullido: la resurrección de la Mujer Salvaje
La loba (3)
Esta es nuestra práctica de meditación como mujeres, conjurar los aspectos muertos y descuartizados de la vida. El arquetipo que recrea a partir de algo que ha muerto tiene siempre una doble faceta. La Madre de la Creación es siempre también la Madre de la Muerte y viceversa. Debido a esta naturaleza dual o doble tarea, el importante trabajo que tenemos por delante es el de aprender a distinguir, entre todo lo que nos rodea y lo que llevamos dentro, qué tiene que vivir y qué tiene que morir. Nuestra misión es captar el momento más oportuno para ambas cosas; para dejar que muera lo que tiene que morir y que viva lo que tiene que vivir.
Para las mujeres, el "Río bajo el Río", el río bajo el río del mundo, el hogar de la Huesera contiene conocimientos directos acerca de los plantones, los rizomas, el maíz de siembra del mundo. En México dicen que las mujeres llevan la luz de la vida. Y esta luz está localizada no en el corazón de las mujeres ni detrás de sus ojos sino en los ovarios, donde están depositadas todas las semillas antes incluso de nacer. (En el caso de los hombres que exploran las ideas más profundas de la fertilidad y la naturaleza de la semilla, la imagen equivalente es la bolsa peluda, los cojones.)
Esta es la sabiduría que se puede adquirir estando cerca de la Mujer Salvaje. Cuando La Loba canta, lo hace desde los ovarios con una sabiduría que procede de lo más hondo de su cuerpo, de su mente y de su alma. Los símbolos de la semilla y el hueso son muy similares. Cuando se tiene el rizoma, la base, la parte original, cuando se tiene el maíz de siembra, cualquier estrago se puede arreglar, las tierras devastadas se pueden volver a sembrar, los campos se pueden dejar en barbecho, la semilla dura se puede remojar para ablandarla, ayudarla a abrirse y a germinar.
Poseer la semilla significa tener la clave de la vida. Estar con los ciclos de la semilla significa bailar con la vida, bailar con la muerte y volver a bailar con la vida. Es la encarnación de la Madre de la Vida y la Muerte en su forma más antigua y original. Y, dado que siempre gira en estos constantes ciclos, yo la llamo la Madre de la Vida / Muerte / Vida.
Si se pierde algo, a ella es a quien hay que recurrir, con quien hay que hablar y a quien hay que escuchar. Su consejo psíquico es a veces duro o difícil de poner en práctica, pero siempre transforma y restaura. Por consiguiente, cuando perdemos algo, tenemos que recurrir a la vieja que siempre vive en la lejana pelvis. Allí vive ella, medio dentro y medio fuera del fuego creador. Es el mejor lugar en el que pueden vivir las mujeres, justo al lado de los óvulos fértiles, de sus semillas femeninas.
Hay que ver en la figura de la vieja la quintaesencia de la mujer de dos millones de años de edad (7). Es la Mujer Salvaje original que, aun viviendo bajo tierra, vive arriba. Vive en nosotras y a través de nosotras y nosotras estamos rodeadas por ella. Los desiertos, los bosques y la tierra sobre la que se asientan nuestras casas tienen más de dos millones de años.
Siempre me ha llamado la atención lo mucho que les gusta a las mujeres cavar la tierra. Plantan bulbos para la primavera. Remueven con sus ennegrecidos dedos la lodosa tierra para trasplantar olorosas tomateras. Creo que cavan en busca de la mujer de dos millones de años de edad. Buscan los dedos de sus pies y sus patas. La quieren para hacerse un regalo a sí mismas, pues con ella se sienten enteras y en paz.
Sin ella se sienten inquietas. Muchas mujeres con quienes he trabajado a lo largo de los años han empezado su primera sesión con algún comentario del tipo: "Bueno, no es que me encuentre mal, pero tampoco me encuentro bien."
Creo que esta situación no es nada misteriosa. Sabemos que se debe a una escasez de lodo. ¿El remedio? La Loba. Hay que buscar a la mujer de dos millones de años. Es la sepulturera de las cosas muertas y moribundas de las mujeres. Es el camino entre los vivos y los muertos. Canta los himnos de la creación sobre los huesos.
La vieja, la Mujer Salvaje, es La voz mitológica que conoce el pasado y nuestra antigua historia y nos la conserva en los cuentos. A veces la soñamos como una hermosa voz incorpórea.
Como la doncella-hechicera, nos muestra lo que significa no estar marchita sino arrugada. Los niños nacen instintivamente arrugados. Saben en lo más hondo de sus huesos lo que está bien y lo que hay que hacer al respecto. Se trata de algo innato. Si una mujer logra conservar el regalo de ser vieja cuando es joven y de ser joven cuando es vieja, siempre sabrá lo que tiene que esperar. Pero, si lo ha perdido, lo puede recuperar mediante un decidido esfuerzo psíquico.
La Loba, la vieja del desierto, es una buscadora de huesos. En la simbología arquetípica, los huesos representan la fuerza indestructible. No se prestan a la destrucción. Por su estructura, cuesta quemarlos y resulta casi imposible pulverizarlos.
En el mito y en el cuento representan el espíritu del alma indestructible. Sabemos que el espíritu del alma se puede lastimar e incluso mutilar, pero es casi imposible matarlo.
El alma se puede abollar y doblar. Se la puede herir y dañar. Se pueden dejar en ella las señales de una enfermedad y las señales de las quemaduras del temor. Pero no muere porque está protegida por La Loba en el mundo subterráneo.
Es a un tiempo la descubridora y la incubadora de los huesos. Los huesos pesan lo bastante como para que se pueda hacer daño con ellos, son lo bastante afilados como para cortar la carne y, cuando son viejos y se los pellizca, tintinean como el cristal. Los huesos de los vivos están vivos, son capaces de crear por sí mismos y se renuevan constantemente. Un hueso vivo tiene una "piel" curiosamente suave y, al parecer, tiene cierta capacidad de regenerarse.
E, incluso cuando es un hueso seco, se convierte en el hogar de minúsculas criaturas. Los huesos de lobo de esta historia representan el aspecto indestructible del Yo salvaje, la naturaleza instintiva, la criatura entregada a la libertad y lo intacto, es decir, aquello que jamás podrá aceptar los rigores y las exigencias de una cultura muerta o excesivamente civilizadora.
Las metáforas de esta historia tipifican todo el proceso de conducción de una mujer hasta la totalidad de sus sentidos salvajes instintivos. En nuestro interior vive la vieja que recoge huesos. En nuestro interior están los huesos del alma de este Yo salvaje. Y en nuestro interior tenemos la capacidad de volver a configurarnos como las criaturas salvajes que antaño fuimos y tenemos los huesos que nos pueden cambiar y pueden cambiar nuestro mundo, y tenemos el aliento, nuestras verdades y nuestros anhelos; untos constituyen el canto, el himno de la creación que siempre hemos ansiado entonar.
Lo cual no significa que tengamos que andar por ahí con el cabello desgreñado sobre los ojos o con unas uñas de las manos que parezcan unas garras orladas de negro. Sí, tenemos que seguir siendo humanas, pero, en el interior de la mujer humana, vive también el Yo instintivo animal. No se trata de un romántico personaje de tira cómica. Tiene unos dientes de verdad, gruñe de verdad, posee una enorme magnanimidad, un oído extraordinario, unas garras muy afiladas y unos generosos y peludos pechos.
Este Yo tiene que gozar de libertad para moverse, hablar, enfadarse y crear. Es duradero y resistente y posee una gran intuición. Es un Yo experto en las cuestiones espirituales de la muerte y del nacimiento.
Hoy la vieja que llevamos dentro recoge los huesos. ¿Y qué es lo que rehace? Ella es el Yo del alma, la constructora del hogar del alma. Ella lo hace a mano, rehace el alma a mano. ¿Y qué hace por nosotras?
Incluso en el mejor de los mundos el alma necesita una remodelación. Tal como ocurre con las casas de adobe del sudoeste de Estados Unidos, siempre hay algo que se desprende, que se desconcha o se despinta. Siempre hay una vieja regordeta con pantuflas que se pasa el rato aplicando lechada a las paredes de adobe. Mezcla la paja con el agua y la tierra, aplica la mezcla a las paredes y las deja como nuevas. Sin ella, la casa se deformaría. Sin ella, se desplomaría y se convertiría en un amasijo después de una fuerte lluvia.
Es la guardiana del alma. Sin ella, nos deformamos. Sin una línea de abastecimiento que nos conecte con ella, dicen que los seres humanos son unos desalmados o unas almas malditas. Ella da forma a la casa del alma y con su trabajo manual la hace más casa. Es la del viejo delantal. Es aquella cuyo vestido es más largo por delante que por detrás. Es la que anda siempre haciendo arreglos.
Es la hacedora del alma, la criadora del lobo, la guardiana de lo salvaje. Por consiguiente, lo digo con afecto y con lenguaje sencillo, tanto si eres un lobo negro como si eres un lobo gris del Norte, un lobo rojo del Sur o un blanco oso polar, ten por cierto que eres la quinta esencia de la criatura instintiva. Aunque algunos preferirían que te comportaras mejor y no te subieras alegremente a los muebles ni te echaras encima de la gente a modo de bienvenida, hazlo de todos modos. Algunos se apartarán de ti con temor o repugnancia, pero a tu amante le encantará este nuevo aspecto de tu personalidad, siempre y cuando sea el amante adecuado para ti.
A algunas personas no les gustará que olfatees las cosas para ver lo que son. Y tampoco les gustará que te tiendas de espaldas en el suelo Y levantes las piernas en el aire, qué horror. Niña mala. Lobo malo. Perro malo. ¿Tienen razón? No. Tú sigue adelante y diviértete.
La gente se dedica a la meditación para descubrir su orientación psíquica. Por eso hace psicoterapia y psicoanálisis. Por eso analiza sus sueños y crea arte. Por eso algunas personas estudian las cartas del tarot, se hacen el I Ching, bailan, tocan el tambor, se dedican al teatro, tratan de desentrañar el significado de la poesía y rezan oraciones. Por eso hacemos las cosas que hacemos. Lo hacemos para recoger los huesos. Después tenemos que sentarnos junto al fuego y decidir qué canción utilizaremos para cantar sobre los huesos, qué himno de la creación, qué himno de la recreación elegiremos. Y las verdades que digamos constituirán la canción.
He aquí algunas buenas preguntas que podemos hacernos hasta que decidamos cuál va a ser la canción, nuestra verdadera canción. ¿Qué ha ocurrido con la voz de mi alma? ¿Cuáles son los huesos enterrados de mi vida? ¿Cuál es mi relación con el Yo instintivo? ¿Cuándo fue la última vez que corrí libremente?
¿Cómo conseguiré que la vida vuelva a cobrar vida? ¿Adónde se fue La Loba?
La vieja canta sobre los huesos y, mientras canta, los huesos se recubren de carne. Nosotras también nos "hacemos" mientras derramamos alma sobre los huesos que hemos encontrado. Mientras derramamos nuestros anhelos y nuestros sufrimientos sobre los huesos de lo que éramos en nuestra juventud, de lo que sabíamos hace muchos siglos y sobre la aceleración que percibimos en el futuro, nos ponemos a gatas, bien asentadas. Mientras derramamos alma, nos sentimos renacer. Ya no somos una solución aguada, una cosa frágil que se disuelve.
No, estamos en fase de transformación. Como los huesos secos, muchas veces empezamos en el desierto. Nos sentimos privadas de nuestros privilegios, alienadas, sin relación tan siquiera con un grupo de cactus. Para los antiguos, el desierto era el lugar de la revelación divina. Pero, para las mujeres, se trata de algo mucho más que eso.
Un desierto es un lugar en el que la vida está muy condensada. Las raíces de las cosas vivas se aferran a la última gota de agua y la flor conserva la humedad, apareciendo tan sólo a primera hora de la mañana y a última hora de la tarde. La vida en el desierto es pequeña pero brillante y buena parte de lo que ocurre tiene lugar bajo tierra. Como en las vidas de muchas mujeres.
El desierto no es tan exuberante como un bosque o una selva. En él las formas de vida son muy intensas y misteriosas. Muchas de nosotras hemos vivido vidas desérticas; pequeñas en la superficie y enormes bajo tierra. La Loba nos muestra lo valiosas que son las cosas que pueden surgir de esta clase de distribución psíquica.
Es posible que la psique de una mujer se haya abierto camino hacia el desierto por resonancia o como consecuencia de pasadas crueldades o porque no le permitieron vivir una vida más amplia en la superficie. Muy a menudo una mujer tiene la sensación de vivir en un lugar vacío en el que a veces sólo hay un cactus con una flor de brillante color rojo y nada más en mil kilómetros a la redonda.
Pero, para la mujer que está dispuesta a recorrer mil y un kilómetros, hay algo más. Una valerosa casita muy antigua que lleva mucho tiempo esperándola.
Algunas mujeres no quieren estar en el desierto psíquico. Aborrecen su fragilidad y su frugalidad. Una y otra vez intentan poner en marcha su oxidado cacharro y bajar dando tumbos por el camino hacia la resplandeciente ciudad soñada de la psique. Pero sufren una decepción, pues lo exuberante y lo salvaje no está allí. Está en el mundo espiritual, en aquel mundo entre los mundos, en aquel Río Bajo el Río.
No te engañes. Vuelve atrás, regresa junto a la roja flor del cactus y ponte en camino para recorrer resueltamente el último y duro kilómetro. Acércate y llama a la vieja puerta desgastada por la intemperie. Sube a la cueva. Trepa a la ventana de un sueño. Recorre cuidadosamente el desierto a ver qué encuentras. Es lo único que tenemos que hacer.
¿Quieres un consejo psicoanalítico?
Ve a recoger los huesos.
Notas
7. Algunos llaman a este antiguo ser "la mujer fuera del tiempo".
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