TERCERA ENTREGA
5 / RABÍ y Brenda caminan bajo los plátanos crujientes y de golpe la mujer corre hacia la panadería y entra por el portón entornado del garage. Yo recién al llegar allí escuché la guitarra de Poli. El doctor se detiene a contemplar el quincho donde su hija sigue tocando Oración por todos mientras Marti le arrima una silla a Brenda con un dedo cruzado sobre la sonrisa.
-Música celestial -me sacudió la voz del panadero, desde la cocina. -¿Le sirvo un caballito, doctor?
-No, gracias. Esta noche estoy cumplido -le aprieta la mano Rabí al hombre cincuentón con la calvicie juvenilizada por un aura de plata.
-Venga y tómese otro conmigo -demoró en soltarme Coto. -Hoy es la primera vez que abro una botella desde que faltan los hijos. Y mire que todavía no me animé a hacer un asado como la gente.
Rabí mira hacia el fondo y sus ojos parecen espejar el delicado ardor de la guitarra.
-A nosotros nos ayudó mucho integrarnos al grupo Revivir -me explicó Coto, después que brindamos. -Ahí va gente que está en la misma situación y se charla de cosas muy interesantes, aunque a mí en este momento cada persona nueva que se integra me mata. ¿Eh? Y no es por egoísmo.
-¿Y porqué no vuelve a abrir el negocio? En el barrio lo extrañamos. Mire que usted es un panadero de verdad, don Coto.
-Muchas gracias. ¿Pero sabe lo que me asombra, doctor? -ahueva una mirada dulcemente inyectada el hombre huérfano de sus hijos. -Los vecinos me tienen miedo. Algunos hasta cruzan la calle para saludarme de lejos.
-No saben qué decirle. En este país nos enseñan a barrer la filosofía abajo de la alfombra desde que somos chicos.
-Gran verdad. Somos chicos. Mire: Marti trabaja doce horas en la boutique y yo vivo perfectamente bien del reparto. De mañana todavía lloro. Casi todos los días. Lloro, voy al cementerio y vuelvo a hacer los bizcochos escuchando a Gardel. Y hay días que sueño con tener otro oficio. Algo más humanitario. ¿Eh? La plata ya no me importa.
-Gran verdad -me sentí lo suficientemente cargado como para predicar en lugar de Jerónimo. -Lo que importa es tener pan en los ojos. Aunque el mundo nos muerda, compañero.
6 / BRENDA ve irse a Poli con la bolsa de bizcochos que se ganó tocando y sonríe:
-Nosotros también vamos a tener que levantar campamento. Mis padres nos esperan hace como una hora.
Marti siguió mirando un fresno completamente dorado antes de contestar:
-Tu hija me hipnotizó. Sentí que estábamos en el paraíso, otra vez. Para Coto y para mí el paraíso fue cuando nos casamos y tuvimos a los chiquilines.
Brenda sigue sonriendo. Y entonces me animé a desembuchar:
-Cuando ustedes pusieron la panadería nosotros acabábamos de perder una hija de ocho meses.
Después Marti la acompaña hasta la cocina, donde los hombres acaban de brindar por tercera vez.
-Che: ¿sabías que Senel le prestó el libro tibetano a Coto? -me hizo erizar el gordo, poniéndose más bizco que Jerónimo.
-Sí. Y hoy tuvimos a todos los Rabí de visita -levanta nuevamente su vaso el panadero. -Gracias al cielo eterno que llevamos adentro cada uno. ¿Eh? Le puedo asegurar que el Lama que escribió ese libro es un Gardel de las montañas, señora.
-Claro -se enrolló el gordo, haciendo fondo blanco para no desperdiciar ni un milímetro de caballito. -Pero cada uno tiene que ser un avión para eso. Si no se cruza el techo de nubes no hay cielo limpio que valga, compañero.
Brenda mira muy fijo a Marti y suspira:
-Yo me voy sola.
5 / RABÍ y Brenda caminan bajo los plátanos crujientes y de golpe la mujer corre hacia la panadería y entra por el portón entornado del garage. Yo recién al llegar allí escuché la guitarra de Poli. El doctor se detiene a contemplar el quincho donde su hija sigue tocando Oración por todos mientras Marti le arrima una silla a Brenda con un dedo cruzado sobre la sonrisa.
-Música celestial -me sacudió la voz del panadero, desde la cocina. -¿Le sirvo un caballito, doctor?
-No, gracias. Esta noche estoy cumplido -le aprieta la mano Rabí al hombre cincuentón con la calvicie juvenilizada por un aura de plata.
-Venga y tómese otro conmigo -demoró en soltarme Coto. -Hoy es la primera vez que abro una botella desde que faltan los hijos. Y mire que todavía no me animé a hacer un asado como la gente.
Rabí mira hacia el fondo y sus ojos parecen espejar el delicado ardor de la guitarra.
-A nosotros nos ayudó mucho integrarnos al grupo Revivir -me explicó Coto, después que brindamos. -Ahí va gente que está en la misma situación y se charla de cosas muy interesantes, aunque a mí en este momento cada persona nueva que se integra me mata. ¿Eh? Y no es por egoísmo.
-¿Y porqué no vuelve a abrir el negocio? En el barrio lo extrañamos. Mire que usted es un panadero de verdad, don Coto.
-Muchas gracias. ¿Pero sabe lo que me asombra, doctor? -ahueva una mirada dulcemente inyectada el hombre huérfano de sus hijos. -Los vecinos me tienen miedo. Algunos hasta cruzan la calle para saludarme de lejos.
-No saben qué decirle. En este país nos enseñan a barrer la filosofía abajo de la alfombra desde que somos chicos.
-Gran verdad. Somos chicos. Mire: Marti trabaja doce horas en la boutique y yo vivo perfectamente bien del reparto. De mañana todavía lloro. Casi todos los días. Lloro, voy al cementerio y vuelvo a hacer los bizcochos escuchando a Gardel. Y hay días que sueño con tener otro oficio. Algo más humanitario. ¿Eh? La plata ya no me importa.
-Gran verdad -me sentí lo suficientemente cargado como para predicar en lugar de Jerónimo. -Lo que importa es tener pan en los ojos. Aunque el mundo nos muerda, compañero.
6 / BRENDA ve irse a Poli con la bolsa de bizcochos que se ganó tocando y sonríe:
-Nosotros también vamos a tener que levantar campamento. Mis padres nos esperan hace como una hora.
Marti siguió mirando un fresno completamente dorado antes de contestar:
-Tu hija me hipnotizó. Sentí que estábamos en el paraíso, otra vez. Para Coto y para mí el paraíso fue cuando nos casamos y tuvimos a los chiquilines.
Brenda sigue sonriendo. Y entonces me animé a desembuchar:
-Cuando ustedes pusieron la panadería nosotros acabábamos de perder una hija de ocho meses.
Después Marti la acompaña hasta la cocina, donde los hombres acaban de brindar por tercera vez.
-Che: ¿sabías que Senel le prestó el libro tibetano a Coto? -me hizo erizar el gordo, poniéndose más bizco que Jerónimo.
-Sí. Y hoy tuvimos a todos los Rabí de visita -levanta nuevamente su vaso el panadero. -Gracias al cielo eterno que llevamos adentro cada uno. ¿Eh? Le puedo asegurar que el Lama que escribió ese libro es un Gardel de las montañas, señora.
-Claro -se enrolló el gordo, haciendo fondo blanco para no desperdiciar ni un milímetro de caballito. -Pero cada uno tiene que ser un avión para eso. Si no se cruza el techo de nubes no hay cielo limpio que valga, compañero.
Brenda mira muy fijo a Marti y suspira:
-Yo me voy sola.
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