(El capítulo censurado de Demonios)
Traducción
directa del ruso y prólogo de RAFAEL CANSINOS ASSENS
PRIMERA ENTREGA
PRÓLOGO
En las ediciones de Demonios publicadas
con anterioridad a 1906 falta un capítulo, que había de ser el noveno del tomo
segundo y llevar el título de La
confesión de Stavroguin. Ese capítulo desistió Dostoievski de incluirlo en
la novela después de dárselo a varias personas, entre ellas, a su editor. Pero
no lo destruyó, sin embargo, sino que lo conservó entre sus papeles, donde, a
su muerte, lo encontró la viuda. En el año 1906, con ocasión de organizarse la
edición del Jubileo, Anna Grigórievna dio a conocer el precioso capítulo inédito
a Aleksandr Merechkovski (el inolvidable autor de Muerte y resurrección de los dioses), cuya colaboración, según
parece, deseaba asegurarse. En su libro Tolstoi
y Dostoievski declara Merechkovski la primera impresión que la lectura del
fragmento inédito le produjo, diciendo que en él el arte supera los límites de
sus posibilidades mediante la reconcentrada expresión de horror. Cuanto a Anna
Grigórievna, no se atrevió a publicar en su edición ese capítulo íntegro,
limitándose a dar algunos trozos como apéndice a Demonios. La cosa pareciole demasiado fuerte. Temió que la
maledicencia literaria atribuyera a Dostoievski los crímenes confesados por su
héroe, viendo en ellos un trasunto biográfico. Y, sin embargo, a eso dio lugar
precisamente con su ocultación, como pasa siempre que uno mismo censura un
escrito propio. Bastó que se supiera que había un capítulo inédito de
Dostoievski, que su viuda rehusaba publicar, para que los espíritus malignos y
suspicaces dieran en fantasear sobre su contenido. La confesión de Stavroguin
se convirtió en la confesión de Dostoievski. Y cuando el día 28 de noviembre de
1883 desea Strájov infamar a su muerto amigo en el concepto de Tolstoi, le
habla en ese sentido de una escena de Dermonios
que Kátkov (el editor) no quiso publicar, pero que Dostoievski habíale
leído a muchos. Ese capítulo inédito ha estado irradiando desde la sombra
desprestigio póstumo para la figura del novelista, en complicidad con su
institutriz, y que, de ser verídica, representaría una blasfemia máxima contra
esa religión de la infancia profesada por Dostoievski.
Ya mencionamos en nuestra Biografía
de Dostoievski esa famosa carta de Strájov a Tolstoi, en la que, con cargo
a la referencia de un tal Viskovátov, se le acusa de haber estuprado a una
menor en los baños adonde iba a curarse. Pero, como hace observar Hallet Carr,
el biógrafo inglés de Dostoievski, ¿qué fe puede merecer esa afirmación de
segunda mano, que no va acompañada de ninguna prueba y tiene todos los
caracteres de un chisme malévolo? ¿Es posible creer que Dostoievski le hiciese
una confesión de esa naturaleza a un hombre que no era su amigo íntimo? Y aun
suponiendo que se la hiciera, ¿no podría tratarse de una broma “pour épater le
bourgeois”, o, en todo caso, de palabras proferidas por un psicópata como era
Dostoievski en un momento de estado patológico? Contra esa imputación,
contenida en la carta de Strájov, protestó la viuda de Dostoievski en cuanto
tuvo noticia de ella, con otra que reproducimos al final de éste. Y aunque tal
reacción era natural, y se habría producido también aun cuando el rumor hubiera
sido cierto, no hay que desdeñar del todo esa defensa que Anna Grigórievna hace
de su marido, pues, como juiciosamente observa también Haller Carr, la
vehemencia que en su réplica pone la viuda del novelista, que debía de conocer
a fondo la vida de su marido, ofrece cierta garantía de su sinceridad. Anna
Grigórievna no habría salido con tanto calor a la defensa de su esposo si éste
hubiera sido en realidad un hombre tan malo como lo pintan y si la especie de
Viskosvátov hubiese tenido algún fundamento. La sorpresa, el asombro y la
indignación que refleja la carta de Anna Grigórievna demuestran que jamás pudo
creer a su marido capaz de tal vileza y, sobre todo, que nunca llegara a sus
oídos tal rumor.
Claro que aquí se trata únicamente de inducciones psicológicas, sin
fuerza probatoria para resolver la cuestión, pero sí lo bastante poderosas para
dejarla en el terreno de lo opinable y no resolverla en sentido condenatorio. Y
esto es suficiente para que no se pueda atribuir a motivos personales el hecho
de que Dostoievski retirase del original de Demonios
“La confesión de Stavroguin”.
Actualmente, ya ese capítulo se ha publicado en su totalidad; pero, no
obstante, persiste la cuestión psicológica que su ocultación planteaba. ¿Por
qué Dostoievski no se decidió a publicar ese fragmento en el lugar que le tenía
destinado? ¿Debiose a causas externas o a razones íntimas? ¿Tuvo por causa el
veto de Kátkov o el veto espontáneo del propio novelista? He aquí una de las
magnas cuestiones de la exégesis dostoievskiana. Si el amor, que es verdad en
sí, lo fuera también en las demás cosas, bastaría creer en la ingenua y amorosa
palabra de Anna Grigórievna, que en sus Recuerdos dice: “Fiodor Mijailovich
tenía que atribuirle al héroe de su novela, por razones de carácter artístico,
algún crimen infamante. Kátkov no quiso publicar ese capítulo e instó al autor
para que lo modificase. Mi marido se enfadó, y para comprobar la exactitud de
la opinión de Kátkov leyoles ese episodio a sus amigos K. B. Pobiedonétsev, A.
N. Máikov. N. N. Strájov, etc., pero no con la intención de que estos lo
elogiasen, según afirma Strájov, sino con el deseo de conocer sus juicios.
Habiendo fallado todos en que la escena resultaba harto realista, trató mi
marido de encontrar una variante a esa escena, según él, indispensable para
caracterizar a Stavroguin. Se le ocurrieron varias, entre ellas un episodio en
un baño, un suceso real que alguien le había referido. En esa escena aparecía complicada
la institutriz, y de ahí tomaron pie precisamente los amigos de Dostoievski,
entre ellos Strájov, para decir que ese detalle podía provocar el enojo del
público, cual si el autor le echase a la institutriz la culpa principal de su
crimen y formulase de ese modo una objeción a la llamada cuestión femenina. Ya le había pasado algo de eso a Dostoievski
cuando eligió un estudiante para la figura de Raskolnikov.”
Pero si el sufragio hostil de sus amigos hizo desistir a Dostoievski de
la publicación del capítulo, ¿por qué no lo destruyó? ¿Era que, según piensan
los malévolos, esa anécdota de la violación de la niña era para él, en cierto
modo, una obsesión (aunque no se haya de incluir en su biografía), una obsesión,
cuando menos, puramente literaria, y no se avenía a renunciar a ella? Esta es
la opinión de algunos críticos, que la fundan en razones deslucidas de la
exégesis de la propia obra del novelista.
Con efecto: el tema de la niña violada, que se suicida a impulsos de la
desesperación, es, como hace notar Brodskii, un tema que en la obra de
Dostoievski se marca con reiteraciones que delatan una preferencia. Diríase que
seduce al novelista por su fuerza de emoción patética. Aparece ya insinuado en Humillados y ofendidos, cual un conato
frustrado, en el episodio de Netty, la niña huérfana, en casa de la Búbnova.
Logra también expresión, de intenso patetismo, en el simbólico sueño de
Svidrigailov en Crimen y castigo, en
ese sueño que precede a su suicidio, y que viene a ser como una dramatización
que opera el subconsciente de ese depravado personaje, y que le presenta cual
realizada la frustrada violación de Dunia Románovna Raskólnikova. Y, por si
todo fuese poco, hace notar también Brodskii que allá por el año 1886, cuando Dostoievski
frecuentaba a la familia Korvin-Krukovskii, hubo de manifestarle que “desde muy
joven había imaginado ya esa escena”. Esa reiteración obsedente de ese tema
precito es justamente la razón en que se apoyan quienes imputan a Dostoievski
el crimen de su héroe novelesco, tan arbitrariamente como quien achacase al
confesor las culpas del confesado.
Pero sin sobrepasarse a tal demasía, que es un absurdo lógico -pues en
ese caso habría que suponer también que Dostoievski, creador de Raskólnikov,
había asesinado a dos viejas y tenía mentalidad de asesino-, es interesante ese
dato para apoyar otra tesis, cual la sustentada por Brodskii respecto a la
razón de que el novelista retirase ese capitulo nefando y al último destino que
pensaba darle, Brodskii opera, a nuestro juicio muy firmemente, en el terreno de
la pura inducción psicológica, con un gran sentido de la forma en que se
realiza el misterio de la creación literaria. Según él, Dostoievski no utilizó
ese capítulo para Demonios porque al
llegar al paso de la novela en que debía insertarlo se encontró con que ya
resultaba intempestivo. Con efecto: la idea del novelista era conducir a su
gran pecador, Stavroguin, por los senderos de la contrición, hasta el
reconocimiento de su culpa y su conversión a Dios y a la tierra rusa.
Stavroguin se confesaría con el monje milagrero Tijón Sandoskii, que le
revelaría el mundo de la gracia y lo resucitaría a nueva vida. En las notas de
Dostoievski concerniente al plan de Demonios
se habla de Tijón Sandoskii y se ponen en boca de Stavroguin estas palabras
redentoras y festivas. Stavroguin cogerá a la hijastra (Dascha Schátov) y se
irá con ella a vivir una vida nueva. “Nos volveremos criaturas nuevas”, dice
reiteradamente. Pues bien: a la altura que iba la novela, cuando ese capítulo
debía insertarse, al final de la parte quinta, ya no había espacio ni tiempo
para que esa conversión pudieran operarse en planos normales y lógicos.
Stavroguin debía conservar ya hasta el fin de la obra su fisonomía moral. (¡Todo
requiere un tiempo, hasta las cosas del espíritu, y el tiempo estético es aun
más exigente que el real, pues está sujeto a un ritmo de música!) Tenía que
morir impenitente, blasfemo y suicida. Y esa segunda parte de su imaginaria
conversión había de transferírselo el novelista a la biografía de otro
personaje, ya de antiguo ideado, el gran
pecador, que nunca de un modo consumado, sino únicamente en forma de
lontananza y perspectiva, ha tratado de revelar Dostoievski la purificación de
sus personajes protervos.
La transformación moral, íntima, completa, no llega nunca a consumarse.
Raskólnikov, por ejemplo, va al presidio, sí, se confiesa y se entrega, pero su
actitud moral no cambia. Hay expiación, pero no regeneración.
Frustrada la prueba de Stavroguin, que ya no podrá ser el gran pecador, realización completa de
una hagiografía a estilo del medievo, Dostoievski tendrá que intentar una vez
más ese gran epos místico. Y a ese futuro personaje pasará parte de la
documentación stavroguiana. Así como también de su horóscopo. Él será quien
viole a una niña y quien luego, con expiación contrita, sienta ansias de
imprimir una confesión y hacerla objeto de difusión profusa. Basta reparar el
plan de Vida de un gran pecador (que
ahora ya se conoce merced a la exhumación de los cuadernos de apuntes de
Dostoievski) para comprobar esa bifurcación de personajes, peculiar a la
enojosa fecundidad dostoievskiana, que tiende a alumbrar hermanos siameses. Y
he aquí por qué, según Brodskii, el propio Dostoievski, cediendo a la rígida
ley de la composición literaria, retiró de Demonios
ese capítulo y lo guardó para incluirlo en lugar oportuno en esa su tan
meditada Vida de un gran pecador, que
-cual suele ocurrir con lo que más se quiere- nunca llegó a escribir.
La tesis de Brodskii es muy razonable y verosímil, lo cual no quiere decir,
sin embargo, que sea cierta. Pero, aunque nos diera la clave del enigma
literario, quedaría siempre el otro enigma, muy de otro modo insoluble: el de
la realidad intencional, psicológica, aunque no histórica, que haya de
atribuirse a esas obsesiones criminosas que han valido a Dostoievski fama de
satirillo.
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