martes

JORGE ARTURO REYES - EXCLUSIVO DESDE MÉXICO /



SUEÑOS INSOMNES
  
Pronto serán las seis y el mar no está.
José Emilio Pacheco
La zona está cubierta por la oscuridad. Una luz tenue e imposible de identificar el origen, ilumina la cama. Te contemplas dormido, acostado en pose fetal. Tienes la impresión de que el sueño es tranquilo. De pronto, te inquieta ver que tu cuerpo ya no reposa sereno. Acompañado de una sensación de ansiedad, observas cómo despierta agitado tu reflejo; éste trata de tranquilizarse.
Sin explicación alguna, un hueco en la cama se abre ejerciendo una atracción gravitacional que succiona todo alrededor. La imagen se aferra con fuerza al mueble que está al lado de la cama. Cae la lámpara, cae el cenicero, se rompe y esparce su contenido…, tratas de ayudarle –o tal vez, ¿ayudarte a ti mismo?– pero una barrera inmaterial impide que te acerques. Una lágrima sale de tu ojo mientras observas cómo el agujero succionó a tu otro yo.
Despiertas empapado en sudor, esta vez sí estás seguro que eres tú y no una imagen. De forma paulatina controlas el ritmo cardiaco. Alejas la frazada que te cubría el cuerpo, te preguntas el por qué del sueño que acabas de tener. Recuerdas la soledad que sentiste por la tarde al abrigar un inmenso vacío en tu cama por la ausencia de Marcela.
Te levantas y consultas el reloj. Caminas lentamente a la ventana, anudas la cortina, levantas el seguro y recorres el cristal. Miras el cielo estrellado. Buscas la luna pero no la encuentras. Volteas intrigado por la cajetilla de cigarros, enciendes algo de tabaco, el humo se pierde en la noche.  
Giras la cabeza y notas el florero que te llevó un día con girasoles. Bajas la mirada y te acuerdas con nostalgia de las notas que le escribiste a la mujer que se marchó dejándote el corazón apolillado y los bolsillos llenos de rutina.  
Empieza a clarear. El aire es agradable, una sensación de frescura recorre tu cuerpo, sensación que te arranca un profundo suspiro. Enciendes la cafetera y pones un disco con tangos.
Marcela, Marcela…, siento que al pronunciar tu nombre un relámpago desgarra lo que soy, que mis entrañas arden y que polvo de providencias ilumina mi presente. Lamento los besos que sembraste en mis labios; flores a pesar de tu ausencia. De qué horizonte lejano provendrá este desaliento, esta angustia; esta incapacidad de traerte con el pensamiento.
La bruma de la agonía te cubre, te domina y tu cuerpo empieza a desfallecer. Sientes que una línea delgada y hermosa entra por la garganta hasta llegar al cerebro. Descubres que esa línea tiene voz al escuchar la palabra, suicidio.

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