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CRÓNICAS DEL URUGUAY INDEPENDIENTE (1)



RICARDO AROCENA

LAS MUERTES DE BERRO Y FLORES


Una frase mal entendida ocasionó una de las peores matanzas que recuerda la historia de nuestro país. En febrero de 1868, fresca aún la sangre del caudillo Venancio Flores -quien luego de gobernar con mano dura había sido ultimado por sus enemigos- integrantes del gobierno colorado envían una orden a los jefes políticos de esa colectividad con el objetivo de que acudieran a Montevideo para convenir las "medidas que deben acordarse en tan excepcional situación".

Es así que Máximo Pérez recibe a un chasque que portaba una nota en la que decía: "Mataron a nuestro querido general D. Venancio Flores: reúna la gente y véngase". Como el caudillo era analfabeto pidió al asistente que le leyera el mensaje. Este entendió "vénguese" en lugar de "véngase", y Máximo ordena ejecutar a dos prestigiosos caudillos blancos: Tomás Pérez y Rafael Ocampo. La masacre que siguió fue terrible, se calcula que en dos días hubo quinientos muertos entre los dos bandos, aunque en su mayoría fueron del Partido Blanco.

La matanza fue tal, que el general Gregorio Suárez, de quien se sospecha que fue el verdadero instigador de la muerte del caudillo colorado, se sintió obligado a protestar por los "asesinatos escandalosos de vecinos cargados de familia y que conceptúo no han tomado parte en el alevoso asesinato del ilustre Flores". Finalmente el gobierno terminó por adoptar varias resoluciones para calmar los ánimos, entre ellas un pedido de auxilio a Buenos Aires y la proclamación del estado de sitio, a fin de detener la carnicería imperante.

Más allá de la anécdota, aquel período histórico, que fue además llevado a la pantalla grande por un grupo de cineastas uruguayos, en la que sería una de las primeras películas realizadas en nuestro país sobre temas nacionales, atestigua sobre la fragilidad de la denominada por los politólogos "teoría de las familias ideológicas". Las dos grandes colectividades políticas tradicionales, más de una vez desde su fundación en el siglo XIX, han estado enfrentadas por contar diferentes visiones sobre el futuro de la República, lo que las llevó a duras luchas, incluso armadas.

Berro y Flores

El gobierno del General Flores fue "de divisa" y condujo al país a la impopular "Guerra de la Triple Alianza" contra el Paraguay. El caudillo colorado era acusado por los opositores de "servilismo" para con los brasileños y de aceptar las exigencias de poderosos banqueros como el Barón de Mauá, que como prestamista del Estado prosperaba a costa del país. También se lo señalaba por repartir tierras fiscales en beneficio de hombres de su facción, y por impulsar elecciones que al decir de José Pedro Varela fueron un verdadero "escándalo, en que ni siquiera las formas han querido salvarse".

Fueron, por tales motivos, gestándose por lo menos cuatro grupo de opositores: los blancos de Timoteo Aparicio en Entre Ríos, los blancos de Berro en Montevideo, los denominados "jóvenes liberales" del Partido Colorado, - Carlos María Ramírez, Elbio Fernández, Julio Herrera y Obes, etc.-, y finalmente algunos de los compañeros de armas del propio Flores, como José Gregorio Suárez y Francisco Caraballo, que disentían con el caudillo más que nada por ambiciones personales.

El 19 de febrero de 1868, cuando las campanas de la Iglesia Matriz estaban dando las dos, las huestes de Berro se levantaron en armas bajo el grito de "¡Viva la independencia oriental!", pero la intentona termina siendo sofocada por las tropas gubernamentales. Fracasado el alzamiento y procurando huir del cuartel adonde estaba, Berro se dirige a pie hasta la costa para escapar en un bote, pero al no encontrarlo sube por la calle Alzáibar hasta Reconquista y es detenido.

Entretanto Flores, que había sido informado de todo lo que estaba aconteciendo, dispone de inmediato partir en un coche desde su casa situada en la calle Florida. Toma por ella para doblar en Rincón, con el objetivo de dirigirse al Cabildo de donde le llegaban gritos y tiroteos, pero a la altura de Mercedes su carruaje es rodeado por un grupo de siete u ocho personas cubiertas de ponchos y grandes sombreros que lo ultiman a puñaladas.

El cuerpo de Flores es llevado al Cabildo, adonde pocos minutos después llega detenido Berro, que es acusado del magnicidio. Enfrentado al cadáver el líder blanco sufre una crisis nerviosa, luego es insultado y golpeado durante más de dos horas, hasta que literalmente "es masacrado" según el cónsul francés.

Luego su cadáver será paseado en un carro de residuos por toda la ciudad. Los hechos curiosamente confirmaban la profecía del caudillo colorado, quien no mucho tiempo antes había alertado al líder blanco durante una entrevista: "El día en que el general Flores desaparezca en un acto violento, usted desaparecerá también".

La matanza

Toda la culpa de la muerte de Flores recayó sobre los "Blancos de Quinteros", como los denominó el Presidente colorado Pedro Varela. Incluso se los acusaba de las muertes por la epidemia de cólera, que en ese momento estaba flagelando a la población, diciéndose que se debían a estricnina echada ex profeso en el agua de los aljibes.

En un comunicado fechado el 22 de febrero el gobierno colorado aseguraba que Berro era el jefe del motín y que había sido muerto "por el pueblo" después de "convicto y confeso" de su crimen", sin embargo no se daba el nombre de los ejecutores materiales del hecho.

Procurando apaciguar los ánimos, el diario El Siglo decía: "se pide venganza y no justicia". Pero no logra impedir que se desate una ola incontenible de violencia contra los partidarios de la divisa blanca. El comercio de Florida y Mercedes, desde donde habían salido los asesinos de Flores, fue asaltado por una turba enloquecida que mató al dueño y a su dependiente, en tanto el general colorado Caraballo comunicaba que habiendo encontrado una partida de cien sublevados, los había derrotado, "siendo muertos la mayor parte y heridos muy pocos o ninguno".

Muchas personalidades se vieron obligadas a huir del terror, refugiándose en embajadas, hasta que poco a poco la población empezó a dudar de las verdaderas responsabilidades que podían caber a los blancos en la muerte del general Flores. Hay quienes afirman que Berro, al enterarse del asesinato, dijo que lo habían traicionado.

Las sospechas comenzaron a volcarse sobre el caudillo colorado Gregorio Suárez, también conocido como “Goyo Jeta” o "Goyo sangre", quien en la dramática tarde del 19 de febrero sospechosamente había aparecido por lugares que no solía frecuentar.

Gregorio Suárez era conocido también como "el asesino de Leandro Gómez". Durante el sitio de Paysandú, Venancio Flores solicitó al caudillo blanco una entrevista, pero al salir éste hacia la comandancia en donde se efectuaría la reunión, fue detenido por Suárez y fusilado junto con decenas de sus colaboradores.

Aplacada la violencia surgida con la muerte de Flores, comienza en la prensa de Buenos Aires la polémica: había quienes afirmaban que los crímenes no eran obra de los blancos. La propia esposa del caudillo colorado acusaba abiertamente a Suárez y Caraballo. En una carta dirigida años después al gobierno del momento, decía: "Mi dolor sería mitigado un poco si viera que los esfuerzos de las autoridades a las que está encomendado el descubrimiento y castigo de mi adorado esposo, llegaran a ser coronados por un éxito completo".

Máximo Pérez era de la misma opinión. Dos meses después de la crisis política que relatamos, llegó a juntar en Soriano 4720 firmas instando al "pronto esclarecimiento de los hechos". La crisis de 1868 marcaría el fin de una etapa en la historia del país, entre otras cosas terminaba el tiempo del caudillo regional y se abría un período difícil política y económicamente, que duraría hasta 1875.

Momo falta a la cita

El año 1868 fue realmente complicado. Había comenzado con la amenaza de inminente invasión de Timoteo Aparicio y seguido con el estallido, el 6 de febrero, de la denominada “revolución de los muchachos”, mientras que una virulenta epidemia de cólera cobraba la vida del 2% de los pobladores.

Los medios de prensa, pese a todo, igualmente venían promoviendo la realización de unas “carnestolendas alegrísimas como pocas”. El sofocante verano hacía soñar de antemano con las famosas guerras de agua, a las que nadie faltaba, ni aún los más encumbrados. Era impensable que el carnaval fuera suspendido, si se tenía en cuenta que se había realizado aun bajo situaciones extremadamente limites, como por ejemplo en 1813, durante el asedio artiguista sobre Montevideo.

Pero aquel año sería atípico en todos los sentidos y una semana antes del comienzo de las fiestas, ocurren los hechos más arriba reseñados. Las muertes de Berro y Flores, junto con la posterior carnicería, sepultarán en un baño de sangre los tres días de carnaval. Cuando los montevideanos comienzan a apaciguarse, se dan cuenta que se habían quedado sin festejos.

Hubo quienes intentaron que la fiesta se realizara fuera de fecha, pero no hubo forma de concretarla y 1868 quedará en la historia no solamente por la epidemia, los motines, las matanzas y los magnicidios, sino porque fue la única vez en nuestra historia, que Momo faltaría a la cita.

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