LAS AVENTURAS FOLLETINESCAS DE LOS SABORES
(Versión larga leída en el coloquio "SABORES Y SABERES DE LA LITERATURA LATINOAMERICANA", organizado por el C.R.L.A (Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de POITIERS), 17-19 octubre de 2012.)
Más allá del sabor: saber y coraje de la imaginación
Acercamientos a En abril, infancias mil (cuentos), El cuaderno granate (novela) y La mano en el canal (novela), de Maryse Renaud.
Il faut apprendre à apprivoiser les livres. Ils seront nos compagnons d’infortune.
Frères volcans
Vincent Placoly
SEGUNDA ENTREGA
Ahora bien, no se trata en las ficciones latinoamericanas de las décadas 80-90, ni en las que actualmente conceden a las sensaciones gustativas un papel destacado, de una rencorosa y frívola vindicación de tradicionales virtudes femeninas largo tiempo infravalorizadas por el mundo masculino, ni de un estéril enfrentamiento genérico. Antes bien, los complementarios “boca y paladar” contribuyen a abrir, más allá de la cálida sensualidad de los sabores, un horizonte de saberes insólitos. El mundo de los sabores participa plenamente de la Historia. Es indisociable de la formación de las naciones americanas, nos ilustra sobre la complejidad de los mestizajes que se dieron en el continente, sobre las clases sociales en contacto o en pugna. Tiende un puente entre el pasado más remoto -el prehispánico, por ejemplo, cuya herencia en ciertas zonas no es de desdeñar- y el presente. Pero el desciframiento de la Historia que, a partir de los sabores propone la sensibilidad femenina, aspira a rebasar la univocidad. No privilegia las abstracciones, lo conceptual, ni las mitificaciones épicas forjadas por una historiografía escrita por los hombres, sino que apunta a señalar la intricada imbricación de lo prosaico y lo noble, de lo íntimo y lo público, de lo masculino y lo femenino. El cuerpo no deja de afirmar su eficiencia en la descodificación de un mundo erizado de asperezas.
La boca y el paladar dan pie entonces a una singular forma de rescate de la memoria, que pretende superar las superficiales, estereotipadas, siempre defectuosas reconstrucciones históricas de la memoria voluntaria. Dicha memoria voluntaria -cabe señalarlo- suele privilegiar el sentido de la vista, exaltar esta actividad observadora, clasificadora, ordenadora, jerarquizadora (concepto heredado de la Antigüedad) mediante la cual se accede supuestamente al conocimiento, a la verdad.
Es, en cambio, a la memoria involuntaria, por esencia emocional, a la que apela el mundo de los sabores, despertando, acicateando las reminiscencias. Es a un buceo proustiano -por así llamarlo-, en aguas profundas, a lo que nos invita a menudo la actual narrativa (escrita por mujeres y también por ciertos hombres). Las sensaciones individuales, la subjetividad, asumiendo incluso el riesgo del kitsch, desembocan en un afán de mayor autenticidad, de comprensión sincera del mundo y el sujeto. Quizás pueda percibirse en ciertos textos, más o menos inconscientemente, el deseo de distanciarse de la escritura ideologizadora de los Padres de la literatura latinoamericana (de la aplastante figura de un García Márquez, particularmente).
Pero volvamos a lo mío. En mi segunda novela, La mano en el canal (1), boca y cocina vienen acompañadas de connotaciones nada gratificantes, a primera vista. De la cocina y las labores domésticas se arranca Alba, la criada y nana, ascendida de golpe a la delicada función de madre sustitua del niño Axel. Alentada por otra mujer, maestra de profesión y feminista a su manera, abandona este tradicional espacio para entrar en el misterioso territorio de la biblioteca, de la cultura libresca, al cual estará en adelante ligado el personaje. Distanciándose de la frecuentemente sensual y érotica valorización de la cocina propia de la narrativa contemporánea, La mano en el canal da a ver, muy al contrario, su faz oscura.
Así, el pasaje sobre la cura de pescado impuesta al niño Axel en Grand-Rivière, lejos de exaltar orgullosamente el estatuto de marcador de antillanidad del pescado o de celebrar las bondades de la cocina martiniquesa, como en los cuentos idealizadores de En abril, infancias mil, apunta a sugerir la violencia del trauma infantil, clave entre otras del caótico comportamiento del adulto. Es un sabor a veneno, a muerte, en que el alimento cobra entonces para el niño relegado, separado de su hermano gemelo y de sus padres. (El trauma en cuestión, ligado inicialmente a la figura de la madre, resulta ser, dicho sea de paso, una deformante interpretación de la realidad, un malentendido.)
Alba consideraba a Axel como al hijo que nunca tendría. Animosa y discreta, era un haz de tierna energía al servicio del pequeño. Roxane se lo había confiado. Podía contar con ella.
Y ahora, a comer pescado. Frito, asado, hervido, al horno. Todos los días. Con salsa o sin ella, con cebolla o con ajo, con chile o sin chile, con tomate o lo que fuera. A todas horas. Que éstas eran las instrucciones del médico. A luchar contra la decalcificación. ¡Adelante! Para hacer más llevadero el martirio de Axel, las dos mujeres se pusieron también, parcialmente, a dieta de pescado, fingiendo disfrutar con ello. Axel pataleaba con todo el vigor de sus cuatro añitos, rechazaba la comida, volcaba deliberadamente el plato. Causaba no pocos estragos en el jardín donde pisoteaba rencoroso los cuadros de flores, desbarataba a puntapiés las hileras de hormigas rojas, o arrancaba las hojas de los arbustos que se encontraban a su altura. Más de un crotón o un hibisco, víctimas de sus vengativas incursiones, habían quedado flagelados con pedazos de rama seca que recogía del suelo. Quería regresar a su casa de Redoute, en donde hasta ahora todos sus caprichos habían obtenido satisfacción. Hasta tuvo en Grand-Rivière un inquietante acceso de sonambulismo que casi lo lleva a la verja del jardín. (2)
Dicho trauma será suavizado en ocasiones, sin embargo, por breves reencuentros de los gemelos con ciertos sabores relacionados con una infancia o adolescencia signadas por la complicidad: un almuerzo o un copioso desayuno, por ejemplo, bastarán para despertar una efímera ilusión fusional :
Como solían hacerlo los dos hermanos desde que se encontraban reunidos en París, tomaron juntos el desayuno en la cocina, el lugar de la casa que ambos preferían. Sacaron los grandes tazones rústicos de loza y no pudieron evitar sonreírse. Tazones para tragaldabas, para vientres angurrientos, insaciables, como solía espetarles su padre cuando eran niños, al reprocharles atiborrarse tontamente de comida desde las primeras horas de la mañana, cuando lo conveniente era tener las ideas claras y el estómago ligero para comenzar la jornada. Predicaba moderación, moderación en todo, muchachos, como buen discípulo de Epicuro que pretendía ser. Verdad es que los ágapes mañaneros de Axel y Hugo tenían como frecuente resultado mandarlos de nuevo directamente a la cama, donde se tumbaban ahítos, procurando digerir el copioso desayuno.
-Boas tragándose a su presa -comentó socarrón Hugo, remedando el tono reprobador del padre. ¿Te acuerdas, Axel, de cómo nos reíamos a sus espaldas ? No le hacíamos entonces al pobre papá el más mínimo caso 3.
Pero el mundo de las sensaciones, generalmente rudo en La mano en el canal -un mundo de dolores punzantes, tensiones, pesadillas, incertidumbres-, no se cierra sobre sí mismo de modo complaciente. Esto quise evitar, por lo menos.
La boca también es el órgano del habla, y el verbo aparece en el texto como un posible recurso compensatorio. Si resultan repelentes ciertos alimentos terrestres, los alimentos espirituales que Alba pone a disposición del niño narrándole cuentos a modo de recompensa por su docilidad en el comer, irán creando en él una apetecencia llamada a prosperar. No por casualidad se encuentra en el primer capítulo de la novela una alusión a la dieta (4) del Ilustre Hidalgo de la Mancha, consumidor de estas rústicas lentejas que suele prepararle Alba a Axel, con escaso éxito. Por su leve sabor a polvo. Un sabor que, sin embargo, hasta terminará por serle agradable, deseable, por el mero hecho de remitir a uno de sus héroes literarios favoritos de la infancia. Son escasos, en efecto, en La mano en el canal -novela que relativiza las nociones de heroicidad y epopeya, revelando sus limitaciones y turbios recovecos-, los seres de carne y hueso capaces de suscitar una plena admiración y un deseo de identificación. Heroicidad, sufrimientos inhumanos, traición, deserción, locura y hasta manipulación política confunden sus aguas (5). En la ficción es donde se buscan inconscientemente los eventuales modelos.
(Ahora, releyendo mi texto para realizar este trabajo analítico, me llama la atención la palabra «polvo» que usé sin pensarlo, en lugar de «tierra», que también hubiera convenido para calificar el áspero sabor de las lentejas.)
Incluso el incómodo regusto de androginia dejado por Séraphîtus-Séraphîta, la farragosa novela de Balzac, terminará por cumplir una función de auxiliar, de tardío detonante quizás, en la trayectoria vital de Axel. El sabor áspero de esta metafísica novela, de lectura interrumpida y curiosamente retomada por el protagonista, estimulará inconscientemente su imaginación, lo obligará a repensar de modo desprejuiciado su lugar en el mundo, a asumirse con mayor autenticidad, más allá de los clásicos encasillamientos de género. Para bien o para mal, los sabores de los alimentos reales enraízan inevitablemente al individuo en una limitada geografía. Lo atan a rituales alimenticios personales y nacionales, entrañables pero también repetitivos y reductores. En La mano en el canal, se trata para Axel de un ritual cargado de dolor, soledad y discontinuidad.
El sabor del verbo, en cambio, afirma su excelencia. A él le toca contribuir a la disolución de los determinismos y condicionamientos. A la liberación del sujeto, como Alba, hija de un humilde pescador de la costa oeste de Martinica, lo constatará personalmente al serle revelados ciertos aspectos hasta aquí insospechados de lo real :
Cosas pícaras, no te creas, también encontré en esa querida biblioteca. “La mujer y el pelele”. ¿Te suena esto, claro? Pierre Louÿs... [...] Parece mentira, pero ahí, en esa literatura que algunos tildan de decadente, fue precisamente donde descubrí que la mujer no tiene por qué ser siempre la víctima del hombre, que hasta lo puede dominar a su manera, valiéndose de artimañas y ardides y… de lo que tú sabes. Y qué ambiente más sensual… Un erotismo exquisito y trágico a la vez. Yo no tenía entonces ni idea de todo esto. Todo era casarse, copular y reproducirse. No hay como los libros para abrirle los ojos a una (6).
La sensualidad, como puede apreciarse, no está limitada a la cocina, ni anida necesariamente en las papilas de la lengua y el paladar. La relación voluptuosa de Alba con los libros, su goce al contemplarlos, al tocarlos, no se nos puede escapar. Si suena a revancha social, también anticipa las ambigüedades de la temática erótica desarrollada en el texto:
Quería comprender el vasto mundo, que antes sólo veía a través del prisma de la necesidad, de la escasa ganancia que dejaba la pobre pesca de mi pescador de padre. De las redes rugosas y del papel de estraza pasé al papel cebolla de libros lujosamente encuadernados, cuyas páginas temía estropear al volverlas con mis grandes manos torpes; también descubrí el papel glaseado de diccionarios, de atlas, de revistas, tan fresco y liso, que daba gusto acariciar (7).
El mundo ficcional, signado de entrada en La mano en el canal por la transgresión (8), resulta un factor de apertura, movilidad y continuidad fantasmática. Primero es la boca del que narra, en la infancia, la que despierta la imaginación con los sabrosos vocablos que hace tintinear a los oídos del oyente; luego es la mirada, fuerza expansiva oscuramente ligada ella también a las derivas imaginarias, «energía impaciente», en palabras de Jean Starobinski (9), la que a través de la lectura acentúa la inquietud imaginativa del adulto. Don Quijote, el loco generoso de anacrónicos gustos y firmes convicciones, Séraphîtus-Séraphîta, entidad doble, el mismo Gato con botas perdidamente devoto de su mísero amo, y hasta el novelista Balzac, luciendo su intrigante bastón de dandy de femenino refinamiento, todos ellos cuestionan con sus singularidades y excesos las limitaciones de un sistema fundado en el enraizamiento, en saberes mansamente transmitidos. Del anclaje regresivo en la tradición, de la identificación tajantemente definitoria, del estatismo, del esencialismo, se distancian prudentemente los protagonistas de La mano en el canal.
Así, más que la cálida y erótica cavidad de la boca, que ocupa un espacio limitado en mis textos (en El cuaderno granate está presente un vino de oporto de voluptuoso sabor, fugaz mismo de la vida, insuflando el coraje del cuestionamiento, el afán de aventuras, la energía de la reconstrucción propia. El amor a la vida.
1 Maryse Renaud, La mano en el canal, Ediciones Corregidor, 2012, Argentina.
2 Maryse Renaud, op. cit. 12. "Alba y la biblioteca", páginas 70-71.
3 Maryse Renaud, op. cit. 20. "Las dos cartas", pág. 113.
5 Véase, al respecto, el capítulo 26, "El disidente".
6 Maryse Renaud, op. cit. 21, "La autodidacta", página 123.
7 Maryse Renaud, op. cit. página 122.
8 El toque transgresivo se asoma incluso en detalles aparentemente nimios, como el extravagante almuerzo ofrecido por Roxane a los gemelos: sardinas enlatadas con chocolate caliente.
9 Jean Starobinski, L'oeil vivant, Gallimard, 1961, pág. 14. (Traducido al español, El ojo vivo, Valladolid, Cuatro Ediciones, 2002.)
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