domingo

EDUARDO DÍAZ YEPES

"MIGUEL ÁNGEL FUE UN GRAN CARNICERO"

por Hugo Giovanetti Viola

(reportaje y viñetas recuperadas respectivamente de la revista Universo, nro 1, 1970 y La Hora Popular nro 33, 1990)

Eduardo Díaz Yepes (1910-1978) nació en Madrid, pero siempre se consideró un escultor uruguayo. Entre 1934 y 1936 vivió en Montevideo, donde se casó con Olimpia Torres Piña, la hija de Joaquín Torres García y Manolita Piña, y después de afrontar dos posguerras en Europa se radicó definitivamente en el Uruguay en el 48. Entrevisté a Yepes -como se lo llamaba a secas- en su legendario taller de Punta Gorda, lápiz y libreta en mano, mientras él daba zancadas malhumoradas verificando los resultados de un experimento realizado con resina poliéster. Años más tarde publiqué una nota (de la que extraeré algunas viñetas) a propósito del Cristo Obrero hecho por encargo de Eladio Dieste para la parroquia ondulante construida en el viejo pueblo Atlántida.

El Cristo fue modelado en barro, vaciado en yeso, tallado en madera y dorado a la hoja. Su pie derecho representa el puro hueso, pero en el izquierdo ya encontramos la carne invencible de la resurrección. Según la crítica, la obra es parte de una trilogía involuntaria (para hablarlo en Levrero) que también integran la Piedad -ubicada a la entrada del cementerio del Buceo- y La lucha, el monumento dedicado a los caídos en actos de servicio de la Armada que corona la Punta Gorda.

Demian Díaz Torres, hijo mayor del escultor y terapeuta junguiano con quien dialogué en un libro-reportaje que se puede encontrar en este blog (La heroicidad uruguaya), interpreta al ya emblemático monumento marino como el simbolismo del trenzamiento urobórico entre el hombre y su propia base animal discriminada, lo que genera la palanca de entrada a la completud evolutiva o el paraíso terrestre que estamos destinados a parir.

Él, sin embargo, no se siente pariente de San Juan de la Cruz (que se llamaba Juan de Yepes), una verdad que le gustaba inventar (para hablarlo en Machado) a su padre, quien finalmente dio por terminado el tema declarándole a un periodista de Marcha que la interrogante sobre el presunto parentesco iba a terminar por resolverse en el paraíso.

Apuntes (I)

Yo tenía doce años y vivía a cinco cuadras de la Plaza Virgilio y a dos de la casa de Yepes. Iba muy a menudo a lo de Torres-García con mi padre y conocía muy bien a Olimpia (la nívea esposa de Yepes) y estaba secretamente enamorado de la florescencia estrábica de Eva (la hija del medio). Tanto Yepes como Demian (su hijo mayor, un médico que se fascinó tanto con Dostoievsky que terminó por convertirse en detective de almas) demorarían unos años en visitar con cierta regularidad a mi padre. Al “gran escultor” lo veía tomando puntuales copas en el mostrador del boliche de mala muerte que había frente a casa: era petiso, desgarbado, desmelenado, y fumaba perpetuamente y repechaba la vereda ventosa (con el cuero del rostro estriado por las redes del horror y unos lentes siderales de relumbrar temible o melancólico) como si el planeta fuera lo que en realidad es: un barco en un mar muerto. Hasta que mi profesora de inglés me dijo un día, a quemarropa: “¿Viste qué porquería esa estatua que pusieron en la Plaza Virgilio? Lo único lindo es la fuentecita que tiene alrededor”. “No la vi” murmuré, con desentendimiento. Pero me sentí herido.

Reportaje (I)

¿Cómo ve usted el problema de la escultura en la época contemporánea?

La escultura es siempre la misma. Su pregunta implicaría una explicación que desvirtúa el concepto universal de la escultura.

Sin embargo, del Renacimiento, por ejemplo, a acá, han habido cambios, por lo menos formales; la arquitectura moderna plantea problemas de integración. Se habla de forma abierta y forma cerrada, de adentro-afuera o afuera-adentro.

Usted vuelve a la primera pregunta y yo tengo que contestarle lo mismo. Con respecto al tema del Renacimiento, yo empezaría por aclarar que hay distintos períodos históricos. Períodos vivos, períodos muertos y períodos de transición. Pienso que el nuestro es un período de transición. El Renacimiento, en cambio, fue un período muerto. La escultura es forma y hueco y nada más. Dentro de eso, problemas de proporciones, de armonía. Es el problema de siempre. Según la época se desvirtúa o no ese concepto. Y ese es el caso del Renacimiento, en el cual la escultura perdió su sentido metafísico. Hay una evolución universal del concepto de escultura que va del vacío absoluto a la forma plena. Esto sería la esfera, símbolo de la naturaleza, Pero, a través de la historia, ese movimiento paulatino de la forma tiene reminiscencias del hueco de donde procede. El momento de culminación -forma plena- sin hueco, le hace perder su sentido metafísico. El proceso normal es del vacío a la esfera pero siempre con reminiscencias del hueco. Sin el hueco se pierde el misterio, y se cae en lo fotográfico, naturalista. Sería lo que pasó en el Renacimiento, salvando los grandes valores individuales. Un período culminante es Grecia. Fidias es plenitud, pero con reminiscencias de hueco. Después se decae y la escultura romana ya es realista, plenitud falsa, imitación no recreativa. A pesar de ser consecuencia aparente de la griega, no es profunda.

Me preguntaba usted sobre la integración con la arquitectura. No hay integración, hay coexistencia.

Generalmente, la escultura no ha integrado la arquitectura; y actualmente, no acompaña la ortogonalidad del edificio moderno. Parece como que la escultura se adelanta pero no se integra. En pintura, a partir del cubismo se da una coincidencia en la ortogonalidad. Una tela de Mondrian más que una escultura de Moore (Henry Moore, inglés, contemporáneo) integra un edificio. Hay posibles ejemplos de escultura ortogonal en nuestra época, generalmente se mueve en elipses, en curva. Entonces, hay coexistencia, pero no integración. El nuestro sería un período de transición.

Hay un mito muy lindo, que es el de Prometeo escultor. ¿Recuerda? Prometeo roba el fuego divino, se lo entrega a los hombres, es castigado… Trasladado al escultor sería un gigante con pies de barro que está frente al árbol de la vida y se yergue sobre sí mismo tratando de alcanzar un fruto, un fruto esférico, de plenitud total. Pero tiene pies de barro, no puede alcanzarlo. Y cuando lo logra, cuando por su esfuerzo consigue tocar un fruto del árbol, el fruto estalla como una granada y lo derriba, haciendo caer una lluvia de sangre. Pero esta lluvia de sangre vivifica la tierra y le da fuerzas para recomenzar. Y esa es la tragedia del escultor, su lucha de siempre.

En los períodos vivos, se trata de alcanzar la perfección sin trampa. En los períodos muertos, Roma, el Renacimiento, es como si Prometeo se pusiera guantes, o tomara un palo para alcanzar el fruto. No sienten la metafísica de la forma, que tiene vida por sí misma. La escultura debe irradiar de adentro hacia fuera, como un hueso o una piedra. Fidias tiene eso, no Miguel Ángel, que parece carne. Frente al David, uno tiene la sensación de que si lo tocara, se hundiría. Miguel Ángel fue un gran carnicero.

La verdadera escultura es tal el respeto que impone, es tan poderosa su fuerza de irradiación interior, que uno no se siente tentado de tocarla. Ya en eso, en esa eternidad, está la escultura románica, la egipcia, la griega, la del medioevo, el arte… No el Renacimiento, aunque salvando los valores individuales.

Apuntes (II)

Mi padre hacía unas maravillosas mesas taraceadas, y la decoración consistía en una mosaico constructivo / bizantino que respetaba estrictamente las vetas naturales. Un día estábamos en el taller de casa y mi padre se quejaba de conseguir muy poca madera oscura y Yepes insistió con el pucho apagado colgándole de una sonrisa digna del Lazarillo: “Pero no dude más, Giovanetti. Nosotros mondábamos patatas durante la guerra, y luego hervíamos las cáscaras y con ese menjunje coloreábamos las estatuillas y luego las vendíamos como si fueran antigüedades. Pero no era nada malo, hombre. Utilizando este ácido que le traje usted no artificializa la madera: sólo hace en un momento lo que le harían los siglos”. Yo tendría dieciocho años, y se me ocurrió preguntar en un rapto de máxima idiotez: “¿Y con las papas qué hacían?”. Yepes me miró conmovido. “Estos jóvenes crecidos entre las vacas gordas van a demorar mucho en dejar de ser niños” debe haber pensado. “Pues nos las comíamos, hijo” bufó. Y terminamos llorando de la risa.

Reportaje (II)

¿Por qué califica al nuestro como período de transición?

Bueno, se hacen experiencias. Muchas de ellas no tienen nada que ver con la escultura. Un día a Picasso le encargaron un monumento para Apollinaire. Picasso no es un escultor, pero es un hombre que tiene ideas… a veces propias, a veces ajenas, pero en fin… Entonces dibujó un pensamiento, una flor. Después recortó el dibujo que estaba en cartulina, lo giró en espiral y lo puso en el espacio. Atado con hilos. Entonces se acordó de un compañero de juventud, Juan González, que había aprendido a soldar durante la guerra del catorce. Le llevó su flor de cartulina y le dijo: “Quiero que me hagas esto en metal de dos metros de altura”. Al cabo del tiempo, llega González al estudio de Picasso y dice: “Oye, Pablo, ¿tú no te enojarás si yo empiezo a hacer escultura abstracta?”.

Bien, yo no creo que eso sea escultura. La escultura en metal enmarca el espacio, lo limita, pero no opera como una planta que va creciendo de adentro hacia fuera, no irrumpe en el espacio como una forma que aspire a su plenitud, a llenar el espacio. Ese el deseo -y la tragedia- del escultor de todos los tiempos.

¿Ese sería entonces el concepto universal de la escultura?

Sí, sin querer definirlo.

Deslindaría terrenos, además, con otras artes del espacio?

Sí. Verá. Yo quiero mucho a Rodin como creador de gran impulso. Hay que dejar de lado el ochenta por ciento de su obra, sin embargo. Pero tramos de “Los burgueses de Calais” y el “Balzac” lo hacen sentirse a uno frente a un creador.

A pesar de todo -era escultor de barro y no de mármol, un impresionista- uno siente que el Balzac nació como un gran saco vacío coronado por una cabeza. Y eso que se da en Rodin -salvo algunas obras- se repite en las esculturas modernas soldadas. Puede ser bonito y experimental, pero advierto el peligro. Sirve para aprender que es una equivocación. Por ahí no se llegará a un nuevo clacisismo.

¿Y el arte cinético?

Una experiencia más, estética, pero que no tiene nada que ver con la escultura. Es otra cosa. Que no se llame escultura, entonces. Pues para algo se ha inventado el lenguaje, para entendernos todos. El lenguaje limita, es cierto, pero hay que usarlo correctamente para entendernos. Por eso un puente, que sirve para que pase la gente, es ingeniería, aparte de que sea bonito o no, como todas las cosas. Y así mismo, un edificio es arquitectura. Y los móviles deben tener otro nombre, no escultura.

¿Qué opina sobre los materiales y el mercado uruguayos?

Bueno, el mercado es chico, como todo el mundo sabe. El granito es el material más noble: buenísimo. El ónix se podría exportar. Yo tengo en el Museo de San Pablo una escultura en ónix uruguayo. Como material, lo prefiero al mármol de Carrara. Es más cristalino.

No hay piedras calizas como en Europa pero sí gran riqueza de mármoles, aunque muy veteados, lo que dificulta el trabajo. Es demasiado rico en colores. El granito negro uruguayo es maravilloso, pero muy difícil de trabajar; por eso es muy poco empleado. En síntesis, queda mucho por explorar y por explotar. No existe lo malo aquí. Lo que sucede es que es un país joven, que está naciendo. Una cultura no se forma en ciento cincuenta años. Hay mucho por hacer.

Apuntes (III)

Sucedió un mediodía radiante, durante el último otoño de la vida de Yepes, que ya estaba muy enfermo. Él volvía caminando con Olimpia desde la Plaza Virgilio -porque le renovaba las fuerzas contemplar La lucha- y nos pusimos a charlar en mi jardín y me regaló una historia que finalmente escribí, aunque tuve que quemarla porque no la preñé del misterio suficiente.

Hoy recuerdo su mirada amarillamente dulce y el fulgor de su paz y le extiendo cuatro versos que esculpí tras la muerte de mi padre: No es la pompa espacial / sino la gravidez / de una vida redonda / lo que pesa en el cielo.

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