miércoles

EXCLUSIVO DESDE FRANCIA Y REPÚBLICA DOMINICANA

EMILIANO COELLO Y MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN

DOS APROXIMACIONES A LA NOVELA
EL CUADERNO GRANATE
DE MARYSE RENAUD


UNO: EMILIANO COELLO
El cuaderno granate: más allá de la Ley del Padre


El cuaderno granate, novela publicada en noviembre de 2009 por la editorial argentina Corregidor, es un texto interesante por su temática y la agilidad de su ritmo. Con él la autora martiniquesa Maryse Renaud vuelve a elegir el español como materia prima de su escritura, como ya hiciera en En abril, infancias mil, libro de cuentos publicado en 2008 por esta misma casa.

El cuaderno granate cuenta la historia de una familia aplastada por los prejuicios, los complejos, el machismo y el anacronismo mental que han hecho desde siempre de la sociedad de las Antillas francesas un enclave cultural especialmente complejo y controvertido, y por lo mismo potencialmente valioso para ser tratado literariamente. Se trata aquí de la familia Granval, un microcosmos regido por la ley masculina que dicta el personaje de Edgar, un médico antillano de extracción burguesa que dedica su vida a limpiar la mancha que en el honor familiar impuso su padre, Anselme, un agrónomo rico caído en desgracia por su falta de carácter. Edgar quiere hacer de su hijo Miguel un hombre perfecto e intachable, y para ello anula desde la infancia la capacidad de decisión del muchacho, que sigue obedientemente la estela marcada por el padre y se hace abogado, profesión socialmente reputada. Del mismo modo Clarysse, mujer con la que Edgar se casó por conveniencia, no pasa de ser un objeto decorativo en el seno de la familia Granval, cuyas raíces negras han sido, por muchos de sus miembros, convenientemente olvidadas y sustituidas por una adhesión irracional y fanática a los valores de la “buena sociedad”, blanca, por supuesto. Pero este impulso centrípeto no dura para siempre, y se convierte en determinado momento de la novela en una fuerza centrífuga que escapa de las apretadas cadenas que desde hace décadas aherrojan a la familia. Así, el Miguel hombre no cree ya en los valores paternos y acaba abjurando de su profesión de abogado para seguir sus inclinaciones artísticas, abandona Francia por México y mantiene una relación sentimental con Emma, su tía (que al final se demuestra que no lo es). Por su parte Clarysse, que ha vivido siempre encerrada en sí misma (para evitar las agresiones del entorno), decide finalmente ayudar a su hijo en su proyecto de elaborar muebles yucatecos en Campeche, y esta integración de la mujer en una red social puede ayudarla a curarse de su enfermedad de solipsismo.

Así termina esta breve novela, y lo que podría pasar por un simple drama burgués presenta sin embargo una serie de aspectos formales y temáticos que puede ser interesante abordar aquí. En efecto la novela, que está ambientada en París en el año 2009, refiere a hechos que nos transportan a las primeras décadas del pasado siglo en un departamento de las Antillas francesas. Esta dialéctica presente-pasado es un elemento funcional en la obra tanto a nivel de la forma como del fondo. El cuaderno granate tiene tres partes, que modulan los pensamientos y las acciones de los personajes protagonistas, que son femeninos y que se llaman Clarysse y Emma. En la primera parte (que va hasta el capítulo ocho incluido) el narrador nos da informaciones acerca del pasado de estas dos mujeres que, cada una a su modo, han sido víctimas del machismo y de la cerrazón de la sociedad antillana de la que proceden. En la segunda parte (desde el capítulo ocho hasta el veinte), el diario de Miguel (“el cuaderno granate”) aglutina todo el interés narrativo, hasta el punto de que se transforma en el eje significativo del texto (un centro que cobra sentido “in absentia”, ya que el pasado solo se revela en la obra a través de la huella dolorosa que imprime en los personajes protagonistas). Efectivamente, en su diario, el pequeño Miguel habla de su niñez junto a su padre Edgar, figura a la que el muchacho venera, pero que suscita también algún que otro comentario negativo de su parte, consciente como está el joven de que la excesiva y reductora disciplina con que su padre lo ha educado le ha privado en gran medida de las mieles de la infancia. Y en la tercera parte (desde el capítulo veintiuno hasta el treinta y cuatro) asistimos a las diferentes reacciones vitales que la lectura del diario íntimo de Miguel provoca en las dos mujeres: Emma sale fortalecida de la experiencia, con el convencimiento de que la necesidad de acatar las leyes morales de la tribu no ha de coartar, empero, el libre desarrollo de la individualidad, autónoma y creativa. Sin embargo, la lectura que hace Clarysse del cuaderno granate es de signo radicalmente opuesto: Clarysse piensa que su vida, sometida desde siempre a unas normas absurdas que le enseñaron a obedecer religiosamente desde la infancia (como a su hijo Miguel), ha sido un completo desperdicio. Esto la lleva a ensayar una tentativa de suicidio, si bien el personaje, como se dijo más arriba, intentará salvarse, reinventándose como persona, al final de la narración.

El cuaderno granate está escrita como una novela decimonónica (y de hecho una cita de Balzac abre el texto), en el sentido de que la voz del narrador básico aglutina el discurso y las acciones de los personajes, que son presentadas en menor medida que narradas. Otro rasgo que asimila esta novela con la narrativa del realismo decimonónico es que el libro de Maryse Renaud trasunta ideología y teleológicamente está marcado por la idea de progreso, hay un viaje iniciático que lleva a los personajes desde un primitivo estadio de enajenación (podríamos hablar con Foucault de “sujets assujettis”) hasta un proceso final de liberación, que pasa por una instancia reflexiva de su propia circunstancia como seres sociales. No obstante lo dicho, las cosas no son tan sencillas, y lo que constituye un acierto de la narración es el uso de la técnica del estilo indirecto libre, a medio camino entre la omnisciencia y el monólogo, entre la lejanía y la cercanía, lo que problematiza la identidad del personaje, que se piensa a sí mismo, emite juicios sobre los demás y al mismo tiempo es pensado refractariamente por el narrador. De esta suerte, el lector no sabe a ciencia cierta si Clarysse es una víctima del machismo de su tierra y de su tiempo, o bien se trata de una mujer egoísta que eligió el amparo de un marido rico para evitar las asperezas del mundo. Del mismo modo, las tonalidades épicas de la personalidad de Emma y de Miguel pueden resultar atemperadas por los comentarios de la propia Emma, que se considera a sí misma “una mujer mimada por la vida” y que considera a su amante como “un burguesito con principios”. Esta misma ambigüedad valdría para la figura de Edgar, que oscila en el texto entre la imagen de un déspota, la de un héroe y la de un ser atribulado por las responsabilidades familiares.

El cuaderno granate se hace eco de igual modo de una dialéctica entre la época moderna (las primeras décadas del pasado siglo en que han sido criados o formados los personajes) y la postmoderna (ya que el relato está anclado en nuestro más inmediato presente). Tanto Clarysse como Emma y Miguel tratan de aferrarse a las seguridades filosóficas de un pasado que advierten ya remoto, a pesar de que solo han transcurrido unas pocas décadas desde el momento en que la cultura de masas empezara a cambiarlo todo. El texto teje, entonces, una serie de referencias intertextuales con los modelos culturales de la Antigüedad (Aníbal), del Renacimiento (Leonardo), del siglo XVII francés (Corneille) y de la modernidad (el marxismo), paradigmas todos ellos de un heroísmo individual o colectivo que en nuestros días de post o post postmodernismo pudieran antojarse definitivamente caducos, como estas palabras de Emma: “El mundo era inteligible, tenía que serlo. Quería descifrarlo, convencida de que el entramado más complejo de contingencias no podría resistir la perspicacia armada de la razón”. La novela abre, pues, otra red intertextual en relación con la literatura postmoderna (con Borges, probablemente el primer postmoderno, y con El intérprete, de Néstor Ponce), de la misma forma que las alusiones al pasado que están presentes en el libro deben ser leídas como pastiche histórico (Roma contra Cartago, dominantes contra dominados, América contra el resto del mundo), tan del gusto de la narrativa de las últimas décadas.

Y el texto escapa aquí, en una nueva finta, a toda lectura unívoca. Los personajes caminan, hacia el final de la novela, hacia una búsqueda del equilibrio. Los dogmas de la modernidad en esta obra (la Razón, el Progreso y la Ley) son rescatados pero relativizados, ya que no debe olvidarse que una adhesión ciega a ellos ha sido el martirio de la familia Granval. De igual forma, hay una crítica explícita a la atomización, la dispersión y la chatedad niveladora de la filosofía postmoderna, de la que el texto salva lo que tiene de salvable, que es precisamente la rebeldía contra todo anhelo de fijación ideológica (teológica). La novela se dirige pues, como nuestro tiempo (seamos optimistas con Peter Sloterdijk), hacia el enclave de una verdadera cultura civilizada, hacia un espacio transaccional en que la razón, necesaria e imprescindible, no se tome, de todos modos, demasiado en serio a sí misma.

DOS: MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN
Familia, etnicidad y heterotopía en El cuaderno granate


He leído con fruición el libro El cuaderno granate de Maryse Renaud. En un principio me pareció una lectura demasiado lenta, pero a medida queme fui adentrando en los asuntos, la obra se convirtió en un artificio digno de la mejor literatura. Creo que, sin lugar a dudas, este libro muestra una vez más los dotes de narradora de la autora, que hace un tiempo había publicado, también en Ediciones Corregidor (Argentina), un libro de cuentos titulado En abril, infancias mil.

Un libro se nos revela como obra de arte cuando el lenguaje pierde esa mera capacidad instrumental que le dan los teóricos de la comunicación de mensajes y se constituye en artificio verbal, en el que se juegan los contextos, las referencias, los caracteres, las acciones humanas paradigmáticas, los mensajes estéticos, las luchas éticas, las pequeñeces y las grandes aspiraciones del vivir en un tiempo-espacio determinado… Es decir, todo eso puesto en un lenguaje que trasciende lo puramente pedestre, cotidiano o determinado por la vida rala, y elevado a un mundo textual solamente alcanzado por la refiguración del lector.

Vista desde este entramado, la obra de arte se nos presenta como una construcción lingüística que adquiere valor definitivo en la lectura. Pero que es el resultado de un trabajo de la escritura en el que entra lasignificancia, que le da el autor como creador de situaciones novedosas, como instalador en el mundo del texto de acciones que deben ser inteligibles para su destinatario. Y esto es lo que encuentro maravilloso en esta novela. Desde el punto de vista formal, la lengua poética forjada por Maryse Renaud va de lo más llano a lo más literario. Tiene construcciones lingüísticas de gran valor estético y se advierte en el texto una indiscutible tensión estilística. Está tan bien escrita la novela que la lengua desaparece de la atención del lector, lo que le presta cierta naturalidad y fluidez a las cosas narradas.

Otro elemento que me gustaría resaltar es la arquitectura de la novela, el orden en que se dan las acciones. La autora no es una narradora cualquiera, es conocedora del arte de narrar, y al poner en práctica sus teorías ha tenido muy claro el funcionamiento de éste. Desde Aristóteles es cosa notoria que una obra literaria tiene una trama que cabe dentro de cierta limitación: la consabida tirada principio, medio y final, asunto que toda retórica ha planteado. Renaud ha tenido específicamente en cuenta los dos aspectos fundamentales: el principio y el final. Está el texto enmarcado por una evasión y un regreso. Dos elementos fundamentalmente míticos, que nos abren horizontes de espera en los que el sentido se va cifrando y en que cada elemento es una suma que tendrá resultado al caer el telón de una obra.

El ritmo de la obra esta constituido por la sucesión de eventos, acaecimientos, esperas y novedades que aparecen en el horizonte de la lectura. Las opciones léxicas, la puntuación, las oraciones largas y cortas, que crean diversas alternancias; los énfasis, las recurrencias, el juego con los mismo y lo diverso, los avances y retrocesos, las inmovilizaciones, los datos truncos, todo esto no deja de llamar la atención. Además, se unen las voces, la narración hipotextualizada en cartas y diario; porque esto va unido al narrar como una forma de contabilizar lo que ocurre, lo que queda fundado en el tiempo. El ritmo de El cuaderno granate es, en fin, una dosificación de la acción, por aquello que se le esconde al lector y que, al final, aparece para completar un rompecabezas, dejando que todos los elementos significativos cobren valor, y que en la tercera mímesis el lector haga inteligible el texto, desde la refiguración de las acciones humanas significativas.

La forma en que se ordenan los elementos dentro de la trama, es cosa sabida, es capital para su éxito. Muestra una sabiduría del narrador que no está dada simplemente por la teoría, sino por la práctica misma de la escritura. La disposición de los elementos en la trama es lo que permite una mímesis creativa, en la cual las acciones humanas se convierten en acciones paradigmáticas. Dos asuntos avanzaré sobre este extremo en la obra. La ejemplaridad funciona tanto para los personajes como para los lectores. En la obra de Maryse Renaud, las acciones heroicas de Aníbal y la discutible actuación de Napoleón, que nos conducen al pasado como recuperación del sentido histórico de la humanidad, son paradigmáticas para Edgar, quien las enseña y traspasa a su hijo. Busca un valor por oposición entre el cartaginés y el francés. Pero si esas acciones tienen un valor para el padre, también lo tienen para el lector, quien es el que, en definitiva, asigna un sentido a unas y otras. De ahí que la obra no pueda concebirse fuera de una época. Y volvamos a Aristóteles. No se puede actuar de otra manera que no sea bien o mal. Este principio sobre el valor de las acciones es cuestionado, sin embargo, por Nietzsche, ya que se puede actuar por encima del bien y del mal. Por lo que las acciones que la autora incorpora a la trama son acciones, en definitiva, éticas.

Una valoración que pone a prueba la relación del ser con el mundo. Porque el mundo como historicidad está planteado entre un mundo épico ejemplarizador y una anti-épica, que nos representa el tiempo vivido, el actual. Visto entre un horizonte de pasado y una relación histórica con el presente, los sujetos son conscientes de los valores, de las tensiones entre dos tiempos. La pérdida de los paradigmas, de lo épico como comportamiento humano que pretende cambiar el mundo, se pone en tela de juicio en el texto de Maryse Renaud, desde el principio hasta el final.
Lo que ocurre, lo que acaece en la obra, vista desde el conjunto de actuaciones, conforma un mundo textual que es, a su vez, un mundo posible, un cosmos para nosotros. En El cuaderno granate, ese mundo está constituido por el entorno familiar. Que es una célula de lo social y lo político, que no dejó de estar dentro de las miras del Estagirita. El mundo familiar es un microcosmos, en el que el hombre se encuentra en su origen social, ético, mítico, sexual y político. Las relaciones sociales nos llevan a la figura del padre como centro y poder. Dueño del saber pragmático y de la sexualidad, cruzada, y sorpresivamente pluralizada en el sentido del texto, que nos permite situar a la familia entre distintas rupturas con lo “natural”, con lo corriente. Por lo que las acciones van a contracorriente creando sorpresas, rupturas y novedad. Ese mundo está en tránsito. Es cambiante con relación a su diversidad. Un mundo mestizo: en el lenguaje, la raza y el espacio.

La familia como puerta de entrada a lo social, a lo político, plantea un aprendizaje, que es el que Edgar, el padre, da a su hijo Miguel. La educación va también a contracorriente. No es tradicional, y pone en juego la constitución del grupo desde el sentido mítico: una familia de ateos. Esto implica un enfrentamiento con la moral cristiana; con la moral dominante y un cuestionamiento constante de las acciones en el marco de lo ético, y de lo que es o no paradigmático. ¿Será ésta la novela un mundo sin dioses; un mundo sin finalidad, dentro de la cultura universal cristiana? Pero como se verá al final, los conflictos sólo pueden resolverse cuando se llega a una catarsis, como cura, como armonía entre los sujetos, que sólo se da por las revelaciones del Cuaderno y el encuentro de un espacio paradisíaco, creativo y comercial, en el que los personajes pueden vivir en paz.

La familia, desde la perspectiva de la mujer, tiene miedo al incesto. Temor mítico que expresa la esposa de Edgar, Clarysse, pero sin que la consumación del hecho tenga alguna consecuencia. Aquí la práctica entre el sobrino y la tía (Miguel y Emma) no es más que una modalidad de la ruptura. No es un pecado contra la religión, contra la ley natural que ésta postula. Es una práctica condenable en sí misma. Se uno al mundo sin dioses, al ateísmo, las opiniones marxistas de los personajes y el mundo de desencanto que aflora al final de la obra. Ellos actúan en este mundo que es un cosmos que nos comunica social y políticamente.

La búsqueda nihilista de los personajes, que quieren conocerse, limpiar su vida de las tensiones familiares, del odio y el rencor, van a desembocar en un final dominado por la paz en una tierra nueva. Conviene destacarlo, porque la escritura anticipatoria de fronteras que la autora trabaja es una recreación de tiempos y espacios múltiples. Las referencias nos llevan a Aníbal, el cartaginés, y a Napoleón Bonaparte, buscando un sentido épico ejemplarizador, pero corre de Martinica a París, de México a Argentina y a Nápoles (Italia). El movimiento espacial de Miguel está dado por una búsqueda de equilibrio, también cobra visos de exilio del lar familiar, dominado por el paternalismo y la constante lucha de una madre con la mujer deseada por su hijo.

Esto hace de El cuaderno granate un texto que participa de la llamada novela bizantina, en la que el viaje del personaje principal da pie a una mirada que rebasa con mucho el entorno acostumbrado. Como ocurre en El Licenciado Vidriera, de Cervantes, o en Las horas del sur, de la puertorriqueña Magali García Ramis. Estos personajes muestran una gran disconformidad con su entorno y una carencia de identidad. En las dos obras mencionadas, son expatriados de la familia y buscan un lugar donde encontrar el paraíso perdido. Sus acciones van de la familia a la sociedad, del viaje por distintos países al encuentro de un espacio en el mundo donde se pueda encontrar la utopía, aunque sea como realización del individuo y no de la sociedad. Miguel terminará encontrando en México un espacio de paz, en una ciudad provinciana de Yucatán.

Este planteamiento es de capital importancia, cuando analizamos los valores de Miguel. Aunque viene de la Martinica, se resiste a ser enmarcado por los discursos postcoloniales. Dice estar cansado de los negros, o sea, está cansado de los discursos de la Negritud, de Aimé Césaire, y del retorno al África. Para Miguel existe una patria grande, que no es el espacio metropolitano francés. Él se encuentra a gusto en el mundo latinoamericano. Fuera de los discursos caribeñistas. De cierta manera, la obra postula una Latinoamérica para todos, más allá de las barreras idiomáticas, incluso, por tanto, para los caribeños de habla francesa. Anhela un Caribe dentro del mundo latinoamericano. Por eso Miguel no quiere que se le hable más de negros. No se trata de un rechazo a su etnicidad. Es un rechazo a la particularidad que lo aplasta, a la visión reductora del padre, y supone un respiro, una tregua, en el espacio latinoamericano. En esto consiste precisamente la búsqueda del personaje.

El planteamiento de Maryse Renaud está en concordancia con la teoría del haitiano René Depestre sobre la unidad de las Antillas al mundo latinoamericano. Los pensadores marxistas tuvieron, como Jacques Stéphen Alexis, el coraje de romper con esa negritud que los identificaba, que los ayudó en determinado momento a encontrar su identidad; pero que dio a algunos la falsa ilusión de que su destino era volver a África. El discurso latinoamericanista dentro del debate de la Negritud, más negro (es decir, perteneciente a la cultura de la diáspora africana en América) que africano (experiencia de la cultura africana continental), busca encontrarse en América Latina una gran patria mestiza donde están presentes todos los colores y todas las razas, y donde el negro y el mulato luchan por ser ciudadanos dignos, sin una separación identitaria que se bosqueja en una cultura que sólo mire hacia sí misma y a sus orígenes.

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