miércoles

C. G. JUNG / EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS



VIGESIMOPRIMERA ENTREGA

3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (V)

Marie-Louise von Franz

El ánimus: el hombre interior

La personificación masculina en el inconsciente de la mujer -el ánimus- muestra aspectos buenos y aspectos malos, como le ocurre al ánima en el hombre. Pero el ánimus no aparece con tanta frecuencia en forma de fantasía o modalidad erótica; es más apto para tomar la forma de convicción “sagrada” oculta. Cuando tal convicción es predicada con voz fuerte, insistente, masculina o impuesta a otros por escenas de brutal emotividad, se reconoce fácilmente la masculinidad subyacente en una mujer, Sin embargo, aun en una mujer que exteriormente sea muy femenina, el ánimus puede ser también una fuerza dura e inexorable. Podemos encontrarnos de repente en contra de algo en una mujer que es obstinada, fría y completamente inaccesible.

Uno de los temas favoritos que el ánimus repite incesantemente en las meditaciones de ese tipo de mujeres viene a ser así: “La única cosa que yo deseo en el mundo es amor…, y él no me ama”; o “En esta situación sólo hay dos posibilidades… y las dos son igualmente malas”. (El ánimus jamás cree en excepciones.) Raramente se puede contradecir la opinión de un ánimus porque, por lo general, suele tener razón; sin embargo, pocas veces parece ajustarse a la situación individual. Es apto para una opinión que parece razonable pero al margen de la cuestión.

Al igual que el carácter del ánima de un hombre está moldeado por su madre, el ánimus está básicamente influido por el padre de la mujer. El padre dota al ánimus de su hija con el matiz especial de convicciones indiscutibles, irrecusablemente “verdaderas”, convicciones que jamás incluyen la realidad personal de la propia madre tal como es realmente.

Esa es la causa de que, algunas veces, el ánimus sea, como el ánima, un demonio de la muerte. Por ejemplo, en un cuento gitano, un apuesto extranjero es recibido por una mujer solitaria a pesar de que ella tuvo un sueño que le advertía que él era el rey de la muerte. Después de haber estado con ella algún tiempo, ella le instó a que le dijera quién era realmente. Él, al principio, rehusó diciendo que ella moriría si se lo decía. Sin embargo, la mujer insiste y él le revela de repente que es la propia muerte. La mujer muere inmediatamente de miedo.

Considerado mitológicamente, el apuesto extranjero es probablemente una imagen pagana del padre o de un dios que aparece aquí como rey de la muerte (como el rapto de Perséfone realizado por Hades). Pero psicológicamente representa una forma particular del ánimus que atrae a las mujeres alejándolas de todas las relaciones humanas y, en especial, de todos los contactos con hombres auténticos. Personifica al capullo de seda de los pensamientos soñadores, llenos de deseos y de juicios acerca de cómo “debieran ser” las cosas, y que separan a la mujer de la realidad de la vida.

El ánimus negativo no aparece sólo como un demonio de la muerte. En los mitos y en los cuentos de hadas desempeña el papel de ladrón y asesino. Un ejemplo es Barba Azul, que mataba secretamente a todas sus mujeres en una cámara oculta. En esta forma, el ánimus personifica todas las reflexiones semiconscientes, frías y destructivas que invaden a una mujer en las horas de la madrugada cuando no ha conseguido realizar cierta obligación sentimental. Es entonces cuando comienza a pensar acerca de la herencia de la familia y asuntos de esa índole, una especie de tejido de pensamientos calculadores, llenos de malicia e intriga, que la llevan a un estado en que es capaz de desear la muerte a otros. (“Cuando uno de nosotros muera, me trasladará a la Riviera”, dice una mujer a su marido al contemplar la hermosa costa mediterránea; un pensamiento que resultaba inofensivo por el hecho de haberlo dicho.)

Alimentando secretas intenciones destructivas, una mujer puede conducir a su marido, y una madre a sus hijos, a enfermedades, accidentes o, incluso, la muerte. O puede decidir que sus hijos no lleguen a casarse: una forma del mal, profundamente escondida, que raramente sube a la superficie de la mente consciente de la madre. (Una anciana simple nos dijo una vez, mientras nos mostraba un retrato de su hijo, ahogado a los veintisiete años: “Lo prefiero así; es mejor que dárselo a otra mujer.”)

A veces una extraña pasividad y la paralización de todo sentimiento, o una profunda inseguridad que puede conducir casi a una sensación de nulidad pueden ser el resultado de la opinión de un ánimus inconsciente. En las profundidades del ser de la mujer, el ánimus le susurra: “No tienes esperanza. ¿De qué vale intentarlo? De nada sirve lo que hagas. La vida jamás cambiará para mejorar”.

Desgraciadamente, siempre que una de esas personificaciones del inconsciente se apodera de nuestra mente, parece como si tuviéramos tales pensamientos y sentimientos. El ego se identifica con ellos hasta el extremo de que resulta imposible separarlos y verlos tal como son. Se está realmente “poseído” por la figura desde el inconsciente. Sólo después que ha cesado la posesión, se comprueba con horror que hemos dicho y hecho cosas diametralmente opuestas a nuestros verdaderos pensamientos y sentimientos, que hemos sido la presa de un factor psíquico ajeno.

Al igual que el ánima, el ánimus no consta meramente de cualidades negativas tales como brutalidad, descuido, charla vacía, malas ideas silenciosas y obstinadas. También tiene un lado muy positivo y valioso, también puede construir un puente hacia el “sí-mismo” mediante su actividad creadora. El siguiente sueño de una mujer de 45 años puede ayudar en la aclaración de este punto:

Dos figuras embozadas trepan hasta el balcón y entran en la casa. Van envueltas en un ropaje negro con capucha, y parece que quieren atormentarnos a mi hermana y a mí. Ella se esconde bajo la cama, pero ellos la sacan de allí con una escoba y la torturan. Luego me toca a mí. El jefe de ellos me empuja contra la pared, haciendo gestos mágicos ante mi cara. Mientras tanto, su ayudante hace un boceto en la pared y, cuando lo miro, digo (con el fin de congraciarme): “¡Pero si está muy bien dibujado!”. Ahora, de repente, mi torturador tiene noble cabeza de artista y dice con orgullo: “Sí, desde luego”, y comienza a limpiarse las gafas.

El aspecto sádico de esas dos figuras era muy conocido por la soñante ya que, en realidad, sufría con frecuencia de ataques agudos de ansiedad durante los cuales la asediaba el pensamiento de que la gente a la que ella quería se encontraba en gran peligro o, incluso, que había muerto. Pero el hecho de que la figura del ánimus sea doble en el sueño sugiere que los salteadores personifican un factor psíquico que es dual en sus efectos y que podría ser algo completamente distinto a esos pensamientos atormentadores. La hermana de la soñante, la cual huyó de los hombres, es cogida y torturada. En realidad, esa hermana había muerto cuando era muy joven. Tenía dotes artísticas, pero había utilizado muy poco su talento. Después, el sueño revela que los salteadores embozados están, en realidad, disfrazados de artistas y que si la soñante les reconoce sus dotes (que son las de ella) prescindirán de sus malas intenciones.

¿Cuál es el significado profundo del sueño? Es que, tras los espasmos de ansiedad, hay un peligro auténtico y mortal; pero también hay una posibilidad creadora para la soñante. Ella, al igual que su hermana, tenía cierto talento como pintora, pero dudaba si la pintura sería para ella una actividad con significado. Ahora bien: su sueño le dice del modo más firme que debe reavivar ese talento. Si obedece, el ánimus destructivo y atormentador se transformará en una actividad creadora y plena de significado.

Al igual que en ese sueño, el ánimus aparece con frecuencia como un grupo de hombres. De esa forma, el inconsciente simboliza el hecho de que el ánimus representa una colectividad más que un elemento personal. A causa de esa inclinación a lo colectivo, las mujeres habitualmente se refieren (cuando su ánimus habla por medio de ellas) a “uno” o “ellos” o “todo el mundo”, y en tales circunstancias su conversación, muchas veces contiene las palabras “siempre” y “debiera” y “tuviera”.

Muchísimos mitos y cuentos de hadas hablan de un príncipe convertido por hechicería en un animal salvaje o en un monstruo, que es redimido por el amor de una doncella: un proceso que simboliza la forma en que el ánimus se hace consciente. (El Dr. Henderson ha comentado en el capítulo anterior el significado del motivo de La Bella y la Bestia.)

Muy frecuentemente, a la heroína no se le permite hacer preguntas acerca de su misterioso y desconocido enamorado y esposo; o se encuentra con él sólo en la oscuridad y jamás debe mirarle. Esto implica que, por confianza y amor ciegos hacia él, ella podrá redimir a su marido. Pero eso jamás sucede. Ella rompe su promesa y, al final, encuentra a su amado otra vez después de una búsqueda larga y difícil y de muchos sufrimientos.

El paralelo de eso en la vida es que la atención consciente que una mujer tiene que conceder al problema de su ánimus probablemente requiere mucho tiempo y acarrea infinidad de sufrimientos. Pero si ella se da cuenta de quién y qué es su ánimus y qué hace con ella, y si ella se enfrenta con esas realidades en vez de dejarse poseer, su ánimus puede convertirse en un compañero interior inapreciable que la dota con las cualidades masculinas de iniciativa, arrojo, objetividad y sabiduría espiritual.

El ánimus, exactamente igual que el ánima, muestra cuatro etapas de desarrollo. La primera aparece como una personificación de mero poder físico, por ejemplo, como campeón atlético u “hombre musculoso”. En la segunda etapa, posee iniciativa y capacidad para planear la acción. En la tercera, el ánimus se transforma en la “palabra”, apareciendo con frecuencia como profesor o sacerdote. Finalmente, en su cuarta manifestación, el ánimus es la encarnación del significado. En este elevado nivel, se convierte (como el ánima) en mediador de la experiencia religiosa por la cual la vida adquiere nuevo significado. Da a la mujer firmeza espiritual, un invisible apoyo interior que la compensa de su blandura exterior. En su forma más desarrollada, el ánimus conecta, a veces, la mente de la mujer con la evolución de su tiempo y puede, por tanto, hacerla aun más receptiva que un hombre a las nuevas ideas creadoras. A causa de esto, en tiempos primitivos, muchos pueblos empleaban a las mujeres como adivinadoras y profetisas. La intrepidez creadora de su ánimus positivo, a veces expresa pensamientos e ideas que estimulan a los hombres a nuevas empresas.

El “hombre interior” dentro de la psique de una mujer puede conducir a disturbios matrimoniales análogos a los mencionados en la sección referente al ánima. Lo que complica especialmente las cosas es el hecho de que la posesión de uno de sus cónyuges por el ánimus (o el ánima) puede ejercer automáticamente tal efecto irritante en el otro que él (o ella) quede también poseído. Ánimus y ánima tienden siempre a arrastrar la conversación a un nivel más bajo y a producir una atmósfera emotiva irascible y desagradable.

Como dije antes, el lado positivo del ánimus puede personificar un espíritu emprendedor, atrevido, veraz, y en su forma más elevada, de profundidad espiritual. Por medio de él, una mujer puede experimentar el proceso subyacente de su situación objetiva personal y cultural, y puede encontrar el camino de una intensa actitud espiritual ante la vida. Esto, naturalmente, presupone que su ánimus deje de representar opiniones que están por encima del criticismo. La mujer tiene que encontrar el atrevimiento y la interior amplitud mental para dudar de la santidad de sus convicciones. Sólo entonces será capaz de aceptar las sugerencias del inconsciente, en especial cuando contradicen las opiniones de su ánimus. Sólo entonces llegarán hasta ella las manifestaciones de su “sí-misma” y podrá entender conscientemente su significado.

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