MI HERMANA Y YO
CUARTA ENTREGA
CAPÍTULO SEGUNDO (I)
1
Como en Hamlet y Ricardo II, Shakespeare centraliza generalmente sus obras en un hombre irresoluto. Sus débiles caracteres son más reales en razón de ser humanos, ya la que flaqueza moral y espiritual es el precio que debemos pagar por ser mortales.
En mis escritos me he dotado con las cualidades más exquisitas, incluso el estoicismo de Prometeo. He gritado con el héroe de Shakespeare: ¡Eleva tu joven sangre, sé valiente y ama! Pero el peso de la conciencia, unido al peso de le edad y de mis crujientes huesos, me aplastaron finalmente y paralizaron el “valor” que ya no me asalta más. Soy un miserable gusano. Ningún acontecimiento me interesa, excepto el de mi muerte próxima.
¿Me anulará una oleada de pensamiento democrático o un nuevo cesarismo me colocará entre los grandes apóstoles de la fuerza y la violencia, como Bismarck y Treitschke? Lo que más me preocupa ahora, extraño es, son las reacciones que tendrá la gente con respecto a las revelaciones de mis relaciones con mi madre, mi hermana y Lou Salomé (1). Hay algunas cosas que no pueden revelarse sin exponerse al Santo de los Santos a los ojos profanos de la plebe. De este modo, muchos de mis amigos me reñirán y me acusarán de arrastrar a mi madre, hermana y amante a la fosa que he cavado para mí y donde yazgo inerte, imposibilitado de ascender nuevamente a la vida.
Algunos críticos me acusarán en la misma forma que condenaron a Galileo por insistir que la tierra giraba, infligiendo así una herida mortal a la Iglesia, la cual, ellos creían, sólo podría sobrevivir en un universo estáticamente centrado en la tierra, con el cielo arriba y el infierno abajo. Es importante, argüirán, preservar la santidad de algunas convenciones que enmascaran nuestro temor de la “bestia”. Pero en mi filosofía, me he atrevido a rasgar todas las máscaras, toda simulación del “hombre”, y hacerlo trotar en el escenario de la vida en su desnudo e impúdico esqueleto. Lo que me he atrevido a hacer con “todos los hombres”, ¿evitaré hacerlo yo mismo? ¿Deberé descender enmascarado a la tumba, cobardía mortal e intelectual, yo, que he predicado el deber hacia la “verdad” por sobre todos los deberes?
Mi cielo se ha manchado en mis relaciones con cuatro mujeres, y mientras agonizo, las electrizadas nubes se agrupan alrededor de mí y de estas oscuras y fraguadas notas que garrapateo con dedos doloridos y paralizados. La tormenta pronto estallará, y mi cielo, murciélago alado como las despreciables cosas que fluyen de mi mente, estará pronto fresco y claro como una pradera después que una lluvia de montaña cae sobre ella. Cuando estas notas se publiquen, la tormenta habrá refrescado el panorama de los recuerdos, y calmada estará la sed de mis huesos polvorientos.
La muerte no me dará victoria sobre la vida, pero mi confesión me dará cierta inmortalidad, pues me atreví a rasgar el velo del Santo de los Santos, y mostrará el espíritu desnudo con todas sus llagas pútridas. Al elevarme del sueño de la vida no estoy en condiciones de desafiar la realidad de la condena desde el otro lado de la tumba.
Il descend, réveillé, l’autre côte du rêve (2).
Mi principal tarea desde ahora hasta el día de mi muerte será evitar que estas notas caigan en manos de mi hermana, que ejemplifica debidamente el dicho de Mateo: Por sus frutos los conoceremos. Por temer la tentación, ha sido tentada más allá de lo que es común en el género humano, y me ha arrastrado irresistiblemente hacia sus incestuosas entrañas. Pero invito al lector a recordar la parábola de las cizañas; si se recogen las malas hierbas de nuestro ser, se corre el riesgo de extirpar también el trigo. A pesar de sus inclinaciones incestuosas, Elisabeth ha sido para mí un padre y una madre. Sin su estricta disciplina, mi genio se habría anulado en mi temprana juventud cuando me di cuenta por primera vez que Dios estaba muerto y que estamos atrapados en el “vacío” de un torbellino, un caos de vida sin sentido.
Cuando no estoy enojado con ella, veo una gran cantidad de trigo dorado y brillante en la naturaleza de Lama (3). Si las ciñazas aparecen desagradables al lector, es necesario recordarle que no constituyen la personalidad total, sino sólo la parte que no ha sido revelada jamás a los ojos del hombre. Pero los ojos de “la eternidad” las han visto antes, y mientras me muevo rápidamente desde el tiempo ponderable al tiempo infinito y la riño duramente, es porque en mi actual estado de desesperación tengo más conciencia de los defectos de Lama que de sus virtudes.
Los espíritus se elevan hacia las estrellas, los impetuosos espíritus que han sido destinados al infierno, atrapados en el vómito del deseo incestuoso. Elisabeth es el diablo honesto de Hugo que ha encontrado un Dios descortés, pero aun el diablo puede desplegar alas, pues todos hemos sido habitantes del cielo alguna vez. Ella sobrevivirá al fango de estas notas que he salpicado en la necesidad de lavar mi espíritu y sentirme limpio, ¡una extraña paradoja de la psiquis!...
¡Si tan sólo pudiera expresarme en una forma delicada con el fin de derribar un ídolo sin destrozar o manchar su hermosa superficie! Pero yo soy el filósofo con el martillo, un enemigo jurado de todos los cultos de idolatría, aun el antiguo culto chino de venerar a la familia. ¡No hay nada sagrado para mí, ni siquiera impropia madre y mi hermana!...
La suerte está echada. He tomado la fortaleza de mi ser más íntimo. Los cadáveres están tendidos al costado del roto cañón y las hojas muertas caen de los árboles al fin, al fin…
2
He sido un rebelde contra el universo, y el universo ha cumplido su venganza sobre mí. La opinión de Tolstoi de que el “amor” está en el corazón del cosmos, siempre provocó en mí la risa más incontenible. Ahora, yo provoco risa.
Como Ulises, he tapado mis oídos con cera, me he atado al mástil de mi barco y he salido a navegar para encontrar las “sirenas”. Pero no con cantos de amor perturbaron las “sirenas” mis oídos; mi cera y mis cadenas fueron impotentes contra sus astucias. Tenían un arma más poderosa que el canto para sacarme de mi celda monástica hacia el delirio del amor frustrado: en lugar de canto me anegaron con silencio, la tormenta del escarnio sin voz.
He sido como un zorro astuto en mi impostura, pero Lou Salomé y las otras sirenas me desenmascararon: se adhirieron a sus peligrosas rocas y mi cabeza se ha estrellado contra ellas: La dorada radiación que desciende de sus cabellos pesa fuertemente sobre mí como la tapa de un ataúd. No puedo ya amar y, por lo tanto, no puedo vivir como un bosque petrificado cuyas ramas grises se desmoronan en polvo. Todo lo que temo son los ojos malvados de Lama, pues ella debe sospechar que, si llega la oportunidad y la fuerza para evadirla, trataré en alguna forma de desviar mi lenta agonía en una victoria sobre la muerte. ¿Qué mejor forma de revelarle mi colapso interior que por medio de estas apresuradas notas?
Ayer me sorprendió mientras agonizaba en mi mundo de pesadilla y trató de levantarme el ánimo mediante un informe favorable de los médicos. Me ayudó a sentarme frente al sol mientras revolvía los cajones de mi cuarto con la esperanza de encontrar mi diario. Pero anticipándome a su deseo de que mis confesiones no llegaran al público, decidí confiar estas notas a un vecino, un pequeño y rústico comerciante, que todavía piensa que poseo una inteligencia superior y se dirige a mí llamándome Herr Profesor (4), como mis camaradas de hospedaje en Turín.
El gran final del arte es sacudir la imaginación con la fuerza de un alma que no admite la derrota aun en medio de un mundo que se derrumba. Hasta ahora mi trabajo ha sido artístico a causa de mi oposición a vociferar contra mi propio destino. Pero ahora bramo como un toro herido que está atormentado más allá de su capacidad para sufrir. He llegado a ser sinónimo de fortaleza estoica y de indiferencia, y Lama teme de mí tal revelación.
Me han quebrantado en las ruedas de la fatalidad; estoy agonizando, pero mi querida hermana ya me considera muerto y solamente ansía salvarme para el futuro imperecedero y la inmortalidad física de que habló Spinoza. Goza ya mi inmortalidad, pues vienen aquí hombres famosos a presentar sus respetos y traer flores de adulación a mio prematura tumba. Ella les repite mi Canto de los Sepulcros (5): ¡Salve, voluntad mía! Y sólo donde hay sepulcros hay resurrecciones.
Le sonrío con aprobación, pero mi voluntad de afirmar la vida por encima de todos los colores se ha secado como agua en un pozo vacuo. Me ahogo en el sofocante vacío de la vejez, sin amor, sin vida, sin el canto de las “sirenas” que me devuelva a mi ser vital, coronado una vez con la verde guirnalda de la gloria. ¡Oh, pájaros cantores de mis esperanzas! ¿Dónde estáis? Vuestras gargantas están quebradas y vuestra sangre hierve sobre las secas arenas del desierto. Y las “sirenas” están mudas y enterradas en el Gran Silencio del Abismo. Le he pedido a la vida que deje su estampa en mi desgarrada imagen: la vida es total y completa, sólo que estoy destrozado y listo para convertirme en un montón de polvo. El divino Nietzsche no es ni siquiera humano o subhumano, es simplemente un angustioso grito incorpóreo en el caos de alaridos de nuestros días. Una vez en la montaña de Portofino, la divinidad descendió sobre mí y escribí el quinto evangelio de Zaratustra. Ahora no puedo ni siquiera buscar amparo en mi condición de humano o de bruto; mi cuerpo está paralizado, mi cerebro se transforma en roca, y las personas que sostendrán mi paño mortuorio discuten mi grandeza en presencia mía, como si ya estuviera envuelto en la mortaja.
El sol está en su cenit. Es mediodía en Weimar, y Elisabeth sirve el té en el jardín a algunos extranjeros distinguidos que han venido desde el Brasil -¿o el Perú?- para verme en carne y hueso. Como una momia egipcia que en alguna forma ha olvidado de morir completamente, soy el espectador de mi propia muerte, y siento que mis ojos se transforman en polvo.
¡Oh, amor, amor, vuelve a mí, tráeme la vida en tus restañantes alas!... Ariadna (6), ¡os amo! ¡Os amo, Ariadna! Sólo mi mujer, Cósima, puede llevarme nuevamente al amor del mundo donde Dionisio y Jesús se encuentran en el seno de la Eterna Mujer, el Eterno deleite!
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Notas
(1) Lou Salomé (1861-1937), desde su matrimonio con Fr. C. Andreas, firmó Lou Andreas-Salomé. Escritora de origen ruso, trabó conocimiento con Nietzsche en 1882 por mediación de Malwida von Meysenburg. Fue también amiga del poeta Rilke, sobre quien escribió un libro publicado en Leipzig en 1928. Las relaciones entre Lou Salomé y Nietzsche son hasta la fecha un capítulo oscuro en la vida de estos dos personajes, y aun se da por tendenciosa la información que contiene el libro Das Leben Fr. Nietzsche, de la hermana del filósofo. En la obra de la misma Lou Salomé, Friedrich Nietzsche in seinen Werken (Viena, 1864), se reproducen algunas cartas que no aluden a las relaciones personales entre ambos. En 1912, Lou Salomé, a los cincuenta años de edad, viajó a Viena, donde se dedicó al psicoanálisis, trabando amistad con Sigmund Freud. Falleció en Gotinga en 1937. Es autora de numerosos ensayos sobre psicoanálisis, entre los que merecen destacarse los dedicados a los problemas sexuales de la mujer (N. DE LA T.).
(2) Despierto, desciende del otro lado del sueño. De las Contemplaciones, de Victor Hugo.
(3) Apodo que daba a su hermana. (N. DEL T. I.).
(4) Señor profesor.
(5) En Así habló Zaratustra.
(6) Naturalmente, la referencia es a Cósima Wagner, a quien Nietzsche asociaba con Ariadna en sus Ditirambos dionisíacos. Llegó de Turín la última nota trágica del Nitezsche insano: Ariadna, os amo, Dionisio. Y cuando fue llevado al asilo por su fiel amigo Overbeck, dijo a los médicos con resignada calma: “Es mi mujer, Cósima Wagner, que me ha traído aquí”. Nos enteramos por primera vez a través de la confesión de Nietzsche que su relación con Cósima fue algo más que espiritual, y que su ruptura con Wagner fue fatal, pues lo separó de la querida presencia de su adorada, irresistible e indestructible Cósima. (N. DEL T.I.).
CUARTA ENTREGA
CAPÍTULO SEGUNDO (I)
1
Como en Hamlet y Ricardo II, Shakespeare centraliza generalmente sus obras en un hombre irresoluto. Sus débiles caracteres son más reales en razón de ser humanos, ya la que flaqueza moral y espiritual es el precio que debemos pagar por ser mortales.
En mis escritos me he dotado con las cualidades más exquisitas, incluso el estoicismo de Prometeo. He gritado con el héroe de Shakespeare: ¡Eleva tu joven sangre, sé valiente y ama! Pero el peso de la conciencia, unido al peso de le edad y de mis crujientes huesos, me aplastaron finalmente y paralizaron el “valor” que ya no me asalta más. Soy un miserable gusano. Ningún acontecimiento me interesa, excepto el de mi muerte próxima.
¿Me anulará una oleada de pensamiento democrático o un nuevo cesarismo me colocará entre los grandes apóstoles de la fuerza y la violencia, como Bismarck y Treitschke? Lo que más me preocupa ahora, extraño es, son las reacciones que tendrá la gente con respecto a las revelaciones de mis relaciones con mi madre, mi hermana y Lou Salomé (1). Hay algunas cosas que no pueden revelarse sin exponerse al Santo de los Santos a los ojos profanos de la plebe. De este modo, muchos de mis amigos me reñirán y me acusarán de arrastrar a mi madre, hermana y amante a la fosa que he cavado para mí y donde yazgo inerte, imposibilitado de ascender nuevamente a la vida.
Algunos críticos me acusarán en la misma forma que condenaron a Galileo por insistir que la tierra giraba, infligiendo así una herida mortal a la Iglesia, la cual, ellos creían, sólo podría sobrevivir en un universo estáticamente centrado en la tierra, con el cielo arriba y el infierno abajo. Es importante, argüirán, preservar la santidad de algunas convenciones que enmascaran nuestro temor de la “bestia”. Pero en mi filosofía, me he atrevido a rasgar todas las máscaras, toda simulación del “hombre”, y hacerlo trotar en el escenario de la vida en su desnudo e impúdico esqueleto. Lo que me he atrevido a hacer con “todos los hombres”, ¿evitaré hacerlo yo mismo? ¿Deberé descender enmascarado a la tumba, cobardía mortal e intelectual, yo, que he predicado el deber hacia la “verdad” por sobre todos los deberes?
Mi cielo se ha manchado en mis relaciones con cuatro mujeres, y mientras agonizo, las electrizadas nubes se agrupan alrededor de mí y de estas oscuras y fraguadas notas que garrapateo con dedos doloridos y paralizados. La tormenta pronto estallará, y mi cielo, murciélago alado como las despreciables cosas que fluyen de mi mente, estará pronto fresco y claro como una pradera después que una lluvia de montaña cae sobre ella. Cuando estas notas se publiquen, la tormenta habrá refrescado el panorama de los recuerdos, y calmada estará la sed de mis huesos polvorientos.
La muerte no me dará victoria sobre la vida, pero mi confesión me dará cierta inmortalidad, pues me atreví a rasgar el velo del Santo de los Santos, y mostrará el espíritu desnudo con todas sus llagas pútridas. Al elevarme del sueño de la vida no estoy en condiciones de desafiar la realidad de la condena desde el otro lado de la tumba.
Il descend, réveillé, l’autre côte du rêve (2).
Mi principal tarea desde ahora hasta el día de mi muerte será evitar que estas notas caigan en manos de mi hermana, que ejemplifica debidamente el dicho de Mateo: Por sus frutos los conoceremos. Por temer la tentación, ha sido tentada más allá de lo que es común en el género humano, y me ha arrastrado irresistiblemente hacia sus incestuosas entrañas. Pero invito al lector a recordar la parábola de las cizañas; si se recogen las malas hierbas de nuestro ser, se corre el riesgo de extirpar también el trigo. A pesar de sus inclinaciones incestuosas, Elisabeth ha sido para mí un padre y una madre. Sin su estricta disciplina, mi genio se habría anulado en mi temprana juventud cuando me di cuenta por primera vez que Dios estaba muerto y que estamos atrapados en el “vacío” de un torbellino, un caos de vida sin sentido.
Cuando no estoy enojado con ella, veo una gran cantidad de trigo dorado y brillante en la naturaleza de Lama (3). Si las ciñazas aparecen desagradables al lector, es necesario recordarle que no constituyen la personalidad total, sino sólo la parte que no ha sido revelada jamás a los ojos del hombre. Pero los ojos de “la eternidad” las han visto antes, y mientras me muevo rápidamente desde el tiempo ponderable al tiempo infinito y la riño duramente, es porque en mi actual estado de desesperación tengo más conciencia de los defectos de Lama que de sus virtudes.
Los espíritus se elevan hacia las estrellas, los impetuosos espíritus que han sido destinados al infierno, atrapados en el vómito del deseo incestuoso. Elisabeth es el diablo honesto de Hugo que ha encontrado un Dios descortés, pero aun el diablo puede desplegar alas, pues todos hemos sido habitantes del cielo alguna vez. Ella sobrevivirá al fango de estas notas que he salpicado en la necesidad de lavar mi espíritu y sentirme limpio, ¡una extraña paradoja de la psiquis!...
¡Si tan sólo pudiera expresarme en una forma delicada con el fin de derribar un ídolo sin destrozar o manchar su hermosa superficie! Pero yo soy el filósofo con el martillo, un enemigo jurado de todos los cultos de idolatría, aun el antiguo culto chino de venerar a la familia. ¡No hay nada sagrado para mí, ni siquiera impropia madre y mi hermana!...
La suerte está echada. He tomado la fortaleza de mi ser más íntimo. Los cadáveres están tendidos al costado del roto cañón y las hojas muertas caen de los árboles al fin, al fin…
2
He sido un rebelde contra el universo, y el universo ha cumplido su venganza sobre mí. La opinión de Tolstoi de que el “amor” está en el corazón del cosmos, siempre provocó en mí la risa más incontenible. Ahora, yo provoco risa.
Como Ulises, he tapado mis oídos con cera, me he atado al mástil de mi barco y he salido a navegar para encontrar las “sirenas”. Pero no con cantos de amor perturbaron las “sirenas” mis oídos; mi cera y mis cadenas fueron impotentes contra sus astucias. Tenían un arma más poderosa que el canto para sacarme de mi celda monástica hacia el delirio del amor frustrado: en lugar de canto me anegaron con silencio, la tormenta del escarnio sin voz.
He sido como un zorro astuto en mi impostura, pero Lou Salomé y las otras sirenas me desenmascararon: se adhirieron a sus peligrosas rocas y mi cabeza se ha estrellado contra ellas: La dorada radiación que desciende de sus cabellos pesa fuertemente sobre mí como la tapa de un ataúd. No puedo ya amar y, por lo tanto, no puedo vivir como un bosque petrificado cuyas ramas grises se desmoronan en polvo. Todo lo que temo son los ojos malvados de Lama, pues ella debe sospechar que, si llega la oportunidad y la fuerza para evadirla, trataré en alguna forma de desviar mi lenta agonía en una victoria sobre la muerte. ¿Qué mejor forma de revelarle mi colapso interior que por medio de estas apresuradas notas?
Ayer me sorprendió mientras agonizaba en mi mundo de pesadilla y trató de levantarme el ánimo mediante un informe favorable de los médicos. Me ayudó a sentarme frente al sol mientras revolvía los cajones de mi cuarto con la esperanza de encontrar mi diario. Pero anticipándome a su deseo de que mis confesiones no llegaran al público, decidí confiar estas notas a un vecino, un pequeño y rústico comerciante, que todavía piensa que poseo una inteligencia superior y se dirige a mí llamándome Herr Profesor (4), como mis camaradas de hospedaje en Turín.
El gran final del arte es sacudir la imaginación con la fuerza de un alma que no admite la derrota aun en medio de un mundo que se derrumba. Hasta ahora mi trabajo ha sido artístico a causa de mi oposición a vociferar contra mi propio destino. Pero ahora bramo como un toro herido que está atormentado más allá de su capacidad para sufrir. He llegado a ser sinónimo de fortaleza estoica y de indiferencia, y Lama teme de mí tal revelación.
Me han quebrantado en las ruedas de la fatalidad; estoy agonizando, pero mi querida hermana ya me considera muerto y solamente ansía salvarme para el futuro imperecedero y la inmortalidad física de que habló Spinoza. Goza ya mi inmortalidad, pues vienen aquí hombres famosos a presentar sus respetos y traer flores de adulación a mio prematura tumba. Ella les repite mi Canto de los Sepulcros (5): ¡Salve, voluntad mía! Y sólo donde hay sepulcros hay resurrecciones.
Le sonrío con aprobación, pero mi voluntad de afirmar la vida por encima de todos los colores se ha secado como agua en un pozo vacuo. Me ahogo en el sofocante vacío de la vejez, sin amor, sin vida, sin el canto de las “sirenas” que me devuelva a mi ser vital, coronado una vez con la verde guirnalda de la gloria. ¡Oh, pájaros cantores de mis esperanzas! ¿Dónde estáis? Vuestras gargantas están quebradas y vuestra sangre hierve sobre las secas arenas del desierto. Y las “sirenas” están mudas y enterradas en el Gran Silencio del Abismo. Le he pedido a la vida que deje su estampa en mi desgarrada imagen: la vida es total y completa, sólo que estoy destrozado y listo para convertirme en un montón de polvo. El divino Nietzsche no es ni siquiera humano o subhumano, es simplemente un angustioso grito incorpóreo en el caos de alaridos de nuestros días. Una vez en la montaña de Portofino, la divinidad descendió sobre mí y escribí el quinto evangelio de Zaratustra. Ahora no puedo ni siquiera buscar amparo en mi condición de humano o de bruto; mi cuerpo está paralizado, mi cerebro se transforma en roca, y las personas que sostendrán mi paño mortuorio discuten mi grandeza en presencia mía, como si ya estuviera envuelto en la mortaja.
El sol está en su cenit. Es mediodía en Weimar, y Elisabeth sirve el té en el jardín a algunos extranjeros distinguidos que han venido desde el Brasil -¿o el Perú?- para verme en carne y hueso. Como una momia egipcia que en alguna forma ha olvidado de morir completamente, soy el espectador de mi propia muerte, y siento que mis ojos se transforman en polvo.
¡Oh, amor, amor, vuelve a mí, tráeme la vida en tus restañantes alas!... Ariadna (6), ¡os amo! ¡Os amo, Ariadna! Sólo mi mujer, Cósima, puede llevarme nuevamente al amor del mundo donde Dionisio y Jesús se encuentran en el seno de la Eterna Mujer, el Eterno deleite!
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Notas
(1) Lou Salomé (1861-1937), desde su matrimonio con Fr. C. Andreas, firmó Lou Andreas-Salomé. Escritora de origen ruso, trabó conocimiento con Nietzsche en 1882 por mediación de Malwida von Meysenburg. Fue también amiga del poeta Rilke, sobre quien escribió un libro publicado en Leipzig en 1928. Las relaciones entre Lou Salomé y Nietzsche son hasta la fecha un capítulo oscuro en la vida de estos dos personajes, y aun se da por tendenciosa la información que contiene el libro Das Leben Fr. Nietzsche, de la hermana del filósofo. En la obra de la misma Lou Salomé, Friedrich Nietzsche in seinen Werken (Viena, 1864), se reproducen algunas cartas que no aluden a las relaciones personales entre ambos. En 1912, Lou Salomé, a los cincuenta años de edad, viajó a Viena, donde se dedicó al psicoanálisis, trabando amistad con Sigmund Freud. Falleció en Gotinga en 1937. Es autora de numerosos ensayos sobre psicoanálisis, entre los que merecen destacarse los dedicados a los problemas sexuales de la mujer (N. DE LA T.).
(2) Despierto, desciende del otro lado del sueño. De las Contemplaciones, de Victor Hugo.
(3) Apodo que daba a su hermana. (N. DEL T. I.).
(4) Señor profesor.
(5) En Así habló Zaratustra.
(6) Naturalmente, la referencia es a Cósima Wagner, a quien Nietzsche asociaba con Ariadna en sus Ditirambos dionisíacos. Llegó de Turín la última nota trágica del Nitezsche insano: Ariadna, os amo, Dionisio. Y cuando fue llevado al asilo por su fiel amigo Overbeck, dijo a los médicos con resignada calma: “Es mi mujer, Cósima Wagner, que me ha traído aquí”. Nos enteramos por primera vez a través de la confesión de Nietzsche que su relación con Cósima fue algo más que espiritual, y que su ruptura con Wagner fue fatal, pues lo separó de la querida presencia de su adorada, irresistible e indestructible Cósima. (N. DEL T.I.).
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