miércoles

DESDE POITIERS / Maryse Renaud

Elogio y refutación de la Nona, o las trampas de la memoria
en Santo oficio de la memoria de Mempo Giardinelli


Yo me aprendí la historia de este país como quien contempla la formación de un Pampero: fascinada pero alerta; con suspicacias y no declarados temores; y con incierta esperanza en el día siguiente, aunque con la certeza de que habrá un día siguiente.
Mempo Giardinelli


Je passe, je traverse, j'articule, je déclenche, je ne compte pas. L'oubli des sens n'est pas matière à excuses, défaut malheureux de performance; c'est une valeur affirmative [...]: c'est précisément parce que j'oublie que je lis.
Roland Barthes


Por muy extraño que parezca, Santo oficio de la memoria debió haber sido una novela sobre la guerra de Malvinas. En efecto Mempo Giardinelli, como el mismo no dejó de aclararlo (1) , al enterarse el 20 de abril de 1982, desde México, de la inminencia de la guerra de Malvinas, pensó que era un deber suyo y quizás una fatalidad de la escritura novelesca, según él en gran medida testimonial, escribir sobre tal acontecimiento. Por falta de verdadera gana, sin embargo, desistió de su empresa, no sin que ésta hubiese removido oscuramente en él el afán de asomarse a la historia personal y nacional, de interrogarse sobre los orígenes y el futuro de un país «capaz de aplaudir al general Galtieri en la plaza» y precipitarse sin más ni más en la guerra. Así se fue convirtiendo Santo oficio de la memoria en la generosa novela coral que hoy está a nuestra disposición y cuyo eje estructurador mayor, pese a los otros muchos asedios que muy lícitamente puede autorizar el texto, viene constituido por una reflexión sobre el ejercicio de la memoria. Memoria que reviste una dimensión tanto familiar como nacional, y cuyas vertiginosas y contradictorias manifestaciones va declinando esta proliferante novela de más de quinientas páginas, permitiéndonos acceder desde diversificados enfoques, tanto masculinos como femeninos, a la formación de una cultura nacional, la argentina, a la que no poco contribuyeron los inmigrantes italianos que transitan por sus páginas.

Santo oficio de la memoria es, de eso no cabe la menor duda, pese al desenfado, la picardía y el humor de tantos pasajes, una novela ambiciosa. De entrada parece andar con ganas de subvertir todos los códigos. No es, hablando con propiedad (por diversas razones, algunas obvias y otras más sutiles), una autobiografía. En ella no se da la exigida coincidencia entre autor, narrador y protagonista, aunque en numerosos pasajes afloren indiscutibles similitudes entre el destino de ciertos personajes masculinos y el de Mempo Giardinelli, particularmente próximo, por ejemplo, a Pedro, exiliado en México por razones políticas, a Enrico, el arltiano «inventor» enamorado del Chaco, pero también, de modo más paradójico, al «tonto de la buena memoria», defensor, al igual que ese otro «tonto de la familia (2) », del prestigio de la escritura. Además, el discurso autobiográfico (3) -es cosa sabida- está generalmente reservado o acaparado, y más aún en la Argentina, por las grandes figuras públicas de la vida política o cultural, por una élite recuentemente conservadora con la cual jamás se le ocurriría rivalizar -parece decirnos humorísticamente el texto- un simple novelista ítalo-argentino, por muy famoso que sea.

Tampoco puede considerarse Santo oficio de la memoria como un clásico texto biográfico. No luce en efecto el carácter unitario de este tipo de producciones, supuestamente objetivas y animadas por una clara, casi científica voluntad de selección y exposición de los hechos más descollantes de la vida del sujeto, ni se ajusta a su escritura generalmente lineal y su estructuración cronológica. De Santo oficio de la memoria está deliberadamente ausente la consabida jerga de las reseñas biográficas -aquella que con tanto gracia ha parodiado el chileno Roberto Bolaño en su divertida novela La litertura nazi en América. Si en algunos momentos la novela de Mempo Giardinelli parece tomar prestados del discurso biográfico algunos rasgos reconocibles (el gusto por las precisiones temporales y espaciales, entre otras cosas), pronto abandona la reserva y sobriedad características del género. Basta asomarse a la primera secuencia (de la primera parte del libro) para medir la brecha que separa una auténtica biografía del subjetivo asedio a la historia, familiar y nacional, brindado por la novela. El texto aparece enseguida divertidamente contaminado por una serie de juicios de valor contundentes («Murió como debía morir»), o por estereotipos archiremanidos («Fatalista como un árabe, Antonio Domeniconelle estaba convencido de que iba a vivir solamente cuarenta y un años [...]»), totalmente asumidos, para el caso, por su emisora. Emisora a la que se suma un número siempre creciente de nuevos emisores, ya que son, de hecho, estas aparentes reseñas biográficas fragmentos de cartas, de confesiones, y hasta puro cotilleo destinado a mantener el contacto entre los diversos miembros de una misma y prolífica familia. De ahí la sistemática y esclarecedora presencia del nombre del hablante (Franca, Gaetano, Rosa, etc.) al empezar cada secuencia y la mención de pronombres personales (usted, tú) correspondientes a los destinatarios.

Es más. No tarda en implantarse una estructura de cajas chinas, de relatos intercalados que dotan la fingida biografía de tal o cual miembro de la familia de ribetes levemente paródicos, opacando y relativizando el contenido del mensaje:

[Habla Franca:] No era normal que él cambiara sus decisiones, pero el argumento de la mujer fue que esa mañana amasaría panciotti , y si él tenía una debilidad culinaria ésa era los panciotti que amasaba ella, habilidad que muchos años más tarde heredarían todas sus nietas menos yo. Antonio prometió estar de regreso con el tren de las doce y media.
En el exacto mediodía -contaría años después Angela Stracciattivaglini a su hijo Gaetano, y éste a su hijo Enrico, y Enrico a su hijo Pedro, y Gaetano y Enrico y Pedro y ella a mí, como yo ahora a usted- empezó a sentirse inquieta y desasosegada y nerviosa.
(4)

Así nace una escritura sinuosa, flexible, envolvente, emparentada con las frondosas y míticas genealogías bíblicas, pero dotada igualmente de un carácter acusadamente coloquial, refranesco, truculento, pujante, que no rehúye por momentos sabrosas procacidades, y cuyo principal objetivo es mantener mediante el ejercicio de la memoria la cohesión de una familia particularmente zarandeada por el destino. Sin embargo, al no centrarse de modo privilegiado en el pasado, tampoco responde el texto de Mempo Giardinelli, que abarca cuatro generaciones comenzando a finales del siglo XIX y terminando en 1982 con la caída del gobierno militar, con lo que se entiende comúnmente por novela histórica. Mejor sería hablar en este caso de vasta saga familiar, de folletín polifónico, con su tema central -la memoria- y sus innumerables variaciones, reñido con toda noción de clausura, como lo da a entender el desenlace abierto en que culmina esa «novela infinita». Así Pedro terminará por eludir el tan ansiado reencuentro con su familia -reencuentro que ritma toda la novela, instalándole un obsesivo y trágico suspense. Este gesto final aparentemente ilógico apunta, en verdad, a romper los maleficios de una memoria y una cultura familiar convertida a la larga en una verdadera rémora para toda búsqueda de plenitud personal. Es un discreto acto de rebeldía, de repudio de la circularidad que suele regir los destinos de los hombres de la familia, orientados de antemano hacia fatales desenlaces.

Pero antes de verse cuestionada esta memoria avasalladora, será objeto de un verdadero culto familiar, por dos razones esenciales: sociológicas y personales. Asomémonos primero a la vertiente sociológica de la novela. Siendo los Domeniconelle inmigrantes de origen italiano lanzados a la aventura argentina, necesitan en un primer tiempo apretar filas. De ahí que la memoria, entre ellos, pueda presentarse incluso como un fenómeno involuntario, espontáneo, al servicio de la supervivencia del grupo. A esta reacción visceral del clan se agrega el afán de quedar bien frente a los extraños, de guardar cierta compostura, compensando la pobreza material por la exaltación de la brillante cultura itálica dejada atrás, cultura -dicho sea de paso- tardíamente adquirida y no siempre bien asimilada por más de un miembro de la familia, pero no por eso menos deslumbrante. La memoria, asociada a la preservación de la lengua materna, se vuelve entonces el arma defensiva de la afirmación identitaria, resulta un mecanismo compensatorio, un refugio contra los sinsabores del exilio y la soledad. Se eleva casi a la categoría de droga, como en el caso de la Nona, personaje clave, si cabe, de la novela.

De ahí que suenen tan a menudo, particularmente en boca de esa autodidacta exaltada, alusiones a los héroes de la mitología greco-latina o al impetuoso Garibaldi, héroe del Viejo y Nuevo Mundo, o al de un Dante tan apasionadamente amado que no vacila en asignarle el familiar y lúdico apodo de «Ducante» y en citar, venga o no al caso, pasajes enteros de su obra, fiel en eso a una rancia tradición italiana (5) de apropiación popular de los clásicos. Así se explica también, en aquella Argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX que contempla inquieta y despreciativa el alud inmigratorio, fomentado sin embargo por los liberales en el poder, su empeño en defender hasta a la mafia, a quien considera con una extraña complacencia no viendo en ella más que una mítica empresa benefactora al servicio de los desvalidos.

Si la noción de patrimonio cultural va generalmente de la mano con la celebración de los valores masculinos, aquí en cambio, y no sin cierta ironía, no son los hombres los transmisores predilectos de la herencia. El legado cultural, sobre el cual vuelve incansablemente la memoria, se encuentra ante todo enaltecido por las mujeres. Si bien los hombres participan en la perennidad de ciertos momentos descollantes de la historia que les tocó vivir (los esperanzadores años 90 y el nuevo siglo entrante, signados por el «fabuloso» desarrollo urbano de Buenos Aires y el nacimiento del radicalismo y socialismo argentino, en torno a Alem, Irigoyen y Palacios, por ejemplo), resultan menos abarcadores que los personajes femeninos. Por una sencilla razón, de la que saca, por lo demás, mucho partido el relato: una razón personal, íntima, propia de los Domeniconelle, como ya lo dimos a entender más arrriba. Esta razón se llama la muerte. Y ella sella trágica y enigmáticamente el destino de los hombres de la familia, interrumpiendo prematuramente su travesía del siglo, mientras que las mujeres aseguran la perpetuación de la estirpe. ¿Acaso no insta la Nona a sus familiares a «hacer cuernos con las manos cada vez que [pasan] por un camposanto o [ven] un cortejo o simplemente se menciona a la Muerte, diciendo: "Faccia la corna, caro, faccia la corna"?

El relato descansa en efecto en una nutrida serie de desapariciones marcadas por la violencia: al Nono, eliminado por su socio y compatriota, sigue Gaetano, luego su hijo Enrico, probablemente muerto por los peronistas. Como puede apreciarse, el mundo masculino, pese a su desbordante sensualidad, parece reñido con el tiempo, ajeno a la permanencia. Una vez más le tocará a la memoria femenina estimular obsesivamente la indagación del pasado, en busca de una fugaz revelación, de una problemática verdad sepultada quizás en algún recoveco del pasado. Todas las voces, masculinas y femeninas, querrán saber tarde o temprano, apelando a los recuerdos, rumores y hasta chismorreos, conforme a una estética actualmente de moda en la literatura argentina: la de la novela coral, cuyos representantes más destacados son justamente Mempo Giardinelli y Tomás Eloy Martínez.

El deber de memoria se convierte paulatinamente en un verdadero ritual familiar, gratificante y agobiante a la vez, ineludible, y que termina confundiéndose con la inevitable, y humorística, exaltación del patrimonio cultural itálico:

"Un país necesita gente apasionada -proclamó [la Nona]- y éste del que nunca nos iremos y que apenas se está haciendo, necesita el espíritu del Lacio antes que el de Albión, el de Lutecia o de cualquier otro."
Se equivocó, como la historia ha venido demostrando, pero lo importante era que ella lo creía y nos educó en esa idea.(6)

Todo nos invita, sin embargo, a rebasar el aparente consenso familiar sugerido por las primeras secuencias de la novela. La muerte brutal de los hombres es, de hecho, harto aleccionadora. Intempestiva a primera vista, en el caso del Nono, Gaetano y Enrico, responde sin embargo a una necesidad interna de orden simbólico. Previsiblemente, si nos atenemos a los análisis de Freud sobre el complejo de Edipo, la muerte del padre -nada simbólica aquí- termina por ser percibida como un paso necesario para que viva la comunidad. Es inconsciente y ardientemente deseada por Gaetano, por ejemplo, para quien el Nono -su padre- no pasa de ser un individuo insensible y brutal, un verdadero torturador de la madre y de él mismo, en suma, un «padrone» despreciable. Este tipo de genitor, físicamente atractivo, sensual, imponente, pero abusivo, tiránico, machista, tiende a repetirse en la novela (al lado, por cierto, de personajes masculinos más apagados, como Manrique, o de seres generosos y simpáticos como Pedro).

La desaparición del escenario de esta suerte de personajes masculinos abre una brecha de libertad. Con ellos es el peso de la Norma, del orden falocéntrico, del poder absoluto, el que tiende a desvanecerse, dando paso a un recrudecimiento de la actividad femenina, que no deja de celebrar esta novela por muchos conceptos feminista. En adelante es de la memoria de las mujeres -una memoria hiperactiva, desatada, centrífuga y centrípeta a la vez, caótica, fundamentalmente bulímica- de la que va a dar cuenta la novela de Mempo Giardinelli. Ni el pasado remoto, ni el escurridizo presente, fatalmente transformado en pasado, consiguen zafarse de las redes de la memoria. Al recuerdo de una Italia idealizada («Todo pasado es idealizable», comenta un personaje) se agrega el crítico y exigente acercamiento a la nueva realidad argentina. No nos olvidemos en efecto de que Santo oficio de la memoria, al igual que la novela Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, con que guarda no pocas semejanzas estéticas e ideológicas, relata la formación de una nación híbrida y, por lo tanto, los inevitables problemas de integración traídos por la llegada de importantes contingentes de inmigrantes. En este caso preciso, el énfasis es puesto sobre los italianos, aunque se señala generosamente la nada desdeñable aportación a la cultura nacional de mestizos y africanos, sacrificados durante las devastadoras guerras del siglo XIX .

De modo que es la sociedad argentina la que paulatinamente pasa a ocupar el primer plano de la ficción. Dos tipos de visiones se suceden en la novela de modo irregular, evitando el escollo de una alternancia mecánica: la de los hombres y la de las mujeres. Visiones coincidentes a veces, complementarias otras, raramente opuestas de modo frontal, en que se mezclan constantemente las esferas de lo político y lo íntimo, y se da rienda suelta, no sin cierta audacia, a la expresión del deseo femenino. Una vez más la Nona cumple aquí una función esencial, ya que el querer opinar sobre todo -política, literatura, educación, sexualidad- la obliga a ser una observadora particularmente atenta de este agitado siglo XX argentino que le ha tocado vivir. Situada en uno de los centros estratégicos de la novela -a casa, lugar de encuentro de la familia pero también sede de su borgeana biblioteca-, la Nona hace de catalizador al desatar la palabra, acicatear la memoria y, por ende, la reflexión de la familia sobre los aspectos más diversos de la cultura del país de adopción. Que se la quiera o no -algunos la tildan de pedante, borracha y frustrada-, es la insoslayable referencia de los Domeniconelle. Hasta se cuela en los sueños de la joven generación, como en el caso de Pedro para quien la anciana, depositaria del pasado y de una innegable forma de sabiduría, resulta una interlocutora privilegiada. Nada tiene de extraño que se convierta en un verdadero mito familiar. Para todos, que se trate de sus nietos o bisnietos, será siempre la Nona, un ser casi atemporal, cuya travesía del siglo y dolorosa experiencia de la vida terminan, finalmente, por infundir respeto y tolerancia.

Se despliega entonces una visión singular, cuyo mayor distintivo es su carácter asistemático y su oposición a toda lógica binaria. Frente a la cultura argentina que escruta detenidamente, y que tantas veces se ha prestado a acercamientos reductores, a controvertidas dicotomías -Civilización / Barbarie, por ejemplo-, La Nona adopta una postura que algunos no vacilan en tildar de «extravagante». Vocablo al que debería restituirse aquí su sentido etimológico y toda su poética indeterminación. Pues la Nona, personaje sumamente dinámico, se caracteriza justamente en la novela por su imprevisibilidad, su fantasía, su facultad de desplazarse a su antojo tanto por el espacio (el Chaco, México) como por la cultura, cuyos consensos y rígida sedimentación trastorna con desenfado. Procede en efecto la anciana a una relectura muy personal, intuitiva, en ocasiones hasta supersticiosa, y fundamentalmente humanista, de lo visto y lo vivido en la Argentina, lo cual no excluye sin embargo breves tentaciones fascistas y algunos dejes antisemitas. Mezcla sin el menor empacho, e incluso con cierta socarronería, aceptación del mito, de las leyendas, de ciertos prejuicios conservadores y acercamiento desacralizador y, por momentos, hasta revolucionario a la sociedad argentina. No hay cabida en su mente siempre agitada para el principio de no contradicción. Nada parece más temible y peligroso a sus ojos -y probablemente a los del autor- como esas definitivas certezas ideológicas tan gratas, en cambio, al inmutable discurso oficial. No se arredra la Nona ante las paradojas, ni ante lo grotesco -que roza en diversos lugares del texto.

De ahí que el discurso narrativo recuerde constantemente, mediante un entrelazamiento de voces heterogéneas, ciertos momentos claves de la historia argentina particularmente complejos. Los períodos de crisis, como los años 20-30, o las conflictivas décadas del 40 y el 50 signadas por el peronismo, dan lugar a debates animados que permiten confrontar opiniones expresadas por personajes casi todos entrañables, testigos y actores de buena fe de una historia que, sin embargo, les merece a veces juicios radicalmente encontrados. Resulta difícil, por ejemplo, interpretar los virulentos ataques del gobierno argentino de los años 30 contra la mafia italiana, sabiendo el silencio y la complacencia con los que contó, en cambio, la mafia polaca en la misma época:

Porque había otras mafias, aunque de ésas casi no se hablaba.Y eran igualmente temibles, o peores, como la de los judíos polacos, que eran una cantidad de rufianes que desde los años 10 ó 20 manejaban la prostitución bajo la apariencia de ser una sociedad de socorros mutuos. Un cazzo, socorros mutuos: pura trata de blancas, droga, contrabando y qué sé yo qué más. Era una organización famosa y se la conocía con el nombre de Zwi Migdal, que nunca supe qué quería decir. [...] Quizá se exageraba, no lo niego, pero se chusmeaba que para ellos trabajaban unas treinta mil mujeres, judías casi todas (7) .

¿Será la actitud oficial la legítima respuesta al crimen organizado o una insidiosa maniobra, con resabios de xenofobia criolla, encaminada a desautorizar a la población de origen itálico, por ser ésta la más visible y vulnerable?

En cuanto al fenómeno peronista, que ha dejado de ser tabú en la actual literatura argentina (8) , no podía estar ausente de las apasionadas rememoraciones de los personajes de Santo oficio de la memoria. Permea numerosos pasajes de la novela, dando pie a recurrentes controversias en que partidarios, opositores e indecisos confrontan sus siempre fragmentarias y subjetivas vivencias. Si Rosa es peronista, lo mismo que la «bruta de Anunziatta», Micaela y otros tantos personajes, no son necesariamente idénticas sus motivaciones. Por eso se asiste en la novela a ciertas pausas reflexivas que, pese a su estructura desflecada, pretenden afrontar el desafío y abordar de modo desprejuiciado y objetivo este fenómeno socio-político sin par. Buen ejemplo de ello es este fragmento de la secuencia 63, de manifiesta función aclaratoria:

Yo no sé por qué en todo el mundo se interesan tanto por el peronismo. Lo consideran un fenómeno incomprensible, una ilusión óptica, un pase de magia, casi un sinónimo de la Argentina moderna. Explicar a los argentinos es como intentar una axiología de la inconciencia. Y el peronismo es su aspecto más indescifrable. Pero yo me largué como un gil. (9)

En ella Pedro se lanza en una necesaria pero imposible síntesis llena de modalizadores, consciente de que en 1978, fecha en la cual se expresa, no sirven los ditirambos, ni los anatemas ofensivos, para dar cuenta de un fenómeno a todas luces contradictorio. A no ser que quiera uno mostrarse tan simplista como su propio interlocutor, impaciente por zanjar el problema y saber si «el peronismo ¿es una mierda o no es una mierda?». Fundándose en la memoria de la Nona, dará más o menos a entender Pedro que éste «fue una revolución posible para la Argentina, una ruptura con el pasado colonial y el inicio de un proceso irreversible pero también impredecible», antes de reconocer que a partir del 73 «empezó a suicidarse», deteriorándose definitivamente.

Prácticas mafiosas, populismo, reinado de los milicos, democracia ilusoria, en suma este retorno implacable de un orden falocéntrico hecho de pasión, arrogancia, eurocentrismo, intolerancia y violencia, en parte heredado de la orgullosa cultura del inmigrante italiano, no deja de provocar efectos perturbadores. Como lo sugiere el polisémico título de la novela, el necesario pero exagerado deber de memoria está en todo momento a punto de degenerar en tortura inquisitorial. El silencio deliberado, respuesta al enfermizo buceo en el pasado, a la cultura inmoderada del recuerdo -cuyos peligros ya señalara Borges en Funes el memorioso-, a la manía necrófila de la sociedad argentina, ostenta evidentes intenciones críticas.

Acto de resistencia contra la cultura dominante -familiar y nacional- de cuyos presupuestos ideológicos, distorsionantes, clasistas, va tomando conciencia, este silencio voluntario permite escapar del determinismo histórico. Paradójicamente, o mejor dicho sabiamente, la dialogística novela de Mempo Giardinelli resulta ser también la de los necesarios «olvidos transitorios». El deber de memoria no puede, en efecto, limitarse a una mecánica acumulación e indiscriminada transmisión de todas las vivencias, individuales y colectivas. Del sujeto adulto -aquí representado por Pedro, el Ulises argentino de regreso al país- se espera una apropiación razonada, selectiva y jerarquizada, de la herencia cultural, o sea, una integración crítica y dinámica del pasado, que conlleve necesariamente, en determinado momento, el distanciamiento de ciertos recuerdos parásitos, inútilmente angustiosos, inhibitorios y, finalmente, destructores. El olvido se vuelve, pues, la otra cara de la memoria, de la permanencia, de la vida, del sentido. Es con estas condiciones que el sujeto consigue afincarse en el presente para lanzarse a las nuevas aventuras del futuro.
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NOTAS

(1) Cf. «Mempo Giardinelli habla sobre su novela Santo oficio de la memoria» (referencia en Internet : //www. Literatura. Org / Giardinelli / Mempo.html).
(2) Véase L’idiot de la famille, la famosa biografía de Gustave Flaubert escrita por Sartre, Editions Gallimard, 1971.
(3) Véase Adolfo Prieto, La literatura autobiográfica argentina, Capítulo, Biblioteca argentina fundamental, Centro Editor de América Latina.
(4) Santo oficio de la memoria, Seix Barral, Biblioteca Breve, Argentina, 1997, pág. 19.
(5) Cf. M. Picchio Simonelli (dir), Beatrice nell’opera de Dante enella memoria europea, Firenze, Cadmo, 1994.
(6) Mempo Giardinelli, op. cit., pág. 27.
(7) Ibid, pág. 239.
(8) Véase el artículo de Mario Goloboff sobre La novela de Perón, de Eloy Martínez, en Historia y Novela. La ficcionalización de la historia en la narrativa latinoamericana, Maryse Renaud y Fernando Moreno Turner Coordinadores U.R.A 2007 -Littératures Latino-Américaines et Université de Poitiers- CNRS, 1996.
(9) Mempo Giardinelli, op. cit., pág. 325.

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