DECIMOSEXTA ENTREGA
3 / LOS MITOS ANTIGUOS Y EL HOMBRE MODERNO (VI)
Joseph L. Henderson
Símbolos de trascendencia
Los símbolos que influyen en el hombre varían en su finalidad. Algunos hombres necesitan ser despertados y experimentar su iniciación en la violencia de un dionisíaco “rito tonante”. Otros necesitan ser sometidos y llevados a la sumisión en el designio ordenado del recinto del templo o cueva sagrada, que sugieren la religión de Apolo de los últimos griegos. Una iniciación plena abarca ambos temas, como podemos ver cuando miramos el material extraído de los textos antiguos o de los seres vivientes. Pero es muy cierto que la finalidad esencial de la iniciación reside en domeñar la originaria ferocidad, análoga a la de Trickster, de la naturaleza juvenil. Por tanto, tiene un propósito civilizador o espiritual, a pesar de la violencia de los ritos que se requieren para poner en marcha ese proceso.
Sin embargo, hay otra clase de simbolismo, pertenecientes a las más antiguas tradiciones sagradas conocidas, que también está relacionado con los períodos de transición de la vida de una persona. Pero esos símbolos no tratan de integrar al iniciado con ninguna doctrina religiosa o consciencia de grupo secular. Por el contrario, señalan hacia la necesidad del hombre de liberarse de todo estado del ser que es demasiado inmaduro, demasiado fijo o definitivo. En otras palabras, conciernen al desligamiento del hombre -o trascendencia- de todo modelo definidor de existencia, cuando se avanza hacia otra etapa superior o más madura de su desarrollo.
Un niño, como hemos dicho, posee el sentido de perfección, pero sólo antes del surgimiento inicial de su conciencia del ego. En el caso de un adulto, el sentido de perfección se consigue mediante una unión de la consciencia con los contenidos inconscientes de la mente. Fuera de esa unión, surge lo que Jung llamó “la función trascendente de la psique”, por la cual el hombre puede conseguir su más elevada finalidad: la plena realización del potencial de su “sí-mismo” individual.
Así, lo que llamamos “símbolos de trascendencia” son los símbolos que representan la lucha del hombre por alcanzar esa finalidad. Proporcionan los medios por los cuales los contenidos del inconsciente pueden entrar en la mente consciente y también son una expresión activa de esos contenidos.
Estos símbolos son múltiples en su forma. Ya los encontraremos en la historia o en los sueños de los hombres y mujeres contemporáneos que atraviesan una etapa crítica de su vida, podemos ver su importancia. En el nivel más arcaico de ese simbolismo, volvemos a encontrarnos el tema de Trickster. Pero esta vez ya no aparece como un forajido que quisiera ser héroe. Se ha convertido en chamán -el hombre que cura- cuyas prácticas mágicas y alardes de intuición le califican de primitivo dominador de la iniciación. Su poder reside en su supuesta capacidad para dejar su cuerpo y volar por el universo como un pájaro.
En este caso, el ave es el símbolo más apropiado de trascendencia. Representa la peculiar naturaleza de intuición actuando a través de un “medium”, es decir, un individuo que es capaz de obtener conocimiento acerca de sucesos lejanos -o hechos de los cuales nada sabe conscientemente- cayendo en una especie de trance.
La prueba de tales poderes puede encontrarse tan lejos como el período paleolítico de la prehistoria, como el erudito norteamericano Joseph Campbell señaló al comentar una de las famosas pinturas rupestres recientemente descubiertas en Francia. En Lascaux, escribió Campbell, “hay pintado un chamán, caído en trance, que lleva una máscara de ave con la figura de un pájaro posado en un bastón que hay junto a él. Los chamanes de Siberia llevan hoy día tales ropajes de ave y muchos creen que fueron concebidos por su madre como descendientes de un ave… El chamán, entonces, no es sólo un habitante conocido sino también un vástago favorecido de esos reinos de poder que son invisibles para nuestra normal consciencia despierta, que todos pueden visitar rápidamente por medio de visiones, pero en las que él vaga como dominador”.
En el nivel superior de este tipo de actividad iniciadora, lejos de esos trucos del negocio con los que los magos reemplazan tan frecuentemente la verdadera visión espiritual, encontramos los yogis hindúes. En sus estados de trance van más allá de las categorías normales de pensamiento.
Uno de los símbolos oníricos más comunes para este tipo de liberación por medio de la trascendencia es el tema del viaje solitario o peregrinación, que en cierto modo parece una peregrinación espiritual en la que el iniciado entra en conocimiento con la naturaleza de la muerte. Pero esta no es la muerte como juicio final u otra prueba iniciatoria de fuerza; es un viaje de liberación, renunciación y expiación, presidido y mantenido por cierto espíritu de compasión. Este espíritu se suele representar por una “maestra” más que por un “maestro” de iniciación, una figura femenina suprema (es decir, ánima) tal como Kwan-Yin en el budismo chino, Sofía, en la doctrina gnóstica cristiana, o la antigua diosa griega de la sabiduría, Palas Atenea.
No sólo el vuelo de las aves o el viaje hacia el yermo representan este simbolismo sino todo movimiento fuerte que ejemplifique la liberación. En la primera parte de la vida, cuando aun se está ligado a la familia originaria o al grupo social, eso puede experimentarse en ese momento de iniciación en el que hay que aprender a dar, por sí solo, los pasos decisivos en la vida. Es el momento en que T. S. Eliot describe en La tierra baldía en que uno se enfrenta con
La terrible osadía de la rendición de un momento del que una edad de prudencia jamás puede retractarse.
En un período de vida posterior puede no necesitarse romper todos los lazos con todos los símbolos de contenido significativo. Pero, no obstante, se puede estar lleno de ese espíritu de divino descontento que obliga a todos los hombres libres a enfrentarse con algún nuevo descubrimiento o a vivir de una manera nueva. Este cambio puede llegar a ser especialmente importante en el período entre la edad intermedia y la vejez, que es el tiempo de la vida en que tanta gente considera qué ha de hacer en su retiro: si trabajar o jugar, si estarse en casa o viajar.
Si su vida fue aventurera, insegura o llena de cambios, puede desear una vida sedentaria y los consuelos de una certeza religiosa. Pero si vivió principalmente en el módulo social en el que nació, puede necesitar desesperadamente un cambio liberador. Esta necesidad puede llenarse, temporalmente, con un viaje alrededor del mundo o simplemente mudándose a una casa más pequeña. Pero ninguno de esos cambios externos servirá a menos que haya cierta trascendencia interior de los viejos valores al crear, no precisamente inventar, un nuevo modo de vida.
Un caso de este último tipo es una mujer que vivió un estilo de vida que ella, su familia y sus amigos gozaron por largo tiempo porque estaba firmemente arraigada, nutrida culturalmente y asegurada contra las modas transitorias. Esta mujer tuvo este sueño:
Encontré algunos trozos extraños de madera, no labrados, sino de hermosas formas naturales. Alguien dijo: “Los trajo el hombre de Neanderthal”. Luego vi a cierta distancia a esos hombres de Neanderthal que parecían una masa oscura, pero no podía distinguir a ninguno de ellos claramente. Pensé que debería llevarme de allí un trozo de madera.
Luego continué, como si viajara por mi cuenta, y miré hacia abajo a un abismo enorme como un volcán apagado. Había agua en parte de él y esperé ver allí más hombres de Neanderthal. Pero en vez de eso vi cerdos marinos negros que habían salido del agua y estaban corriendo por entre las negras rocas volcánicas.
En contraste con las amistades de la familia de esta mujer y su estilo de vida de elevada cultura, el sueño la lleva a un período histórico más primitivo de lo que podemos imaginar. No puede encontrar ningún grupo social entre esos hombres antiquísimos: los ve como una corporación del verdadero inconsciente, “masa oscura” colectiva a distancia. Sin embargo, estaban vivos, y pudo llevarse un trozo de su madera. El sueño subraya que la madera es natural, no labrada; por tanto, procede de un nivel primordial del inconsciente, no de un nivel condicionado culturalmente. Ese trozo de madera, notable por su mucha edad, liga la experiencia contemporánea de esta mujer con los lejanos orígenes de la vida humana.
Sabemos por muchos ejemplos que un árbol viejo u otra planta representa simbólicamente el crecimiento y desarrollo de la vida psíquica (como cosa distinta de la vida instintiva, comúnmente simbolizada por animales). De aquí que, con ese trozo de madera, esta mujer adquirió un símbolo de su vínculo con los estratos más profundos del inconsciente colectivo.
Luego habla de continuar sola su viaje. Este tema, como ya he señalado, simboliza la necesidad de liberarse, como experiencia iniciatoria. Así es que tenemos aquí otro símbolo de trascendencia.
Después, en el sueño, ve el cráter enorme de un volcán apagado que ha sido el canal de una violenta erupción del fuego procedente de las capas más profundas de la tierra. Podemos sospechar que esto se refiere a un significativo rastro en la memoria que conduce a una pasada experiencia traumática. Ella asociaba eso a una experiencia personal en los primeros tiempos de su vida en que sintió la fuerza destructiva, pero creadora, de sus pasiones hasta tal extremo que creyó que se iba a volver loca. Había encontrado, al final de la adolescencia, una necesidad totalmente inesperada de romper con el módulo social excesivamente convencional de su familia. Llevó a cabo ese rompimiento sin grave aflicción y pudo volver, con el tiempo, a hacer las paces con su familia. Pero todavía siguió alentando un profundo deseo de hacer una diferencia aun mayor del pasado familiar y encontrar la libertad extrayéndola de su propia forma de existencia.
Este sueño recuerda otro. Lo tuvo un joven que tenía un problema totalmente distinto pero que parecía necesitar un tipo análogo de conocimiento profundo. También sentía prisa por conseguir una diferenciación. Soñó con un volcán, y desde su cráter vio dos pájaros que emprendieron el vuelo como si temieran que el volcán fuera a entrar en erupción. Eso ocurría en un lugar extraño y solitario con un curso de agua entre él y el volcán. En este caso, el sueño representaba un caso de iniciación individual.
Es análogo a casos recogidos entre las sencillas tribus recolectoras de alimento, que son los grupos con menor consciencia familiar que conocemos. En estas sociedades, el joven iniciado tiene que emprender un viaje solitario a un lugar sagrado (en las culturas indias de la costa del Norte del Pacífico, en realidad puede ser un lago formado en un cráter) donde en un estado visionario o semejante al trance, encuentra su “espíritu guardián” en forma de animal terrestre, ave u objeto neutral. Él se identifica íntimamente con esta “alma selvática” y de ese modo se hace hombre. Sin una experiencia semejante se le considera, según decía un médico achumauí, como “un indio cualquiera, nadie”.
El sueño del joven se produjo al principio de su vida y señalaba hacia su futura independencia e identidad como hombre. La mujer que he descrito se estaba acercando al fin de su vida y también soñó un viaje similar y parecía necesitar la adquisición de una independencia análoga. Pudo vivir el resto de sus días en armonía con una ley humana eterna que, por su antigüedad, trascendió los conocidos símbolos de cultura.
Pero tal independencia no termina en un estado análogo al apartamento yogi que significaría una renunciación al mundo con todas sus impurezas. En el paisaje, muerto y desolado, de su sueño, la mujer vio señales de vida animal. Eran “cerdos marinos” desconocidos para ella como especie. Por tanto, llevarían el significado de un tipo especial de animal, uno que pudiera vivir en dos medios distintos, en el agua o en la tierra.
Esta es la cualidad de los animales como símbolos de trascendencia. Estas criaturas, que figuradamente proceden de las profundidades de la antigua Madre Tierra, son habitantes simbólicos del inconsciente colectivo. Traen el campo de la consciencia un especial mensaje tectónico (mundo inferior) que es un tanto diferente de las aspiraciones espirituales simbolizadas por los pájaros del sueño del joven.
Otros símbolos trascendentes de las profundidades son roedores, lagartos, serpientes y también peces. Hay criaturas intermediarias que combinan actividad subacuática y el vuelo del ave con una vida terrestre intermedia. El pato silvestre y el cisne, por ejemplo. Quizá el símbolo onírico de trascendencia más frecuente sea la serpiente, como la representada por el símbolo del dios romano de la Medicina, Esculapio, que ha sobrevivido hasta los tiempos modernos como signo de la profesión médica. Originariamente fue una serpiente arborícola no venenosa; tal como la vemos, enroscada en el bastón del dios sanador, parece incorporar un tipo de mediación entre la tierra y el cielo.
Otro símbolo aun más importante y extendido de la trascendencia tectónica es el motivo de las dos serpientes entrelazadas. Son las famosas serpientes Naga de la antigua India; y también las encontramos en Grecia como las serpientes entrelazadas al extremo del caduceo del dios Hermes. Un hermes de la primitiva Grecia es un pilar de piedra con un busto del dios encima. En un lado están las serpientes entrelazadas y en otro, un falo erecto. Como las serpientes están entrelazadas en un acto de unión sexual y el falo erecto es inequívocamente sexual, podemos extraer ciertas conclusiones de la función del hermes como símbolo de fertilidad.
Pero nos equivocaríamos si pensásemos que sólo se refiere a la fertilidad biológica. Hermes es Trikster en el diferente papel de mensajero, dios de las encrucijadas, y, finalmente, guía de las almas que van al mundo inferior o salen de él. Por tanto, su falo penetra en el mundo desconocido buscando un mensaje espiritual de liberación y curación.
Originariamente, Hermes era conocido en Egipto como el dios de cabeza de ibis Thot y, por lo tanto, se le concebía como la forma de ave del principio de trascendencia. También, en el período olímpico de la mitología griega, Hermes recuperó atributos de la vida de las aves que agregó a su naturaleza tectónica de serpiente. Su cayado adquirió alas por encima de las serpientes convirtiéndose en caduceo o bastón alado de Mercurio y el propio dios se convirtió en “hombre volador” con sombrero y sandalia con alas. Aquí vemos su pleno poder de trascendencia, de donde la trascendencia más baja de la consciencia-serpiente del mundo inferior, pasando por el medium de realidad terrena, alcanza finalmente trascendencia para la realidad sobrehumana o transpersonal en su vuelo alado.
Tal símbolo compuesto se encuentra en otras representaciones como el caballo o el dragón alado u otras criaturas que abundan en las expresiones artísticas de la alquimia, tan ampliamente ilustradas en la obra ya clásica del Dr. Jung sobre ese tema. Seguimos las innumerables vicisitudes de esos símbolos en nuestra labor con los pacientes. Ellos exponen lo que nuestra terapia puede esperar conseguir cuando libera los más profundos contenidos psíquicos de modo que puedan llegar a formar parte de nuestros medios conscientes para la comprensión de la vida más eficazmente.
No es fácil para el hombre moderno captar la significancia de los símbolos que nos llegan desde el pasado o que aparecen en nuestros sueños. Ni es fácil ver cómo el antiguo conflicto entre los símbolos de contención y los de liberación se refieren a nuestra propia situación peligrosa. Sin embargo, se hace fácil cuando nos damos cuenta de que son sólo las formas específicas de esos modelos arcaicos las que cambian, no su significado psíquico.
Hemos hablado de aves silvestres como sinónimo de desatadura o liberación. Pero hoy también podríamos hablar de aviones a reacción y cohetes espaciales, porque son la incorporación física del mismo principio trascendente que, al menos, nos libera temporalmente de la gravedad. Del mismo modo, los antiguos símbolos de contención, que en otro tiempo proporcionaron estabilidad y protección, ahora aparecen en la búsqueda que lleva al hombre moderno en pos de la seguridad económica y el bienestar social.
Desde luego, cualquiera de nosotros puede ver que hay un conflicto en nuestra vida entre la aventura y la disciplina o el mal y la virtud o la libertad y la seguridad. Pero estas son sólo frases que empleamos para describir una ambivalencia que nos preocupa y para la cual vemos jamás posibilidad de encontrar respuesta.
Hay una respuesta. Existe un punto de contacto entre la contención y la liberación, y podemos encontrarlo en los ritos de iniciación que he descrito. Estos pueden hacer posibles que los individuos, o grupos enteros de gente, unan las fuerzas opuestas dentro de sí mismos y alcancen un equilibrio en su vida.
Pero los ritos no ofrecen de modo invariable o automático esa oportunidad. Están relacionados con fases particulares en la vida de un individuo, o de un grupo, y, a menos que se comprendan adecuadamente y se traduzcan en una nueva forma de vida, el momento puede pasar. La iniciación es, esencialmente, un proceso que comienza con un rito de sumisión, continúa con un período de contención y, luego, con otro rito de liberación. De esta forma, el individuo puede reconciliar los elementos en conflictos de su personalidad: puede conseguir un equilibrio que hace de él un ser verdaderamente humano y verdaderamente dueño de sí mismo.
3 / LOS MITOS ANTIGUOS Y EL HOMBRE MODERNO (VI)
Joseph L. Henderson
Símbolos de trascendencia
Los símbolos que influyen en el hombre varían en su finalidad. Algunos hombres necesitan ser despertados y experimentar su iniciación en la violencia de un dionisíaco “rito tonante”. Otros necesitan ser sometidos y llevados a la sumisión en el designio ordenado del recinto del templo o cueva sagrada, que sugieren la religión de Apolo de los últimos griegos. Una iniciación plena abarca ambos temas, como podemos ver cuando miramos el material extraído de los textos antiguos o de los seres vivientes. Pero es muy cierto que la finalidad esencial de la iniciación reside en domeñar la originaria ferocidad, análoga a la de Trickster, de la naturaleza juvenil. Por tanto, tiene un propósito civilizador o espiritual, a pesar de la violencia de los ritos que se requieren para poner en marcha ese proceso.
Sin embargo, hay otra clase de simbolismo, pertenecientes a las más antiguas tradiciones sagradas conocidas, que también está relacionado con los períodos de transición de la vida de una persona. Pero esos símbolos no tratan de integrar al iniciado con ninguna doctrina religiosa o consciencia de grupo secular. Por el contrario, señalan hacia la necesidad del hombre de liberarse de todo estado del ser que es demasiado inmaduro, demasiado fijo o definitivo. En otras palabras, conciernen al desligamiento del hombre -o trascendencia- de todo modelo definidor de existencia, cuando se avanza hacia otra etapa superior o más madura de su desarrollo.
Un niño, como hemos dicho, posee el sentido de perfección, pero sólo antes del surgimiento inicial de su conciencia del ego. En el caso de un adulto, el sentido de perfección se consigue mediante una unión de la consciencia con los contenidos inconscientes de la mente. Fuera de esa unión, surge lo que Jung llamó “la función trascendente de la psique”, por la cual el hombre puede conseguir su más elevada finalidad: la plena realización del potencial de su “sí-mismo” individual.
Así, lo que llamamos “símbolos de trascendencia” son los símbolos que representan la lucha del hombre por alcanzar esa finalidad. Proporcionan los medios por los cuales los contenidos del inconsciente pueden entrar en la mente consciente y también son una expresión activa de esos contenidos.
Estos símbolos son múltiples en su forma. Ya los encontraremos en la historia o en los sueños de los hombres y mujeres contemporáneos que atraviesan una etapa crítica de su vida, podemos ver su importancia. En el nivel más arcaico de ese simbolismo, volvemos a encontrarnos el tema de Trickster. Pero esta vez ya no aparece como un forajido que quisiera ser héroe. Se ha convertido en chamán -el hombre que cura- cuyas prácticas mágicas y alardes de intuición le califican de primitivo dominador de la iniciación. Su poder reside en su supuesta capacidad para dejar su cuerpo y volar por el universo como un pájaro.
En este caso, el ave es el símbolo más apropiado de trascendencia. Representa la peculiar naturaleza de intuición actuando a través de un “medium”, es decir, un individuo que es capaz de obtener conocimiento acerca de sucesos lejanos -o hechos de los cuales nada sabe conscientemente- cayendo en una especie de trance.
La prueba de tales poderes puede encontrarse tan lejos como el período paleolítico de la prehistoria, como el erudito norteamericano Joseph Campbell señaló al comentar una de las famosas pinturas rupestres recientemente descubiertas en Francia. En Lascaux, escribió Campbell, “hay pintado un chamán, caído en trance, que lleva una máscara de ave con la figura de un pájaro posado en un bastón que hay junto a él. Los chamanes de Siberia llevan hoy día tales ropajes de ave y muchos creen que fueron concebidos por su madre como descendientes de un ave… El chamán, entonces, no es sólo un habitante conocido sino también un vástago favorecido de esos reinos de poder que son invisibles para nuestra normal consciencia despierta, que todos pueden visitar rápidamente por medio de visiones, pero en las que él vaga como dominador”.
En el nivel superior de este tipo de actividad iniciadora, lejos de esos trucos del negocio con los que los magos reemplazan tan frecuentemente la verdadera visión espiritual, encontramos los yogis hindúes. En sus estados de trance van más allá de las categorías normales de pensamiento.
Uno de los símbolos oníricos más comunes para este tipo de liberación por medio de la trascendencia es el tema del viaje solitario o peregrinación, que en cierto modo parece una peregrinación espiritual en la que el iniciado entra en conocimiento con la naturaleza de la muerte. Pero esta no es la muerte como juicio final u otra prueba iniciatoria de fuerza; es un viaje de liberación, renunciación y expiación, presidido y mantenido por cierto espíritu de compasión. Este espíritu se suele representar por una “maestra” más que por un “maestro” de iniciación, una figura femenina suprema (es decir, ánima) tal como Kwan-Yin en el budismo chino, Sofía, en la doctrina gnóstica cristiana, o la antigua diosa griega de la sabiduría, Palas Atenea.
No sólo el vuelo de las aves o el viaje hacia el yermo representan este simbolismo sino todo movimiento fuerte que ejemplifique la liberación. En la primera parte de la vida, cuando aun se está ligado a la familia originaria o al grupo social, eso puede experimentarse en ese momento de iniciación en el que hay que aprender a dar, por sí solo, los pasos decisivos en la vida. Es el momento en que T. S. Eliot describe en La tierra baldía en que uno se enfrenta con
La terrible osadía de la rendición de un momento del que una edad de prudencia jamás puede retractarse.
En un período de vida posterior puede no necesitarse romper todos los lazos con todos los símbolos de contenido significativo. Pero, no obstante, se puede estar lleno de ese espíritu de divino descontento que obliga a todos los hombres libres a enfrentarse con algún nuevo descubrimiento o a vivir de una manera nueva. Este cambio puede llegar a ser especialmente importante en el período entre la edad intermedia y la vejez, que es el tiempo de la vida en que tanta gente considera qué ha de hacer en su retiro: si trabajar o jugar, si estarse en casa o viajar.
Si su vida fue aventurera, insegura o llena de cambios, puede desear una vida sedentaria y los consuelos de una certeza religiosa. Pero si vivió principalmente en el módulo social en el que nació, puede necesitar desesperadamente un cambio liberador. Esta necesidad puede llenarse, temporalmente, con un viaje alrededor del mundo o simplemente mudándose a una casa más pequeña. Pero ninguno de esos cambios externos servirá a menos que haya cierta trascendencia interior de los viejos valores al crear, no precisamente inventar, un nuevo modo de vida.
Un caso de este último tipo es una mujer que vivió un estilo de vida que ella, su familia y sus amigos gozaron por largo tiempo porque estaba firmemente arraigada, nutrida culturalmente y asegurada contra las modas transitorias. Esta mujer tuvo este sueño:
Encontré algunos trozos extraños de madera, no labrados, sino de hermosas formas naturales. Alguien dijo: “Los trajo el hombre de Neanderthal”. Luego vi a cierta distancia a esos hombres de Neanderthal que parecían una masa oscura, pero no podía distinguir a ninguno de ellos claramente. Pensé que debería llevarme de allí un trozo de madera.
Luego continué, como si viajara por mi cuenta, y miré hacia abajo a un abismo enorme como un volcán apagado. Había agua en parte de él y esperé ver allí más hombres de Neanderthal. Pero en vez de eso vi cerdos marinos negros que habían salido del agua y estaban corriendo por entre las negras rocas volcánicas.
En contraste con las amistades de la familia de esta mujer y su estilo de vida de elevada cultura, el sueño la lleva a un período histórico más primitivo de lo que podemos imaginar. No puede encontrar ningún grupo social entre esos hombres antiquísimos: los ve como una corporación del verdadero inconsciente, “masa oscura” colectiva a distancia. Sin embargo, estaban vivos, y pudo llevarse un trozo de su madera. El sueño subraya que la madera es natural, no labrada; por tanto, procede de un nivel primordial del inconsciente, no de un nivel condicionado culturalmente. Ese trozo de madera, notable por su mucha edad, liga la experiencia contemporánea de esta mujer con los lejanos orígenes de la vida humana.
Sabemos por muchos ejemplos que un árbol viejo u otra planta representa simbólicamente el crecimiento y desarrollo de la vida psíquica (como cosa distinta de la vida instintiva, comúnmente simbolizada por animales). De aquí que, con ese trozo de madera, esta mujer adquirió un símbolo de su vínculo con los estratos más profundos del inconsciente colectivo.
Luego habla de continuar sola su viaje. Este tema, como ya he señalado, simboliza la necesidad de liberarse, como experiencia iniciatoria. Así es que tenemos aquí otro símbolo de trascendencia.
Después, en el sueño, ve el cráter enorme de un volcán apagado que ha sido el canal de una violenta erupción del fuego procedente de las capas más profundas de la tierra. Podemos sospechar que esto se refiere a un significativo rastro en la memoria que conduce a una pasada experiencia traumática. Ella asociaba eso a una experiencia personal en los primeros tiempos de su vida en que sintió la fuerza destructiva, pero creadora, de sus pasiones hasta tal extremo que creyó que se iba a volver loca. Había encontrado, al final de la adolescencia, una necesidad totalmente inesperada de romper con el módulo social excesivamente convencional de su familia. Llevó a cabo ese rompimiento sin grave aflicción y pudo volver, con el tiempo, a hacer las paces con su familia. Pero todavía siguió alentando un profundo deseo de hacer una diferencia aun mayor del pasado familiar y encontrar la libertad extrayéndola de su propia forma de existencia.
Este sueño recuerda otro. Lo tuvo un joven que tenía un problema totalmente distinto pero que parecía necesitar un tipo análogo de conocimiento profundo. También sentía prisa por conseguir una diferenciación. Soñó con un volcán, y desde su cráter vio dos pájaros que emprendieron el vuelo como si temieran que el volcán fuera a entrar en erupción. Eso ocurría en un lugar extraño y solitario con un curso de agua entre él y el volcán. En este caso, el sueño representaba un caso de iniciación individual.
Es análogo a casos recogidos entre las sencillas tribus recolectoras de alimento, que son los grupos con menor consciencia familiar que conocemos. En estas sociedades, el joven iniciado tiene que emprender un viaje solitario a un lugar sagrado (en las culturas indias de la costa del Norte del Pacífico, en realidad puede ser un lago formado en un cráter) donde en un estado visionario o semejante al trance, encuentra su “espíritu guardián” en forma de animal terrestre, ave u objeto neutral. Él se identifica íntimamente con esta “alma selvática” y de ese modo se hace hombre. Sin una experiencia semejante se le considera, según decía un médico achumauí, como “un indio cualquiera, nadie”.
El sueño del joven se produjo al principio de su vida y señalaba hacia su futura independencia e identidad como hombre. La mujer que he descrito se estaba acercando al fin de su vida y también soñó un viaje similar y parecía necesitar la adquisición de una independencia análoga. Pudo vivir el resto de sus días en armonía con una ley humana eterna que, por su antigüedad, trascendió los conocidos símbolos de cultura.
Pero tal independencia no termina en un estado análogo al apartamento yogi que significaría una renunciación al mundo con todas sus impurezas. En el paisaje, muerto y desolado, de su sueño, la mujer vio señales de vida animal. Eran “cerdos marinos” desconocidos para ella como especie. Por tanto, llevarían el significado de un tipo especial de animal, uno que pudiera vivir en dos medios distintos, en el agua o en la tierra.
Esta es la cualidad de los animales como símbolos de trascendencia. Estas criaturas, que figuradamente proceden de las profundidades de la antigua Madre Tierra, son habitantes simbólicos del inconsciente colectivo. Traen el campo de la consciencia un especial mensaje tectónico (mundo inferior) que es un tanto diferente de las aspiraciones espirituales simbolizadas por los pájaros del sueño del joven.
Otros símbolos trascendentes de las profundidades son roedores, lagartos, serpientes y también peces. Hay criaturas intermediarias que combinan actividad subacuática y el vuelo del ave con una vida terrestre intermedia. El pato silvestre y el cisne, por ejemplo. Quizá el símbolo onírico de trascendencia más frecuente sea la serpiente, como la representada por el símbolo del dios romano de la Medicina, Esculapio, que ha sobrevivido hasta los tiempos modernos como signo de la profesión médica. Originariamente fue una serpiente arborícola no venenosa; tal como la vemos, enroscada en el bastón del dios sanador, parece incorporar un tipo de mediación entre la tierra y el cielo.
Otro símbolo aun más importante y extendido de la trascendencia tectónica es el motivo de las dos serpientes entrelazadas. Son las famosas serpientes Naga de la antigua India; y también las encontramos en Grecia como las serpientes entrelazadas al extremo del caduceo del dios Hermes. Un hermes de la primitiva Grecia es un pilar de piedra con un busto del dios encima. En un lado están las serpientes entrelazadas y en otro, un falo erecto. Como las serpientes están entrelazadas en un acto de unión sexual y el falo erecto es inequívocamente sexual, podemos extraer ciertas conclusiones de la función del hermes como símbolo de fertilidad.
Pero nos equivocaríamos si pensásemos que sólo se refiere a la fertilidad biológica. Hermes es Trikster en el diferente papel de mensajero, dios de las encrucijadas, y, finalmente, guía de las almas que van al mundo inferior o salen de él. Por tanto, su falo penetra en el mundo desconocido buscando un mensaje espiritual de liberación y curación.
Originariamente, Hermes era conocido en Egipto como el dios de cabeza de ibis Thot y, por lo tanto, se le concebía como la forma de ave del principio de trascendencia. También, en el período olímpico de la mitología griega, Hermes recuperó atributos de la vida de las aves que agregó a su naturaleza tectónica de serpiente. Su cayado adquirió alas por encima de las serpientes convirtiéndose en caduceo o bastón alado de Mercurio y el propio dios se convirtió en “hombre volador” con sombrero y sandalia con alas. Aquí vemos su pleno poder de trascendencia, de donde la trascendencia más baja de la consciencia-serpiente del mundo inferior, pasando por el medium de realidad terrena, alcanza finalmente trascendencia para la realidad sobrehumana o transpersonal en su vuelo alado.
Tal símbolo compuesto se encuentra en otras representaciones como el caballo o el dragón alado u otras criaturas que abundan en las expresiones artísticas de la alquimia, tan ampliamente ilustradas en la obra ya clásica del Dr. Jung sobre ese tema. Seguimos las innumerables vicisitudes de esos símbolos en nuestra labor con los pacientes. Ellos exponen lo que nuestra terapia puede esperar conseguir cuando libera los más profundos contenidos psíquicos de modo que puedan llegar a formar parte de nuestros medios conscientes para la comprensión de la vida más eficazmente.
No es fácil para el hombre moderno captar la significancia de los símbolos que nos llegan desde el pasado o que aparecen en nuestros sueños. Ni es fácil ver cómo el antiguo conflicto entre los símbolos de contención y los de liberación se refieren a nuestra propia situación peligrosa. Sin embargo, se hace fácil cuando nos damos cuenta de que son sólo las formas específicas de esos modelos arcaicos las que cambian, no su significado psíquico.
Hemos hablado de aves silvestres como sinónimo de desatadura o liberación. Pero hoy también podríamos hablar de aviones a reacción y cohetes espaciales, porque son la incorporación física del mismo principio trascendente que, al menos, nos libera temporalmente de la gravedad. Del mismo modo, los antiguos símbolos de contención, que en otro tiempo proporcionaron estabilidad y protección, ahora aparecen en la búsqueda que lleva al hombre moderno en pos de la seguridad económica y el bienestar social.
Desde luego, cualquiera de nosotros puede ver que hay un conflicto en nuestra vida entre la aventura y la disciplina o el mal y la virtud o la libertad y la seguridad. Pero estas son sólo frases que empleamos para describir una ambivalencia que nos preocupa y para la cual vemos jamás posibilidad de encontrar respuesta.
Hay una respuesta. Existe un punto de contacto entre la contención y la liberación, y podemos encontrarlo en los ritos de iniciación que he descrito. Estos pueden hacer posibles que los individuos, o grupos enteros de gente, unan las fuerzas opuestas dentro de sí mismos y alcancen un equilibrio en su vida.
Pero los ritos no ofrecen de modo invariable o automático esa oportunidad. Están relacionados con fases particulares en la vida de un individuo, o de un grupo, y, a menos que se comprendan adecuadamente y se traduzcan en una nueva forma de vida, el momento puede pasar. La iniciación es, esencialmente, un proceso que comienza con un rito de sumisión, continúa con un período de contención y, luego, con otro rito de liberación. De esta forma, el individuo puede reconciliar los elementos en conflictos de su personalidad: puede conseguir un equilibrio que hace de él un ser verdaderamente humano y verdaderamente dueño de sí mismo.
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