TERCERA ENTREGA
Por otra parte, como el espacio, el Tiempo no es, para el hombre religioso, homogéneo ni continuo. Existen los intervalos de tiempo sagrado (fiestas); existe, por otro lado, el Tiempo profano, la duración temporal ordinaria en que se inscriben los actos despejados de significación religiosa.
Entre estas dos clases de tiempo hay, bien entendido, una solución de continuidad; pero por medio de ritos, el hombre religioso puede pasar sin peligro de la duración temporal ordinaria al Tiempo sagrado.
El tiempo sagrado es por su propia naturaleza reversible, en el sentido de que es, propiamente hablando, un Tiempo mítico primordial hecho presente.
El tiempo sagrado es indefinidamente recuperable, indefinidamente repetible. Es un tiempo ontológico por excelencia.
El hombre religioso vive así en dos clases de Tiempo, de las cuales la más importante, el Tiempo sagrado, se presenta bajo el aspecto paradójico de un Tiempo circular, reversible y recuperable como una especie de eterno presente mítico que se reintegra periódicamente mediante el artificio de los ritos.
Este comportamiento con respecto al Tiempo basta para distinguir al hombre religioso del no-religioso: el primero se niega a vivir tan sólo en lo que en términos modernos se llama el presente histórico; se esfuerza por incorporarse a un Tiempo sagrado que, en ciertos aspectos, puede equipararse con la Eternidad.
El hombre no-religioso también conoce una cierta discontinuidad y heterogeneidad del Tiempo.
También vive de acuerdo con ritmos temporales diversos y conoce tiempos de intensidad variable.
Cualquiera que sea la multiplicidad de los ritmos temporales que experimente y sus diferentes intensidades, el hombre no-religioso sabe que se trata siempre de una experiencia humana en la que no puede insertarse ninguna presencia divina.
La solidaridad cósmico-temporal es de naturaleza religiosa: el Cosmos es homologable al Tiempo cósmico, porque tanto uno como otro son realidades sagradas, creaciones divinas.
Templum designa el aspecto espacial; tempus, el aspecto temporal del movimiento del horizonte en el espacio y en el tiempo. Puesto que el Tiempo sagrado y fuerte es el Tiempo del origen, el instante prodigioso en que una realidad ha sido creada, o sea ha manifestado plenamente por vez primera, el hombre se esforzará por incorporarse periódicamente a ese Tiempo original.
Esta reactualización ritual del illud tempus de la primera epifanía de una realidad está en la base de todos los calendarios sagrados: la festividad no es la conmemoración de un acontecimiento mítico y, por tanto, religioso, sino su reactualización.
El Tiempo del origen por excelencia es el Tiempo de la cosmogonía, el instante en que apareció la realidad más vasta, el Mundo. Por esta razón, la cosmogonía sirve de modelo ejemplar a toda creación, a toda clase de hacer.
Por la misma razón, el Tiempo cosmogónico sirve de modelo a todos los Tiempos sagrados, pues si el tiempo sagrado es aquel en que todos los dioses se han manifestado y han creado, es evidente que la manifestación divina más completa y la más gigantesca creación es la Creación del mundo.
El hombre religioso se hace contemporáneo de los dioses en la medida en que reactualiza el Tiempo primordial en el que se cumplieron las obras divinas.
Se puede decir del Tiempo sagrado que es siempre el mismo, que es una serie de eternidades.
El hombre religioso desemboca periódicamente en el Tiempo mítico y sagrado, reencuentra el Tiempo del origen, el que no transcurre, porque no participa en la duración profana por estar constituido por un eterno presente indefinidamente recuperable.
Si el hombre religioso siente la necesidad de reproducir indefinidamente los mismos gestos ejemplares, es porque aspira a vivir y se esfuerza por vivir en estrecho contacto con sus dioses.
Por todos sus comportamientos, el hombre religioso proclama que no cree más que en el Ser, que su participación en el Ser se la garantiza la revelación primordial de la que es custodio. La suma de las revelaciones primordiales está constituida por sus mitos.
El mito es, pues, la historia de lo acontecido in illo tempore, el relato de lo que los dioses o los seres divinos hicieron al principio del Tiempo.
El mito consiste siempre en el relato de una creación: se cuenta cómo se efectuó algo, cómo comenzó a ser. He aquí la razón que hace al mito solidario de la ontología; no habla sino de realidades, de lo que sucedió realmente. Se trata de realidades sagradas, pues lo sagrado es lo real por excelencia.
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