En ENSUEÑO Y DELIRIO / Vida y obra de Julio Herrera y Reissig de Mario Álvarez, un concienzudo ensayo editado por la Academia Nacional de Letras en 1995, cuando ya funcionaba en la casona donde se sigue deteriorando criminalmente el altillo de La Torre de los Panoramas, se analiza a Oblación abracadabra -uno de los sonetos más profundamente perfectos que se puedan haber construido acerca del vaciamiento del mito del eterno retorno- como un paradigma del puro juego esteticista en el que solía caer el cromatismo exótico del imperator después de inyectarse demasiado sosiego delirante.
Acomparsándose con Zum Felde y Roberto Ibáñez -podría haber incluido hasta a Idea Vilariño, que rechaza casi con tanto horror al malabarismo poético / sinfónico como a los supuestos ojos estrellados que pudiera tener un dios más real que el cielorraso- Álvarez se decide a embanderillar respetuosamente al divino Julio citando a Magda Olivieri: En las Clepsidras y en los Sonetos de Asia encontramos pues un mundo que por distintas vías ha elegido alejarse de la realidad objetiva para estructurarse y sostenerse por el poder mágico de la palabra misma. Es una obra a la que cabe aplicar lo que decía Flaubert: “Lo que me parecería hermoso, lo que más querría es escribir un libro sobre nada; un libro sin ligadura exterior, que se mantuviera sólo por la fuerza interna del estilo, como se mantiene en el aire la tierra sin estar sostenida”.
Los exégetas, Viejo Juan, los exégetas.
En las dos primeras estrofas de Oblación abracadabra Herrera y Reissig hace relampaguear el tristísimo cuarzo de los ritos paganos que siguen emborrachando con sangre inocente al miedo o a la desgracia cuando lo único que nos puede abrigar el desamparo como una paz de oro es la invencibilidad del Espíritu Santo.
Y el final del soneto reza:
Sonó un trueno. A los últimos reflejos / De fuego y sangre, en místicos sigilos, / Se aplacaron los ídolos perplejos… / Picó la lluvia en crepitantes hilos, / Y largamente suspiró a lo lejos / El miserere de los cocodrilos.
Más claro es imposible.
¿Qué consuelo encontraríamos en saber que los sufrimientos de millones de hombres han permitido la revelación de una situación límite de la condición humana, si más allá de dicha situación límite sólo estuviera la nada?, pregunta Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, cuando ya mediando el siglo XX lo que soñó proféticamente Spinoza como remedio para la imaginación loca era peor que la enfermedad.
Y enseguida sentencia inapelablemente, y sobre todo si valoramos el diagnóstico en pleno 2008: En realidad el horizonte de los arquetipos y de la repetición sólo puede ser superado impunemente mediante una filosofía de la libertad que no excluya a Dios. Tal cosa fue, por lo demás, lo que aconteció cuando el horizonte de los arquetipos y de la repetición fue por primera vez superado por el judeocristianismo, que introdujo en la experiencia religiosa una nueva categoría: la fe.
Y sin embargo 84 páginas antes Álvarez ya había reconocido, a propósito del último tramo del espiralamiento místico del imperator:
En el Discurso en elogio de Alcides de María (1909) hallan su más concentrada expresión estas ideas idealistas-ocultistas, en alianza con un subyacente y, en este período final, renaciente cristianismo.
Y cita la increíble prosa donde Herrera y Reissig clarina otro trueno capaz de hacerle suspirar el Salmo 50 a cualquier cocodrilo:
Ley suprema, señores, de solidaridad incontrastable, corolario armónico de sana filosofía, evangelio divino de altruismo y de amor cristiano, por la que en virtud de póstumas transmigraciones y ensambladuras íntimas los seres y los espíritus, las vibraciones y los perfumes y las cosas y los fluidos -se unen, se compenetran y precisan- a través de la Vida y la Muerte (…) Ley de correspondencia y de mutua eufonía, de espiritualización pitagórica y de gravitación molecular. Platón completado por Newton. El Evangelio y la Astronomía. El corazón y la Ciencia. Los números y las lágrimas. Las Matemáticas y los versos. El alma y la fuerza. La moral y la física. El amor y la Inmortalidad. Y Dios en el Centro de todo.
Y el embanderillador-barbero miope comenta: Todo esto, por supuesto, carece de precisión y originalidad, pero a pesar de su pordioserismo filosófico, interesa porque está conectado con su quehacer poético…
Y Joaquín Sabina escupe como una roncadera que no se resigna a reventar en la orilla del cielo: Lágrimas de plástico azul / sabios que no saben nada / náufragos en la catedral / telarañas amotinadas.
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Nota: Retrato realizado por Carlos Federico Sáez (1878-1901).
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