Investigadores
siguen el rastro de la amada que aparece citada en numerosos poemas del vate
santiaguino.
Durante años, lectores y críticos no han dejado de preguntarse por la
identidad de “la andina y dulce Rita / de junco y capulí”, la inspiradora de
“Idilio muerto”, el conocido soneto de Los
heraldos negros. Diferente ha sido, sin embargo, la fortuna de la que César
Vallejo inmortalizara como “mi aquella / lavandera del alma”, en el menos
difundido, si bien no menos intenso, “Trilce VI”. Muy poco es lo que se ha
escrito de Otilia Villanueva Pajares, la novia de Vallejo en Lima, retratada en
ese poema y en, al menos, una veintena más de composiciones de la que para
muchos es una de las obras mayores de la lírica del siglo XX. Su nombre no se
encuentra en el prólogo a Trilce de
Antenor Orrego, ni en el valioso trabajo biográfico con el que André Coyné
sentó las bases del estudio académico de la etapa peruana del poeta a fines de
los años cuarenta.
La “lavandera del alma”, la que podía “azular y planchar todos los
caos”, careció de nombre propio hasta el año 1965. Debemos su recuperación, la
de todas las informaciones conocidas sobre su noviazgo con Vallejo hasta hoy y
un puñado de primeras versiones de Trilce
–que revolucionaron la manera de entender la génesis y el significado de la
obra– a Juan Espejo Asturrizaga, quien rescató estos datos del olvido en su
biografía César Vallejo: itinerario del
hombre (1892-1923). No obstante, lo delicado del desenlace de la relación
entre César y Otilia, que parece haberse visto obligada a abortar tras la
ruptura y ante la negativa de Vallejo al matrimonio, llevó a Espejo a referirse
a ella a lo largo de su obra por una de sus iniciales (O.). El nombre íntegro
de la musa de Trilce, sin embargo,
podía encontrarlo el lector atento en dos poemas de Vallejo publicados como
apéndice de la biografía de Espejo: la primera versión de “Trilce XV” y la de
“Trilce XLVI”. Por lo que respecta a sus apellidos, el paterno apareció por
primera vez mencionado, hasta donde alcanzamos a ver, en un ensayo de Juan
Larrea publicado en el tercer volumen de la revista Aula Vallejo (1971). El apellido materno se da a conocer aquí con
la esperanza de que sirva para rescatar nuevas informaciones y documentos sobre
la musa secreta de Trilce.
Otilia Villanueva Pajares y César Vallejo Mendoza se conocieron en Lima
en algún momento todavía no determinado del año 1918, muy probablemente a
través de Manuel Rabanal Cortegana, colega de Vallejo en el Colegio Barrós. En
septiembre de ese año, tras la muerte del propietario del Barrós, Vallejo y
Rabanal toman la administración del colegio, rebautizándolo como Instituto
Nacional. Semanas más tarde, el 25 de octubre, Rabanal contrae matrimonio con
Rosa Villanueva Pajares, hermana de Otilia. El nombre completo de Rabanal y la
fecha de su boda, en la que Vallejo ofició de padrino, son informaciones
desconocidas por la crítica, que hasta hoy solo tenía constancia del matrimonio
de Rosa, la hermana de Otilia, con M.R. o R., modo en el que se alude a él en
César Vallejo: itinerario del hombre. El pliego matrimonial confirma también
dos datos que proporcionaba Espejo Asturrizaga: que las hermanas vivían con su
madre (Zoila Pajares, viuda de Villanueva) y que la familia era oriunda del
norte, de Cajamarca.
Según Espejo, además de Rabanal, medió para que César y Otilia se
conociesen otro colega del Barrós, F. B. Tras estas iniciales se halla Flavio
A. Becerra Suárez, como lo prueban el pliego matrimonial, donde Becerra figura
como testigo, y un artículo de Jesús Angulo Caricchio (“Vallejo…, siempre
Vallejo”), en el que se afirma que éste perteneció al plantel del colegio. En
ese artículo se reproduce una carta del 3 de octubre de 1918, aparentemente
conservada por Becerra, en la que Vallejo solicitaba una acreditación de salud
y buena conducta al Subprefecto e Intendente de la Policía de Lima, requisito
necesario para que la Dirección General de Instrucción permitiese al poeta
convertirse en director del Instituto.
Si las informaciones de las que disponemos sobre el inicio de la
relación entre César y Otilia son escasas e imprecisas, todavía lo son más las
relativas a su noviazgo, que Espejo describe como “apasionado, vehemente,
incontrolable”. No se conoce ninguna carta de Vallejo a Otilia, ninguna
fotografía de ambos –ni tan siquiera de ella–, ni ningún otro documento, al
margen de los poemas de Vallejo, que nos permita reconstruir su relación. A
estos obstáculos hay que añadir la dificultad de desentrañar los elementos
biográficos en los poemas de Trilce,
circunstancia que se pone de manifiesto en el hecho de que, hasta que Espejo
habló de la relación con Otilia, ningún crítico fue capaz de inferirla de los
propios textos. Los datos que puso en circulación Espejo y su lectura
referencial de los poemas amorosos de Trilce
permitieron ver, en buena parte de él, una suerte de cancionero moderno. No
obstante, el impacto de la vanguardia sobre la obra dificulta considerablemente
la lectura en clave biográfica del ciclo de poemas dedicados a Otilia; más
fácil es leer referencias en aquellos poemas de los que se conoce una primera
versión, prevanguardista. Lamentablemente no sabemos dónde obtuvo Espejo estas
primeras versiones, que, en lo que respecta a las relaciones de Vallejo con
Otilia, podrían calificarse como la piedra Rosetta de Trilce. De entre las tres conocidas cabe destacar este soneto en
versos alejandrinos, en el que Vallejo parece hacer un balance de su relación
con Otilia: “En el rincón aquél donde dormimos juntos / tantas noches, Otilia,
ahora me he sentado / a caminar. La cuja de los novios difuntos / fue sacada. Y
me digo tal vez qué habrá pasado”.
Espejo Asturrizaga fecha la ruptura con Otilia hacia mayo de 1919. Luego
de esta, Vallejo fue despojado de la dirección del colegio por sus colegas
Rabanal y Becerra. Pero lo cierto es que su vínculo legal con el colegio parece
extenderse hasta abril de 1920, en vísperas de su viaje a Trujillo. Ese mes se
publica en la prensa una nota firmada por el poeta que dice lo siguiente:
“Pongo en conocimiento del público que, teniendo que ausentarme de esta
capital, he traspasado el plantel de enseñanza que con el nombre de Instituto
Nacional he dirijido, al señor Manuel Rabanal, quien ha asumido el activo y
pasivo de dicho colegio, según contrato especial que hemos firmado en la
fecha”.
Las pistas de Otilia se pierden aquí y se ignora si Vallejo volvió a
tener algún tipo de contacto con ella. Sin embargo, el recuerdo de esa relación
quedó marcado en Trilce y se ha
convertido ahora en parte de nuestra literatura.
El dato
Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi son dos jóvenes investigadores
vallejianos que no cesan en hurgar los poemas del vate. Anteriormente han
publicado el libro César Vallejo: textos rescatados.
Trilce VI
El traje que vestí mañana
no lo ha lavado mi lavandera:
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón, y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.
Ahora que no haya quien vaya a las aguas,
en mis falsillas encañona
el lienzo para emplumar, y todas las cosas
del velador de tanto qué será de mí,
todas no están mías
a mi lado.
Quedaron de su propiedad,
fratesadas, selladas con su trigueña bondad.
Y si supiera si ha de volver;
y si supiera qué mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
¡CÓMO NO VA A PODER!
azular y planchar todos los caos.
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