CUARTA ENTREGA
Nada perteneciente a la esfera de lo profano participa en el Ser, ya que lo profano no ha recibido un fundamento ontológico del mito, carece de modelo ejemplar.
El mito describe las diversas y a veces dramáticas irrupciones de lo sagrado en el mundo.
La función magistral del mito es la de fijar los modelos ejemplares de todos los ritos y de todas las actividades humanas significativas.
Esta fiel repetición de los modelos tiene un doble sentido:
1º) Al imitar a los dioses, el hombre se mantiene en lo sagrado y, por consiguiente en la realidad.
2º) Gracias a la reactualización ininterrumpida de los gestos divinos ejemplares, el mundo se santifica.
El comportamiento religioso de los hombres contribuye a mantener la santidad del mundo.
El hombre religioso no se da: se hace a sí mismo, aproximándose a los modelos divinos.
Desde el principio, el hombre religioso sitúa su propio modelo a alcanzar en el plano transhumano, en el plano que le ha sido revelado por los mitos.
No se llega a ser verdadero hombre, salvo conformándose a la enseñanza de los mitos, salvo imitando a los dioses.
Para el hombre religioso, la Naturaleza nunca es exclusivamente natural: está siempre cargada de un valor religioso. Y esto tiene su explicación, puesto que el Cosmos es una creación divina: salido de las manos de Dios, el Mundo queda impregnado de su sacralizad.
El Mundo se presenta de tal manera que, al contemplarlo, el hombre religioso descubre los múltiples modos de lo sagrado y, por consiguiente, del Ser.
Ante todo, el Mundo existe, está ahí, tiene una estructura: no es un Caos sino un Cosmos; por tanto, se impone como una creación, como una obra de los dioses.
Esta obra divina conserva siempre cierta transparencia; desvela espontáneamente los múltiples aspectos de lo sagrado.
En su conjunto, el Cosmos es a la vez un organismo real, vivo y sagrado: descubre a la vez las modalidades del ser y de la Sacralizad. Ontofanía e Hierofanía se reúnen.
Para el hombre religioso, lo sobrenatural está individualmente ligado a lo natural, que la naturaleza expresa siempre algo que la trasciende.
El Cielo revela, por su propio modo de ser, la trascendencia, la fuerza, la eternidad. Existe de una forma absoluta, porque es elevado, infinito, eterno y poderoso.
Al descubrir la sacralizad de la Vida, el hombre se ha dejado arrastrar progresivamente por su propio descubrimiento: se ha abandonado a las hierofantas vitales y se ha alejado de la sacralizad que trascendía sus necesidades inmediatas y cotidianas.
Expulsado de la vida religiosa propiamente dicha, lo sagrado celeste permanece activo a través del simbolismo.
Un símbolo religioso transmite su mensaje aun cuando no se le capte conscientemente en su totalidad, pues el símbolo se dirige al ser humano integral, y no exclusivamente a su inteligencia.
Para el hombre religioso, la muerte no pone un término definitivo a la vida: la muerte no es sino otra modalidad de la existencia humana.
Para el hombre religioso la naturaleza no es nunca exclusivamente natural.
La experiencia de una Naturaleza radicalmente desacralizada es un descubrimiento reciente. La secularización definitiva de la naturaleza no es un resultado querido más que para un número limitado de modernos: los que están desprovistos de todo sentimiento religioso.
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