viernes

FIODOR DOSTOIEVSKI (1821 – 1881)

LA CONFESIÓN DE STAVROGUIN
(El capítulo censurado de Demonios)
Traducción directa del ruso y prólogo de RAFAEL CANSINOS ASSENS
  
PRIMERA ENTREGA
  
PRÓLOGO
  
En las ediciones de Demonios publicadas con anterioridad a 1906 falta un capítulo, que había de ser el noveno del tomo segundo y llevar el título de La confesión de Stavroguin. Ese capítulo desistió Dostoievski de incluirlo en la novela después de dárselo a varias personas, entre ellas, a su editor. Pero no lo destruyó, sin embargo, sino que lo conservó entre sus papeles, donde, a su muerte, lo encontró la viuda. En el año 1906, con ocasión de organizarse la edición del Jubileo, Anna Grigórievna dio a conocer el precioso capítulo inédito a Aleksandr Merechkovski (el inolvidable autor de Muerte y resurrección de los dioses), cuya colaboración, según parece, deseaba asegurarse. En su libro Tolstoi y Dostoievski declara Merechkovski la primera impresión que la lectura del fragmento inédito le produjo, diciendo que en él el arte supera los límites de sus posibilidades mediante la reconcentrada expresión de horror. Cuanto a Anna Grigórievna, no se atrevió a publicar en su edición ese capítulo íntegro, limitándose a dar algunos trozos como apéndice a Demonios. La cosa pareciole demasiado fuerte. Temió que la maledicencia literaria atribuyera a Dostoievski los crímenes confesados por su héroe, viendo en ellos un trasunto biográfico. Y, sin embargo, a eso dio lugar precisamente con su ocultación, como pasa siempre que uno mismo censura un escrito propio. Bastó que se supiera que había un capítulo inédito de Dostoievski, que su viuda rehusaba publicar, para que los espíritus malignos y suspicaces dieran en fantasear sobre su contenido. La confesión de Stavroguin se convirtió en la confesión de Dostoievski. Y cuando el día 28 de noviembre de 1883 desea Strájov infamar a su muerto amigo en el concepto de Tolstoi, le habla en ese sentido de una escena de Dermonios que Kátkov (el editor) no quiso publicar, pero que Dostoievski habíale leído a muchos. Ese capítulo inédito ha estado irradiando desde la sombra desprestigio póstumo para la figura del novelista, en complicidad con su institutriz, y que, de ser verídica, representaría una blasfemia máxima contra esa religión de la infancia profesada por Dostoievski.
Ya mencionamos en nuestra Biografía de Dostoievski esa famosa carta de Strájov a Tolstoi, en la que, con cargo a la referencia de un tal Viskovátov, se le acusa de haber estuprado a una menor en los baños adonde iba a curarse. Pero, como hace observar Hallet Carr, el biógrafo inglés de Dostoievski, ¿qué fe puede merecer esa afirmación de segunda mano, que no va acompañada de ninguna prueba y tiene todos los caracteres de un chisme malévolo? ¿Es posible creer que Dostoievski le hiciese una confesión de esa naturaleza a un hombre que no era su amigo íntimo? Y aun suponiendo que se la hiciera, ¿no podría tratarse de una broma “pour épater le bourgeois”, o, en todo caso, de palabras proferidas por un psicópata como era Dostoievski en un momento de estado patológico? Contra esa imputación, contenida en la carta de Strájov, protestó la viuda de Dostoievski en cuanto tuvo noticia de ella, con otra que reproducimos al final de éste. Y aunque tal reacción era natural, y se habría producido también aun cuando el rumor hubiera sido cierto, no hay que desdeñar del todo esa defensa que Anna Grigórievna hace de su marido, pues, como juiciosamente observa también Haller Carr, la vehemencia que en su réplica pone la viuda del novelista, que debía de conocer a fondo la vida de su marido, ofrece cierta garantía de su sinceridad. Anna Grigórievna no habría salido con tanto calor a la defensa de su esposo si éste hubiera sido en realidad un hombre tan malo como lo pintan y si la especie de Viskosvátov hubiese tenido algún fundamento. La sorpresa, el asombro y la indignación que refleja la carta de Anna Grigórievna demuestran que jamás pudo creer a su marido capaz de tal vileza y, sobre todo, que nunca llegara a sus oídos tal rumor.
Claro que aquí se trata únicamente de inducciones psicológicas, sin fuerza probatoria para resolver la cuestión, pero sí lo bastante poderosas para dejarla en el terreno de lo opinable y no resolverla en sentido condenatorio. Y esto es suficiente para que no se pueda atribuir a motivos personales el hecho de que Dostoievski retirase del original de Demonios “La confesión de Stavroguin”.
Actualmente, ya ese capítulo se ha publicado en su totalidad; pero, no obstante, persiste la cuestión psicológica que su ocultación planteaba. ¿Por qué Dostoievski no se decidió a publicar ese fragmento en el lugar que le tenía destinado? ¿Debiose a causas externas o a razones íntimas? ¿Tuvo por causa el veto de Kátkov o el veto espontáneo del propio novelista? He aquí una de las magnas cuestiones de la exégesis dostoievskiana. Si el amor, que es verdad en sí, lo fuera también en las demás cosas, bastaría creer en la ingenua y amorosa palabra de Anna Grigórievna, que en sus  Recuerdos dice: “Fiodor Mijailovich tenía que atribuirle al héroe de su novela, por razones de carácter artístico, algún crimen infamante. Kátkov no quiso publicar ese capítulo e instó al autor para que lo modificase. Mi marido se enfadó, y para comprobar la exactitud de la opinión de Kátkov leyoles ese episodio a sus amigos K. B. Pobiedonétsev, A. N. Máikov. N. N. Strájov, etc., pero no con la intención de que estos lo elogiasen, según afirma Strájov, sino con el deseo de conocer sus juicios. Habiendo fallado todos en que la escena resultaba harto realista, trató mi marido de encontrar una variante a esa escena, según él, indispensable para caracterizar a Stavroguin. Se le ocurrieron varias, entre ellas un episodio en un baño, un suceso real que alguien le había referido. En esa escena aparecía complicada la institutriz, y de ahí tomaron pie precisamente los amigos de Dostoievski, entre ellos Strájov, para decir que ese detalle podía provocar el enojo del público, cual si el autor le echase a la institutriz la culpa principal de su crimen y formulase de ese modo una objeción a la llamada cuestión femenina. Ya le había pasado algo de eso a Dostoievski cuando eligió un estudiante para la figura de Raskolnikov.”
Pero si el sufragio hostil de sus amigos hizo desistir a Dostoievski de la publicación del capítulo, ¿por qué no lo destruyó? ¿Era que, según piensan los malévolos, esa anécdota de la violación de la niña era para él, en cierto modo, una obsesión (aunque no se haya de incluir en su biografía), una obsesión, cuando menos, puramente literaria, y no se avenía a renunciar a ella? Esta es la opinión de algunos críticos, que la fundan en razones deslucidas de la exégesis de la propia obra del novelista.
Con efecto: el tema de la niña violada, que se suicida a impulsos de la desesperación, es, como hace notar Brodskii, un tema que en la obra de Dostoievski se marca con reiteraciones que delatan una preferencia. Diríase que seduce al novelista por su fuerza de emoción patética. Aparece ya insinuado en Humillados y ofendidos, cual un conato frustrado, en el episodio de Netty, la niña huérfana, en casa de la Búbnova. Logra también expresión, de intenso patetismo, en el simbólico sueño de Svidrigailov en Crimen y castigo, en ese sueño que precede a su suicidio, y que viene a ser como una dramatización que opera el subconsciente de ese depravado personaje, y que le presenta cual realizada la frustrada violación de Dunia Románovna Raskólnikova. Y, por si todo fuese poco, hace notar también Brodskii que allá por el año 1886, cuando Dostoievski frecuentaba a la familia Korvin-Krukovskii, hubo de manifestarle que “desde muy joven había imaginado ya esa escena”. Esa reiteración obsedente de ese tema precito es justamente la razón en que se apoyan quienes imputan a Dostoievski el crimen de su héroe novelesco, tan arbitrariamente como quien achacase al confesor las culpas del confesado.
Pero sin sobrepasarse a tal demasía, que es un absurdo lógico -pues en ese caso habría que suponer también que Dostoievski, creador de Raskólnikov, había asesinado a dos viejas y tenía mentalidad de asesino-, es interesante ese dato para apoyar otra tesis, cual la sustentada por Brodskii respecto a la razón de que el novelista retirase ese capitulo nefando y al último destino que pensaba darle, Brodskii opera, a nuestro juicio muy firmemente, en el terreno de la pura inducción psicológica, con un gran sentido de la forma en que se realiza el misterio de la creación literaria. Según él, Dostoievski no utilizó ese capítulo para Demonios porque al llegar al paso de la novela en que debía insertarlo se encontró con que ya resultaba intempestivo. Con efecto: la idea del novelista era conducir a su gran pecador, Stavroguin, por los senderos de la contrición, hasta el reconocimiento de su culpa y su conversión a Dios y a la tierra rusa. Stavroguin se confesaría con el monje milagrero Tijón Sandoskii, que le revelaría el mundo de la gracia y lo resucitaría a nueva vida. En las notas de Dostoievski concerniente al plan de Demonios se habla de Tijón Sandoskii y se ponen en boca de Stavroguin estas palabras redentoras y festivas. Stavroguin cogerá a la hijastra (Dascha Schátov) y se irá con ella a vivir una vida nueva. “Nos volveremos criaturas nuevas”, dice reiteradamente. Pues bien: a la altura que iba la novela, cuando ese capítulo debía insertarse, al final de la parte quinta, ya no había espacio ni tiempo para que esa conversión pudieran operarse en planos normales y lógicos. Stavroguin debía conservar ya hasta el fin de la obra su fisonomía moral. (¡Todo requiere un tiempo, hasta las cosas del espíritu, y el tiempo estético es aun más exigente que el real, pues está sujeto a un ritmo de música!) Tenía que morir impenitente, blasfemo y suicida. Y esa segunda parte de su imaginaria conversión había de transferírselo el novelista a la biografía de otro personaje, ya de antiguo ideado, el gran pecador, que nunca de un modo consumado, sino únicamente en forma de lontananza y perspectiva, ha tratado de revelar Dostoievski la purificación de sus personajes protervos.
La transformación moral, íntima, completa, no llega nunca a consumarse. Raskólnikov, por ejemplo, va al presidio, sí, se confiesa y se entrega, pero su actitud moral no cambia. Hay expiación, pero no regeneración.
Frustrada la prueba de Stavroguin, que ya no podrá ser el gran pecador, realización completa de una hagiografía a estilo del medievo, Dostoievski tendrá que intentar una vez más ese gran epos místico. Y a ese futuro personaje pasará parte de la documentación stavroguiana. Así como también de su horóscopo. Él será quien viole a una niña y quien luego, con expiación contrita, sienta ansias de imprimir una confesión y hacerla objeto de difusión profusa. Basta reparar el plan de Vida de un gran pecador (que ahora ya se conoce merced a la exhumación de los cuadernos de apuntes de Dostoievski) para comprobar esa bifurcación de personajes, peculiar a la enojosa fecundidad dostoievskiana, que tiende a alumbrar hermanos siameses. Y he aquí por qué, según Brodskii, el propio Dostoievski, cediendo a la rígida ley de la composición literaria, retiró de Demonios ese capítulo y lo guardó para incluirlo en lugar oportuno en esa su tan meditada Vida de un gran pecador, que -cual suele ocurrir con lo que más se quiere- nunca llegó a escribir.
La tesis de Brodskii es muy razonable y verosímil, lo cual no quiere decir, sin embargo, que sea cierta. Pero, aunque nos diera la clave del enigma literario, quedaría siempre el otro enigma, muy de otro modo insoluble: el de la realidad intencional, psicológica, aunque no histórica, que haya de atribuirse a esas obsesiones criminosas que han valido a Dostoievski fama de satirillo.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+