miércoles

MARYSE RENAUD


EL VIAJE EN GLOBO: REFLEXIÓN
SOBRE LA NOCIÓN DE AVENTURA
EN IMPOSIBLE EQUILIBRIO DE MEMPO GIARDINELLI


Todos tristemente murmuran que nuestro siglo no es capaz de tejer tramas interesantes; nadie se atreve a comprobar que si alguna primacía tiene este siglo sobre los anteriores, esa primacía es la de las tramas.
Jorge Luis Borges


En la América colonial la Iglesia pretendió fijar sola las pautas de la vida cultural. Si bien consiguió sus fines durante más de tres siglos, entorpeciendo entre otras cosas la importación y el desarrollo de la literatura ficcional -recuérdese el famoso decreto de 1543-, no pudo impedir, sin embargo, las reformas del siglo XVIII, ni el surgimiento de la novela, por muy tardío que fuese, en la primera década del siglo XIX. De modo que puede afirmarse que el género novelesco, en Latinoamérica, producto de una larga y soterrada lucha por el derecho al conocimiento y la libre expresión, se coloca de entrada bajo el signo de la aventura. Aventura multifacética que implica la recuperación y el progresivo desvelamiento del espacio y la historia americana, la búsqueda de un lenguaje propio, y un interés acusado por interrogantes de carácter identitario. Nada tiene de extraño, pues, que la novela haya mostrado inicialmente tanta curiosidad por los acontecimientos de alcance histórico e incluso por los meros sucesos de que se alimenta la vida cotidiana, puesto que la censura colonial tenía justamente por blanco privilegiado la expresión literaria de los «asuntos americanos», indirectamente aludidos, sin embargo, desde los primeros tiempos de la conquista en las autorizadas crónicas de Indias. De esta innegable seducción ejercida por la aventura, bajo sus formas más inmediatas, sin perjuicio de su evidente alcance reformador, da plenamente testimonio El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi, la primera novela americana, de agitada trama picaresca. Más tarde, a raíz de la Independencia, el distanciamiento de la metrópoli por parte de las ex colonias americanas había de tener como consecuencia el acercamiento a nuevos centros europeos, cuya influencia cultural no tardaría en mellar notablemente el antiguo modelo peninsular. Así se explica la resonancia particular que no dejaron de tener las obras de un Julio Verne, por ejemplo, quien hacia 1860 acababa de crear un nuevo género, la «novela científica», rica en lances extraños, fantasías ingeniosas rayanas en lo maravilloso, proféticas a veces, o las de un Stevenson. (Señalemos de paso el papel nada desdeñable desempeñado asimismo en América por otra gran figura literaria del momento, Emilio Salgari, autor de trepidantes novelas de aventuras.) Si bien el gusto por la aventura y el exotismo caracterizó obviamente la producción del siglo XIX, no se desmintió en las primeras décadas del siglo XX, por ser América, a ojos de los novelistas, un continente inmenso y todavía por descubrir, como lo dio a entender la llamada novela regionalista de los años 20. Tanto La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera, como Doña Bárbara y demás novelas de Rómulo Gallegos pueden leerse en efecto a la luz de este enfoque.

Con la implantación paulatina de la narrativa urbana a partir de los años 50 y las audacias composicionales traídas por el «boom», que han integrado plenamente los novelistas contemporáneos, la novela de aventuras pudo haber sido relegada a un puesto subalterno. No hubo tal cosa, sin embargo. Hoy asistimos en la narrativa latinoamericana, cansada de verdades oficiales y monolitismos ideológicos falsamente esclarecedores, a un renovado interés, a una atracción sencilla e ingenua por la noción de aventura, trátese de aventuras ficcionales o de vivencias personales, las cuales se encuentran a veces relatadas en forma tan deliberadamente novelesca que llegan a desvanecerse los límites (1) entre literatura fáctica y literatura ficcional, como lo reconoce de buen grado Vargas LLosa en El pez en el agua .

«Siempre he creído que escribir novelas ha sido, en mi caso, una manera de vivir las muchas vidas -las muchas aventuras- que hubiera querido tener, y no descarto que, en ese fondo tenebroso donde se traman nuestros actos fuera la tentación de la aventura, antes que ningún altruismo, lo que me empujara a la política profesional.»

Tanto en la «nueva novela histórica» como en la novela policíaca actual, por ejemplo, tan amigas ambas por razones ideológicas o estructurales de enigmas, secretos y revelaciones inesperadas, asoma el gusto por la acción, el suspense y una escritura impactante destinada a interpelar y atrapar emocionalmente al lector. Incluso en textos aparentemente ajenos a estos planteamientos, como la novela Imposible equilibrio de Mempo Giardinelli, que nos proponemos analizar aquí, se hace evidente semejante tendencia. Irrisoria y glorificante a la vez, de fuerte carga simbólica, la aventura que en ella se describe y que cuestiona ciertas actitudes existenciales, por no decir ideológicas, de este fin de siglo, resulta particularmente ejemplar. Imposible equilibrio reúne en sí algunos de los rasgos más descollantes de las clásicas novelas de aventuras y acción (Verne, Conrad, Goodys, Caldwell...), a las que rinde un discreto homenaje, a la par que integra burla burlando algunos de los inevitables parámetros del tan vapuleado gusto postmoderno. Así, pese a la contundente afirmación del título, la novela resulta ser una suerte de balance (2) humorístico de la narrativa de nuestro siglo, al mismo tiempo que un acto de fe en el hombre y la literatura, actividad de perfiles escurridizos y posiblemente de dudosa utilidad, objeto de constantes amenazas, pero consubstancial a la humanidad y, como tal, destinada por esencia a perdurar pese a los obstáculos. A no ser que deba interpretarse más bien el libro de Mempo Giardinelli, en víspera del tercer milenio, como una nostálgica reflexión sobre la decadencia del pensamiento utópico, cuyos últimos aleteos parecerían reservados a la sola literatura, al mundo de lo virtual.


Imposible equilibrio lleva en sí los gérmenes de una impetuosa novela de aventuras. Todo contribuye efectivamente en la introducción in medias res a despertar la curiosidad del lector, intrigado de entrada por las torpezas gramaticales y el desenfadado léxico asignado al personaje del gringo Frank Woodyard: «En cualquier momento, empezando quilombo... Este asunto traer cola...». Más allá de la inevitable comicidad producida por estos atentados a la norma y el decoro, el texto deja entrever el esquema temporal en que ha de descansar. Globalmente lineal, como suele ocurrir en la clásica novela de aventuras, éste permite exponer fácilmente las diversas fases de la intriga. Así se describe la euforia creciente de un día de fiesta, las ingenuas reacciones de la muchedumbre apiñada en los muelles, en espera de un misterioso «desembarco». Pero no se tarda en aludir a las dificultades por venir mediante un eficaz juego de anuncios e indicios. Esta escritura proléptica, que genera la tensión al evocar contrastadamente el alborozo colectivo y la inminente explosión de la cólera individual, es contrapesada ya desde la primera secuencia por necesarias analepsis completivas. Estas nos retrotraen a un pasado no muy lejano (un año antes) que nos permite captar mejor las complejidades de la situación. Por una parte, se nos pinta pormenorizadamente el estrambótico proyecto de las autoridades regionales, empeñadas en traer al Chaco hipopótamos supuestamente destinados a acabar con la plaga de camalotes que amenaza los ríos del Chaco, y, por otra, se insinúan la ignorancia e inmadurez de una sociedad de reciente y precario funcionamiento democrático.

Sentadas estas bases mínimas, el relato se echa a andar decididamente destilando con pericia analepsis y prolepsis, según las necesidades del momento. Conviene señalar a este respecto el abundante y deliberado recurso de las prolepsis al final de las secuencias (páginas 31, 63, 96...) (3). Particularmente gratas a la literatura popular -el folletín y la radionovela, por ejemplo, que las usan preferentemente en esta posición para mantener alerta la atención de un público que se busca retener a toda costa-, las prolepsis no están desprovistas aquí de cierta dimensión humorística. Como ocurre frecuentemente en la narrativa latinoamericana actual, que incorpora desembozadamente, en una suerte de nostálgico rescate de lo antiguo, los mecanismos de géneros (4) hasta hace poco tenidos por menores (Chavarría, Taibo II, Andahazi...), aquí el cultivo del suspense por parte de Mempo Giardinelli remite no sólo al universo de la novela de aventuras sino también al de la novela policíaca. A la situación inicial -la llegada de los hipopótamos y el consecutivo estallido de la bomba lanzada por Victorio- siguen clásicos y bien ritmados episodios de secuestro, fuga y persecución, salpicados de separaciones, reencuentros, muerte (específicamente la de Pura Solanas, la compañera del gringo), irrupción de helicóptero, finalmente rematados por una dudosa victoria, de alcance más simbólico que real.

La concatenación implacable de las peripecias, la ingeniosidad casi excesiva de ciertos lances imprevistos, así como los truculentos y deliberadamente estereotipados diálogos entre los asiduos del bar la Estrella, todo trasunta la presencia de una visión distanciada. Si Imposible equilibrio empieza dándose aires de novela de aventuras en primer grado, pronto asoman sin embargo sus ribetes paródicos. Así el exotismo, que constituye generalmente uno de los ganchos primordiales de este tipo de textos, se encuentra aquí problematizado en reiteradas ocasiones. Primero, la misma elección del lugar en que transcurre fundamentalmente la acción no deja de ser sugestiva. Resistencia, capital de la provincia del Chaco, sita en la orilla oeste del Paraná frente a la ciudad de Corrientes, a la que está reunida por un puente gigantesco, es todo menos atractiva para el lector ansioso de esplendores paisajísticos. Se satirizan en la novela la chatura y grisura de esta ciudad adocenada, pero repleta de pomposas estatuas, como no dejan tampoco de señalarlo maliciosamente las guías turísticas sobre la Argentina. Es más. Sus habitantes resultan ridículos y capaces de cualquier barbaridad, como la importación de hipopótamos africanos, con tal de llamar la atención del resto de la República sobre su supuesta originalidad. En una palabra, Resistencia se nos presenta de modo recurrente y desenfadado como «fea», trayéndonos el inevitable recuerdo de otra ciudad igualmente maltratada por la pluma cruel y tierna a la vez del novelista: Lima la horrible, del peruano Salazar Bondy.

En cuanto a los diversos pueblos que recorren los fugitivos, no les van en zaga a la capital regional. Tanto Puerto Tirol como Pueblo Soberanía Nacional, Haumonia o Charadai, todas estas heteróclitas y grandilocuentes construcciones humanas exhiben un estado de decadencia avanzada cuyo parentesco con ciertos fantasmales ambientes onettianos (o faulknerianos) resulta particularmente llamativo. «The world is one and only», se comenta en el texto, dándonos a entender la universalidad de la miseria y la soledad. Del entorno natural chaqueño tampoco emana la potente emoción que podría esperarse. ¿Acaso no se nos dice en ocasiones, en términos bastante crudos, que al Río Bermejo «se lo mea» cualquiera sin más miramientos? Así, bien se echa de ver que el narrador se resiste a difundir los socorridos estereotipos que suelen alimentar la mítica visión de la naturaleza americana. Esta se asemeja más, en ese mes de noviembre durante el cual se desenvuelve la acción, a los «tristes trópicos» de Lévi-Strauss que a las líricas descripciones de un Rómulo Gallegos o de un José Eustasio Rivera, presente, no obstante, a través de la fugaz alusión al «infierno verde» del Chaco.

Más allá del deliberado enfoque paródico aplicado al entorno americano, es la misma credibilidad de los fundamentos de la clásica novela de aventuras la que no tarda en entrar en crisis con la imposibilidad del epicismo. Los supuestos héroes de la novela pertenecen, de hecho, aun antes que comience la ficción, al bando de los perdedores, de los «loosers», si se nos permite el uso de este vocablo inglés, plenamente justificado, por lo demás, por las numerosas referencias al cine norteamericano que salpican el texto. Tanto el gringo Frank como Pura y Victorio han sido duramente castigados por la vida: la guerra de Vietnam y su «barbarie», la lucha revolucionaria y sus desengaños, el compromiso con los montoneros, todas estas experiencias los han dejado notablemente amargados y, quizás, poca aptos para integrarse en una sociedad de cambios rápidos. Tal es por lo menos el comentario mordaz con el cual la joven Clelia no deja de retar a Victorio, el ex revolucionario.

En cuanto al móvil de la rebelión -una suerte de cruzada ecologista, por lo visto- que terminará por envolver no sólo a las dos parejas (Frank-Pura, Victorio-Clelia), sino a sus amigos y cómplices de Resistencia (esencialmente Rafa y Cardozo), resulta a todas luces grotesco. No por casualidad se ha escogido como detonador del conflicto la imposición de unos mamíferos poco agraciados y sobre todo en vías de extinción. Así, tanto los animales como los hombres aparecen de entrada como unos marginados. El signo excluyente que llevan aquéllos también es asignado a Rafa y Cardozo, amantes y defensores ambos de la literatura, una actividad intencionadamente presentada aquí como marginal, superada, condenada por un mundo moderno entregado a la omnipotencia de la radio, el cine y el dinero.

¿Qué debe esperarse entonces de ese «road-moovie» provinciano y delirante, que se refiere insistentemente a la gran tradición cinematográfica norteamericana? (La impronta de Hitchcock y del Wim Wenders de París-Texas está explícitamente asumida. Quizás sea dado percibir también en la exaltación de la pareja Victorio-Clelia algo de la alocada euforia de Thelma y Louise, de Ridley Scott). Si bien el discurso escrito de Imposible equilibrio emula de paso, lúdicamente y no sin éxito, las cautivantes imágenes del discurso fílmico, ésta no es obviamente su función principal. Pues si en su descabellada fuga Victorio no tiene «plan», como lo reconoce abiertamente, sí, en cambio, persigue un «objetivo» preciso.

Para los escritores de este fin del siglo XX lo mismo que para los novelistas de los años 20, la novela de aventuras no está reñida con cierta intención didáctica. Así, lo mismo que José Eustasio Rivera documenta en La vorágine la vida de los caucheros, Mempo Giardinelli, oriundo de Resistencia, nos permite descubrir, conforme progresa la novela, las complejidades climáticas, geográficas, y sobre todo humanas de «este fin del mundo» que no deja de ser el Chaco, sobre todo para el lector únicamente imbuido de literatura porteña. Así, es la voz del interior, a menudo postergada en Argentina, la que se eleva aquí. Victorio -nótese de paso- hace de guía, entre serio y divertido, arrastrando a Clelia a un «instructivo viaje». Resistencia la «fea», la insoportable, la ordinaria incluso, la «inexplicable» siempre, el Chaco entero en fin, terminan redimidos. Se vuelven entrañables por su manera contradictoria de compaginar excesos, violencias e ingenuidades, como lo revela la caprichosa lozanía de sus topónimos. (De haberlos conocido Breton, quien celebró en su lírica y sin embargo escueta Carte de l'île la campechana belleza de los topónimos de la Martinica (5), hubiera disfrutado con ellos, a no caber duda.)

Pero son ante todo las marcas dejadas en la tierra chaqueña por el transcurrir de los siglos las que hacen profundamente humana a esta región. Al comienzo de la ficción, la presencia de la historia se manifiesta de modo fugaz, fortuito, casi anecdótico, por ejemplo a través del nombre sonoro de un barco, «Eva capitana», que suena en este contexto a nostálgica, anacrónica consigna política. Se percibe paródicamente aquí, en efecto, el eco desvaído del clamor multitudinario, «Eva vicepresidente», cuya historia nos es prolijamente contada (6) en Santa Evita por Eloy Martínez. A continuación, la impronta de la historia se hace más insistente, concretándose en nombres de pueblos, tales Fortín Lavalle o Pampa del Indio, que delatan la condición fronteriza de dicha zona y dejan entrever la violencia de las luchas que allí se dieron después de la Independencia. El entrevero jocoso de las diversas lenguas oídas en la región (el inglés, el portugués y las diversas modalidades del español de América) no hace sino confirmar, por lo demás, el acusado mestizaje cultural que caracteriza esta región próxima a Bolivia y Paraguay, y que resulta tan parecida, por ciertos conceptos, a la tierra de Misiones descrita por Horacio Quiroga en Los desterrados. Finalmente, se asiste en Imposible equilibrio a una verdadera invasión por parte de la historia. Las huellas del peronismo y de la última dictadura (1976-1983), específicamente, afloran sin cesar en el entorno a través de reacciones individuales mezquinas, comportamientos egocéntricos o una total falta de lucidez frente al discurso oficial. Es la historia la que, a fin de cuentas, amolda, altera, agrede la naturaleza americana, amenazando someter hasta los bosques de quebrachos a la voracidad capitalista. Es ella igualmente la que, pese a una reciente fraseología democrática que mal disimila las secuelas de la dictadura, va transformando sigilosamente el Chaco en «uno de los principales centros del narcotráfico».

Paulatinamente (¿intencionadamente?), el centro de interés de la novela se va desplazando. Cada vez más fantasmática, más improbable desde un punto de vista estrictamente realista (el que adopta generalmente la novela de aventuras, apegada al criterio de verosimilitud), Imposible equilibrio adquiere una dimensión innegablemente simbólica, ya contenida en germen en los nombres de los personajes protagónicos -Victorio, Pura-, así como en el del escenario de la acción, Resistencia.

Pero para que pueda desarrollarse esa alegoría sobre lo que Victorio presenta como un acto de «resistencia cultural», un combate contra el fraude y la manipulación politiquera, el texto ha de cumplir ciertos requisitos. Debe enfocar la escritura alegórica, anticuada y poco del gusto del público contemporáneo, de modo radicalmente innovador. Primero debe cuidarse de que nunca se desvanezca el sentido básico, o sea, ingeniárselas para que lo connotativo no se sustituya a lo denotativo. En resumen, ha de evitarse toda correspondencia mecánica, sema por sema, de palabra con concepto.

Es más. Habida cuenta del reto que constituye hoy un texto de corte abiertamente simbólico, deben extremarse las precauciones. De ahí que la novela se esfuerce, generalmente con éxito, por sortear las trampas que inconscientemente le tiende la tradición. Imposible equilibrio, que pretende mantener plenamente hasta el final su estatuto de moderna novela de aventuras, se distancia por lo tanto hábilmente, hasta podría decirse estratégicamente, de todo tipo de escritura narrativa considerada hoy como rebasada. Así se explica la postura ambigua adoptada ante la estética mágicorrealista, hoy declinante, tras haber ejercido sobre las letras americanas una profunda y larga seducción de más de cuatro decenios (1930-1970).

Desde las primeras páginas surge, en efecto, una referencia al realismo mágico, seguida en el acto por un docto y solemne comentario destinado, no sin humor, a precisar los contornos de los conceptos empleados. A continuación asoma, por parte del narrador, la clara conciencia de la facilidad que podría representar la adopción mecánica del modelo mágicorrealista. De ahí que se fije una línea de conduta. Imposible equilibrio opta prudentemente por no apelar a «lo raro y a los milagros inadmisibles», ni a «lo sobrenatural, lo maravilloso y lo improbable» (definición brindada por la profesora de literatura del capítulo Uno, página 19). Pero no coinciden preceptiva literaria y sensibilidad. Ni los riesgos de pintoresquismo, ni el temor a caer en una literatura localista, costumbrista, desprovista de proyección universal, pueden borrar del todo la nostalgia sentida por un realismo mágico mucho más auténtico -se insinúa en la novela- de lo que vienen afirmando sus detractores. Aprovechando el esquema dinámico del viaje propio de la novela de aventuras, Imposible equilibrio integra a la ficción, casi de contrabando, esa emoción, ese lirismo contenido, esa «fe» (retomando palabras de Alejo Carpentier (7)) típicos del realismo mágico, para evocar la desmesura de la naturaleza y de los hombres americanos. Basta recordar la titánica, la alocada empresa del utopista León Jiménez, para medir el secreto apego del narrador a un realismo mágico percibido como señal de identidad.

Libre de imposiciones externas, Imposible equilibrio busca decididamente su propio derrotero tanto estético como ideológico. Un personaje del cual no hemos hablado todavía resulta particularmente sugestivo a este respecto : la joven Clelia, de stendhaliano nombre (8) y gustos decididamente modernos, o mejor dicho «postmodernos», como se lo echa en cara en reiteradas ocasiones Victorio, su compañero de fuga. Si el posmodernismo, en esta fábula en la que no escasean las consideraciones metanarrativas, es objeto de numerosas críticas -se le reprocha su individualismo exacerbado, su escaso interés por los planteamientos ideológicos, su falta de historicismo-, no por eso deja de influir en la tónica global de la novela. En efecto, para que sea legible este texto híbrido, a caballo entre la novela de aventuras y la alegoría, no debe reparar en abrirse al gusto de las nuevas generaciones. Debe aceptar la contaminación, la fusión, el sincretismo. Debe descartar, como lo afirma brutalmente Clelia, el lenguaje de los «viejos», de los «tarados» aferrados a sus petrificadas certezas. En una palabra, debe afrontar los retos del futuro. Es, de hecho, lo que ocurre entre Victorio y Clelia, quien va perdiendo su frivolidad inicial hasta el punto de transformarse en la interlocutora por antonomasia del ex revolucionario, en un símbolo de apertura, de vida, y finalmente de resistencia.

Así, superando sus prejuicios iniciales, la novela se vuelca cada vez más netamente hacia las referencias culturales y los valores de la juventud. Termina por integrarlos, guardándose sin embargo de todo fetichismo. Así, la pasión del movimiento, de la acción a cualquier precio, que caracteriza a Clelia y está ligada a su amor por el cine, tiene como correlato escenas de delirante y paródico dinamismo. O, al contrario, desemboca en treguas casi irreales en que el tiempo, como detenido, nos remite a los maestros del suspense del cine americano. Asimismo, siendo el eclecticismo uno de los distintivos de la posmodernidad, nada tiene de extraño que aparezcan teñidas de cierta sensibilidad «kitsch» no pocas páginas de Imposible equilibrio. Resultan a este respecto particularmente sugestivos los comentarios que apuntan, lo mismo que en Santa Evita, a vindicar, dignificar lo kitsch destacando lo aleatorio de las fronteras entre lo cursi y lo sublime, entre lo popular y lo culto. Es, indirectamente, a través del cuestionamiento de las jerarquías estéticas, una lección de relatividad y tolerancia la que va dando la novela de Mempo Giardinelli.

La estética de apertura y ludismo que adopta el texto, descartando deliberadamente todo vano «sentimiento trágico de la vida» (todo unamuniano engolamiento) es lo que permite finalmente la convergencia de las dos exigencias aparentemente encontradas que lo atraviesan. Se sortea todo posible conflicto generacional, toda caricaturesca y estéril oposición entre la posmodernidad, supuestamente egoísta y asocial, y la modernidad, heredera del espíritu de las Luces y, a este título, propensa a considerarse la única depositaria de la generosidad y la solidaridad, y hasta cierto punto la abanderada por antonomasia de los valores universales. La sed de aventuras, de amor loco y superación personal se conjuga sin tropiezo con el ansia de dignidad y el combate contra la corrupción. Si bien conviene «no amoldarse», no vivir en equilibrios falaces, no es una ideología predeterminada, unívoca, abstracta, la que parece, en los albores del tercer milenio, en condiciones de brindarnos las respuestas adecuadas. La verdadera aventura, en la que culmina el texto, es la de la literatura. Reviste el aspecto de una gran fiesta solidaria, llena de colores y ajetreo, indiferente al paso del tiempo, que reúne a todos los grandes de la literatura universal. Sola capaz de elevar realmente el espíritu -los protagonistas terminan simbólicamente en un «enorme globo aerostático» que no deja de recordar las descabelladas aventuras del barón de Münchausen o de los héroes de Julio Verne-, la literatura no renuncia a su papel visionario. Quizás sea de este paradójico crisol de violentas metáforas y proliferantes intertextos, de excesos, locuras, estereotipos y hasta «boludeces», de donde saldrán las nuevas utopías del mañana, los bellos equilibrios imposibles a los que siguen, sin embargo, más que nunca apegados los entrañables personajes de Mempo Giardinelli.
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(1) Véase a este respecto el interés actual por el concepto de auto-ficción (Serge Doubrovski, Marie Darrieusecq, Jacques Lecarme).

(2) Notemos de paso que Mempo Giardinelli y Ricadro Piglia, partiendo ambos de la ficción novelesca, comparten el mismo gusto por los balances literarios.

(3) Citamos por la Edición Seix Barral, Biblioteca Breve, Argentina, 1995.

(4) Véanse por ejemplo textos como Sombra de la sombra, de Paco Ignacio Taibo II, Las piadosas, última novela de Federico Andahazi, o La sexta isla, de Daniel Chavarría, donde se encuentran abiertamente revalorizados el folletín. lo policíaco, el melodrama y la radionovela.

(5) Véase La Carte de l'Ile, en Des épingles tremblantes, recogido en Martinique, Charmeuse de serpents, Jean-Jacques Pauvert éditeur, 1972.

(6) Véase Santa Evita, Capítulo 4, "Renuncio a los honores", pp. 99-114 (Editorial Planeta, Argentina, 1995).

(7) Véase el prólogo a El reino de este mundo, BolsilibrosUnión, La Habana, 1964.

(8) Véase La chartreuse de Parme, donde aparece el personaje de Clelia, la hija del alcaide. de quien se irá enamorando el joven preso Fabrice del Dongo.

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