viernes

Y DALE CON PERIQUITO

DURAR

El 28 de junio de l939 Juan Carlos Onetti, emparaguado por el ya mítico seudónimo de “Periquito el Aguador”, contaba en Marcha:

Con motivo del ingreso de Maurois a la Academia, una revista parisién le ha preguntado: “¿Cuál es el secreto de su éxito?”. En una oportunidad en que otro hubiera dejado fluir largas páginas nebulosas y líricas, el ilustre escritor se limitó a contestar: “Muy simple. Yo he durado”.

Pero tres párrafos más abajo Onetti distingue agudísimamente la diferencia que existe entre las duraciones luminosas y las insoportables:

Cuando el autor de “Disraeli” habla de “durar”, no se refiere -o no alude solamente- a escribir sin lástima desde la segunda infancia hasta la senectud. Este “durar” admite sentidos más serios y afinados.

Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer de él o de nosotros, la esencia única y exacta. Durar frente a la vida, sosteniendo un estado de espíritu que nada tenga que ver con lo vano e inútil, lo fácil, las peñas literarias, los mutuos elogios, la hojarasca de mesa de café.

Durar en una ciega, gozosa y absurda fe en el arte, como en una tarea sin sentido explicable, pero que debe ser aceptada virilmente, porque sí, como se acepta el destino. Todo lo demás es duración fisiológica, un poco fatigosa, virtud común a las tortugas, las encinas y los errores.

Y el 30 de diciembre de ese mismo año, este aparente “escéptico” recomendaba inolvidablemente:

Que cada uno busque dentro de sí mismo, que es el único lugar donde puede encontrarse la verdad y todo ese montón de cosas cuya persecución, fracasada siempre, produce la obra de arte. Fuera de nosotros no hay nada, nadie. La literatura es un oficio; es necesario aprenderlo, pero más aun, es necesario crearlo.

El que no escribe para los amigos o la amada o su honrada familia; el que escribe porque tiene la necesidad de hacerlo, sólo podrá expresarse con una técnica nueva, aun desconocida.

(...) Porque está dentro de cada de uno de nosotros; es intransferible, única, como nuestros rostros, nuestro estilo de vida y nuestro drama. Sólo se trata de buscar hacia adentro y no hacia fuera, humildemente, con inocencia y cinismo, seguros de que la verdad tiene que estar en una literatura sin literatura y sobre todo, que no puede gustar a los que tienen hoy la misión de repartir elogios, consagraciones y premios.

Y desde elMontevideano / Laboratorio de Artes les apoyamos en la garganta el filo de esta pregunta a nuestros lectores: ¿les molesta el amor de Juan Carlos Onetti? Porque si les molesta tienen que pensar muy bien si les vale la pena seguir haciendo o consumiendo “caca” con forma de “arte”.


HUGO GIOVANETTI VIOLA

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