DEVOCIONES
(versión y prólogo de Alberto Girri)
DECIMOTERCERA ENTREGA
XIV
Idque notant Criticis, Medici evenisse Diebus
Los médicos observan por esos accidentes que han comenzado los días críticos
Yo no haría al hombre peor de lo que es, ni su condición más miserable de la que es. ¿Pero podría, aunque lo quisiera? Así como el hombre no puede linsojear a Dios, ni sobrevalorarlo, tampoco puede el hombre agraviar al hombre, ni menospreciarlo. De modo que mucho debe hacérsele tener presente a su memoria que aquellas felicidades, que tiene en este mundo, poseen sus tiempos, y sus estaciones, y sus días críticos, y son juzgadas, y denominadas de acuerdo con los tiempos, cuando nos sobrevienen. ¡De qué pobres elementos están hechas nuestras dichas, si el tiempo, el tiempo que apenas podemos considerarlo cosa alguna, es parte esencial de nuestra felicidad! Todas las cosas se hacen en algún lugar; pero si consideramos que el lugar no es más que las huecas superficies del aire, ¡ay, qué delgada, y fluida cosa es el aire, qué delgada película es una superficie, y una superficie de aire! Asimismo, todas las cosas son hechas en el tiempo; pero si consideramos que el tiempo no es sino la medida del movimiento, como quiera que parezca tener tres estaciones: pasado, presente y futuro, y la primera y la última de ellas no existen (una ya no existe ya, y la otra no existe todavía), y que lo llamáis presente no es ahora lo mismo que era cuando empezásteis a llamarlo así en esta frase (antes de que pronunciéis esa palabra, presente, o esa palabra, ahora, el presente y el ahora ya son pasado); si este imaginario medio-nada, el tiempo, es la esencia de nuestras dichas, ¿cómo pensar que puedan ellas ser duraderas? El tiempo no lo es, ¿cómo podrían serlo ellas? El tiempo no lo es; no lo es, considerado en cualquiera de sus partes. Si consideramos la eternidad, en ella nunca entró el tiempo; la eternidad no es un interminable fluir de tiempo; pero el tiempo es un pequeño paréntesis en un largo período; y la eternidad sería la misma que es, aunque el tiempo nunca hubiera sido; si consideramos, no la eternidad sino la perpetuidad, no aquella que no tuvo tiempo para comenzar en él, sino la que sobrevivirá al tiempo y seguirá siendo cuando el tiempo ya no sea más, ¡qué minuto es la vida de la criatura más duradera, comparada con aquella! ¡Y qué minuto es la vida del hombre comparada con la de los soles, o la de un árbol!, y sin embargo, qué pequeña parte de nuestra vida es la ocasión, la oportunidad de acoger en ella al bien; ¡y qué poco de esa ocasión aprehendemos, y retenemos! ¡Qué laboriosa y complicada telaraña es la felicidad del hombre aquí, que debe ser hecha con cuidado para asir esa ocasión, que no es más que un trocito de lo que es nada, el tiempo! Y sin embargo, las mejores cosas son nada sin eso. Los honores, los placeres, las posesiones, que nos son presentados fuera de tiempo, en nuestra decrépita, y desabrida, y torpe edad, pierden su destino y pierden su nombre; no son para nosotros honores los que nunca aparecerán, ni se divulgarán ante los ojos del pueblo, que recibe el honor de quien se los otorga; ni son placeres para nosotros, que ya nos apartamos de su posesión. La juventud es el día crítico de ellos, la que los juzga, la que los denomina, la que los anima, y hace de ellos honores y placeres, y posesiones; y cuando ellos llegan en una edad avanzada, llegan como el cordial cuando ya dobla la campana, como un perdón cuando la cabeza ya ha sido cortada. Nos regocijamos con el bienestar del fuego, ¿pero permanece alguien junto a él en mitad del verano? Nos alegramos de la frescura, y la calma en una bóveda, ¿pero celebra alguien su Navidad allí, o son los placeres de la primavera bien recibidos en otoño? Si la felicidad reside en la estación o en el clima, cuánto más dichosos que el hombre son los pájaros, que pueden cambiar de clima, y acompañan, y gozan de la misma estación siempre.
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