jueves

LEON CHESTOV



KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL

(Vox clamantis in deserto)
traducción de José Ferrater Mora

DECIMOSEXTA ENTREGA

VI
LA FE Y EL PECADO (2)

Esta cuestión no existe para la llamada filosofía especulativa. Esta filosofía no la ve, no quiere verla. Claro está que jamás lo declarará abiertamente, pero está segura de ello en su fuero interno: el hombre puede mofarse, llorar, injuriar, maldecir sin que la Necesidad se preocupe de él. La Necesidad seguirá, como siempre, rompiendo, estrangulando, quemando todo lo “finito” (el hombre ante todo) que encuentre en su camino. He aquí -como más de una vez tendremos aun ocasión de comprobar- la última ratio de la filosofía especulativa. Esta no se sostiene sino por la Necesidad y por el Deber vinculado a ella. Como hechizada por un maléfico filtro, la razón empuja inconsciente e impetuosamente al hombre hacia su pérdida. ¿Qué significa, pues, ello? ¿No será lo que aquí lo que aquí se oculta esa concupiscencia invincibilis que provocó la caída de nuestro antepasado?

Tal es, en suma, el tema principal del Concepto de la angustia, de Kierkegaard. En esta obra descubre la oposición fundamental e irreductible entre la revelación bíblica y la verdad helénica, oposición que ya anteriormente había sido en parte bosquejada. Recordemos que, según Kierkegaard, lo que faltaba a Sócrates en su definición del pecado era el concepto de obstinación, de terquedad, de mala voluntad. De hecho, y tal como vamos a verlo luego, sentía, pensaba y aun escribí algo muy distinto: Lo contrario del pecado es la fe. Por eso se lee en la Epístola a los Romanos, XIV, 23: todo lo que no procede de la fe es pecado. Y aquí radica uno de los principios más esenciales del cristianismo: lo contrario del pecado no es la virtud, sino la fe. Kierkegaard nos lo repite continuamente, así como repite que para adquirir la fe hay que renunciar a la razón. En sus últimas obras se expresa inclusive del siguiente modo: “La fe se opone a la razón: la fe se encuentra más allá de la muerte.” Pero, ¿cuál es esa fe de la que se habla en la Escritura? Kierkegaard responde: “La fe significa precisamente: perder la razón para conquistar a Dios.” Kierkegaard había escrito ya a propósito del sacrificio de Abraham: “¡Qué insensata paradoja es la fe! Esta paradoja puede transformar un asesinato en un acto santo, agradable a Dios. La paradoja devuelve a Abraham su Isaac. La paradoja, que el pensamiento no puede comprender, pues la fe comienza justamente allí donde termina el pensamiento.”

¿Por qué hay que renunciar a la razón? ¿Por qué termina allí donde el pensamiento racional comienza? Kierkegaard no evita esta cuestión y no oculta todas las dificultades  y todos los peligros que están implicados en ella. Ya en las Migajas filosóficas escribía: “Creer a pesar de la razón es un martirio. La especulación está libre de él.” En efecto, renunciar al pensamiento racional, perder el apoyo y la protección de la ética, ¿no es esto el mayor horror humano? Pero Kierkegaard nos ha prevenido: la filosofía existencial comienza con la desesperación. Los problemas que nos plantea están dictados por la desesperación. He aquí cómo él mismo se refiere a este problema: “Representaos a un hombre que haya imaginado con toda la fuerza de una fantasía horrorizada algo aterrador, algo imposible de soportar. Y suponed que súbitamente lo encuentra. Humanamente hablando, su pérdida es inevitable. Con la desesperación en el alma, lucha por obtener el permiso de desesperar, para encontrar (si se quiere) la calma en la desesperación… Humanamente hablando, la salvación es, pues, absolutamente imposible. Ahí radica la lucha de la fe, lucha insensata por lo posible. Pues sólo lo posible puede proporcionar la salvación. Si alguien pierde el conocimiento se acude en busca de agua, de agua de colonia, de gotas de Hofmann. Pero si alguien zozobra en la desesperación, se grita: ‘¡Lo posible! ¡Lo posible! ¡Sin lo posible no hay salvación!’ Lo posible sobreviene, y el desesperado recobra el aliento, vuelve a la vida. Así como no puede respirar sin aire, tampoco puede el hombre respirar sin lo posible. Parece a veces que para crear lo posible baste con el ingenio de la fantasía humana. Pero, a fin de cuentas, sólo queda esto: todo es posible para Dios. Y sólo entonces se abre el camino de la fe.” Kierkegaard es inagotable en este asunto: repite en todos los tonos que todo es posible para Dios. Sin temor declara: “Dios quiere decir que todo es posible. O bien todo es posible quiere decir Dios. Y sólo aquel cuyo ser se halle tan trastornado que llegue a convertirse en espíritu y comprenda que todo es posible, sólo él llegará hasta Dios.” Y en el mismo lugar agrega: “La ausencia de lo posible significa o que todo se ha hecho necesario o que todo se ha hecho cotidiano… La cotidianeidad, la trivialidad no conocen lo posible… La cotidianeidad sólo admite lo probable, en el cual no subsisten sino algunas migajas de posibilidad. Pero no se le ocurre que todo (incluyendo lo improbable, lo impensable) sea posible: por lo tanto, tampoco se le ocurre pensar en Dios. Desprovisto de toda fantasía (y el filisteo, sea cervecero o ministro, carece siempre de ella), vive dentro de una cierta concepción limitada, trivial, de la experiencia. Como sucede generalmente, lo que de ordinario es posible lo ha sido siempre… La cotidianeidad cree haber capturado a lo posible en sus redes, o cree haberlo encerrado en el manicomio de lo probable. Lo pasea en la jaula de lo probable, lo exhibe e imagina poder disponer de la enorme potencia de lo posible.”

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