LAS DOS CARAS DEL CURA FIGUEREDO
RICARDO AROCENA
Desde los inicios independentistas en el Río de la Plata el cura y francmasón Santiago Figueredo estuvo dispuesto a enfrentar clandestinidades y exilios, exponiéndose a los "rigores del despotismo", pero durante el transcurso del proceso revolucionario oriental desertó de sus convicciones, y el propio Artigas, que lo había elogiado como un "bravo campeón" en la lucha por la libertad, solicitaría su expulsión de filas patriotas.
Para el sacerdote no había contradicción entre integrar los cuadros activos de la Iglesia Católica y a su vez formar parte de las logias masónicas, por lo que no solamente se sumó a la cofradía, sino que convocado por ella, junto con Bauzá, Mateo Gallego, Francisco Xavier de Viana, Murguiondo y otros "hermanos", había participado de las primeras "movidas" patriotas, que habrían de fracasar por su escaso sustento popular.
Joaquín Suárez, que había sido uno de los mentores de aquellos augurales complots, no tardaría en comprender que se precisaba algo más que el apoyo de "letrados" y que hacía falta un "hombre de armas llevar, que reuniese a las masas", para derrocar al colonialismo hispánico. Por eso y ante el revés, los conjurados deciden retirarse a sus casas, "a cuidar nuestros intereses", según revelarían más tarde.
Pero no iba a ser tan fácil retornar a los quehaceres cotidianos luego de la naufragada intentona. Las autoridades españolas de Montevideo estaban informadas de quienes habían sido sus inspiradores y envía al militar Joaquín Navia a arrestarlos. Pero integrantes de la Logia francmasónica filtran la información y los conjurados logran esconderse en la campaña, por "precaución". Aunque no todos... La oleada represiva sorprende al padre Figueredo entre las murallas de Montevideo, por lo que no tiene otra alternativa que lidiar con las autoridades y tratar de salir parado lo mejor posible de la complicada situación.
Intentando desestimar las imputaciones y ganar tiempo escribe a las autoridades una nota explicatoria en la que dice que "siendo tan pública mi opinión particular sobre las ocurrencias del día, nunca pensé, pudiesen alcanzarme los tristes resultados de la lastimosa desunión que experimentan nuestros pueblos...". Y agrega que en el momento de la conjura se encontraba "distante más de 20 leguas, sin influencia alguna en los sucesos del día, ocupado enteramente en la formación de un pueblo que da un nuevo realce a las glorias de ese M.I.C. y en el fomento y adelanto de esta campaña..."
Hábil declarante, sostiene que "estaba persuadido que se miraría con desprecio cualquier siniestro informe, que contra mi pudiera la ignorancia y la malicia". Pero por las dudas y ante la información que le llega, en tono ofendido informa que pensaba renunciar a sus actividades: "ciertas noticias y avisos que he tenido de que el gobierno no tiene miras para mí nada favorables, han debilitado mi confianza, me han hecho temer y he resuelto retirarme, abandonando la obra de la Iglesia, que había empezado..."
Pero hace sentir su peso entre la población e intimida diciendo que frente a las circunstancias tendría que dejar la "escuela de niños que se iba a establecer y más de trescientas almas que buscan su felicidad con el auxilio de ese M. I. Cabildo a la sombra de mi celo y constancia por sus adelantos, finalmente mi curato, entretanto se me restituye mi honor y tranquilidad personal".
Insiste que siendo inocente temía una "impostura" y argumenta, procurando hacerse fuerte que en el recién fundado pueblo de San Fernando se esperaba su reincorporación. Al mismo tiempo que exige al gobierno que no atropelle sus derechos, en nombre del "buen concepto y opinión" de que era acreedor, recurre desesperadamente a sus contactos en la francmasonería para escapar de la ciudad, cosa que finalmente consigue, embarcándose para Buenos Aires.
Llega a una ciudad por aquel entonces alborotada por cuanto estaba ocurriendo. Un día sí y otro también los paisanos, llenos de entusiasmo, se juntaban en la plaza frente al Cabildo, para enterarse de lo que estaba sucediendo. "Perseguido por el gobierno de Montevideo y separado de mi curato, me consideraba inútil a mi patria", comentará atormentado tiempo después.
Por ese motivo le asignan en forma interina la feligresía de San Luis de los Arroyos, en donde protege a los sobrevivientes de la escuadra de Juan Bautista Azopardo, que había sido derrotado en el combate de San Nicolás. Aquel jubileo revolucionario y el contacto con otros patriotas, entre ellos el Dr. Diego Zabaleta, reaviva la pasión del cura, que decide retornar.
LA PLAUSIBLE NOTICIA
Estaba convencido de que por sus "conocimientos y conexiones" podía ser útil, por eso ante la primera oportunidad de regresar a su "destino", decide exponerse por "segunda vez a los rigores del despotismo" y retornar clandestinamente a sus pagos de Florida, en donde en abril de 1811 se entera de la llegada de Artigas a Mercedes.
Entusiasmado por la buena nueva le escribe: "Acabo de recibir la plausible noticia de su arribo a las costas de nuestra Banda con el objeto de salvar nuestra patria, el mismo fin me ha conducido a estos destinos, aunque por medios extraordinarios, deseando dar a mis paisanos el último testimonio de mi amor". Y agregaba en forma emotiva: "no me importa si soy una víctima, tendré la gloria de serlo por la libertad de mi patria..."
Desde su furtivo retorno había introducido en la campaña ejemplares de "La Gaceta de Buenos Aires", "por cuya lectura y mis sesiones particulares he conseguido desengañar a más de cuatro que alucinados con las ridículas amenazas e insignificantes promesas del tirano o ignorantes de nuestros incalculables progresos paralizaban sus deseos en medio de tantas incertidumbres".
Logra de esa forma organizar seis partidas patriotas, que pone al servicio de la causa revolucionaria, pasando él mismo a integrar una "compañía de vecinos hacendados" dispuestos a servir de voluntarios. Por sus esfuerzos el padre Figueredo recibiría el cálido reconocimiento del conductor oriental, que lo elogiaría por haber "participado de las fatigas del soldado", durante las "penosas marchas del ejército" y por "haber ejercido las funciones de su sagrado ministerio en todas las ocasiones que fueron precisas".
Durante la "Redota" era común verlo en carros y carretas o en los extensos campamentos nocturnos. A todo el que lo quisiera oír, orgulloso le decía, que de "más de 80 matrimonios" que "poblaban la Florida", "solo seis habían quedado" en ese pago. Y luego de pensar un segundo, como queriendo justificar también a esas ausencias, y sin que nadie le dijera nada, agregaba: Y éstos... "tal vez contra su voluntad".
"Han venido los mancebos, con sus mancebas, los amantes con los objetos de su cariño y los novios tras la dulce esperanza de su corazón", comentaba abrumado Figueredo, que prácticamente todos los días celebraba bodas y bautizos o registraba defunciones, y que vería incrementar su extenuante tarea cuando los orientales se instalan en el Ayuí.
No era fácil contribuir a socorrer a la enorme población. Todos los días había que auxiliar a más de 16 mil personas, con comestibles y ropa u organizando su alojamiento. Solamente se pudo sortear la situación con un enorme sacrificio, porque la asistencia que llegaba de Buenos Aires no era suficiente como para satisfacer las necesidades ni siquiera básicas. Pero los sufrimientos y las privaciones habían cohesionado a la gente de tal forma, que se sentía como una colectividad en sí misma, con individualidad propia, lo cual disgustaba al gobierno porteño, que no veía con buenos ojos los soplos autonomistas de los orientales.
Mientras aquel pueblo desplazado resistía y se organizaba, como consecuencia del descontento producido por los reveses militares, se producen cambios gubernamentales en Buenos Aires, que consagran una orientación centralista. Las nuevas autoridades se había propuesto quebrar la cohesión y la unidad de las fuerzas dirigidas por Artigas y para lograrlo nada mejor que enviar a Manuel de Sarratea, un individuo siempre devoto de lo que emanaba del poder.
El Jefe patriota tiene instalado su cuartel general en la Capilla del Pilar, en la jurisdicción de Curuzú Cuatiá, cuando el gobernante llega el 13 de junio de 1812 al Ayuí, con el cargo de General en Jefe del Ejército de Operaciones, supuestamente para iniciar los preparativos que permitieran reanudar la campaña militar en la Banda Oriental. Desde el primer momento provoca a los orientales, al hacerse reconocer como jefe supremo de todas las fuerzas, incluidas las que estaban bajo el mando de Artigas, lo que induce a la renuncia del Jefe Oriental.
Pero el porteño no acepta la dimisión. Y establece su campamento en Concepción del Uruguay, desde donde procura quitar del medio, por la vía que fuera, al Jefe oriental, desarticular a su equipo de dirección y redistribuir las fuerzas militares que a él respondían. El menosprecio de que era objeto el Jefe de la libertad era disfrutado por los españoles. Vigodet le informa al portugués De Souza, que Sarratea había salido de Buenos Aires en "un tren de artillería muy bien montado con abundante provisión de municiones...". Y que portaba "veinte mil pesos para sus gastos particulares y doscientos mil para aplicarlos a pagamentos, intrigas y otros usos semejantes... propios de la vileza de su carácter". Agregaba que "lleva órdenes de separar a Artigas..."
LA IRRESISTIBLE SEDUCCIÓN
El soborno y la difamación fueron las armas del funcionario porteño, que no vacilaría en tratar a Artigas de traidor y de instrumentar arrestos y atentados en contra suyo y de otros prominentes patriotas orientales, desde los primeros días de su llegada. Hacia fines de junio un grupo encabezado por un sargento de Dragones apuñala a Arias, edecán de Artigas y hombre de su entera confianza, en la zona de La Bajada, adonde se encontraba organizando a las familias que continuaban arribando al campamento. El jefe oriental inicia las averiguaciones pero el gobierno dispone que Sarratea "tome sobre sí el conocimiento de esta causa inhibiendo al coronel Artigas". Son los inicios de un proceso plagado de conspiraciones intestinas que alcanzarían su clímax el siguiente año, durante los inicios del segundo sitio de Montevideo.
Intentando comprender en su globalidad lo que estaba ocurriendo Artigas espera ansioso información de Buenos Aires. Ni bien llega el chasque con una carta de Don Tomás García de Zúñiga al Cuartel General, el Jefe oriental se apura en responderle, para que su compadre se entere de lo que en el Ayuí estaba ocurriendo.
Era el 20 de diciembre de 1812. Estaba irritado por la detención de uno de sus comisionados por el gobierno bonaerense y lo inquietaba que "el gobierno popular", del que tanto había esperado, estuviera degenerando en una "tiranía nueva". Don Tomás debía tenerlo en cuenta.
El recuerdo de su compadre le despierta el afecto y comienza diciendo: "mi apreciabilísimo...", para luego ponerlo al tanto del "exceso de injusticia del gobierno nuevo". Pero además lo aconseja: "obviemos parangones y oriéntese Ud. de todo". Era imprescindible que el delegado actuara con cabeza propia frente a los nuevos acontecimientos. A continuación se extiende sobre la frustrante situación:
"Nada restaba ya a mis deseos para realizar mis planes sobre nuestros enemigos comunes, excepto la libertad en mis operaciones, y cuando yo esperaba por momentos la orden de abrir la campaña, me fue anunciada la venida del Sr. Presidente en turno D. Manuel de Sarratea, con el objeto de consultar conmigo lo conducente al efecto".
"Su llegada fue seguida de la del Estado Mayor General, y algunos días después se hizo reconocer aquel señor por General en Jefe del ejército de Operaciones, según disposición del Eximo. Superior Gobierno. Yo no pude abstenerme de aquel reconocimiento; pero, puesto a la cabeza de mis conciudadanos por la expresión suprema de su voluntad general, creí un deber mío transmitirles la orden sin usar la arbitrariedad inicua de exigirles su obedecimiento: ellos nada hallaron que increparme, viendo mi delicadeza y conociendo que allí nada había que impidiese continuase yo a su frente, se abstuvieron de interpretaciones y guardaron lances", explica pormenorizadamente para que García de Zúñiga pudiera evaluar el escenario político.
Y agrega con cierto dejo de orgullo: "Seguidamente, sin ser por mi conducto, se les previno por dicho Eximo. Sr. General en Jefe a algunas de estas divisiones se preparasen a marchar a diferentes puntos y con diferentes objetos. Ellos hicieron ver que no obedecían otras órdenes que las mías, y protestaron que no marcharían jamás, no marchando yo a su cabeza".
Los "doscientos mil" para "pagamentos, intrigas y otros usos semejantes", sobre los que comunicaran los españoles ganarían la adhesión de Valdenegro, Pedro Viera, Vargas y Ventura Vázquez, al bando de Sarratea, quien también recibe el apoyo de Santiago Figueredo, que desde la llegada de los porteños se había comenzado a distanciar del Jefe Oriental. Razones ideológicas, políticas y personales lo llevaban a acercarse al ejército recién llegado de Buenos Aires, cuya cúpula militar estaba completamente integrada por sus "hermanos" francmasones.
Integraban el comando de dirección, los logistas Francisco Xavier de Viana, que fungía de Jefe de Estado Mayor; Santiago Vázquez, como Comisario de Guerra; y Pedro Feliciano Cavia, quien quedaría en la historia por haber escrito un libelo ofensivo contra el Jefe oriental. -"Siempre he preferido lo lucrativo a lo honorable... tengo tanta sed de oro que trabajaré hasta que no pueda más", -confesaría en algún momento, sobre las opciones de su vida.
Y como sabemos, encabezaba aquel "aparato", Don Manuel de Sarratea, sobre quien en los mentideros de la época, se rumoreaba que durante su pasaje por Río de Janeiro, había hecho saber a Lord Strangford, que estaba dispuesto a cumplir sumisamente sus instrucciones. Al Imperio Británico le interesaba consolidar en la región mercados para sus manufacturas y descubrir nuevas "fuentes de tesoro". Y el tendero devenido en militar estaba dispuesto a entregarse el gobierno inglés, con el respaldo de parte de la francmasonería.
Si bien un sector de la cofradía había demostrado su compromiso patriótico multiplicando entre el pueblo el conocimiento de los derechos naturales y enriqueciendo el concepto de libertad, otra parte se había constituido "en la vanguardia de la penetración imperialista británica", según comentaría el historiador Carlos de Villanueva. A este grupo pertenecían los que rechazaban las luchas populares: "ninguno desea más que nosotros las reformas útiles, pero ninguno aborrece más que nosotros que esas reformas sean hechas por el pueblo", diría uno de sus más conspicuos representantes.
Ensayando un sustento ideológico para sus posturas políticas dividirían las revoluciones en dos tipos: graduales y repentinas. Inclinándose por las primeras, preferían definirse como renovadores antes que como revolucionarios. Esa moderación sería típica de la masonería conservadora.
Para imponer en estas tierras al nuevo colonizador había que desarmar a los "peligrosos" orientales, que además de mostrarse orgullosos de serlo, eran cada vez más radicales. A los sectarios no les gustaba que el gauchaje se congregara. El cura Figueredo se pliega completamente a la labor divisionista e intenta sobornar a algunos de los dirigentes artiguistas, para que reconocieran la autoridad del triunvirato bonaerense, A partir de ese momento pasa a ser un aliado incondicional del "Capitán General".
Sarratea y sus aliados, viejos y nuevos, todo lo intentan para lograr sus objetivos. Desde el soborno y el chantaje, hasta los intentos de homicidio. Entre los colaboradores a los que tantean está Fernando Otorgués, a quien lo quieren convencer de "derribar el obstáculo que se opone a nuestra libertad". En otras palabras para quitar del medio al guía oriental.
"NO ME PROSTITUIRÉ JAMÁS"
Con dignidad el comandante artiguista respondería a las intrigas informándole a su Jefe que lo habían querido persuadir de que lo asesinara. "El pueblo de la Banda Oriental es un pueblo libre y la de la libertad es la causa que sigo, y si el gobierno de Buenos Aires trata de subyugarnos y esclavizarnos yo me hallo en distinto parecer pues me es imposible el que después de haber sacudido un yugo vuelva a meterme en otro que quizás sea peor", explicaría.
El estado de tensión empujaría a los orientales a lo que más sabían hacer y se reúnen en Asamblea, para debatir la situación. Los sectores más radicales, en los que estaban Miguel Barreiro, Nicolás de Acha y Fernando Otorgués, proponen la formación de una Junta independiente y la ruptura completa con el gobierno bonaerense, medidas extremas que terminan siendo desechadas. Resulta triunfadora la propuesta de enviar una enérgica protesta a Buenos Aires, de la que fue portador Manuel Martínez de Haedo.
El fin del exilio y el retorno a la Banda Oriental no zanjarían la división entre Sarratea y Artigas. Estando a la altura del Yi, el Jefe oriental exige la destitución del porteño. De las negociaciones surge un "pacto", por el cual Sarratea sería sustituido y los orientales que lo habían apoyado tendrían que retirarse a Buenos Aires. Las tropas venidas de esa ciudad pasaban a ser consideradas simplemente un "ejército auxiliador". El tendero se rehúsa a cumplir el tratado, pero los militares French y Rondeau se imponen y el 26 de febrero los orientales, en medio de "aclamaciones" y la alegría generalizada, se incorporan por segunda vez al sitio de la amurallada Montevideo.
Rumbo a Buenos Aires partían, derrotados en sus objetivos, Manuel de Sarratea y sus edecanes Rojas, Pinedo y Colodrero. Además Paula Rivero, Pedro Feliciano Cavia, y los coroneles Terrada, Alvarez Thomás y Alvarez Fonte. Los acompañaban los orientales Eusebio Valdenegro, Ventura Vázquez y Pedro Viera. Y completaba el grupo el sacerdote Santiago Figueredo, que luego de haber sido capellán del Ejército oriental, concluía siendo destituido por el máximo conductor.
Lo esperaba en Buenos Aires la Logia Lautaro para integrarlo a sus filas. Se había ganado un lugar en esa organización al comportarse como ella lo exigía, auxiliando a sus hermanos logistas durante el reciente conflicto. Sería bien recompensado en el futuro por los servicios prestados.
Por su parte el grueso de los orientales había sorteado las provocaciones de sus enemigos y de los que se habían dejado seducir. Artigas una vez más habría de expresar los sentimientos del conjunto y de cada uno de los patriotas: "yo continuaré siempre en mis fatigas por la libertad y grandeza de este pueblo. La energía nivelará sus pasos ulteriores hasta su consolidación; y en medio de los mayores apuros no me prostituiré jamás".
RICARDO AROCENA
Desde los inicios independentistas en el Río de la Plata el cura y francmasón Santiago Figueredo estuvo dispuesto a enfrentar clandestinidades y exilios, exponiéndose a los "rigores del despotismo", pero durante el transcurso del proceso revolucionario oriental desertó de sus convicciones, y el propio Artigas, que lo había elogiado como un "bravo campeón" en la lucha por la libertad, solicitaría su expulsión de filas patriotas.
Para el sacerdote no había contradicción entre integrar los cuadros activos de la Iglesia Católica y a su vez formar parte de las logias masónicas, por lo que no solamente se sumó a la cofradía, sino que convocado por ella, junto con Bauzá, Mateo Gallego, Francisco Xavier de Viana, Murguiondo y otros "hermanos", había participado de las primeras "movidas" patriotas, que habrían de fracasar por su escaso sustento popular.
Joaquín Suárez, que había sido uno de los mentores de aquellos augurales complots, no tardaría en comprender que se precisaba algo más que el apoyo de "letrados" y que hacía falta un "hombre de armas llevar, que reuniese a las masas", para derrocar al colonialismo hispánico. Por eso y ante el revés, los conjurados deciden retirarse a sus casas, "a cuidar nuestros intereses", según revelarían más tarde.
Pero no iba a ser tan fácil retornar a los quehaceres cotidianos luego de la naufragada intentona. Las autoridades españolas de Montevideo estaban informadas de quienes habían sido sus inspiradores y envía al militar Joaquín Navia a arrestarlos. Pero integrantes de la Logia francmasónica filtran la información y los conjurados logran esconderse en la campaña, por "precaución". Aunque no todos... La oleada represiva sorprende al padre Figueredo entre las murallas de Montevideo, por lo que no tiene otra alternativa que lidiar con las autoridades y tratar de salir parado lo mejor posible de la complicada situación.
Intentando desestimar las imputaciones y ganar tiempo escribe a las autoridades una nota explicatoria en la que dice que "siendo tan pública mi opinión particular sobre las ocurrencias del día, nunca pensé, pudiesen alcanzarme los tristes resultados de la lastimosa desunión que experimentan nuestros pueblos...". Y agrega que en el momento de la conjura se encontraba "distante más de 20 leguas, sin influencia alguna en los sucesos del día, ocupado enteramente en la formación de un pueblo que da un nuevo realce a las glorias de ese M.I.C. y en el fomento y adelanto de esta campaña..."
Hábil declarante, sostiene que "estaba persuadido que se miraría con desprecio cualquier siniestro informe, que contra mi pudiera la ignorancia y la malicia". Pero por las dudas y ante la información que le llega, en tono ofendido informa que pensaba renunciar a sus actividades: "ciertas noticias y avisos que he tenido de que el gobierno no tiene miras para mí nada favorables, han debilitado mi confianza, me han hecho temer y he resuelto retirarme, abandonando la obra de la Iglesia, que había empezado..."
Pero hace sentir su peso entre la población e intimida diciendo que frente a las circunstancias tendría que dejar la "escuela de niños que se iba a establecer y más de trescientas almas que buscan su felicidad con el auxilio de ese M. I. Cabildo a la sombra de mi celo y constancia por sus adelantos, finalmente mi curato, entretanto se me restituye mi honor y tranquilidad personal".
Insiste que siendo inocente temía una "impostura" y argumenta, procurando hacerse fuerte que en el recién fundado pueblo de San Fernando se esperaba su reincorporación. Al mismo tiempo que exige al gobierno que no atropelle sus derechos, en nombre del "buen concepto y opinión" de que era acreedor, recurre desesperadamente a sus contactos en la francmasonería para escapar de la ciudad, cosa que finalmente consigue, embarcándose para Buenos Aires.
Llega a una ciudad por aquel entonces alborotada por cuanto estaba ocurriendo. Un día sí y otro también los paisanos, llenos de entusiasmo, se juntaban en la plaza frente al Cabildo, para enterarse de lo que estaba sucediendo. "Perseguido por el gobierno de Montevideo y separado de mi curato, me consideraba inútil a mi patria", comentará atormentado tiempo después.
Por ese motivo le asignan en forma interina la feligresía de San Luis de los Arroyos, en donde protege a los sobrevivientes de la escuadra de Juan Bautista Azopardo, que había sido derrotado en el combate de San Nicolás. Aquel jubileo revolucionario y el contacto con otros patriotas, entre ellos el Dr. Diego Zabaleta, reaviva la pasión del cura, que decide retornar.
LA PLAUSIBLE NOTICIA
Estaba convencido de que por sus "conocimientos y conexiones" podía ser útil, por eso ante la primera oportunidad de regresar a su "destino", decide exponerse por "segunda vez a los rigores del despotismo" y retornar clandestinamente a sus pagos de Florida, en donde en abril de 1811 se entera de la llegada de Artigas a Mercedes.
Entusiasmado por la buena nueva le escribe: "Acabo de recibir la plausible noticia de su arribo a las costas de nuestra Banda con el objeto de salvar nuestra patria, el mismo fin me ha conducido a estos destinos, aunque por medios extraordinarios, deseando dar a mis paisanos el último testimonio de mi amor". Y agregaba en forma emotiva: "no me importa si soy una víctima, tendré la gloria de serlo por la libertad de mi patria..."
Desde su furtivo retorno había introducido en la campaña ejemplares de "La Gaceta de Buenos Aires", "por cuya lectura y mis sesiones particulares he conseguido desengañar a más de cuatro que alucinados con las ridículas amenazas e insignificantes promesas del tirano o ignorantes de nuestros incalculables progresos paralizaban sus deseos en medio de tantas incertidumbres".
Logra de esa forma organizar seis partidas patriotas, que pone al servicio de la causa revolucionaria, pasando él mismo a integrar una "compañía de vecinos hacendados" dispuestos a servir de voluntarios. Por sus esfuerzos el padre Figueredo recibiría el cálido reconocimiento del conductor oriental, que lo elogiaría por haber "participado de las fatigas del soldado", durante las "penosas marchas del ejército" y por "haber ejercido las funciones de su sagrado ministerio en todas las ocasiones que fueron precisas".
Durante la "Redota" era común verlo en carros y carretas o en los extensos campamentos nocturnos. A todo el que lo quisiera oír, orgulloso le decía, que de "más de 80 matrimonios" que "poblaban la Florida", "solo seis habían quedado" en ese pago. Y luego de pensar un segundo, como queriendo justificar también a esas ausencias, y sin que nadie le dijera nada, agregaba: Y éstos... "tal vez contra su voluntad".
"Han venido los mancebos, con sus mancebas, los amantes con los objetos de su cariño y los novios tras la dulce esperanza de su corazón", comentaba abrumado Figueredo, que prácticamente todos los días celebraba bodas y bautizos o registraba defunciones, y que vería incrementar su extenuante tarea cuando los orientales se instalan en el Ayuí.
No era fácil contribuir a socorrer a la enorme población. Todos los días había que auxiliar a más de 16 mil personas, con comestibles y ropa u organizando su alojamiento. Solamente se pudo sortear la situación con un enorme sacrificio, porque la asistencia que llegaba de Buenos Aires no era suficiente como para satisfacer las necesidades ni siquiera básicas. Pero los sufrimientos y las privaciones habían cohesionado a la gente de tal forma, que se sentía como una colectividad en sí misma, con individualidad propia, lo cual disgustaba al gobierno porteño, que no veía con buenos ojos los soplos autonomistas de los orientales.
Mientras aquel pueblo desplazado resistía y se organizaba, como consecuencia del descontento producido por los reveses militares, se producen cambios gubernamentales en Buenos Aires, que consagran una orientación centralista. Las nuevas autoridades se había propuesto quebrar la cohesión y la unidad de las fuerzas dirigidas por Artigas y para lograrlo nada mejor que enviar a Manuel de Sarratea, un individuo siempre devoto de lo que emanaba del poder.
El Jefe patriota tiene instalado su cuartel general en la Capilla del Pilar, en la jurisdicción de Curuzú Cuatiá, cuando el gobernante llega el 13 de junio de 1812 al Ayuí, con el cargo de General en Jefe del Ejército de Operaciones, supuestamente para iniciar los preparativos que permitieran reanudar la campaña militar en la Banda Oriental. Desde el primer momento provoca a los orientales, al hacerse reconocer como jefe supremo de todas las fuerzas, incluidas las que estaban bajo el mando de Artigas, lo que induce a la renuncia del Jefe Oriental.
Pero el porteño no acepta la dimisión. Y establece su campamento en Concepción del Uruguay, desde donde procura quitar del medio, por la vía que fuera, al Jefe oriental, desarticular a su equipo de dirección y redistribuir las fuerzas militares que a él respondían. El menosprecio de que era objeto el Jefe de la libertad era disfrutado por los españoles. Vigodet le informa al portugués De Souza, que Sarratea había salido de Buenos Aires en "un tren de artillería muy bien montado con abundante provisión de municiones...". Y que portaba "veinte mil pesos para sus gastos particulares y doscientos mil para aplicarlos a pagamentos, intrigas y otros usos semejantes... propios de la vileza de su carácter". Agregaba que "lleva órdenes de separar a Artigas..."
LA IRRESISTIBLE SEDUCCIÓN
El soborno y la difamación fueron las armas del funcionario porteño, que no vacilaría en tratar a Artigas de traidor y de instrumentar arrestos y atentados en contra suyo y de otros prominentes patriotas orientales, desde los primeros días de su llegada. Hacia fines de junio un grupo encabezado por un sargento de Dragones apuñala a Arias, edecán de Artigas y hombre de su entera confianza, en la zona de La Bajada, adonde se encontraba organizando a las familias que continuaban arribando al campamento. El jefe oriental inicia las averiguaciones pero el gobierno dispone que Sarratea "tome sobre sí el conocimiento de esta causa inhibiendo al coronel Artigas". Son los inicios de un proceso plagado de conspiraciones intestinas que alcanzarían su clímax el siguiente año, durante los inicios del segundo sitio de Montevideo.
Intentando comprender en su globalidad lo que estaba ocurriendo Artigas espera ansioso información de Buenos Aires. Ni bien llega el chasque con una carta de Don Tomás García de Zúñiga al Cuartel General, el Jefe oriental se apura en responderle, para que su compadre se entere de lo que en el Ayuí estaba ocurriendo.
Era el 20 de diciembre de 1812. Estaba irritado por la detención de uno de sus comisionados por el gobierno bonaerense y lo inquietaba que "el gobierno popular", del que tanto había esperado, estuviera degenerando en una "tiranía nueva". Don Tomás debía tenerlo en cuenta.
El recuerdo de su compadre le despierta el afecto y comienza diciendo: "mi apreciabilísimo...", para luego ponerlo al tanto del "exceso de injusticia del gobierno nuevo". Pero además lo aconseja: "obviemos parangones y oriéntese Ud. de todo". Era imprescindible que el delegado actuara con cabeza propia frente a los nuevos acontecimientos. A continuación se extiende sobre la frustrante situación:
"Nada restaba ya a mis deseos para realizar mis planes sobre nuestros enemigos comunes, excepto la libertad en mis operaciones, y cuando yo esperaba por momentos la orden de abrir la campaña, me fue anunciada la venida del Sr. Presidente en turno D. Manuel de Sarratea, con el objeto de consultar conmigo lo conducente al efecto".
"Su llegada fue seguida de la del Estado Mayor General, y algunos días después se hizo reconocer aquel señor por General en Jefe del ejército de Operaciones, según disposición del Eximo. Superior Gobierno. Yo no pude abstenerme de aquel reconocimiento; pero, puesto a la cabeza de mis conciudadanos por la expresión suprema de su voluntad general, creí un deber mío transmitirles la orden sin usar la arbitrariedad inicua de exigirles su obedecimiento: ellos nada hallaron que increparme, viendo mi delicadeza y conociendo que allí nada había que impidiese continuase yo a su frente, se abstuvieron de interpretaciones y guardaron lances", explica pormenorizadamente para que García de Zúñiga pudiera evaluar el escenario político.
Y agrega con cierto dejo de orgullo: "Seguidamente, sin ser por mi conducto, se les previno por dicho Eximo. Sr. General en Jefe a algunas de estas divisiones se preparasen a marchar a diferentes puntos y con diferentes objetos. Ellos hicieron ver que no obedecían otras órdenes que las mías, y protestaron que no marcharían jamás, no marchando yo a su cabeza".
Los "doscientos mil" para "pagamentos, intrigas y otros usos semejantes", sobre los que comunicaran los españoles ganarían la adhesión de Valdenegro, Pedro Viera, Vargas y Ventura Vázquez, al bando de Sarratea, quien también recibe el apoyo de Santiago Figueredo, que desde la llegada de los porteños se había comenzado a distanciar del Jefe Oriental. Razones ideológicas, políticas y personales lo llevaban a acercarse al ejército recién llegado de Buenos Aires, cuya cúpula militar estaba completamente integrada por sus "hermanos" francmasones.
Integraban el comando de dirección, los logistas Francisco Xavier de Viana, que fungía de Jefe de Estado Mayor; Santiago Vázquez, como Comisario de Guerra; y Pedro Feliciano Cavia, quien quedaría en la historia por haber escrito un libelo ofensivo contra el Jefe oriental. -"Siempre he preferido lo lucrativo a lo honorable... tengo tanta sed de oro que trabajaré hasta que no pueda más", -confesaría en algún momento, sobre las opciones de su vida.
Y como sabemos, encabezaba aquel "aparato", Don Manuel de Sarratea, sobre quien en los mentideros de la época, se rumoreaba que durante su pasaje por Río de Janeiro, había hecho saber a Lord Strangford, que estaba dispuesto a cumplir sumisamente sus instrucciones. Al Imperio Británico le interesaba consolidar en la región mercados para sus manufacturas y descubrir nuevas "fuentes de tesoro". Y el tendero devenido en militar estaba dispuesto a entregarse el gobierno inglés, con el respaldo de parte de la francmasonería.
Si bien un sector de la cofradía había demostrado su compromiso patriótico multiplicando entre el pueblo el conocimiento de los derechos naturales y enriqueciendo el concepto de libertad, otra parte se había constituido "en la vanguardia de la penetración imperialista británica", según comentaría el historiador Carlos de Villanueva. A este grupo pertenecían los que rechazaban las luchas populares: "ninguno desea más que nosotros las reformas útiles, pero ninguno aborrece más que nosotros que esas reformas sean hechas por el pueblo", diría uno de sus más conspicuos representantes.
Ensayando un sustento ideológico para sus posturas políticas dividirían las revoluciones en dos tipos: graduales y repentinas. Inclinándose por las primeras, preferían definirse como renovadores antes que como revolucionarios. Esa moderación sería típica de la masonería conservadora.
Para imponer en estas tierras al nuevo colonizador había que desarmar a los "peligrosos" orientales, que además de mostrarse orgullosos de serlo, eran cada vez más radicales. A los sectarios no les gustaba que el gauchaje se congregara. El cura Figueredo se pliega completamente a la labor divisionista e intenta sobornar a algunos de los dirigentes artiguistas, para que reconocieran la autoridad del triunvirato bonaerense, A partir de ese momento pasa a ser un aliado incondicional del "Capitán General".
Sarratea y sus aliados, viejos y nuevos, todo lo intentan para lograr sus objetivos. Desde el soborno y el chantaje, hasta los intentos de homicidio. Entre los colaboradores a los que tantean está Fernando Otorgués, a quien lo quieren convencer de "derribar el obstáculo que se opone a nuestra libertad". En otras palabras para quitar del medio al guía oriental.
"NO ME PROSTITUIRÉ JAMÁS"
Con dignidad el comandante artiguista respondería a las intrigas informándole a su Jefe que lo habían querido persuadir de que lo asesinara. "El pueblo de la Banda Oriental es un pueblo libre y la de la libertad es la causa que sigo, y si el gobierno de Buenos Aires trata de subyugarnos y esclavizarnos yo me hallo en distinto parecer pues me es imposible el que después de haber sacudido un yugo vuelva a meterme en otro que quizás sea peor", explicaría.
El estado de tensión empujaría a los orientales a lo que más sabían hacer y se reúnen en Asamblea, para debatir la situación. Los sectores más radicales, en los que estaban Miguel Barreiro, Nicolás de Acha y Fernando Otorgués, proponen la formación de una Junta independiente y la ruptura completa con el gobierno bonaerense, medidas extremas que terminan siendo desechadas. Resulta triunfadora la propuesta de enviar una enérgica protesta a Buenos Aires, de la que fue portador Manuel Martínez de Haedo.
El fin del exilio y el retorno a la Banda Oriental no zanjarían la división entre Sarratea y Artigas. Estando a la altura del Yi, el Jefe oriental exige la destitución del porteño. De las negociaciones surge un "pacto", por el cual Sarratea sería sustituido y los orientales que lo habían apoyado tendrían que retirarse a Buenos Aires. Las tropas venidas de esa ciudad pasaban a ser consideradas simplemente un "ejército auxiliador". El tendero se rehúsa a cumplir el tratado, pero los militares French y Rondeau se imponen y el 26 de febrero los orientales, en medio de "aclamaciones" y la alegría generalizada, se incorporan por segunda vez al sitio de la amurallada Montevideo.
Rumbo a Buenos Aires partían, derrotados en sus objetivos, Manuel de Sarratea y sus edecanes Rojas, Pinedo y Colodrero. Además Paula Rivero, Pedro Feliciano Cavia, y los coroneles Terrada, Alvarez Thomás y Alvarez Fonte. Los acompañaban los orientales Eusebio Valdenegro, Ventura Vázquez y Pedro Viera. Y completaba el grupo el sacerdote Santiago Figueredo, que luego de haber sido capellán del Ejército oriental, concluía siendo destituido por el máximo conductor.
Lo esperaba en Buenos Aires la Logia Lautaro para integrarlo a sus filas. Se había ganado un lugar en esa organización al comportarse como ella lo exigía, auxiliando a sus hermanos logistas durante el reciente conflicto. Sería bien recompensado en el futuro por los servicios prestados.
Por su parte el grueso de los orientales había sorteado las provocaciones de sus enemigos y de los que se habían dejado seducir. Artigas una vez más habría de expresar los sentimientos del conjunto y de cada uno de los patriotas: "yo continuaré siempre en mis fatigas por la libertad y grandeza de este pueblo. La energía nivelará sus pasos ulteriores hasta su consolidación; y en medio de los mayores apuros no me prostituiré jamás".
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