miércoles

16 ENTREVISTAS CON JOSÉ LEZAMA LIMA - FÉLIX GUERRA


PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO

TERCERA ENTREGA

1 / PAN DIAMANTINO PARA MUCHOS OTROS AMANECERES (1)

Su retrato de Martí (1)

Martí es un vecino arropado en los senderos, un solitario que mira de frente y se abanica con palmas. Una levita olorosa a camino, a monte, a ciervo que busca amparo, a banderón de la entrada. Su mentón huidizo carece de importancia, porque vive bajo un follaje bigotudo. Es una persona intensa, olvidada de los espejos. Crece duplicándose desde la barbilla a la frente, donde redoblan faldas y palmares. El mar es un apócope de su persona y él es un aféresis bien pensado del mártir. La suma amplitud de su patriotismo se ensancha con la magnitud del hueso frontal y algunas occipitaciones de fondo. Ojo de mirar profundo, aunque no oscuro, penetrante, aunque sin filo, perfila una sinuosa búsqueda sin sombrero bajo la tierra. Se entrega, con cariño manifiesto, manosea, acaricia de cerca, exhibe dedos irrefragables, se acoda, escucha, percibe, riposta. Y entre ambos, platicador y platicado, abulta una enredadera de tilos y cundiamores, saúcos y buganvilias, hasta que amanece y las crepitaciones se rinden incondicionalmente al verbo. ¡Qué mansa inmensidad, qué furiosa dulzura! Adereza palabras inefables para alabar virtudes y anatemas espantosos para azotar pecados. Aunque nunca se detuvo en ninguna mejilla con el látigo en la mano. La sátira o la ironía, raramente mordaz, se tendían como puente imperceptible o como rosa de enero. En el rostro le jugaba una sonrisa, leve, no de alegría ni por chistes o bromas (aunque sí parece que se podía constatar su eventual sentido del humor), sino por una dulcedumbre tristeza de amor que se alelaba en el aire, entraba a los pulmones, planeaba como hoja de otoño, se dejaba atrapar, silbaba otro poco y luego iba a buscar nido al anochecer. Nunca nadie fue igual, tanto en días de vendimia como de vivaqueo. Fue un peregrino en movimiento, abandonado a ratos y a ratos oculto de su propio parapeto cervical. Su ternura se alimentaba de un encantado manto freático, en territorios ubicados al sur y al norte. Al viajar, alternando miradas de águila y paloma, le crecieron nuevas ramas y raíces, como al ser destinado por los aleros para meditar en las más agudas y suaves aristas materiales. Era un coloso colosal. Aunque al estilo griego, no por la estatura sino por la figura. Su esqueleto fibroso dimensionaba dentro del traje y desbordaba la elocuencia de las diversas locaciones. Rimaba estrella con locura, mientras advertía el remanso de las expansiones y la demencia de las lejanías. No fue ciertamente hombre para vivir atribulándose hasta los 70, ni para fallecer durmiendo en un catre o hamaca, sino, paradójicamente, para atacar con un arma que no dispara y cabalgar hacia un enemigo que ama más que aborrece, que desea más redimir que derribar.

¿Cómo pudo Martí caer sobre las palabras sin despertarles sus sombras?

Imagen, estimado, por esa imagen, qué sigilosa urdimbre de persona. Procedía de su noble aturdimiento para cabalgar en sordina sobre el lenguaje, como quien intercede por el viento sin necesidad de percibir lamentos. La hojarasca no crepitaba bajo su apasionado pie. Acercarse como una sombra a otra sombra, es de utilidad sustantiva y sustancial al poeta.

Quien maltrata el verbo y arrastra el adjetivo a su lugar de oración, es un ente ríspido y volátil o un simple chapucero de callejón. Rózame sin rozarme, saluda sin guiñar un ojo.

Ni afasias ni afonías: un callado estruendo. Retumbaba en el interín, pero las diademas de sus brillos le llegaban secretamente y sin chistar. No se atragantaba con palabras verticales, antes las hacía bracear por los molinos y desechaba sólo las inoportunas y atroces. Mano de maestro es eso precisamente, un ala inaudible, porque además de su magisterio cubano, el lenguaje le debe una cátedra y una multitud de misterios. Con palabras amodorradas y profundas, Martí articuló un idioma renovado que nos va perteneciendo en sus transformaciones. Ejércitos de palabras adiestró con este, su oculto método, no como la intención lívida de crear umbráculos: su propósito confeso y cotidiano fue la claridad y vivir y morir de cara al sol.

¿Alguna influencia martiana en su poética, Lezama?

Cuando el Maestro anuncia la lluvia de la noche, el baño en el Contramaestre, la caricia del agua que corre, la seda del agua, y redacta ansioso durante el crepúsculo estrellado del 15, mayo en el almanaque, a cuatro jornadas del 19, está anticipando varios devenires. Es el azar precursor que concurre. El poeta aprieta la noche a la humedad que circunvala, inunda el agua con una suerte de seda de manantiales y cariños. Y luego, como ignorando que acaba de tocar cielo y tierra con la punta del arpa, agrega: “…para la mujer de Rosalío, cebollas y ajos, y papas y aceitunas para Valentín”, intuyendo y convencido que entre ambos mundos de cubanía universal no se oponía ningún castillo medieval, de cristal o naipes. Ve en la gran vitrina azogada cómo del pote de la harina se elevan arcoiris previos al aguacero y cómo el rocío yacente se anticipa a las emanaciones del potaje de garbanzos. En el espejo se mira el espejo, que contiene una multitud de espejos reflejantes. Yo, por supuesto, y mi asma, mis inspiraciones atribuladas, los flujos y reflujos de tú y yo, así como los partes meteorológicos y los regreso del totí al Prado, estaban contenidos en los hilos balanceados de esos suspensos. No porque se calce una naturaleza preconcebida o restrospectiva, sino porque el tiempo va abriendo páginas concurrentes, sino porque esas hojas y todo el árbol de los Diarios, son iluminaciones y potencias del misterio. Y toda luz, más tarde o más temprano, se dirige a sus destinos. Yo bebí y bebo de aquellas lluvias, bajo idénticas noches. Y tal sigiloso azar constituye uno de los placeres de existir. ¿Por quién me dejo acariciar si no me dejo acariciar por mis aguas que corren?

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