martes

MEFISTÓFELA DIVINA


(el caso de las brujas siamesas)
folletín policial y de magia negra de


HUGO GIOVANETTI VIOLA
ÚLTIMA ENTREGA

39 TERRIBLE

-Es posible que lo haya empezado a saber anoche, aunque no con claridad -agarré la botella de grapamiel casera. -Tuve una pesadilla que me hizo perdonar de golpe a todas las mujeres que se maquillaron el corazón desde chiquitas y fui al cementerio a explicarle a mi esposa que sigo enamorado nada más que de ella.
Entonces la Nena parpadeó para disimular una implosión de celos y sonrió como si llorara:
-Qué precioso.
-Y al volver me encontré al veterano de la administración y me chusmeó el despelote que se armó en el zaguán. Y mientras almorzaba unos bizcochos me acordé de los corazones que se rayó tu ex-novio y de algo que me contó por teléfono el padre Jorge la noche que filmamos y pumba.
-Jorge me odia.
-No, mija. Es que los buenos párrocos conocen al predator mucho mejor que los detectives. Y la mañana que encontraste muerto a Noel y saliste rajando en un taxi a buscar al Rulo disfrazada de monja para armar la mise en scéne justo te vio un seminarista de los que te adoraban en Florida. Un pobre paraguayo que ni siquiera sabía que ahora te llamabas Magui. ¿Okey? Pura arquitectura divina.
-¿Y por qué carajo me ven a la Virgen adentro? Opa: en este momento te acabás de mojar. Eso se les nota enseguida, loco.
-Pero no estoy en palo. Y ya me imaginé que era sobre ese enganche que precisaba charlar la siamesa de Florida: ¿o no? El enloquecedor deseo profundo de la divinidad que a veces parece una calentura, ahijada. Lo que vos misma definiste el otro día como más terrible que lo terrible. Aunque sea la sed suprema.
-Ta. Y ahora me mojé yo: me tendría que llamar Magdalena en lugar de Shirley. ¿Puedo besarte?
-No. Y tampoco traigas vasos.
-¿No podemos emborracharnos sin hacer el amor? Y después nos acostamos vestidos y me acariciás el pelo.
Ahora lloraba en serio y tuve que atacar:
-Ya te dije que yo no comparto la teoría del suicidio doble de Delmira, Nena. Ya mataste a dos curas, además.
-Ta. De últimas me presento a la policía y confieso y todo bien. Me importa un pito ir presa.
-Hay justicia profunda, también. Y lo único que le interesa al Señor es que te cures. Así que tirá inmediatamente esa grapamiel envenenada en el water.
Eso la hizo saltar. Y después se descuajeringó como un títere roto:
-¿No me podrías llevar de la mano?
-Cómo no. No te conviene ir presa, además. Lo más difícil del mundo es lavarse la culpa a la intemperie. Y ella te va a ayudar: la que llevás adentro del corazón maquillado. Palabra de adorador.


40 WATER

Fue una marcha nupcial verdaderamente trilce. Y mientras destapaba la botella para vaciar el menjunje diarreico la Nena descendió al color del ataúd y nunca veré a más nadie envejecer tan rápido.
-Ahora tirá de la cisterna y esperá.
-Espero qué.
-No se va a ir todo junto.
La grapamiel casera preparada para querernos en paz tenía disuelto tanto veneno que en el círculo del water quedó flotando un polvo dorado idéntico al de las mascarillas egipcias y grité:
-Seguí tirando de la cisterna, carajo.
Ahora Shirley me taladraba con un odio más insondable que un agujero estratosférico y agregué:
-Y preparate a limpiar con papel higiénico lo que quede adherido en la loza. Para eso tenés que hincarte.
-¿Demorará mucho en irse?
-No se puede saber.
-Mirá que yo al viejo de la sierra le confesé que había envenenado a Fidel. Por eso lloraba tanto.
-Y después le tocó a él. La Paralipómena perfecta: Stavroguin liquidando a Tijón. Ni al paranoico de Dostoiesvki se le hubiera ocurrido. Ta. Ahora tirá por última vez y decí: Te vas, Satanás.
-Parece una cosa estúpida.
-Parece pero no es. Seguí tirando y mandándolo a la mierda hasta que quedes limpia.
-No me siento nada limpia, loco.
-Hay que tener la paciencia y la fe de cuarenta caballos. Y te aviso que el predator te va a seguir atacando toda la puta vida, Mujer Nueva.
-¿Y vos me tenés fe de verdad?
-Sí, mi amor. Y te ruego que te vuelvas a tatuar el pescadito: ese cover da asco.
-No me digas mi amor.
-Perdón -saqué la 32 de la cartuchera y se la alcancé sintiendo un viborazo congelado en el cerebelo que casi me hace ir de culo. -Tomá. Me podés encajar seis chumbazos y borrarte tranquila. Al final de cada aventura mi cuerpo se evapora.
Entonces se le humedecieron sedosamente los labios y los ojos y sentí que la había penetrado con el Espíritu para siempre. Por fin.
-Ta. Estamos bien, Maestro -me devolvió la pistola y agarró el bolso. -No te ofendas, pero no te quisiera volver a ver nunca más.
-Yo tampoco. Y además ya te llevo en la hornacina de mi pulmón derecho.
Y sin embargo la vigilé desde el ventanuco y la arquitectura divina quiso que la viera pasar corriendo por la esquina de Ituzaingó y Reconquista como una sombra azul coronada por un suavísimo bordecito de plata. Alguien que había sido una nena.

2010

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