martes

SUPLEMENTO DEL TALLER LITERARIO DE LIVERPOOL F.C. (19)


FEDERICO RODRIGO

SIN SILENCIO

Ella vive en un mundo de mudas carcajadas, de radios inertes y melodías apagadas. Un insensible aparato le susurra el mundo de a veces. Y aunque el viento no se disfraza de sonidos, se estrella en su cara haciéndola feliz.

Hoy está por llover y los sintéticos sonidos no se pueden mojar. No quiso llorar, le sacó las pilas de detrás de su oreja y puso todo en el bolsillo. Antes, su vista se clavó en un pájaro que le cantaba desde el poste, parecía decirle hasta luego.

La abracé y juntos sentimos llover, por sus mejillas se escurrieron algunas gotas pero las mintió de sonrisa. Jugamos a que cascarillas de nueces se llevaran papelitos con palabras que algún día algún animalito tal vez aprenda a leer.

Un trueno estremeció la tarde: tus ojos me abrazaron. Sonreímos una vez más y nuestras historias se encontraron. Antes tenía dudas: allí supe la verdad. ¿Cómo puedes ser feliz entre tanto silencio? ¿Cómo no te gana el miedo? Es que en tu fondo suena la delicada melodía de tu ser.


ARIEL AZOR

SU MENTE VIAJA

Su mente viaja por el pasado, sueña, como todas las noches en la inmensidad y soledad de su enorme cama, que habían compartido juntos, con Inés, que ya no está a su lado y tampoco su calor. Sueña, con aquellas cosas que antes creía y ya no cree y en las que ahora dice creer. Tiene sueños de un pasado hermoso que al despertar, a cualquier hora, se convierten en pesadillas de recuerdos que ya no están.

Transpirando y sin saber si está gritando o lo estuvo, se sienta y se toma la cabeza ya volviendo. Sus ojos, pegados, apenas ven y miran atemorizados hacia el costado. Se asusta cuando lo ve allí sentado al lado de la cama. No se distingue bien, no se lo ve bien, pero allí esta, inmóvil, una diminuta sombra sentada, mirándolo. Mueve sus brazos tratando de alcanzar la lámpara.

-¡No enciendas la luz -le dice la sombra- esto no es un sueño como creés!

-No te conozco. ¿Quién sos?

-¿Quién creés que soy? ¡Esperá, no enciendas tu lámpara, ya no da luz!

Suavemente extendió su brazo sin hacerle caso, el miedo lo obliga, últimamente siempre lo ha dominado. Tira de la cadenita que cuelga de la lámpara. Una luz apagada, imperceptible, que nada ilumina, sale de la lamparilla. Eso lo asusta más.

-¡Sos una marioneta…ya muerta! -le grita atemorizado a la sombra allí inmóvil, sentada, sostenida por hilos salidos desde algún lugar del techo.

-¿Y acaso hay alguna diferencia? -responde la sombra moviendo sólo su mandíbula - Estás rodeado de sombras, todo a tu alrededor es oscuridad. Lo ves, ahora lo sabés, cualquier hueso, ya limpio, en el fondo de un cajón da más luz que vos en este oscuro mundo -Se levantó de la silla dándole la espalda, caminando sin detenerse hacia la pared, la atravesó y desapareció.

Su lámpara da siempre la misma luz. Los hilos que lo sostienen y someten nunca pudo cortarlos. Se acordó que era martes, miró la hora, en un rato sonará el despertador. Quisiera cerrar sus ojos y dormir un rato más, pero no puede, su mente sigue volando, nunca deja de volar, es como una manada de cuervos negros en forma de flecha, van para adelante y para atrás, pero sobre todo para atrás. Mira el resto de la cama, vacía, “como mi vida” piensa, siempre está pensando, su cabeza está llena de recuerdos y de frustraciones del pasado. Llena de apagados vacíos.

El despertador suena, maldito despertador, todos los días igual, a la misma hora, cuatro y treinta. Pegó un salto de la cama, puso agua a calentar, se lavó la cara y aprontó el mate. Esperó que el chifle de la caldera le avisara el agua ya había hervido, se sentó y esperó, pensando en el maldito sueño, ¿o no era un sueño? Cada poco tiempo el macaco ese o lo que sea que fuera  lo visitaba. La caldera desde la cocina lo llama, mojó el mate con agua fría, se vistió con su ropa de ir a trabajar, el mismo trabajo de siempre, a hacer lo mismo cada día. Abrió la puerta, llueve, el sol aun no salió, abrió el paraguas y casi corriendo se dirige a la estación. La estación de los suicidas, así la llamaba él.

Uno debe tener mucho cuidado en la estación, está llena de gente que no tiene adonde dormir, que les importa un carajo la vida, todos allí amontonados. Deberían todos tirarse abajo del tren cuando pase. Nadie los mira, ¿para qué?, nadie les dice nada, son como bobos que se sienten ya no ser nada. Los que somos más normales y esperamos el tren por una necesidad de traslado nos ponemos aparte. Allá están los que no sirven para nada y acá los que vamos para tal lado, a trabajar. El olor en la estación es insoportable.

Una muchacha, pequeña ella, con un vestido azul que le llega hasta la rodilla, con un bebe en brazos envuelto en una frazada se acerca y le pide un cigarro. Sus ojos grandes que hacen juego con el vestido lo miran y son hermosos. Sacó la cajilla del bolsillo de su saco y le alcanzó un cigarro. Lo pone en su boca, sus dientes son perfectos.

-¿Y un mate? -le dice ella sonriendo.

Dios mío, es la mujer perfecta. El bebe duerme o no sé qué pero no se mueve.

-¿Tu vas para algún lado, o estás con ellos? -le preguntó señalando a los indeseados que no dejan de mirarlo. Se da vuelta y los mira ella también.

-Sí, estoy, pero espero salir pronto de esta situación, el padre nos abandonó y me quedé en la calle… no se qué hacer… así que anoche vine para acá… pero no voy a venir mas.

El tren viene, le alcanza el mate ya vacio.

-Usted ya se tiene que ir a trabajar, lo dejo en paz y discúlpeme por haberlo molestado.

Sus ojos se humedecieron de tanta tristeza.

-Gracias -le dijo y abrazando más fuerte al niño en sus brazos se aleja.

El tren paró, todos subieron, todos menos él.


-¡Esperá, esperá! -le gritó y sus ojos brillaron, su boca abierta y su pelo volando al darse vuelta para mirarlo lo convencieron que no debía dejarla ir.


-¿Pero que pasó, no tiene que ir a trabajar?

-No importa, ya no me importa nada, mañana será otro día. Mirá, yo vivo acá cerca, en el pasaje de Emilio Zola entre Barquisimeto y Andalucía, si querés vamos, comés algo, te bañás, lo que quieras, sin ningún compromiso, en una buena te lo digo, no podes andar así por la calle con un bebe y yo vivo solo, estoy solo…

-Está bien, está bien, tranquilo, es usted un buen hombre y tiene razón, no puedo seguir así. Claro que acepto su invitación.

Ambos se miraron con la sonrisa puesta, él quiso acariciar al niño y le sacó el brazo, pero era obvio, a su niño lo cuidaría más que a su vida.

Llegaron a la casa, la invitó a pasar a ella primero, mirándola, su vestido era perfecto, su cuerpo, sus nalgas, era la mujer más hermosa que jamás haya visto.

Ya adentro el apronta el mate nuevo, ella acuesta al niño y se acuesta abrazándolo.

-Supongo que estarás cansada, capaz que sin dormir -le dijo ya trayendo el mate.

-Sí, muy cansada, anoche no dormí nada.

El niño seguía de espaldas bajo su frazada, nunca se veía su cuerpo ni su cara. Él no podía dejar de mirarla, allí acostada, tan hermosa, tan deseada.

-Supongo que usted también tendrá sueño, se levanta tan temprano…

-Sí, bastante -respondió viendo la posibilidad de poder acostarse él también y abrazarla.

-Venga -le dijo ella golpeando la cama al lado suyo.

Él se acostó y ella lo abrazó. Sus senos, chiquitos y tiernos rozaron su cuerpo y lo estremeciern. Buscó su boca y la besó. El niño, de espaldas en el otro rincón de la cama, no se enteró de nada. Él siguió acariciando su cuerpo bajo el vestido, ella se dejó. Hicieron el amor. Hacía tanto tiempo que no lo hacía. Nunca había sentido lo que sintió con ella, ninguna otra mujer antes le dio tanto amor, sintió que amaba a esa mujer, amaba su cuerpo, delicado, suave y todo en ella. Se sintió feliz. Abrazados, con su mano puesta sobre sus nalgas se durmieron. El niño seguía igual, durmiendo también.

-¿Cómo te llamás? -le preguntó él antes de dormirse.

-Inés.

Cuando se despertó ella no estaba en la cama, el niño sí, en la misma posición, durmiendo aun. Se levantó y la buscó, en el baño, en la cocina, gritó su nombre y nadie respondió. No estaba, se había ido, ¿o sólo habrá salido a hacer algo? Se baño, almorzó, la esperó sentado en la mesa de la cocina y nunca volvió. Fue hasta el dormitorio, miró al bebe, lo tocó con suavidad, lo sacudió, apenas y nada, fue sacándolo del ahogo de sus frazadas y se dio cuenta que aquello no era un ser vivo, era un muñeco, un macaco, una marioneta que lo miraba y se reía.


JOSÉ LUIS MACHADO

LO QUE NO CONTÓ SALINGER

Siempre que salgo a jugar me llevo a mi novio imaginario, para proteger mi espacio personal. Yo me llamo Ramona y él se llama Jimmy y es mudo.

Hoy a Jimmy le han robado la ropa y para peor no sabe donde dejó la espada.

Como él no puede decir nada, les grité a las otras niñas que lo habían dejado desnudo:

-¡¡Es mío!!

Entré a casa a buscar algo de abrigo para Jimmy, porque afuera hacía frío; ahí estaban mi madre y su amiga, a cual de ellas más borrachas. A Jimmy no le gustan las personas así, y a mí me ponen nerviosas y cuando estoy nerviosa me rasco.

-Dejá de rascarte -fue básicamente lo que entendí de todo lo que hablaron aquellas dos extrañas: estaba muy preocupada por Jimmy, que temblaba al lado mío y yo no podía salir de aquella situación. No nos pudimos ir hasta que mi madre gritó, en ese tono que no importa lo que diga, quiere decir que me vaya.

Detrás de la puerta, bajo la escalera está nuestro lugar secreto, y ahí debía de haber algo de ropa. Abrimos la puertita con cuidado y entramos. Jimmy se vistió y con un intercambio de miradas decidimos quedarnos ahí.

Y ahí, en el silencio, comencé a entender a mi madre. La escuché llorar por primera vez y creo que por primera vez la quise. Jimmy también lloraba y entendí que era el momento de irnos, el momento de dejar de oír.

Salimos por la puerta de la cocina. Corríamos entre los árboles para sacarnos el frío y la tristeza. De repente en medio de la calle apareció la espada de Jimmy, así que corrí a buscarla, para ver si dejaba de llorar. Crucé sin mirar y justo cuando el auto de los Robertson me iba a atropellar Jimmy me empujó.

Ahora Jimmy estaba pálido, agonizando, yéndose en la llovizna. No se si fue el golpe o qué, pero Jimmy me miró y habló por primera vez.

-Por favor, nunca, nunca dejes de amar.

Dijo y se fue.

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