(Catedrática en la Universidad de Poitiers y Responsable del SEMINARIO de Literatura Latinoamericana del C.R.L.A. (Centro de Recherches Latino-Américaines)
El rastro de tu sangre en la nieve:
¿cuento de hadas sombrío o canción kitsch?
Doce cuentos peregrinos (1992), el libro de donde esta extraída la ficción que nos proponemos analizar aquí ya resulta de entrada, desde su mismo título, intrigante. El autor parece querer sacar partido -cosa que confirmará la lectura- de la polisemia del calificativo, lanzándonos por pistas que habrán de combinar lo extraño, insólito, extraordinario y hasta disparatado con la noción de desplazamiento espacial -de peregrinación-, por su parte frecuentemente ligada al surgimiento de incertidumbres, dificultades, obstáculos y pruebas de toda clase por superar. Los cuentos de dicha colección, de los cuales precisa el mismo García Márquez en el Prólogo (1) que tienen como origen notas periodísticas, guiones de cine, una serial de televisión, o una historia contada oralmente en una entrevista grabada, transcrita y publicada por un amigo, y vuelta a escribir por él, están en gran parte colocados bajo el triple signo de lo fantástico puro, por así llamarlo (la irrupción de lo inexplicable (2) en nuestro mundo cotidiano), un realismo mágico (3) tendiente a embellecer, poetizar la realidad circundante mediante la metáfora y la hiperbolización, y lo maravilloso tal como se da en los cuentos populares. (Damos por sentadas todas estas nociones).
En El rastro de tu sangre en la nieve es la poética mágicorrealista y el espíritu del cuento de hadas los que más fuertemente laten en el texto, que posee sin embargo cierta dimensión de moderna y truculenta crónica de sociedad: no nos olvidemos en efecto de la presencia de este «Yo», el del narrador investigador y confidente que asoma en dos ocasiones (4) en el el texto, permitiéndonos conocer la trágica historia de amor de dos excepcionales caribeños y compatriotas suyos: Billy Sánchez de Ávila y Nena Daconte.
Al anochecer, cuando llegaron a la frontera, Nena Daconte se dio cuenta de que el dedo con el anillo de bodas le seguía sangrando. [...] Nena Daconte era casi una niña, con unos ojos de pájaro feliz y una piel de melaza que todavía irradiaba la resolana del Caribe en el lúgubre anochecer de enero, y estaba arropada hasta el cuello con un abrigo de nucas de visón que no podía comprarse con el sueldo de un año de toda la guarnición.
De entrada el lector se encuentra confrontado, en un relato que comienza in medias res, a una situación cuyo carácter extraño no se le puede escapar. Ingresa paulatinamente en un universo colmado de indicios preocupantes. Primero el motivo de la sangre (5), aliado doblemente al dedo lastimado y a la mención de la boda, lo remite inmediatamente al ambiente maléfico presente en no pocos cuentos populares o de hadas, específicamente a la Bella Durmiente de Perrault cuyo desenlace, sin embargo, difiere totalmente del trágico final del cuento que nos ocupa, y en menor grado a Blancanieves, texto en el cual la sangre de la madre de la protagonista también salpica la nieve en determinado momento. Es más, la onomástica -Daconte ya suena a cuento- y la miniaturización de que es objeto el personaje femenino, cariñosamente apodado Nena, una suerte de Pulgarcito femenino de destino menos afortunado, en cambio, corrobora nuestras primeras impresiones.
Más adelante, el marco espacial contribuirá sobremanera a potenciar esta dimensión angustiante propia del cuento popular. Son tantos y tan enfáticamente adversos los datos geográficos y climáticos brindados por el narrador, resultan tan visibles los guiños a la exaltación romántica que hasta puede suponerse de parte del narrador una intención oblicuamente paródica. Las borrascas heladas no tardan en convertirse en un viento de lobos, la deambulación nocturna del coche y el mal rato pasado en una noche de espantos, y si bien el marco general no es de páramos castigados por los elementos, sino chatamente urbano, la fugaz mención de la travesía de las landas basta para convocar la sombra de Emily Brontë y su célebre novela Wuthering heights (Cumbres borrascosas). También late de modo subliminal el recuerdo de Abismos de pasión (1954), la fiera adaptación cinematográfica de Luis Buñuel. Detengámonos un instante en la inusitada, en español, metáfora: viento de lobos, muy probablemente inspirada en la popular expresión francesa froid de loup, así como el uso insólito del plural en noche de espantos, en vez del esperado singular noche de espanto. Estas dos ínfimas modificaciones no son, de hecho, nada casuales. ¿Acaso no nos remiten estos lobos y espectros, por muy metafóricos que sean, a los miedos más arcaicos del hombre que ponen precisamente en escena los cuentos populares? ¿Acaso no contribuyen a crear en torno a la pareja protagónica la tensión propia de los relatos colocados bajo el signo de lo sobrenatural? De ahí que encontremos poco después en el texto, muy naturalmente y con toda claridad esta vez, una breve asimilación de Nena Daconte a una aparición mágica.
Como puede intuirse, sin ser El rastro de tu sangre en la nieve un cuento de hadas propiamente dicho, fundado en la aceptación de una lógica maravillosa, el texto de García Márquez, amorosamente paródico, no tiene reparo en canibalizar la tradición del cuento popular para fines que nos tocará precisar más adelante. (Señalemos de paso que se mantendrá íntegra la afición del autor por lo maravilloso y las leyendas vernaculares, como por ejemplo en la novela Del amor y otros demonios, de 1994). Paulatinamente, la delicada herida de la rosa (pág. 219), asociada a la preciosa sortija de diamantes de la joven, engañosamente connotadora de pureza y eternidad, desemboca en una visión más descarnada de la situación. Por mucho humor que tenga la víctima Nena Daconte, por más que intente minimizar la gravedad del pinchazo, éste se convierte inexcusablemente en una alarmante herida. El cuento de hadas va cobrando visos cada vez más inquietantes: la lítote, figura de atenuación que asoma en contadas ocasiones, ligada generalmnte al personaje femenino, aligerando el ambiente angustioso, termina barrida por el recurso a la amplificación e hiperbolización. Así no deja de intensificarse el motivo de la sangre, que se vuelve un verdadero eje estructurador del texto. Del dedo que se chupaba [Nena Daconte] de un modo inconsciente, actitud infantil si cabe, se pasa al pañuelo amarrado en el dedo, luego al pañuelo empapado en sangre y tirado a la basura (pág. 229), y finalmente a las impresionantes tiras de papel higiénico teñidas por un flujo incontrolable. No tarda la sangre en salpicar significativamente los emblemas más visibles de la sin par belleza de la joven. Y si Billy Sánchez consigue eliminar las manchitas de sangre seca que descubre atónito en el abrigo de pieles de Nena Daconte (página 241), no por eso deja el lector de intuir la precariedad de semejante victoria. La joven acabará, como se sabe, desangrada en el hospital.
Pasamos entonces subrepticiamente del pinchazo y el sopor falsamente mortales de la Bella Durmiente al relato horrorífico del destino de Nena Daconte, del esquema de una redención por el amor al de una misteriosa condena, un castigo fatal, presentido, sin embargo, en determinado momento por la misma víctima. En la mitad del texto dice el narrador: La ropa que llevaba puesta, el abrigo, los asientos del coche, se iban empapando poco a poco, pero de un modo irreparable. Billy Sánchez se asustó en serio e insistió en buscar una farmacia, pero ella sabía entonces que aquello no era asunto de boticarios (pág. 230).
Ahora bien, ¿cómo entender este sangriento desenlace poco afín al modelo canónico que sustenta el texto de García Márquez, este enigmático aquello, eco directo del pozo negro del inconsciente (del ça freudiano, el ello, presente en la segunda teoría freudiana del aparato psíquico) (6).
Varias interpretaciones pueden avanzarse, desde luego, lo cual nada tiene de extraño tratándose de un texto que juega con varios códigos a la vez, hibridándolos con agudeza. Si pensamos primero en términos de cuento popular, está claro que el final de El rastro de tu sangre en la nieve resulta sumamente transgresivo. Muere Nena Daconte, la Bella que tendría que haberse salvado, muerte tanto más injusta cuanto que se trata de la de un personaje presentado desde las primeras líneas como frágil, vulnerable, diminuta, casi una niña, en fuerte contraste con su esposo alto y atlético. Muerte intolerable también por cumplir este personaje femenino una función de auxiliar que debería normalmente quedar premiada de alguna manera. ¿Por qué entonces este trágico fin? Tal vez pueda verse como un castigo por la transgresión del tabú de la virginidad realizada por la muchacha. No nos olvidemos en efecto de que la novia Nena Daconte no sólo no es virgen, sino que está embarazada, detalle recurrente en el texto, ni de la insistencia en la juvenil furia amorosoa de la misma durante el período anterior al casamiento.
Pero El rastro de tu sangre en la nieve apela a otros códigos que los del cuento popular. Participa de la novela de aventuras y hasta tiene visos de road-story. Nos lleva a un ritmo endemoniado, paródico, de la frontera de España a la capital de Francia, haciéndonos pasar por una serie de ciudades fantasmagóricas apenas entrevistas y envueltas en la niebla y las nevadas: Hendaya, Biarritz, Burdeos, Bayona y Orléans. El tema del desplazamiento espacial, presente en casi todos los textos de la colección en mayor o menor grado, ocupa aquí un lugar relevante. Viajar -de viaje de bodas se trata- constituye en efecto la función principal del joven matrimonio de riquísimos caribeños. De la inmersión en tierras foráneas se esperan generalmente sensaciones novedosas, descubrimientos felices, revelaciones y satisfacciones de toda clase. Pero aquí ocurre todo lo contrario, como lo subraya un narrador sarcástico particularmente sensible a los desperfectos y mediocridades de la tierra visitada.
De hecho, el tema del viaje da pie a una sátira de la sociedad francesa presentada como individualista, poco solidaria, y sobre todo particularmente dotada para la cicatería. La desilusión y un fuerte sentimiento de soledad no tardan en imponerse, engendrando una inevitable y nostálgica comparación con la tierra nativa dejada atrás. El Caribe, cuya entrañable presencia ilumina no pocos textos de Doce cuentos peregrinos, desempeña aquí un papel determinante al reimpulsar de modo original, inesperado, la famosa docotomía Civilización / Barbarie. Como si nada surgen en el texto, en forma jocosa, los vocablos salvaje y caníbal, usados metafóricamente para caracterizar, por ejemplo, la conducta poco fina de Billy Sánchez o posibles actitudes inamistosas de otros personajes ajenos a la pareja. Pero ligadas como están las palabras caníbal y canibalismo al pueblo caribe, que practicaba efectivamente la antropofagia ritual, se establece una insidiosa equivalencia entre el Caribe, los caribeños y las Américas bárbaras (7), a las que no dejará más adelante de aludir el cuento.
Tras jugar primero con el estereotipo que hace del indio caribe el paradigma mismo de la monstruosidad, y del caribeño en tierras europeas una pintoresca modalidad de meteco torpe y un tanto ridículo, el narrador invierte notoriamente el esquema acostumbrado. ¿Son realmente los caribeños Nena Daconte y su esposo Billy Sánchez dos terribles antropófagos? El trágico final deparado a la joven, quien muere desangrada en un civilizado hospital parisino regido por el imperio de la razón, víctima de una misteriosa forma de vampirización, parecería indicar al contrario que la barbarie anida más bien en los lugares teóricamente más finos: en Europa, supuesto símbolo de civilización, pero tierra de los vampiros, como se nos recuerda humorísticamente. Como puede apreciarse, el narrador nos brinda una versión novedosa y desacralizadora de las relaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo.
El clásico viaje de (re)descubrimiento o formación del joven matrimonio americano culmina en un choque fatal que no deja de recordar, en un movimiento cíclico, el pasado encontronazo entre los conquistadores españoles y las poblaciones indígenas. Europa reviste aquí otra vez una sangrienta apariencia más pavorosa aún que la esterotipada imagen de la monstruosidad americana. El tema del viaje habrá permitido, por consiguiente, entrever con lucidez la faz oculta del Otro: ajena al verdadero diálogo, indiferente, impotente, y hasta despiadada. La crueldad del mundo quedará suavizada, sin embargo, de dos maneras. Primero, con el embalsamamiento del cadáver de Nena Daconte, que le da acceso a una resplandeciente forma de eternidad. Y por fin, a último momento, conforme otra vez a la consabida lógica apaciguante del cuento de hadas, con una alegre irrupción de la nieve, asimilada a un pequeño milagro: Cuando salió del hospital, ni siquiera se dio cuenta de que estaba cayendo del cielo una nieve sin rastros de sangre, cuyos copos tiernos y nítidos parecían plumitas de palomas, y que en las calles de París había un aire de fiesta, porque era la primera nevada grande en diez años. Pero este tardío y muy limitado happy end no logra borrar la desacralizadora imagen de Europa, segundo eje significativo de este cuento marqueciano sobre la nostalgia de la tierra nativa, el dolor del desarraigo, el sentimiento de extrañeza -no exento, cabe señalarlo, de elementos autobiográficos.
Queda por examinar, sin embargo, otra posibilidad interpretativa, la tercera: la dimensión satírica de la pintura del nada idílico mundo caribeño, de machismo devastador, que prolonga con humor la reflexión ya emprendida metáforicamente sobre la violencia de la vida europea. Ahora le toca al Caribe revelarnos su faz sombría, el olor a podredumbre de la bahía de Cartagena de Indias, sus otras fealdades. ¿Cómo no ver, en efecto, en el desangramiento mortal de Nena Daconte una consecuencia indirecta del comportamiento irresponsable de Billy Sánchez? ¿Cómo no percibir aquí, más allá de las consensuales figuras del Príncipe azul y su bella princesa, una crítica de las pautas que rigen la todavía patriarcal sociedad caribeña moderna?
El rastro de tu sangre en la nieve posee un doble anclaje: una cultura popular fundada en modelos arquetípicos, como ya lo hemos visto, y una reconocible modernidad cuyos atributos son precisamente objeto de cuestionamiento. El heteróclito nombre del muchacho, verdadera encrucijada semántica, ya anuncia tironeos identitarios. Billy Sánchez de Ávila: curiosa amalgama en la que el primer término, Billy, que no deja de remitirnos al forajido norteamericano más famoso, Billy the Kid, trasunta una violencia a flor de piel siempre dispuesta a desatarse. Violencia atenuada, no obstante, por los dos elementos restantes del apellido: neutro, el común y corriente Sánchez, y de mucho empaque y espiritualidad el último, el castizo «de Ávila», que hasta sabe a santidad. Billy Sánchez resulta pues todo un enigma. Príncipe Azul y jefe de una pandilla de cadeneros ocupada en tomar por asalto los vestidores de las mujeres en los balnearios, intentando violarlas, héroe y antihéroe siempre a dos pasos de la delincuencia más burda, niño desatendido y consentido a la vez por su rica familia, el personaje protagónico es, de hecho, una tierra baldía que necesita ser labrada, cultivada. Nena Daconte cumplirá a su lado una función indiscutiblemente civilizadora -sabe cuatro idiomas, domina perfectamente el saxofón tenor, tiene modales finos, temperamento y hasta gustos vanguardistas-, iniciándolo pacientemente en el amor verdadero. El narrador señala no sin humor que a ella le tocará romper la cáscara amarga de Billy Sánchez, un Billy Sánchez, conviene recordarlo, que estuvo a punto de abusar de ella en su primer encuentro sorpresivo.
A diferencia de la visión idealizadora transmitida por el cuento de hadas, El rastro de tu sangre en la nieve nos confronta brutalmente con la realidad de las relaciones entre hombres y mujeres. Fuerza es reconocer que si Nena Daconte es capaz de socorrer con eficacia a su enamorado, de cuidarlo cuando se encuentra con la mano medio rota, de cumplir una clara función de auxiliar que hace de ella algo más que una bella mujer frívola, Billy Sánchez, en cambio, con todo su amor, resulta incapaz de tomar la medida de lo que está sucediendo. El cuento insiste sobre el egoísmo involuntario, el infantilismo, la versatilidad de quien está como ofuscado, enajenado por una nueva pasión arrolladora: la del automóvil platinado cuyo interior exhalaba un aliento de bestia viva, del juguete grande de 25. 000 libras esterlinas, del impresionante Bentley. Progresivamente asistimos al insidioso desgaste del sentimiento amoroso, que sigue -cómo no verlo-, a la institución del matrimonio (8). A la magia inicial del amor se ha sustituido la magia del coche (9), la sacralización de los objetos más inmediatamente simbólicos del poder masculino, alentada implícitamente por la educación machista y prejuiciosa de las clases altas. El automóvil se ha tornado un sustituo del falo, objeto de toda la atención masculina, mientras que el flujo sangriento de la mujer amada pasa a un segundo plano. En la larvada guerra de los sexos a la cual asistimos, la mujer va perdiendo pie paulatinamente, condenada por la ceguera e incomprensión masculina. A no ser que haya además en esto una forma de inconfesado terror masculino, de miedo arcaico del hombre ante esa sangre femenina que se le escapa. Parece confirmar esta interpretación otro cuento hispanoamericano, un posible intertexto manejado aquí por García Márquez: El almohadón de plumas de Horacio Quiroga (10), en el cual precisamente, después de casada, empieza a extinguirse la vida de Alicia vampirizada por un bicho que chupa su sangre, en medio de la total incomprensión y pasividad del marido.
Volvamos ahora al cuento del escritor colombiano. Billy Sánchez, por su parte, una vez separado de su mujer, terminará por perder toda referencia clara al espacio y al tiempo, por no ser más que un costeño aturdido por la novedad de París, totalmente descolocado, incapaz de llegar a tiempo para asistir a los funerales de su propia esposa. Regresará a su inicial condición de inmadurez, de huérfano asustado y triste, sin asideros en el mundo, como bien lo prueba al final del cuento su desaforada reacción. El fallecimiento trágico de Nena Daconte suscita en él, en efecto, como antes de que la conociera, una violencia bestial : Se fue sin despedirse, sin nada que agradecer, pensando que lo único que necesitaba con urgencia era encontrarse con alguien a quien romperle la madre a cadenazos para desquitarse de su desgracia (pág. 244).
Última vuelta de tuerca. Falta ahora, una vez terminada la lectura de este texto plurívoco -a caballo entre cuento de hadas, relato de aventuras, literatura de horror, sátira social, meditación poética sobre el fluir del tiempo, y en última instancia alegoría sobre la vida y la muerte- volver sobre su llamativo título, El rastro de tu sangre en la nieve, en el que se involucra directamente al lector, pero ante todo al personaje femenino protagónico implicado por esta segunda persona. Un vientecillo kitsch sopla indiscutiblemente por la ficción marqueciana. ¿Será éste de «mal gusto»?; como no dejaría de afirmarlo cierta crítica «seria» detractora del Arte kitsch, particularmente reñida con el mimetismo pueril, los colores chillones, la intensidad forzada, la dramatización efectista, el sentimentalismo de pacotilla (11) de que supuestamente se nutre dicho arte, propenso a exhibir con complacencia lo que «el buen gusto», en cambio, se empeña generalmente en mantener callado o meramente sugerido. Fuerza es reconocer que esta sensibilidad ingenua y exacerbada es la que asume lúdicamente, y hasta parece reivindicar el personaje de la joven Nena Daconte al exclamar, ignorante del destino trágico que la espera: Un rastro de sangre en la nieve desde Madrid hasta París. ¿No te parece bello para una canción? Notemos de paso el parentesco y las diferencias existentes entre esta línea sangrienta de enfática visibilidad dibujada en el suelo y la discreta y eficaz huella dejada, en cambio, por los guijarritos del humilde Pulgarcito del cuento de Perrault.
En esta connivencia con el kistch afirmada casi de entrada por el personaje femenino puede verse, de hecho, un guiño del escritor colombiano hacia otra forma de cultura popular: la canción, arte menor y sin embargo vertebrador de todas las sociedades, aquí llena de gracia fugaz, ligereza y provocativa despreocupación. Recordemos al respecto la constante afición de García Márquez por la canción popular, ya presente por ejemplo en Cien años de soledad y en El amor en los tiempos del cólera (12). Ahora bien, conviene reconocer que si efectivamente encuentra cabida en el cuento de García Márquez esta sensibilidad popular teñida de kitsch (13), es, sin embargo, desde una perspectiva irónica, distanciada, desde el «camp», como bien lo prueba la tragedia final que cuestiona la irresponsabilidad pueril inherente a la letra de la canción. Pero la parodia, como bien se sabe, no está exenta de ambigüedades: sólo se critica aquello que de alguna manera se ama o amó anteriormente (en la niñez o adolescencia, específicamente). Con el kitsch pasa por la ficción un idealizado soplo de infancia -de inmadurez estética tal vez, de trivialidad, posiblemente-, del cual, sin embargo, le cuesta trabajo sustraerse totalmente a la escritura adulta, como puede observarse aquí. De la tensión entre la sensibilidad kitsch y la visión sombría del cuento de hadas y de horror nace precisamente El rastro de tu sangre en la nieve. A través de este cuento singular, la literatura culta hispanoamericana nos muestra con creces que se abreva tanto en la cultura universal como en la vernacular, en lo popular como en lo letrado, cuyas fronteras ya de por sí inciertas se complace en desplazar lúdicamente, más aún tratándose de las obras de la posmodernidad, paródicas, desacralizadoras, desjerarquizadoras.
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Notas
(1) Gabriel García Márquez, Doce cuentos peregrinos, Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1992 (Prólogo, p. 13).
(2) Véanse los trabajos de Tzvetan Todorov sobre la literatura fantástica (Introducción a la literatura fantástica, México, Premia, 1980. En francés: Introduction à la littérature fantastique, Éditions du Seuil, Collection Poétique, 1970).
(3) Son muchos los estudios y reflexiones sobre el realismo mágico y lo real maravilloso (Alejo Carpentier, Arturo Uslar Pietri, Anderson Imbert, Juan Barroso, Alexis Márquez Rodríguez…).
(4) Véase García Márquez, op. cit., pp. 233 y 239: Nena Daconte ingresó a las 9.30 del martes 7 de enero, según lo pude comprobar años después en los archivos del hospital, y Estaba en el número 22 de la calle del Elíseo, dentro de uno de los sectores más apacibles de París, pero lo único que le impresionó a Billy Sánchez, según él mismo me lo contó en Cartagena de Indias muchos años después, fue que el cielo estaba tan claro como en el Caribe por la primera vez desde su llegada (…).
(5) Véanse los trabajos de Bruno Bettelheim sobre el cuento de hadas (Psychanalayse des contes de fées, Robert Lafont, 1976).
(6) Véase J. Laplanche et J.B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalyse, Presses Universitaires de France, Paris, 1967, pp. 56-58.
(7) García Márquez, op. cit., p. 225.
(8) Ibid, p.229: -Es la primera vez que me fallas -dijo él. / -Claro -replicó ella. -Es la primera vez que somos casados.
(9) Ibid., p. 226: En el trayecto (Nena Daconte) le fue indicando los lugares más conocidos de la ciudad, pero él sólo parecía atento a la magia del coche.
(10) Véase Horacio Quiroga, Cuentos de amor, de locura y de muerte, Edit. Losada, Buenos Aires, 1964.
(11) De «pillaje sentimental» de parte del arte kitsch no duda en hablar Adorno.
(12) Véase la alusión a la figura del juglar Francisco el Hombre, en Cien años de soledad, la letra del vallenato La diosa coronada, en El amor en los tiempos del cólera.
(13) Otros toque kitchs particularmente detectables se encuentran determinados por el texto marqueciano, como esa trivial envoltura de papel celofán y ese enorme lazo dorado, un tanto ridículo, afeminado, que envuelve al lujoso Bentley entregado por el embajador al joven Billy Sánchez. Otras muchas notas kitsch están relacionadas, evidentemente, con la expresión enfática del sentimiento amoroso (buen ejemplo de ello es la expresión agonizar de soledad, empleada para la descripción del estado amímico del marido de Nena Conte).
El rastro de tu sangre en la nieve:
¿cuento de hadas sombrío o canción kitsch?
Doce cuentos peregrinos (1992), el libro de donde esta extraída la ficción que nos proponemos analizar aquí ya resulta de entrada, desde su mismo título, intrigante. El autor parece querer sacar partido -cosa que confirmará la lectura- de la polisemia del calificativo, lanzándonos por pistas que habrán de combinar lo extraño, insólito, extraordinario y hasta disparatado con la noción de desplazamiento espacial -de peregrinación-, por su parte frecuentemente ligada al surgimiento de incertidumbres, dificultades, obstáculos y pruebas de toda clase por superar. Los cuentos de dicha colección, de los cuales precisa el mismo García Márquez en el Prólogo (1) que tienen como origen notas periodísticas, guiones de cine, una serial de televisión, o una historia contada oralmente en una entrevista grabada, transcrita y publicada por un amigo, y vuelta a escribir por él, están en gran parte colocados bajo el triple signo de lo fantástico puro, por así llamarlo (la irrupción de lo inexplicable (2) en nuestro mundo cotidiano), un realismo mágico (3) tendiente a embellecer, poetizar la realidad circundante mediante la metáfora y la hiperbolización, y lo maravilloso tal como se da en los cuentos populares. (Damos por sentadas todas estas nociones).
En El rastro de tu sangre en la nieve es la poética mágicorrealista y el espíritu del cuento de hadas los que más fuertemente laten en el texto, que posee sin embargo cierta dimensión de moderna y truculenta crónica de sociedad: no nos olvidemos en efecto de la presencia de este «Yo», el del narrador investigador y confidente que asoma en dos ocasiones (4) en el el texto, permitiéndonos conocer la trágica historia de amor de dos excepcionales caribeños y compatriotas suyos: Billy Sánchez de Ávila y Nena Daconte.
Al anochecer, cuando llegaron a la frontera, Nena Daconte se dio cuenta de que el dedo con el anillo de bodas le seguía sangrando. [...] Nena Daconte era casi una niña, con unos ojos de pájaro feliz y una piel de melaza que todavía irradiaba la resolana del Caribe en el lúgubre anochecer de enero, y estaba arropada hasta el cuello con un abrigo de nucas de visón que no podía comprarse con el sueldo de un año de toda la guarnición.
De entrada el lector se encuentra confrontado, en un relato que comienza in medias res, a una situación cuyo carácter extraño no se le puede escapar. Ingresa paulatinamente en un universo colmado de indicios preocupantes. Primero el motivo de la sangre (5), aliado doblemente al dedo lastimado y a la mención de la boda, lo remite inmediatamente al ambiente maléfico presente en no pocos cuentos populares o de hadas, específicamente a la Bella Durmiente de Perrault cuyo desenlace, sin embargo, difiere totalmente del trágico final del cuento que nos ocupa, y en menor grado a Blancanieves, texto en el cual la sangre de la madre de la protagonista también salpica la nieve en determinado momento. Es más, la onomástica -Daconte ya suena a cuento- y la miniaturización de que es objeto el personaje femenino, cariñosamente apodado Nena, una suerte de Pulgarcito femenino de destino menos afortunado, en cambio, corrobora nuestras primeras impresiones.
Más adelante, el marco espacial contribuirá sobremanera a potenciar esta dimensión angustiante propia del cuento popular. Son tantos y tan enfáticamente adversos los datos geográficos y climáticos brindados por el narrador, resultan tan visibles los guiños a la exaltación romántica que hasta puede suponerse de parte del narrador una intención oblicuamente paródica. Las borrascas heladas no tardan en convertirse en un viento de lobos, la deambulación nocturna del coche y el mal rato pasado en una noche de espantos, y si bien el marco general no es de páramos castigados por los elementos, sino chatamente urbano, la fugaz mención de la travesía de las landas basta para convocar la sombra de Emily Brontë y su célebre novela Wuthering heights (Cumbres borrascosas). También late de modo subliminal el recuerdo de Abismos de pasión (1954), la fiera adaptación cinematográfica de Luis Buñuel. Detengámonos un instante en la inusitada, en español, metáfora: viento de lobos, muy probablemente inspirada en la popular expresión francesa froid de loup, así como el uso insólito del plural en noche de espantos, en vez del esperado singular noche de espanto. Estas dos ínfimas modificaciones no son, de hecho, nada casuales. ¿Acaso no nos remiten estos lobos y espectros, por muy metafóricos que sean, a los miedos más arcaicos del hombre que ponen precisamente en escena los cuentos populares? ¿Acaso no contribuyen a crear en torno a la pareja protagónica la tensión propia de los relatos colocados bajo el signo de lo sobrenatural? De ahí que encontremos poco después en el texto, muy naturalmente y con toda claridad esta vez, una breve asimilación de Nena Daconte a una aparición mágica.
Como puede intuirse, sin ser El rastro de tu sangre en la nieve un cuento de hadas propiamente dicho, fundado en la aceptación de una lógica maravillosa, el texto de García Márquez, amorosamente paródico, no tiene reparo en canibalizar la tradición del cuento popular para fines que nos tocará precisar más adelante. (Señalemos de paso que se mantendrá íntegra la afición del autor por lo maravilloso y las leyendas vernaculares, como por ejemplo en la novela Del amor y otros demonios, de 1994). Paulatinamente, la delicada herida de la rosa (pág. 219), asociada a la preciosa sortija de diamantes de la joven, engañosamente connotadora de pureza y eternidad, desemboca en una visión más descarnada de la situación. Por mucho humor que tenga la víctima Nena Daconte, por más que intente minimizar la gravedad del pinchazo, éste se convierte inexcusablemente en una alarmante herida. El cuento de hadas va cobrando visos cada vez más inquietantes: la lítote, figura de atenuación que asoma en contadas ocasiones, ligada generalmnte al personaje femenino, aligerando el ambiente angustioso, termina barrida por el recurso a la amplificación e hiperbolización. Así no deja de intensificarse el motivo de la sangre, que se vuelve un verdadero eje estructurador del texto. Del dedo que se chupaba [Nena Daconte] de un modo inconsciente, actitud infantil si cabe, se pasa al pañuelo amarrado en el dedo, luego al pañuelo empapado en sangre y tirado a la basura (pág. 229), y finalmente a las impresionantes tiras de papel higiénico teñidas por un flujo incontrolable. No tarda la sangre en salpicar significativamente los emblemas más visibles de la sin par belleza de la joven. Y si Billy Sánchez consigue eliminar las manchitas de sangre seca que descubre atónito en el abrigo de pieles de Nena Daconte (página 241), no por eso deja el lector de intuir la precariedad de semejante victoria. La joven acabará, como se sabe, desangrada en el hospital.
Pasamos entonces subrepticiamente del pinchazo y el sopor falsamente mortales de la Bella Durmiente al relato horrorífico del destino de Nena Daconte, del esquema de una redención por el amor al de una misteriosa condena, un castigo fatal, presentido, sin embargo, en determinado momento por la misma víctima. En la mitad del texto dice el narrador: La ropa que llevaba puesta, el abrigo, los asientos del coche, se iban empapando poco a poco, pero de un modo irreparable. Billy Sánchez se asustó en serio e insistió en buscar una farmacia, pero ella sabía entonces que aquello no era asunto de boticarios (pág. 230).
Ahora bien, ¿cómo entender este sangriento desenlace poco afín al modelo canónico que sustenta el texto de García Márquez, este enigmático aquello, eco directo del pozo negro del inconsciente (del ça freudiano, el ello, presente en la segunda teoría freudiana del aparato psíquico) (6).
Varias interpretaciones pueden avanzarse, desde luego, lo cual nada tiene de extraño tratándose de un texto que juega con varios códigos a la vez, hibridándolos con agudeza. Si pensamos primero en términos de cuento popular, está claro que el final de El rastro de tu sangre en la nieve resulta sumamente transgresivo. Muere Nena Daconte, la Bella que tendría que haberse salvado, muerte tanto más injusta cuanto que se trata de la de un personaje presentado desde las primeras líneas como frágil, vulnerable, diminuta, casi una niña, en fuerte contraste con su esposo alto y atlético. Muerte intolerable también por cumplir este personaje femenino una función de auxiliar que debería normalmente quedar premiada de alguna manera. ¿Por qué entonces este trágico fin? Tal vez pueda verse como un castigo por la transgresión del tabú de la virginidad realizada por la muchacha. No nos olvidemos en efecto de que la novia Nena Daconte no sólo no es virgen, sino que está embarazada, detalle recurrente en el texto, ni de la insistencia en la juvenil furia amorosoa de la misma durante el período anterior al casamiento.
Pero El rastro de tu sangre en la nieve apela a otros códigos que los del cuento popular. Participa de la novela de aventuras y hasta tiene visos de road-story. Nos lleva a un ritmo endemoniado, paródico, de la frontera de España a la capital de Francia, haciéndonos pasar por una serie de ciudades fantasmagóricas apenas entrevistas y envueltas en la niebla y las nevadas: Hendaya, Biarritz, Burdeos, Bayona y Orléans. El tema del desplazamiento espacial, presente en casi todos los textos de la colección en mayor o menor grado, ocupa aquí un lugar relevante. Viajar -de viaje de bodas se trata- constituye en efecto la función principal del joven matrimonio de riquísimos caribeños. De la inmersión en tierras foráneas se esperan generalmente sensaciones novedosas, descubrimientos felices, revelaciones y satisfacciones de toda clase. Pero aquí ocurre todo lo contrario, como lo subraya un narrador sarcástico particularmente sensible a los desperfectos y mediocridades de la tierra visitada.
De hecho, el tema del viaje da pie a una sátira de la sociedad francesa presentada como individualista, poco solidaria, y sobre todo particularmente dotada para la cicatería. La desilusión y un fuerte sentimiento de soledad no tardan en imponerse, engendrando una inevitable y nostálgica comparación con la tierra nativa dejada atrás. El Caribe, cuya entrañable presencia ilumina no pocos textos de Doce cuentos peregrinos, desempeña aquí un papel determinante al reimpulsar de modo original, inesperado, la famosa docotomía Civilización / Barbarie. Como si nada surgen en el texto, en forma jocosa, los vocablos salvaje y caníbal, usados metafóricamente para caracterizar, por ejemplo, la conducta poco fina de Billy Sánchez o posibles actitudes inamistosas de otros personajes ajenos a la pareja. Pero ligadas como están las palabras caníbal y canibalismo al pueblo caribe, que practicaba efectivamente la antropofagia ritual, se establece una insidiosa equivalencia entre el Caribe, los caribeños y las Américas bárbaras (7), a las que no dejará más adelante de aludir el cuento.
Tras jugar primero con el estereotipo que hace del indio caribe el paradigma mismo de la monstruosidad, y del caribeño en tierras europeas una pintoresca modalidad de meteco torpe y un tanto ridículo, el narrador invierte notoriamente el esquema acostumbrado. ¿Son realmente los caribeños Nena Daconte y su esposo Billy Sánchez dos terribles antropófagos? El trágico final deparado a la joven, quien muere desangrada en un civilizado hospital parisino regido por el imperio de la razón, víctima de una misteriosa forma de vampirización, parecería indicar al contrario que la barbarie anida más bien en los lugares teóricamente más finos: en Europa, supuesto símbolo de civilización, pero tierra de los vampiros, como se nos recuerda humorísticamente. Como puede apreciarse, el narrador nos brinda una versión novedosa y desacralizadora de las relaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo.
El clásico viaje de (re)descubrimiento o formación del joven matrimonio americano culmina en un choque fatal que no deja de recordar, en un movimiento cíclico, el pasado encontronazo entre los conquistadores españoles y las poblaciones indígenas. Europa reviste aquí otra vez una sangrienta apariencia más pavorosa aún que la esterotipada imagen de la monstruosidad americana. El tema del viaje habrá permitido, por consiguiente, entrever con lucidez la faz oculta del Otro: ajena al verdadero diálogo, indiferente, impotente, y hasta despiadada. La crueldad del mundo quedará suavizada, sin embargo, de dos maneras. Primero, con el embalsamamiento del cadáver de Nena Daconte, que le da acceso a una resplandeciente forma de eternidad. Y por fin, a último momento, conforme otra vez a la consabida lógica apaciguante del cuento de hadas, con una alegre irrupción de la nieve, asimilada a un pequeño milagro: Cuando salió del hospital, ni siquiera se dio cuenta de que estaba cayendo del cielo una nieve sin rastros de sangre, cuyos copos tiernos y nítidos parecían plumitas de palomas, y que en las calles de París había un aire de fiesta, porque era la primera nevada grande en diez años. Pero este tardío y muy limitado happy end no logra borrar la desacralizadora imagen de Europa, segundo eje significativo de este cuento marqueciano sobre la nostalgia de la tierra nativa, el dolor del desarraigo, el sentimiento de extrañeza -no exento, cabe señalarlo, de elementos autobiográficos.
Queda por examinar, sin embargo, otra posibilidad interpretativa, la tercera: la dimensión satírica de la pintura del nada idílico mundo caribeño, de machismo devastador, que prolonga con humor la reflexión ya emprendida metáforicamente sobre la violencia de la vida europea. Ahora le toca al Caribe revelarnos su faz sombría, el olor a podredumbre de la bahía de Cartagena de Indias, sus otras fealdades. ¿Cómo no ver, en efecto, en el desangramiento mortal de Nena Daconte una consecuencia indirecta del comportamiento irresponsable de Billy Sánchez? ¿Cómo no percibir aquí, más allá de las consensuales figuras del Príncipe azul y su bella princesa, una crítica de las pautas que rigen la todavía patriarcal sociedad caribeña moderna?
El rastro de tu sangre en la nieve posee un doble anclaje: una cultura popular fundada en modelos arquetípicos, como ya lo hemos visto, y una reconocible modernidad cuyos atributos son precisamente objeto de cuestionamiento. El heteróclito nombre del muchacho, verdadera encrucijada semántica, ya anuncia tironeos identitarios. Billy Sánchez de Ávila: curiosa amalgama en la que el primer término, Billy, que no deja de remitirnos al forajido norteamericano más famoso, Billy the Kid, trasunta una violencia a flor de piel siempre dispuesta a desatarse. Violencia atenuada, no obstante, por los dos elementos restantes del apellido: neutro, el común y corriente Sánchez, y de mucho empaque y espiritualidad el último, el castizo «de Ávila», que hasta sabe a santidad. Billy Sánchez resulta pues todo un enigma. Príncipe Azul y jefe de una pandilla de cadeneros ocupada en tomar por asalto los vestidores de las mujeres en los balnearios, intentando violarlas, héroe y antihéroe siempre a dos pasos de la delincuencia más burda, niño desatendido y consentido a la vez por su rica familia, el personaje protagónico es, de hecho, una tierra baldía que necesita ser labrada, cultivada. Nena Daconte cumplirá a su lado una función indiscutiblemente civilizadora -sabe cuatro idiomas, domina perfectamente el saxofón tenor, tiene modales finos, temperamento y hasta gustos vanguardistas-, iniciándolo pacientemente en el amor verdadero. El narrador señala no sin humor que a ella le tocará romper la cáscara amarga de Billy Sánchez, un Billy Sánchez, conviene recordarlo, que estuvo a punto de abusar de ella en su primer encuentro sorpresivo.
A diferencia de la visión idealizadora transmitida por el cuento de hadas, El rastro de tu sangre en la nieve nos confronta brutalmente con la realidad de las relaciones entre hombres y mujeres. Fuerza es reconocer que si Nena Daconte es capaz de socorrer con eficacia a su enamorado, de cuidarlo cuando se encuentra con la mano medio rota, de cumplir una clara función de auxiliar que hace de ella algo más que una bella mujer frívola, Billy Sánchez, en cambio, con todo su amor, resulta incapaz de tomar la medida de lo que está sucediendo. El cuento insiste sobre el egoísmo involuntario, el infantilismo, la versatilidad de quien está como ofuscado, enajenado por una nueva pasión arrolladora: la del automóvil platinado cuyo interior exhalaba un aliento de bestia viva, del juguete grande de 25. 000 libras esterlinas, del impresionante Bentley. Progresivamente asistimos al insidioso desgaste del sentimiento amoroso, que sigue -cómo no verlo-, a la institución del matrimonio (8). A la magia inicial del amor se ha sustituido la magia del coche (9), la sacralización de los objetos más inmediatamente simbólicos del poder masculino, alentada implícitamente por la educación machista y prejuiciosa de las clases altas. El automóvil se ha tornado un sustituo del falo, objeto de toda la atención masculina, mientras que el flujo sangriento de la mujer amada pasa a un segundo plano. En la larvada guerra de los sexos a la cual asistimos, la mujer va perdiendo pie paulatinamente, condenada por la ceguera e incomprensión masculina. A no ser que haya además en esto una forma de inconfesado terror masculino, de miedo arcaico del hombre ante esa sangre femenina que se le escapa. Parece confirmar esta interpretación otro cuento hispanoamericano, un posible intertexto manejado aquí por García Márquez: El almohadón de plumas de Horacio Quiroga (10), en el cual precisamente, después de casada, empieza a extinguirse la vida de Alicia vampirizada por un bicho que chupa su sangre, en medio de la total incomprensión y pasividad del marido.
Volvamos ahora al cuento del escritor colombiano. Billy Sánchez, por su parte, una vez separado de su mujer, terminará por perder toda referencia clara al espacio y al tiempo, por no ser más que un costeño aturdido por la novedad de París, totalmente descolocado, incapaz de llegar a tiempo para asistir a los funerales de su propia esposa. Regresará a su inicial condición de inmadurez, de huérfano asustado y triste, sin asideros en el mundo, como bien lo prueba al final del cuento su desaforada reacción. El fallecimiento trágico de Nena Daconte suscita en él, en efecto, como antes de que la conociera, una violencia bestial : Se fue sin despedirse, sin nada que agradecer, pensando que lo único que necesitaba con urgencia era encontrarse con alguien a quien romperle la madre a cadenazos para desquitarse de su desgracia (pág. 244).
Última vuelta de tuerca. Falta ahora, una vez terminada la lectura de este texto plurívoco -a caballo entre cuento de hadas, relato de aventuras, literatura de horror, sátira social, meditación poética sobre el fluir del tiempo, y en última instancia alegoría sobre la vida y la muerte- volver sobre su llamativo título, El rastro de tu sangre en la nieve, en el que se involucra directamente al lector, pero ante todo al personaje femenino protagónico implicado por esta segunda persona. Un vientecillo kitsch sopla indiscutiblemente por la ficción marqueciana. ¿Será éste de «mal gusto»?; como no dejaría de afirmarlo cierta crítica «seria» detractora del Arte kitsch, particularmente reñida con el mimetismo pueril, los colores chillones, la intensidad forzada, la dramatización efectista, el sentimentalismo de pacotilla (11) de que supuestamente se nutre dicho arte, propenso a exhibir con complacencia lo que «el buen gusto», en cambio, se empeña generalmente en mantener callado o meramente sugerido. Fuerza es reconocer que esta sensibilidad ingenua y exacerbada es la que asume lúdicamente, y hasta parece reivindicar el personaje de la joven Nena Daconte al exclamar, ignorante del destino trágico que la espera: Un rastro de sangre en la nieve desde Madrid hasta París. ¿No te parece bello para una canción? Notemos de paso el parentesco y las diferencias existentes entre esta línea sangrienta de enfática visibilidad dibujada en el suelo y la discreta y eficaz huella dejada, en cambio, por los guijarritos del humilde Pulgarcito del cuento de Perrault.
En esta connivencia con el kistch afirmada casi de entrada por el personaje femenino puede verse, de hecho, un guiño del escritor colombiano hacia otra forma de cultura popular: la canción, arte menor y sin embargo vertebrador de todas las sociedades, aquí llena de gracia fugaz, ligereza y provocativa despreocupación. Recordemos al respecto la constante afición de García Márquez por la canción popular, ya presente por ejemplo en Cien años de soledad y en El amor en los tiempos del cólera (12). Ahora bien, conviene reconocer que si efectivamente encuentra cabida en el cuento de García Márquez esta sensibilidad popular teñida de kitsch (13), es, sin embargo, desde una perspectiva irónica, distanciada, desde el «camp», como bien lo prueba la tragedia final que cuestiona la irresponsabilidad pueril inherente a la letra de la canción. Pero la parodia, como bien se sabe, no está exenta de ambigüedades: sólo se critica aquello que de alguna manera se ama o amó anteriormente (en la niñez o adolescencia, específicamente). Con el kitsch pasa por la ficción un idealizado soplo de infancia -de inmadurez estética tal vez, de trivialidad, posiblemente-, del cual, sin embargo, le cuesta trabajo sustraerse totalmente a la escritura adulta, como puede observarse aquí. De la tensión entre la sensibilidad kitsch y la visión sombría del cuento de hadas y de horror nace precisamente El rastro de tu sangre en la nieve. A través de este cuento singular, la literatura culta hispanoamericana nos muestra con creces que se abreva tanto en la cultura universal como en la vernacular, en lo popular como en lo letrado, cuyas fronteras ya de por sí inciertas se complace en desplazar lúdicamente, más aún tratándose de las obras de la posmodernidad, paródicas, desacralizadoras, desjerarquizadoras.
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Notas
(1) Gabriel García Márquez, Doce cuentos peregrinos, Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1992 (Prólogo, p. 13).
(2) Véanse los trabajos de Tzvetan Todorov sobre la literatura fantástica (Introducción a la literatura fantástica, México, Premia, 1980. En francés: Introduction à la littérature fantastique, Éditions du Seuil, Collection Poétique, 1970).
(3) Son muchos los estudios y reflexiones sobre el realismo mágico y lo real maravilloso (Alejo Carpentier, Arturo Uslar Pietri, Anderson Imbert, Juan Barroso, Alexis Márquez Rodríguez…).
(4) Véase García Márquez, op. cit., pp. 233 y 239: Nena Daconte ingresó a las 9.30 del martes 7 de enero, según lo pude comprobar años después en los archivos del hospital, y Estaba en el número 22 de la calle del Elíseo, dentro de uno de los sectores más apacibles de París, pero lo único que le impresionó a Billy Sánchez, según él mismo me lo contó en Cartagena de Indias muchos años después, fue que el cielo estaba tan claro como en el Caribe por la primera vez desde su llegada (…).
(5) Véanse los trabajos de Bruno Bettelheim sobre el cuento de hadas (Psychanalayse des contes de fées, Robert Lafont, 1976).
(6) Véase J. Laplanche et J.B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalyse, Presses Universitaires de France, Paris, 1967, pp. 56-58.
(7) García Márquez, op. cit., p. 225.
(8) Ibid, p.229: -Es la primera vez que me fallas -dijo él. / -Claro -replicó ella. -Es la primera vez que somos casados.
(9) Ibid., p. 226: En el trayecto (Nena Daconte) le fue indicando los lugares más conocidos de la ciudad, pero él sólo parecía atento a la magia del coche.
(10) Véase Horacio Quiroga, Cuentos de amor, de locura y de muerte, Edit. Losada, Buenos Aires, 1964.
(11) De «pillaje sentimental» de parte del arte kitsch no duda en hablar Adorno.
(12) Véase la alusión a la figura del juglar Francisco el Hombre, en Cien años de soledad, la letra del vallenato La diosa coronada, en El amor en los tiempos del cólera.
(13) Otros toque kitchs particularmente detectables se encuentran determinados por el texto marqueciano, como esa trivial envoltura de papel celofán y ese enorme lazo dorado, un tanto ridículo, afeminado, que envuelve al lujoso Bentley entregado por el embajador al joven Billy Sánchez. Otras muchas notas kitsch están relacionadas, evidentemente, con la expresión enfática del sentimiento amoroso (buen ejemplo de ello es la expresión agonizar de soledad, empleada para la descripción del estado amímico del marido de Nena Conte).
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