miércoles

JOHN DONNE (1572 – 1631)


DEVOCIONES

(versión y prólogo de Alberto Girri)
DECIMOCUARTA ENTREGA

XV

Intereà insomnes noctes Ego duco, Diesque
No duerme ni de día ni de noche

Los hombres corrientes han concebido un doble uso del sueño; que es un alivio del cuerpo en esta vida; que es una preparación del alma para la próxima; que es una fiesta, y la gracia de esa fiesta; que es nuestro esparcimiento, y nos regocija, y es nuestro catecismo y nos instruye; y yacemos en la esperanza de que nos levantaremos más fuertes; y yacemos en la inteligencia de que no hemos de alzarnos más. El sueño es un opio que nos da descanso, pero un opio que, acaso, sometido a él, no nos despertaremos más. Pero aunque los hombres corrientes, que han inducido consideraciones secundarias y metafóricas, han hallado este segundo, este emblemático uso del sueño, de que es una representación de la muerte; Dios, quien forjó y perfeccionó su obra, antes de que la naturaleza comenzara (porque la naturaleza no fue sino su aprendiz, que aprendió en los primeros siete días, y ahora es su capataz, y trabaja bajo sus órdenes), Dios, decía, destinó el sueño solamente para alivio del hombre mediante su descanso corporal, y no como imagen de la muerte, porque todavía no había pensado en la muerte. Pero habiendo el hombre provocado la muerte sobre sí mismo, Dios ha tomado esa criatura del hombre, la muerte, en sus manos y la ha mejorado; y por cuanto tuvo temible forma y aspecto, y el hombre se horrorizó de su propia criatura, Dios se la presentó en una familiar, en una asidua, en una agradable y aceptable forma, como sueño, de modo que cuando el hombre despierta, y se dice a sí mismo: “No estaré de otra manera, cuando haya muerto, que como estuve ahora, mientras dormía”, puede avergonzarse de sus sueños al despertar, y de su melancólica fantasía de una horrible y espantosa figura de esa muerte que tanto se asemeja al sueño. Así como necesitamos del sueño para vivir nuestros setenta años, también necesitamos de la muerte para vivir esa vida que no podemos sobrevivir. Y así como, siendo la muerte nuestro enemigo, Dios nos permite defendernos en contra de ella (ya que nos avituallamos en contra de la muerte dos veces por día, cuando comemos), también Dios, habiendo dulcificado, como lo ha hecho, nuestra muerte en sueño, nos pone en manos de nuestro enemigo una vez por día; en la medida en que el sueño es muerte; y el sueño es tan muerte como el alimento es vida. Tal es, pues, la miseria de mi enfermedad, que la muerte, conforme es creada por mí mismo, y es mi propia criatura, está ahora ante mis ojos, pero en la forma en que Dios la ha mitigado para nosotros, y la ha hecho aceptable, en sueño, no puedo verla; ¡cuántos prisioneros, que han cavado ellos mismos sus tumbas en esta tierra, sobre la que han yacido tanto tiempo bajo fuertes grillos, sin embargo en esta hora están dormidos, aunque todavía trabajen sobre sus propias tumbas con su propio peso! El que ha visto a su amigo morir hoy, o sabe que lo verá morir mañana, se hunde sin embargo en un sueño intermedio. Yo no puedo; y, oh, si ahora estoy entrando en la eternidad, donde ya no habrá diferencia de horas, ¿por qué me ocupo ahora de la marcha de los relojes?; ¿por qué ninguna de las opresiones de mi corazón le son ahorradas a mis párpados, para que puedan caer como caerá mi corazón? ¿Y por qué, puesto que he perdido mi placer en todas las cosas, no puedo interrumpir la facultad de verlas, cerrando mis ojos en el sueño? Pero, ¿por qué, ya que estoy entrando en esa presencia, donde estaré continuamente despierto y nunca más dormiré, no interpreto mi estar continuamente despierto aquí, como una parascelve, y una preparación para aquello?

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