2 textos de Matías Durañona
I / DESALMADOS
Escena 1
Tres amigos -Emiliano, Juan y Santiago- conversan dentro de un coche estacionado a media tarde en la rambla. La radio está prendida. Emiliano es el conductor, Santiago está sentado al lado suyo y Juan en el asiento trasero.
Emiliano (prendiendo un cigarrillo): ¿Cuánto hay?
Santiago (contando plata): Esperá.
Juan: Santi, ¿qué le pasó a tu hermano? ¿Está bien?
Emiliano: ¿Cuánto hay?
Santiago: Me hiciste perder. Tomá, contala vos. Con mi hermano por ahora está todo bien, pero tuvo una taquicardia paroxística. En casa nos pegamos un cagazo bárbaro.
Juan: A mí tía le pasaba lo mismo y le cauterizaron una válvula del corazón. Quedó diez puntos.
Santiago: Sí. El médico nos dijo que lo más seguro es que el problema de mi hermano sea operable. Mañana va al cardiólogo.
Juan: Es una operación fácil.
Santiago: El problema es que mi viejo está endeudado hasta el culo. Te juro que es mucho peor ser hijo de un timbero que de un borracho.
Emiliano cuenta la plata y Santiago apaga la radio.
Emiliano: ¿Por qué apagaste, vo? Yo estaba escuchando. Desde ayer que venís haciendo lo mismo de vivo, sin preguntar. Maleducado.
Juan: Bueno, pará un cachito, vo, cartero. Te ponés como loco. ¿Cuánto hay, Emiliano?
Emiliano: Hay 950.
Santiago: 950 está bien. ¿Por cuánto, Juan?
Juan: 22.
Emiliano (haciendo la cuenta en el celular): Está bien, sí. Son más de 20 mil.
Santiago: Platales. Che, Juan: ¿qué tan seguro es esto? O sea, rompimos la chanchita y de verdad preciso la plata. ¿Me entendés?
Juan: Te entiendo, socio. Y es seguro, sí. Plata bien dulce y de arriba, como Dios manda. Y el pique es de confianza, no se preocupen. Hoy gana Pirata.
Emiliano: Sí, te entiendo. La carrera está arreglada, ¿pero cómo?
Juan: Tranquilo, no tiene ciencia. Simplemente digamos que Pirata está bajo una estricta dieta y sus raciones son mucho más vitamínicas que las del resto. Esa yegua es nuestra salvación.
Santiago: Qué poética manera de decir que al caballo le inyectaron esteroides.
Emiliano: Y capaz que tu hermano también se inyectó esteroides.
Santiago: Mi hermano es mi segundo padre, merquero del culo.
Emiliano enciende el coche y se van.
Escena 2
Una hora después, Emiliano, Juan y Santiago están sentados en el hipódromo, esperando que empiece la carrera. Santiago junta las manos y mira al cielo murmurando algo inaudible. Emiliano frunce las cejas y le pega en la cabeza con la mano abierta.
Santiago: ¿Qué hacés?
Emiliano: ¿Estás rezando, enfermo? Dale, que va a empezar.
Juan: Suerte, gente. Vamo nosotros.
Santiago: La suerte no existe, pero vamo arriba.
Cuando empieza la carrera, la multitud compuesta básicamente por apostadores empedernidos y borrachos, empieza a gritar. Santiago, Juan y Emiliano contemplan la pista con mucha tranquilidad.
Emiliano y Santiago (mirando a Juan): Vo, va última.
Juan (haciéndoles una guiñada): Son los primeros 200 metros. Tranqui, giles.
Los tres (aúllan mientras faltando 500 metros la yegua empieza a rebasar a todos los otros caballos): Se paró en los pedales. Qué demás. Dale, loca. Pirata. Pirata.
Los tres (viéndola colapsar de golpe): A la mierda. Sonamos. Pa, se enterró en el medio de la pista.
Emiliano: Bicho de mierda.
Juan: No lo puedo creer, no lo puedo creer. Te juro.
Santiago (dejando caer el boleto en el suelo): Era nuestro.
Un hombre que está al lado (agitando una petaca de whisky): Pa, un infarto clavado. Esa yegua estaría dopadísima, loco. ¿Viste cómo iba? Qué manga de desalmados.
Emiliano: Plata dulce y bien de arriba. ¿No, Juan? Como Dios manda.
Juan está tan shockeado que ni le contesta y Santiago se arrodilla. Al rato caminan desalmados hacia la salida.
II / DESPIADADOS
Cuatro amigos juegan al póker en el living-comedor de un apartamento.
Federico: Bueno, ¿quién reparte? ¿Y Martín?
Pato: Se debe haber demorado comprando la cerveza. Vamos haciendo la colecta, ¿les parece?
Alejandro: ¿Qué colecta?
Pato: Para el pozo, banana. 100 pesos. Dale, que después se hacen los vivos con que no tienen cambio.
Federico: Tranquilo, Pato. Tomá. Estás nervioso. Igual esa teca viene para casa, hoy.
Meten un fajo de plata en una lata. Pato se sube a una silla y la coloca arriba del ventilador. Martín entra desde la calle con una bolsa de plástico y varias botellas de cerveza adentro.
Martín: Bueno. Cómo andan, gente.
Alejandro: ¿Llegó el estrellita? Siempre último, ¿eh?
Martín: El estrellita trajo la birra. Supongo que vos no querrás.
Federico saca vasos de plástico mientras abren la primera botella y se sirven.
Federico (repartiendo las cartas): Empezamos, gente.
Pato (después de tomar un trago): Uh. Esperen que tengo una para contarles. No me van a creer.
Martín: Dale.
Alejandro: ¿Qué pasó?
Federico: Hablen y jueguen a la vez. Dale. Vas vos, Pato.
Pato: Paso. ¿Se acuerdan del gordo Noble?
Martín: ¿El que comía un sánguche atrás del otro en la cantina del Comesaña y nunca le pagaba?
Pato: Sí, ése. Palmó, boludo.
Alejandro: ¿Eeeeh? ¿Cómo que palmó?
Pato: Sí, se murió. No sé si hay una forma más directa de explicártelo.
Federico (tirando fichas al centro de la mesa): ¿Quién palmó? Subo 20.
Pato: Un gordo que iba a nuestro liceo. Le dio un infarto.
Martín: Tenía problemas, ¿no?
Alejandro: El que tenía problemas con el gordo era yo. En la escuela me robaba la merienda y me hacía pasar hambre, el hijo de puta.
Pato: 21 años. Era obeso, hipertenso, diabético y comía en McDonald’s. El detonante fue correr una cuadra y media desde el laburo para no perderse a los Simson. Cayó en los brazos de la madre y se la llevó puesta. La mujer pesa 55 quilos. Imaginate.
Federico (fumando y aumentando la apuesta): Pobre mujer. 50 más.
Martín: Yo paso. Che, me perdí con el cuento del gordo. ¿Cómo fue?
Federico: No podés pasar.
Martín: ¿Cómo que no puedo pasar?
Federico: O igualás 50 o te vas de la mano.
Martín: Me voy, me voy. ¿Pero qué mierda fue lo que pasó con Noble, al final?
Pato: Cayó arriba de la vieja, y la mujer estuvo atrapada abajo del gordo no sé cuánto rato y lo abrazaba.
Alejandro (reventando la mesa con el puño y carcajeando): No te puedo creer.
Martín (sacudiendo la cabeza con lástima): ¿Y qué pasó después?
Pato: La vieja no podía moverse y al final se dio cuenta que el gordo tenía el celular encima y llamó a la ambulancia. Y la ambulancia demoró como media hora más.
Martín: No, no. Increíble. Bueno, pero hay un tango que dice que si la murga se ríe uno se debe reír.
Federico (levantando el pozo y volviendo a repartir): Vamo a jugar, vo. No la duerman. Dale: yo subo 100.
Alejandro, Pato y Martín igualan la apuesta sin dejar de reírse.
Federico: Tengo color. ¿Alguno le gana a color?
Nadie responde. Federico termina su vaso de cerveza, apaga el cigarrillo, tira las cartas sobre la mesa, se sube a la silla y agarra la lata de arriba del ventilador.
Federico (parándose para irse): Un gusto, gente. Como siempre.
Martín: Qué despiadado.
I / DESALMADOS
Escena 1
Tres amigos -Emiliano, Juan y Santiago- conversan dentro de un coche estacionado a media tarde en la rambla. La radio está prendida. Emiliano es el conductor, Santiago está sentado al lado suyo y Juan en el asiento trasero.
Emiliano (prendiendo un cigarrillo): ¿Cuánto hay?
Santiago (contando plata): Esperá.
Juan: Santi, ¿qué le pasó a tu hermano? ¿Está bien?
Emiliano: ¿Cuánto hay?
Santiago: Me hiciste perder. Tomá, contala vos. Con mi hermano por ahora está todo bien, pero tuvo una taquicardia paroxística. En casa nos pegamos un cagazo bárbaro.
Juan: A mí tía le pasaba lo mismo y le cauterizaron una válvula del corazón. Quedó diez puntos.
Santiago: Sí. El médico nos dijo que lo más seguro es que el problema de mi hermano sea operable. Mañana va al cardiólogo.
Juan: Es una operación fácil.
Santiago: El problema es que mi viejo está endeudado hasta el culo. Te juro que es mucho peor ser hijo de un timbero que de un borracho.
Emiliano cuenta la plata y Santiago apaga la radio.
Emiliano: ¿Por qué apagaste, vo? Yo estaba escuchando. Desde ayer que venís haciendo lo mismo de vivo, sin preguntar. Maleducado.
Juan: Bueno, pará un cachito, vo, cartero. Te ponés como loco. ¿Cuánto hay, Emiliano?
Emiliano: Hay 950.
Santiago: 950 está bien. ¿Por cuánto, Juan?
Juan: 22.
Emiliano (haciendo la cuenta en el celular): Está bien, sí. Son más de 20 mil.
Santiago: Platales. Che, Juan: ¿qué tan seguro es esto? O sea, rompimos la chanchita y de verdad preciso la plata. ¿Me entendés?
Juan: Te entiendo, socio. Y es seguro, sí. Plata bien dulce y de arriba, como Dios manda. Y el pique es de confianza, no se preocupen. Hoy gana Pirata.
Emiliano: Sí, te entiendo. La carrera está arreglada, ¿pero cómo?
Juan: Tranquilo, no tiene ciencia. Simplemente digamos que Pirata está bajo una estricta dieta y sus raciones son mucho más vitamínicas que las del resto. Esa yegua es nuestra salvación.
Santiago: Qué poética manera de decir que al caballo le inyectaron esteroides.
Emiliano: Y capaz que tu hermano también se inyectó esteroides.
Santiago: Mi hermano es mi segundo padre, merquero del culo.
Emiliano enciende el coche y se van.
Escena 2
Una hora después, Emiliano, Juan y Santiago están sentados en el hipódromo, esperando que empiece la carrera. Santiago junta las manos y mira al cielo murmurando algo inaudible. Emiliano frunce las cejas y le pega en la cabeza con la mano abierta.
Santiago: ¿Qué hacés?
Emiliano: ¿Estás rezando, enfermo? Dale, que va a empezar.
Juan: Suerte, gente. Vamo nosotros.
Santiago: La suerte no existe, pero vamo arriba.
Cuando empieza la carrera, la multitud compuesta básicamente por apostadores empedernidos y borrachos, empieza a gritar. Santiago, Juan y Emiliano contemplan la pista con mucha tranquilidad.
Emiliano y Santiago (mirando a Juan): Vo, va última.
Juan (haciéndoles una guiñada): Son los primeros 200 metros. Tranqui, giles.
Los tres (aúllan mientras faltando 500 metros la yegua empieza a rebasar a todos los otros caballos): Se paró en los pedales. Qué demás. Dale, loca. Pirata. Pirata.
Los tres (viéndola colapsar de golpe): A la mierda. Sonamos. Pa, se enterró en el medio de la pista.
Emiliano: Bicho de mierda.
Juan: No lo puedo creer, no lo puedo creer. Te juro.
Santiago (dejando caer el boleto en el suelo): Era nuestro.
Un hombre que está al lado (agitando una petaca de whisky): Pa, un infarto clavado. Esa yegua estaría dopadísima, loco. ¿Viste cómo iba? Qué manga de desalmados.
Emiliano: Plata dulce y bien de arriba. ¿No, Juan? Como Dios manda.
Juan está tan shockeado que ni le contesta y Santiago se arrodilla. Al rato caminan desalmados hacia la salida.
II / DESPIADADOS
Cuatro amigos juegan al póker en el living-comedor de un apartamento.
Federico: Bueno, ¿quién reparte? ¿Y Martín?
Pato: Se debe haber demorado comprando la cerveza. Vamos haciendo la colecta, ¿les parece?
Alejandro: ¿Qué colecta?
Pato: Para el pozo, banana. 100 pesos. Dale, que después se hacen los vivos con que no tienen cambio.
Federico: Tranquilo, Pato. Tomá. Estás nervioso. Igual esa teca viene para casa, hoy.
Meten un fajo de plata en una lata. Pato se sube a una silla y la coloca arriba del ventilador. Martín entra desde la calle con una bolsa de plástico y varias botellas de cerveza adentro.
Martín: Bueno. Cómo andan, gente.
Alejandro: ¿Llegó el estrellita? Siempre último, ¿eh?
Martín: El estrellita trajo la birra. Supongo que vos no querrás.
Federico saca vasos de plástico mientras abren la primera botella y se sirven.
Federico (repartiendo las cartas): Empezamos, gente.
Pato (después de tomar un trago): Uh. Esperen que tengo una para contarles. No me van a creer.
Martín: Dale.
Alejandro: ¿Qué pasó?
Federico: Hablen y jueguen a la vez. Dale. Vas vos, Pato.
Pato: Paso. ¿Se acuerdan del gordo Noble?
Martín: ¿El que comía un sánguche atrás del otro en la cantina del Comesaña y nunca le pagaba?
Pato: Sí, ése. Palmó, boludo.
Alejandro: ¿Eeeeh? ¿Cómo que palmó?
Pato: Sí, se murió. No sé si hay una forma más directa de explicártelo.
Federico (tirando fichas al centro de la mesa): ¿Quién palmó? Subo 20.
Pato: Un gordo que iba a nuestro liceo. Le dio un infarto.
Martín: Tenía problemas, ¿no?
Alejandro: El que tenía problemas con el gordo era yo. En la escuela me robaba la merienda y me hacía pasar hambre, el hijo de puta.
Pato: 21 años. Era obeso, hipertenso, diabético y comía en McDonald’s. El detonante fue correr una cuadra y media desde el laburo para no perderse a los Simson. Cayó en los brazos de la madre y se la llevó puesta. La mujer pesa 55 quilos. Imaginate.
Federico (fumando y aumentando la apuesta): Pobre mujer. 50 más.
Martín: Yo paso. Che, me perdí con el cuento del gordo. ¿Cómo fue?
Federico: No podés pasar.
Martín: ¿Cómo que no puedo pasar?
Federico: O igualás 50 o te vas de la mano.
Martín: Me voy, me voy. ¿Pero qué mierda fue lo que pasó con Noble, al final?
Pato: Cayó arriba de la vieja, y la mujer estuvo atrapada abajo del gordo no sé cuánto rato y lo abrazaba.
Alejandro (reventando la mesa con el puño y carcajeando): No te puedo creer.
Martín (sacudiendo la cabeza con lástima): ¿Y qué pasó después?
Pato: La vieja no podía moverse y al final se dio cuenta que el gordo tenía el celular encima y llamó a la ambulancia. Y la ambulancia demoró como media hora más.
Martín: No, no. Increíble. Bueno, pero hay un tango que dice que si la murga se ríe uno se debe reír.
Federico (levantando el pozo y volviendo a repartir): Vamo a jugar, vo. No la duerman. Dale: yo subo 100.
Alejandro, Pato y Martín igualan la apuesta sin dejar de reírse.
Federico: Tengo color. ¿Alguno le gana a color?
Nadie responde. Federico termina su vaso de cerveza, apaga el cigarrillo, tira las cartas sobre la mesa, se sube a la silla y agarra la lata de arriba del ventilador.
Federico (parándose para irse): Un gusto, gente. Como siempre.
Martín: Qué despiadado.
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