por Amílcar Nochetti
Hay notas que dan pena tener que escribirlas, y esta es una de ellas. El
11 de diciembre una leyenda viviente del cine francés, Jean-Louis Trintignant,
cumplió 90 años, muy lejos de todos los focos de la atención pública, en su
finca del sur de Francia. “Llegar a viejo no es para todos, hay que ser
valiente para soportarlo”, decía Bette Davis, y la reflexión se aplica al
caso de Trintignant, que entre 1956 y 2003 vivió con enorme intensidad,
acariciando la gloria artística, amando a varias esposas y a muchas mujeres,
padeciendo un momento de congoja familiar y gozando del riesgo aventurero de
gustarle las carreras de coches y motos, con el constante peligro que ello
conlleva. Pero en 2003 su vida acabó de la noche a la mañana, como el propio
actor ha manifestado en varias ocasiones. En su caso se dan la mano, por partes
iguales, una vida llena de luces y sombras, y una carrera de 143 películas a lo
largo de seis décadas intensas como pocas.
EN EL PRINCIPIO. Todo comenzó el 11 de
diciembre de 1930 en Piolenc, Cantón de Vaucluse, Francia, fecha y lugar en el
que nació Jean-Louis, hijo de Claire Tourtain y Raoul Trintignant, un
industrial de clase alta que oficiaba de alcalde de Pont-Saint-Esprit y
consejero general del cantón del mismo nombre. Tenía además dos tíos que lo
marcarían desde su más tierna infancia, Louis y Maurice Trintignant. Ambos se
habían destacado en el automovilismo, y aunque el primero de ellos había muerto
en un accidente durante el entrenamiento de una carrera teniendo Jean-Louis
sólo dos años de edad, el segundo llegaría a ser piloto de Fórmula 1 y dos
veces vencedor de las 24 horas de Le Mans. No parece raro entonces que el
inquieto Jean-Louis eligiera desde niño seguir ese camino, pero tras la
liberación de París en 1944 descubrió la poesía de Jacques Prévert, Guillaume
Apollinaire y Louis Aragon, autores que lo marcaron a fuego y lo encaminaron
por la vía de las letras. De todas maneras, la afición por la velocidad no lo
abandonaría jamás, al punto que, en 1972, declaró que “yo hice cambiar
de idea a Claude Lelouch cuando me dio a leer el guion de Un hombre y
una mujer. Allí el protagonista era un médico, y yo le propuse convertirle
en piloto y utilizar para las escenas mi propio coche de carreras. Y él aceptó,
porque yo ya tenía entonces una licencia especial, había participado en el
Rally de Montecarlo y estaba habituado a correr a bastante velocidad con mi
Mercedes”. Poco después de esa declaración Trintignant tuvo un serio
accidente, del que le quedaron secuelas físicas por las que los médicos le
prohibieron seguir participando en carreras automovilísticas. Entonces comenzó
a dedicarse a las motos, hasta que en una etapa ya avanzada (a los 76 años)
terminó quebrándose una pierna y luxándose la cadera al perder el control de su
Honda. A partir de ese momento debió ayudarse con un bastón para poder
desplazarse sin dificultad, y eso se nota en una escena de la película Amor de
Michael Haneke, en la que tiene que agarrar una paloma que se cuela en su
apartamento: el director obligó al actor a realizar el esfuerzo en una sola
toma, y el espectador atento podrá advertir cómo le cuesta levantarse del suelo
una vez que atrapa al ave.
Pero nos hemos adelantado toda una vida, como si la velocidad que tanto
amó también me dominara a mí. Lo cierto es que, pasiones apartes, el
descubrimiento de la literatura llevó al joven Jean-Louis a estudiar Derecho en
la Facultad de Aquisgrán, y fue allí que en 1949 vio una representación
de El avaro de Molière dirigida por Charles Dullin, lo cual
fue una verdadera revelación. Decidió abandonar sus estudios para seguir los
cursos que Dullin y Tania Balachova daban en París, lo que le ayudaría a
superar con bastante lentitud, según ha repetido hasta el cansancio, su extrema
timidez. En 1951 comenzó su labor en teatro en la compañía de Raymond
Hermantier, y luego continuó en la Comédie de Saint-Etienne, interviniendo como
actor de reparto en un celebrado Macbeth dirigido y
protagonizado por Jean Dasté. Inquieto como pocos, se sintió atraído también
por el cine, y siguió el curso de director en el IDHEC (Instituto de Estudios
Cinematográficos Avanzados). Sin embargo, su interesante fotogenia, su juvenil
porte -mezcla de factible galán y temeroso chico de los mandados- y la simpatía
que provocaba en las jóvenes de los estudios le llevaron a probarse como actor.
Debutó en un film menor, Si todos los hombres del mundo (Si
Tous les Gars du Monde…, Christian-Jaque, 1955), y repitió la
experiencia en el policial negro Pasiones sin ley (La Loi
des Rues, Ralph Habib, 1955), donde tuvo mayor participación. Allí también
pueden verse en roles de reparto a Lino Ventura y Louis De Funes. Y luego su
vida dio un vuelco total, porque el escándalo que causó su tercer film, donde
ya fue coprotagonista, lo catapultó a una inesperada fama.
ESCÁNDALO Y FAMA. El escándalo tuvo dos nombres:
el de la película que lo causó, Y Dios creó a la mujer (Et
Dieu… Créa la Femme, Roger Vadim, 1956), y la mujer que lo precipitó, una
chica de 22 años casada con el director del film, que se llamaba Brigitte
Bardot. Es a partir de esta película que B.B. se convirtió en un verdadero mito
erótico, sobre todo gracias a una escena de feroz baile sobre una mesa, rodeada
de hombres morenos. Trintignant era el tímido enamorado que se casaba con ella,
aunque esa bomba sexual en realidad estaba encandilada por su cuñado (Christian
Marquand), mientras era cortejada por el dueño de un astillero (Curd Jürgens):
Tres hombres obsesionados por una misma mujer, que lucía bastante ligerita de
cascos y de ropa, era mucho para la Iglesia Católica y las ligas de la
moralidad, que llevaron a cabo una verdadera guerra contra el film. Lo único
que consiguieron fue hacer ganar millones a Vadim y convertir a B.B. en uno de
los animales sexuales más potentes de la historia del cine. Montevideo no podía
permanecer ajeno al escándalo, y hay un dato revelador de la pacatería que
padecíamos. Los espectadores montevideanos contábamos con carteleras completas
en los diarios, y en ellas las películas tenían un número entre paréntesis. Era
la calificación de Acción Católica, que sólo El Día se negaba a publicar. Esa
calificación marcaba: “1A, para todo público; 1B, para mayores de 11
años; 2A, para mayores de 15 años; 2B, con reparos para mayores de 21 años; 2C,
con graves reparos para personas mayores de sólido criterio; 3, recomiéndase
encarecidamente no ver; 4, prohíbese ver”. Por supuesto que a la
película no la salvó ni siquiera la invocación divina del título, y se llevó un
rotundo 4.
Pero hubo un segundo escándalo en torno al film, y fue que durante su
rodaje Jean-Louis y Brigitte mantuvieron un tórrido amantazgo, que derivó en
dos divorcios y una huida. Por un lado, llegó la ruptura definitiva entre Vadim
y B. B. Por otro, hay que decir que desde 1954 Trintignant estaba casado con la
joven actriz Stéphane Audran, que más tarde sería la esposa y musa del director
Claude Chabrol, y que de la mano del danés Gabriel Axel lograría una imborrable
labor en La fiesta de Babette. Obviamente, el matrimonio de
Jean-Louis y Stéphane tampoco sobrevivió al escándalo. Pero como la prensa
seguía acosando al actor mientras rodaba un par de películas más, el joven
decidió no demorar más el servicio militar obligatorio y estuvo sirviendo hasta
1959 en Argelia. La jugada era peligrosa, porque su carrera recién despuntaba y
pudo venirse a pique sin remedio. Sin embargo, a la larga fue una decisión muy
inteligente. La estadía en Argelia no sólo le sirvió para darse cuenta que
debería formar una familia si quería sobrevivir a la mundana falsedad del cine,
sino que también le mostró que en el panorama mediterráneo se gestaba una nueva
realidad política, la cual lo haría vincular a películas comprometidas a lo
largo de los años 60 y 70. Pero empezó por lo primero: en 1961 se casó con la
hermana de los actores Christian y Serge Marquand, Nadine, que con el apellido
Trintignant luego desarrollaría una estimable carrera como directora. Esa mujer
le dio tres hijos al actor: Marie (1962), Pauline (1969) y Vincent (1973),
hasta que se divorciaron en 1976.
Una segunda señal de inteligencia fue la manera en que retornó a la
profesión. Como para minimizar el escándalo anterior, aceptó el rol secundario
que Roger Vadim le ofreció para su adaptación a época actual de Las
relaciones peligrosas (Les Liaisons Dangereuses, 1959), con
Gérard Philipe, Jeanne Moreau y Annette Stroyberg (nueva esposa de Vadim),
donde a Trintignant le tocó en suerte el rol del joven Danceny, que en 1988
encarnaría Keanu Reeves en la versión de Stephen Frears. Y de inmediato, un
nuevo acierto: se fue a Italia y protagonizó la estupenda Verano
violento (Estate Violenta, Valerio Zurlini, 1959), historia
ambientada en 1943, con un joven y sus amigos pasando el verano entre bailes,
excursiones y escarceos amorosos, mientras sus influyentes padres los libraban
de entrar en el ejército, aunque a la larga les será imposible evitar los
desastres de la guerra.
Los años 60 fueron muy productivos para el actor. Aparte de un
memorable Hamlet realizado en teatro, Trintignant intervino en
42 películas en sólo diez años. Conviene recordar brevemente las doce más importantes
para su carrera:
Los crímenes del castillo (Pleins Feux Sur l’Assassin,
Georges Franju, 1961), policial rocambolesco con varios herederos desesperados
por hallar el cadáver de un conde, ya que si no aparece tendrán que esperar
cinco años para cobrar la herencia.
Ana (Le Combat Dans l’Ile, Alain Cavalier, 1962), con la doble
vida de Trintignant como miembro de una organización terrorista de
ultraderecha, vinculando a su esposa (Romy Schneider) en los atentados.
Il Sorpasso (ídem, Dino Risi, 1962), donde es un responsable estudiante
de Derecho, extremadamente tímido, que se deja llevar por un vividor (Vittorio
Gassman) para iniciar un alocado viaje en automóvil. Pese al capolavoro de
Gassman, Trintignant estaba a la altura de las circunstancias.
Mata Hari (Mata Hari, Agent H21, Jean-Louis Richard, 1964), con
Jeanne Moreau como la mítica espía alemana intentando seducir al enamorado
capitán francés Trintignant.
Crimen en el coche-cama (Compartiment Tueurs,
Costa-Gavras, 1965), policial que se ambienta en un tren de Marsella a París:
un cadáver, seis sospechosos y un policía (Yves Montand) a cargo de la
resolución del asesinato. Trintignant es uno de los sospechosos.
¿Arde París? (Paris Brûle-t-il?, René Clément, 1966), coproducción
franco-americana sobre los últimos días de la ocupación nazi. Medio centenar de
estrellas apareciendo cinco minutos cada una, entre las cuales Trintignant es
un traidor a la resistencia.
Un hombre y una mujer (Une Homme et une Femme,
Claude Lelouch, 1966): el mayor éxito del cine galo hasta el momento consagró a
Trintignant en el mercado internacional. El romance de dos viudos (Anouk Aimée
y él) que se conocen al llevar a sus hijos a la escuela. El resultado es un
caramelo, y demostró que como cineasta Lelouch es un notable fotógrafo. Al
exitoso combo ayudó mucho la banda sonora de Francis Lai, Baden Powell y
Vinicius De Moraes. Dos décadas después Lelouch, Aimée y Trintignant se
reunirían en una fallida continuación de la historia, y en 2018 llegarían a
realizar una tercera parte.
El hombre que miente (L’Homme qui Ment, Alain
Robbe-Grillet, 1968), film exhibido en Uruguay con retraso y en el circuito
cultural, que valió a Trintignant el Oso de Plata en Berlín. Historia
ambientada en Checoslovaquia luego de finalizada la guerra, de tintes
surrealistas eróticos, entre un hombre y tres hermanas solitarias y neuróticas.
Las dulces amigas (Les Biches, Claude Chabrol, 1968),
con una lesbiana rica y apática (Stéphane Audran) que recoge en la calle a una
joven artista (Jacqueline Sassard) y viven felices, hasta que un arquitecto
seduce a la chica y enfurece a la mujer mayor.
El gran silencio (Il Grande Silenzio, Sergio Corbucci,
1968): insólita participación de Trintignant en un spaghetti-western, aunque
aceptó el rol sólo porque su personaje no hablaba. Allí encarnó a Silenzio, un
pistolero a sueldo, mudo desde que le cortaron la garganta siendo niño. El
temible Klaus Kinski era el villano de turno.
Mi noche con Maud (Ma Nuit chez Maud, Eric Rohmer,
1969): el ingreso de Jean-Louis al cine intelectual. Un ingeniero católico a la
salida de la misa descubre a la rubia Marie-Christine Barrault, con la cual
intuye que algún día se casará, pero la pierde en la multitud. Poco después
conocerá a Maud (Françoise Fabian), bella divorciada marxista que quizá pueda
alterarle sus convicciones.
Z (Z, Costa-Gavras, 1969), otro de los mayores éxitos del
cine francés y del actor, que ganó el premio en Cannes encarnando al juez que
debe investigar la muerte de un político ecologista (Yves Montand), en una
Grecia convulsionada ante el advenimiento de la dictadura de los coroneles.
PRIMER DOLOR. Pero de un zarpazo la vida le cobró a Trintignant
los galardones recibidos en Berlín y Cannes. En 1969 había nacido su segunda
hija, Pauline, pero a los nueve meses de edad falleció, para desazón de
Jean-Louis y su esposa Nadine. La causa fue lo que usualmente se llama “muerte
de cuna” o “muerte súbita”, que es la muerte fortuita de un bebé aparentemente
sano. Se produce durante el sueño. El síndrome de muerte súbita de un bebé no
es una enfermedad ni una dolencia, y ha sido motivo de intensas
investigaciones, pero desafortunadamente aún se desconocen las causas exactas
que lo provocan. Los bebés simplemente dejan de respirar. El término se aplica
cuando un niño menor de un año muere repentinamente y no se puede determinar la
causa exacta del fallecimiento. Algunos expertos suponen que la muerte súbita
sucede cuando un bebé tiene una vulnerabilidad subyacente (el desarrollo
inmaduro del corazón o de su aparato respiratorio) o cuando está expuesto a
ciertos factores de riesgo, como dormir boca abajo o con ropa de cama suave o
acolchada durante ese período del desarrollo.
Cabe aclarar que, aunque la obligación de los padres es estar
constantemente pendientes del bebé, el síndrome no se puede diagnosticar, y
tampoco es resultado de un descuido, sino que puede ocurrirle a cualquier bebé.
Empero, Trintignant siempre se sintió culpable de esta pérdida, como dijo a la
prensa luego del divorcio de su esposa Nadine: “Mi segunda hija murió
asfixiada a los nueve meses en un desgraciado accidente doméstico. Fue en Roma,
donde me encontraba por razones de trabajo. Y aunque los médicos dijeron que
fue un síndrome, siempre he creído que la culpa fue por la regurgitación de leche
cuando tomaba el biberón. Si hubiéramos estado más atentos quizás esto no
hubiera sucedido. Lo cierto es que fue un duro golpe para nosotros”.
DE 1970 A 1998. La actividad de Trintignant durante las
décadas siguientes continuó de manera infatigable: 75 películas en 29 años, en
las que se vinculó a los mejores cineastas del período, a lo que hay que
agregar un progresivo alejamiento de la pantalla y una notoria dedicación al
teatro, a partir de 1988. En ese lote extenso y heterogéneo hay diecisiete
películas que convendría no olvidar.
El conformista (Il Conformista, Bernardo Bertolucci, 1970), notable
radiografía del fascismo mussoliniano y una de las mejores labores del actor,
en una exploración amarga de la culpa de un país que no puede reponerse a sus
miserias humanas.
Sin motivo aparente (Sans Mobile Apparent, Philippe Labro,
1971), intenso policial con un asesino sembrando el terror en Niza y un
inspector (Trintignant) investigando el caso.
El atentado (L’Attentat, Yves Boisset, 1972), thriller político basado
en el asesinato del líder marroquí Ben Barka (Gian María Volontè), torturado
hasta la muerte por agentes secretos franceses dirigidos por el ministro del
interior marroquí (Michel Piccoli). Jean-Louis es un amigo íntimo de Ben Barka
que, sin darse cuenta, es utilizado por los futuros asesinos. Uno de sus roles
más despreciables, en uno de sus films más comprometidos.
El último tren (Le Train, Pierre Granier-Deferre, 1973), una clandestina
historia de amor entre Jean-Louis y Romy Schneider, en el marco de la ocupación
nazi de Francia.
El cordero enardecido (Le Mouton Enragé,
Michel Deville, 1974), comedia satírica sobre un modesto empleado bancario que
consigue hacerse rico y de esa forma conquista a sus mujeres soñadas (Romy
Schneider, Jane Birkin, Florinda Bolkan)
La mujer del domingo (La Donna della Domenica, Luigi
Comencini, 1975), mezcla de drama y policial, con un comisario (Marcello
Mastroianni) que investiga el asesinato de un arquitecto y sospecha de una dama
rica (Jacqueline Bisset) y su amigo (Trintignant).
Desafío a la ley (Flic Story, Jacques Deray, 1975),
thriller basado en el caso real de la cacería que el detective Roger Borniche
(Alain Delon) llevó a cabo para capturar a Emile Buisson (Trintignant), el
enemigo público nº 1 de los años 40 y 50.
Desierto de los tártaros (Il Deserto dei Tartari,
Valerio Zurlini, 1976), la película más perfecta sobre la espera inútil, con
una serie de personajes aguardando en un fuerte una revolución que nunca llega.
Trintignant es el médico del lugar.
La terraza (La Terrazza, Ettore Scola, 1980), cuatro amigos (Vittorio
Gassman, Ugo Tognazzi, Marcello Mastroianni, Trintignant) y sus familias, en el
marco de una fiesta reveladora de una serie de miserias ocultas.
Mar de fondo (Eaux Profondes, Michel Deville, 1981), adaptación de
novela de Patricia Highsmith, sobre esposa casquivana (Isabelle Huppert) y
marido que parece soportar con estoicismo la situación, aunque a veces las
apariencias engañan.
La noche de Varennes (La Nuit de Varennes, Ettore Scola,
1982), drama histórico que se ambienta en el momento en que Luis XVI intenta
huir de Francia a Alemania. En medio de un lustroso elenco, Trintignant tiene
una aparición breve pero fundamental.
Golpear al corazón (Colpire al Cuore, Gianni Amelio,
1983), el abismo entre la relación de un padre (Trintignant), un profesor de
izquierdas, y su introvertido hijo (Fausto Rossi), ambientada en la
convulsionada Italia de las Brigadas Rojas.
Confidencialmente tuya (Vivement Dimanche!,
François Truffaut, 1983), comedia que homenajea a la serie negra, con un hombre
(Jean-Louis) acusado del asesinato de su esposa, y su joven secretaria (Fanny
Ardant), enamorada de él, que investiga por su cuenta para descubrir al
verdadero culpable… si es que lo hay.
Bajo fuego (Under Fire, Roger Spottiswoode, 1983), único film rodado
en Hollywood por Trintignant, sobre periodistas en Nicaragua (Nick Nolte, Gene
Hackman, Ed Harris, Joanna Cassidy) durante la victoria sandinista. Trintignant
es un francés sibilino que trabaja para cualquier bando. Aparece poco, pero
recita el mejor parlamento del film: “Ustedes los periodistas me
encantan, aunque son unos sentimentales de mierda. Aman a los poetas, los
poetas aman a los marxistas, los marxistas sólo se aman a sí mismos, y el país
ama esa retórica. Pero al final todos caemos bajo las garras de la tiranía”.
El próximo verano (L’Été Prochain, Nadine Trintignant,
1985), una sensible historia con padres (Philippe Noiret, Claudia Cardinale),
hijas (Fanny Ardant, Marie Trintignant) y amantes (Jean-Louis), acerca de las
cosas fáciles y difíciles de la vida.
Mira a los hombres caer (Regarde les Hommes Tomber,
Jacques Audiard, 1994), la historia de un hombre (Jean Yanne) que persigue a
los asesinos de un amigo. Cuando da con ellos comprueba que son dos seres muy
peculiares (Trintignant, Mathieu Kassovitz).
Rouge (ídem, Krzysztof Kieslowski, 1994), una cumbre
interpretativa de Trintignant, en el rol de un juez retirado que oficia como
una suerte de dios profano en la vida de quienes le rodean, en especial de una
joven (Irène Jacob) con la que entabla una relación que oscila del rechazo
inicial a un irresistible magnetismo paterno-filial.
MARIE Y EL TERRIBLE 2003. Durante parte de los años 80 y
toda la década del 90 Trintignant se había dedicado más al teatro que al cine,
llegando a obtener un resonante suceso con su espectáculo Apollinaire,
que paseó por varios países de Europa Occidental. En forma paralela, esos años
fueron los que dieron fama a su hija Marie. La joven había aparecido desde niña
en algunos films dirigidos por su madre, e incluso tuvo un rol breve pero
interesante en Serie negra de Alain Corneau, su padrastro
(1979). Sin embargo, su debut verdadero fue junto a su padre en La
terraza de Ettore Scola (1980), y a partir de entonces se forjó una
sólida carrera por sí misma, con grandes papeles en títulos como Un
asunto de mujeres de Claude Chabrol (1988), con Isabelle Huppert, o la
cautivadora Ponette de Jacques Doillon (1996). Marie tuvo
cuatro hijos: uno en 1986 con el baterista Richard Kolinka, otro en 1993 con el
actor François Cluzet, y un tercero en 1996 con una persona no pública, hasta
que se casó en 1997 con el cineasta Samuel Benchetrit, once años menor que
ella. Con él tuvo su cuarto hijo en 1998, y se separaron en muy buenos términos
en 2000, sin divorciarse. A principios de 2002 Marie inició una fuerte relación
sentimental con el rockero Bertrand Cantat, que desde 1997 estaba casado con la
escritora Krisztina Rády, con quien ya tenía dos hijos. Cantat abandonó a su
familia para vivir con Marie, hasta que llegó el fatídico 27 de julio de 2003,
en que la joven fue brutalmente golpeada por su pareja en Vilna, Lituania,
mientras rodaba una película sobre la vida de Colette, bajo las órdenes de su
propia madre. Moriría cinco días más tarde, luego de dos operaciones, cuando la
familia pidió que la desconectaran.
El siguiente testimonio es de Nadine Trintignant: “En muchas de
las crónicas negras de Francia el verdugo se convierte en la víctima. Los
hechos fueron los siguientes. Primera versión de Bertrand Cantat: ‘En medio de
una disputa Marie resbaló golpeándose contra el radiador de la calefacción’. El
cirujano lituano que operó a Marie, por su parte, informa que fue golpeada. El
asesino da una segunda versión: ‘Sí, le di dos golpes en la cabeza’. Resultado
de la autopsia francesa: 14 golpes, de los que cuatro fueron muy violentos,
sobre el cráneo y el rostro, aunque según la autopsia lituana eran 17 los
golpes. Mi hijo Vincent, mi nieto Roman y yo vimos a Marie irreconocible, con
huellas de estrangulación en el cuello. En el proceso el asesino explicó que
ella no quería salir del cuarto de baño (tuvo miedo, creo yo, por primera vez
en su vida). Cuando salió, él la atrapó, la sacudió y le golpeó la cabeza
cuatro veces contra el quicio de la puerta. Según el cirujano francés que
intentó una segunda operación, Marie recibió golpes que tenían la fuerza de una
moto que se estrellara contra un muro a 150 kilómetros por hora. Prosigue la
versión de Cantat: ‘Después ella resbaló’. Él pensó que ella estaba actuando y
continuó golpeándola. Marie quedó sin conocimiento, pero todavía con
posibilidades de salvarse. Pero Cantat, durante cuatro horas, se dedicó a
telefonear a su abogado y a mi yerno Samuel Benchetrit. Los policías
comprobaron las llamadas en su móvil. A las cinco de la mañana llamó a mi hijo.
Cuando éste vio a su hermana ella estaba en la penumbra, con una toalla encima
del rostro. Cantat arrastró a Vincent al cuarto de al lado, donde estuvieron 15
minutos. Súbitamente, Vincent volvió al cuarto donde estaba Marie, encendió la
luz, quitó la toalla que tapaba a su hermana, corrió escaleras abajo y pidió a
la recepción que llamara con toda urgencia a una ambulancia. Cantat decía que
no valía la pena. He aquí la verdad, que ha sido escrita en los periódicos,
pero cada cual retiene lo que le conviene”. Hasta aquí, el testimonio
de Nadine.
En forma insólita Cantat fue condenado a ocho años de prisión, de los
cuales sólo cumplió la mitad, por buena conducta. Fue liberado en medio de una
gran polémica en octubre de 2007. En ese momento Jean-Louis Trintignant declaró
a la prensa: “La versión de una muerte accidental, resultado de una
imprevista caída, fue la primera que dio Cantat antes que los médicos hicieran
públicas sus observaciones. Pero la muerte de Marie no tuvo nada de accidental,
fue consecuencia de un impulso colérico de Cantat. Según el asesino, Marie
estaba encerrada en el baño, temiendo por su vida, aterrorizada ante el peligro
que le esperaba. En vez de ir a dar una vuelta para calmarse, el hombre la
esperó, como una fiera. No se sabe cómo la hizo salir del baño, quizás
haciéndole creer que se había alejado, pero se demostró que no fue al caerse
contra un radiador como Marie murió. Fueron 14 o 17 golpes, entre los cuales un
mínimo de cuatro violentísimos contra el canto de la misma puerta del baño, que
destrozaron su cráneo. Por favor, no se puede insinuar que fue un accidente:
Marie fue brutalmente golpeada. Luego su asesino la dejó morir. Tal vez para
que nunca se hiciera la luz sobre lo sucedido. Pasó cuatro horas al teléfono
con su abogado. Empezó por decir a mi hijo que Marie estaba durmiendo; más
tarde intentó disuadirle de llamar a una ambulancia. En todas esas horas
perdidas quizá se hubiera podido salvar a Marie. Sus cuatros hijos no serían
huérfanos y mi ex esposa y yo no estaríamos destrozados de dolor. La tierna
benevolencia sobre los presuntos esfuerzos de reinserción social de Cantat, lo
bien que se portó en la cárcel y sus estudios por correspondencia en la
Universidad de Toulouse, no deberían ser aceptados como pretexto de una posible
curación. Sólo si fuera un idiota Cantat no se comportaría de forma ejemplar,
precisamente para que la prensa se pueda maravillar hoy de lo buen chico que
terminó siendo. Que el cantante y guitarrista haya sido objeto de atención
psicológica durante sus años de encierro y se haya comprometido a seguir
acudiendo a un psiquiatra no tiene nada de heroico: es lo lógico en este tipo
de casos. Pero Marie está muerta, y este hombre ganó incluso una cierta fama a
causa de este asesinato. Antes era un cantante de rock poco conocido,
una imitación mediocre de Jim Morrison en un grupo cuyo nombre arroja un eco
siniestro sobre su personalidad: Deseo Negro. Pero ahora algunos grupos
de rap de orientación abiertamente machista y violenta saludan y
exaltan a Cantat. Y ya se habla, de un posible nuevo disco suyo. Parece
profundamente errado presentar la muerte de mi hija como un caso único, aislado
y accidental, entre artistas borrachos, drogados o sadomasoquistas. Cada cinco
días muere en Francia una mujer a golpes de su compañero. En la gran mayoría de
los casos, esas muertes no son fruto de explosiones accidentales de cólera,
sino el epílogo terrible de un proceso de verdadera tortura afectiva, que aísla
a las víctimas de su familia y de sus amigos mediante crisis de celos terribles
e irrupciones cada vez más fuertes de violencia física. También en esto,
desgraciadamente, la muerte de Marie correspondió a la norma, y confirmó que
las brutalidades hacia las mujeres se ejercen en todo tipo de clases sociales.
Nadine me ha contado que había recibido un SMS de Marie firmado ‘Tu hijita
golpeada’, y que se culpa porque en su momento fue incapaz de descifrar”.
Sea como sea, a Cantat le ha sido imposible reinsertarse totalmente a su
profesión, sobre todo después de lo sucedido en 2010: “Puede que sea
porque Francia no es Estados Unidos, que gusta de perdonar a sus héroes caídos.
Puede también que sea el momento, en pleno auge del movimiento feminista MeToo,
que en Francia ha tenido especial eco. O que, sencillamente, su crimen sea
demasiado terrible como para borrarlo”, apunta la periodista Anne-Sophie
Jahn, autora del libro Los siete pecados capitales del rock, sobre
los excesos de las estrellas de la música, donde Cantat tiene capítulo
aparte. “En el rock anglosajón tenemos a Phil Spector (que cumple 19
años de cárcel por matar a una actriz de un disparo en 2003) o Sid Vicious, que
apuñaló a su novia en el Chelsea Hotel. Pero en Francia es la primera vez que
vimos un caso como este”, dice, y agrega: “Pero Marie no fue la
única víctima, porque en 2010 tuvo lugar el suicidio de la esposa
de Cantat, Krisztina Rády, la gran olvidada de esta historia”. Al centrarse
en Rády, que se ahorcó en la casa donde dormía Cantat (a quien ella cobijó
cuando el músico salió de la prisión), el libro transmite una inquietante
imagen del artista. El asesinato de Marie deja de parecer, como hicieron pensar
Cantat y los suyos en el juicio, una trágica anormalidad. En el libro los
testimonios indican que es un hombre con un largo historial de maltratos,
versión que apuntalan nuevos testigos que presenta la autora: el amante de Rády
hasta poco antes de su muerte, algunos vecinos, y un miembro de Deseo Negro que
en forma anónima asegura que hubo un auténtico pacto instigado por Rády
durante el juicio, para rebajar los 15 años de cárcel que reclamaba la
fiscalía: “Yo sabía que él había pegado a una mujer con la que estuvo
antes de Kristina. Sabía que había intentado estrangular a su novia en 1989.
Sabía que había golpeado a Kristina. Pero ese día, todos mentimos”, declaró
el músico.
Pese a esas revelaciones, Cantat sigue siendo defendido por un sector
fiel del público. “Es la estrella típica que vive por encima de las
reglas y fascina, porque forma parte del mito del rock”, dice Anne-Sophie
Jahn, “pero la presión se mantiene. Aunque la ministra de Cultura dijo
que la justicia se ha pronunciado y Cantat tiene derecho a seguir viviendo, su
colega de Igualdad puntualizó que, como todo el que sale de prisión, tiene
derecho a trabajar, pero lo problemático es que se haga de él un héroe porque,
ante todo, hay que acordarse de Marie Trintignant”. La salida del
libro propició que, en 2018, con la ayuda de la alcaldía de París, y pese a su
avanzada edad (84 años), Nadine organizara una manifestación contra la
violencia en las parejas. Uno de los temas centrales fue la gran tolerancia
penal que existe en Francia en relación a los crímenes entre cónyuges.
Efectivamente, como indica Nadine, “la ley francesa dice que un hombre
que mata a su compañera puede ser condenado a 20, 25 años o perpetuidad, pero
en realidad nunca es condenado a más de ocho años, y siempre cumple tan sólo la
mitad de ellos. Sería importante, como medida de disuasión, que este tipo de
penas se cumplieran hasta al final. Cumplir tan sólo cuatro años es casi una
forma de excusar un crimen horrible. Por planear un robo a un banco, unas
personas fueron condenadas recientemente en Francia a 15 años de cárcel. Es muy
probable que un chico que queme un coche en un suburbio de París sea condenado
a cuatro años. En cambio, Cantat fue liberado después de haber estado recluido
cuatro años por haber matado a mi hija”. La mencionada manifestación
delante del Hôtel de Ville de París fue un acto público de impacto mediático,
pero también un momento político de gran fuerza emotiva. Hablaron mujeres y
hombres, y muchos indicaron que el núcleo de la vida en la sociedad residía en
la pareja, que ahí empezaba la justicia, el respeto y la democracia. Está claro
que la lucha contra la violencia conyugal no es una cuestión de mujeres contra
hombres, es una lucha que importa y moviliza a todos por igual. Y lanzaron una
duda inquietante: si Cantat no hubiera sido una luminaria del mundo del rock,
siempre tan lleno de excesos, ¿se le habría perdonado tanto?S
SIN MARIE. Ya nada fue igual para Trintignant después de la horrenda muerte
de su hija. Primero se aisló, en una etapa que duró un tiempo largo y puso
nerviosos a su hijo Vincent, a sus nietos, a su ex esposa Nadine e incluso al
marido de ésta, el cineasta Alain Corneau. Consciente de ello el actor se
encargó de aplacarlos con una calma declaración pronunciada en 2005, cuando
Cantat aún estaba en prisión: “Quiero que aquellos que me aman estén
tranquilos. Quiero que sepan que mi vida sin Marie vale poco y nada. Que me
quedé sin ansias de continuar. Sepan que quiero morir, pero estén seguros
también que mis convicciones religiosas me impiden suicidar”. Pese a
ello, Trintignant se retiró virtualmente de casi toda actividad artística: nada
de cine, apenas alguna obra de teatro o unos recitales de poesía. Nada más
durante nueve años. En ellos, el único emprendimiento importante fue invertir
algunos ahorros, junto a varios amigos, en unos viñedos cercanos a Avignon,
donde produce 20.000 botellas anuales de vino tinto. Se dice que él mismo fue
quien diseñó la etiqueta del vino que inauguró su bodega.
De ese exilio auto impuesto vino a sacarlo el cineasta Michael Haneke,
que le brindó el otro papel cumbre de su carrera en la película Amor (Amour, 2012),
historia de dos octogenarios profesores de música clásica jubilados (Emmanuelle
Riva y él), cuya vida se desploma cuando la mujer sufre un ACV que le paraliza
poco a poco todo el cuerpo. El amor que unió a la pareja durante toda la vida
será puesto a prueba en esa instancia, ante los asombrados ojos de la hija de
ambos (Isabelle Huppert). Amor no es una película de fácil
visión, porque registra los dolores del cuerpo, la mente y el alma con una
precisión y un detallismo quirúrgicos, y eso impactará emocionalmente al
público, en especial a quienes hayan sufrido una experiencia similar en carne
propia. Pero si se enfrenta con valentía al film, podrá descubrirse en él un
memorable estudio sobre la eterna confrontación entre envejecimiento y muerte,
a un nivel de brillantez conceptual que sólo algunos genios del cine han
logrado. Amor es hermana de Vivir de Kurosawa
y Cuando huye el día de Bergman, de Grupo de
familia de Visconti y Tres hermanos de Rosi, de Historias
de Tokio de Ozu y Magnolia de Anderson. Al igual que
esos films, Amor combina con enorme sabiduría un duro realismo
visual con pasajes de extrema delicadeza para tratar piadosamente a sus
difíciles personajes. Con esa mixtura se desarrolla ante nuestros ojos una de
las más puras historias de amor, en la cual no hay una sola escena que suene
falsa, ni una palabra que sobre, ni un movimiento que no concuerde con la
tranquilidad y la sutileza con que se nos revela ese feroz drama familiar.
Incluso un par de alucinaciones, que a primera vista podrían desorientar al
espectador, analizadas desde el final revelan una gama de sugerencias altamente
significativa. Haneke consigue este milagro ayudado por dos labores
superlativas de Riva y Trintignant (que ganó el César por su labor), a los que
hay que sumar tres conmocionantes apariciones de Huppert.
Y después de esta maravilla Trintignant se llamó nuevamente a silencio.
Cinco años más tarde aceptó una nueva oferta de Michael Haneke, pero en Final
feliz (Happy End, 2017) el actor tenía un papel breve, por
lo general se lo veía sentado y visiblemente deteriorado. Era la imagen viva
del desánimo, y por entonces contó a los medios que acababa de rechazar una
propuesta del director Bruno Dumont porque “tuve miedo de no dar la
talla físicamente. Ya no logro desplazarme solo”. Sin embargo, su nombre recobró
actualidad por haber vuelto al cine en Los años más bellos de una
vida (Les Plus Belles Années d’une Vie, 2019). Claude
Lelouch, su director, ha vuelto a reunir a Trintignant con Anouk Aimée, en lo
que es la tercera parte de la exitosa Un hombre y una mujer. La
película es muy menor, pero cobra desusada importancia porque casi seguramente
sea la última labor del actor para la pantalla. Y quizás también para su
partenaire, que ya tiene 88 años de edad, aunque luzca espléndida. Jean-Louis
aparece como un enfermo de alzhéimer, decrépito y encerrado en una residencia
de ancianos de la que sueña con escapar junto a Anouk, que le visita de vez en
cuando para recordarle sus años de sex symbol, de amante de las mujeres y del
riesgo. Todo luce como una despedida, y lo dijo él mismo al concluir el
rodaje: “Me retiro, ya no tengo fuerzas para más y, además, me
estoy muriendo”.
Dramática confesión de un hombre que está convencido que su final está
cerca. Con una vida de éxito en el cine, de amores que le hicieron feliz en
distintas etapas de su existencia, y también con una dramática biografía en la
que dos episodios dolorosos le produjeron una pena infinita. Todo eso ahora,
cumpliendo en soledad y a pesar suyo 90 años, en un presente que le va
acercando al adiós: se está quedando ciego, pero además padece cáncer
de próstata y ha decidido suspender el tratamiento al que se había
sometido, “porque ya está, ya no vale la pena continuar así, hace años
estoy preparado para irme”. Y así llega la hora del descanso, cuando las
huellas de sus enfermedades le tienen medio consumido, ya sin pisar las calles
ni dar paseos por la playa de Deauville como en sus buenos tiempos, del brazo
de la fascinante Anouk Aimée, esa belleza de perfil helénico de la que tantos
hombres supimos enamorarnos. De todas maneras, como si tratara de pagar una
deuda con su hija Marie, poco antes del rodaje del film de Lelouch el actor
había vuelto a pisar las tablas, también por última vez, en un show
llamado Trintignant-Mille-Piazzolla, exhibido en mayo de 2018 en el
Théâtre des Célestins en Lyon. Allí el cadavérico anciano monologa sentado
frente al público, rodeado del sexteto del acordeonista Daniel Mille (él más
sus cinco violonchelistas), que lo acompañan con una música pausada,
adaptándose de maravillas al intimismo que la situación requiere.
Ese monólogo es una sucesión de reflexiones sobre la vida, el amor y la muerte, que el actor, dueño de una voz pausada que aún permanece invicta, enmadeja una filigrana de recuerdos y pasiones, goces y dolores. Sobre el final, con congoja, pero sin caer en la autocompasión, cierra el unipersonal con un fragmento que es también el fin de una vida agitada. Mirando fijamente al público en penumbras, Trintignant dice: “Mi hija Marie tenía los ojos cambiantes de un campo de rosas, tenía los ojos aventureros, como si se ubicara a años luz de los demás, y a la vez era tan cotidiana como la brisa primaveral del mes de mayo. De esa manera llenaba mi vida, que comparada con la suya era un páramo, porque Marie era cálida, y ese calor te hacía sentir como supongo deben sentirse los pájaros cuando se acurrucan en las manos que los acunan. Por eso desde que falta ya no tengo rostro alguno para el amor. En realidad, no me quedan rostros para nada. Algunas veces ni siquiera tengo un rostro para mí mismo. En esos momentos sólo me queda rendirme al sueño, y es entonces que mi cuerpo se asemeja a una amplia red de diques de amor, y sólo por medio de mis sueños accedo a revivir los recuerdos perdidos. Yo no te espero mañana, Marie, te espero siempre. Yo no te espero en el fin del mundo, Marie, te espero acá, despojado de mis fuerzas porque no estás, y eras tú la verdadera fuerza de mi vida. Te espero, Marie, te espero… siempre”.
(metrópolis / 13-12-2020)
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