TRECE: ARTIGAS, EL NEGRO JEFE Y EL OBELISCO
Hoy hablamos de la influencia decisiva que tuvo el racionalismo francés en la consolidación de nuestro entramado cultural institucional, pero también quedó pendiente el análisis de un trasfondo criollo que terminó por proyectarse hasta en el mismo fútbol uruguayo.
¿En el fútbol?
Lezama Lima señalaba magistralmente que el barroco español quedó depositado en la platería verbal del paisano rioplatense, a la que se suman una imaginería, una picardía y una creatividad matreras que muchos civilizadores urbanos quisieron meter en la bolsa de la barbarie.
Eso sí que es una barbaridad.
Y últimamente Espínola Gómez ha señalado que ese barroco se proyecta en la particularísima diablura ornamental del gran fútbol uruguayo. Es como si los porteños hubiesen recogido esa gracia de firuleteo en la danza tanguera y nosotros en la moña futbolística.
Muy interesante.
Pero además habría que preguntarse de una vez por todas por qué nos gustó tanto el fútbol desde siempre y fuimos capaces de conquistar cuatro títulos mundiales en menos de treinta años. Yo creo que el uruguayo sacia su sed semioculta de verdades simbólicas tanto con la práctica como con la contemplación del fútbol, un espectáculo donde todos los atributos y desafíos humanos aparecen reconectados y expuestos en otro plano de valor muy similar al de la pared de la caverna prehistórica.
Sí. Vendría a ser lo que les pasa hace siglos a los españoles con las corridas de toros. Y lo que no les pasó nunca a los franceses con nada campal, digamos.
¿Cómo caracterizarías la personalidad de Obdulio Varela?
Yo creo que en el marco de ese tremendo desafío deportivo y psicológico que fue la final de Maracaná, Obdulio Varela (o mejor: el Negro Jefe) es tomado por el arquetipo del viejo sabio, el brujo, el conductor, lo que Jung llamó la personalidad-mana. Ese arquetipo surge desde lo profundo en ciertas etapas de madurez de la vida y dicta la conducta sabia e inamovible del consejero, líder y ejecutor que por sobre todo hace hacer.
Y pensar que era un uruguayo silvestre que no pasó de tercero de escuela pero que siempre dijo que al ponerse la celeste entendía lo que quería decir patria y se sentía responsable de la alegría o de la tristeza de los demás.
Y él evidentemente logró constelar, al frente de esa especie de cuadro-tribu rodeado de una gigantesca selva ajena, un espíritu de grupo total e impulsó la participación mística de todos sus miembros como si fueran un solo hombre.
Igual que Artigas en el éxodo o en Purificación.
Bueno, pero Artigas era una enorme personalidad-mana.
¿Y qué me contás de la tarde del 27 de noviembre de 1983 en el Obelisco?
Eso también constituyó un ítem extrordinario, porque allí se proyectó algo esencial que consteló y unificó al pueblo uruguayo en un solo pensamiento y un solo corazón. Y entonces pudimos ver el fenómeno de la emergencia de una especie de sí-mismo nacional triplicado: Purificación, Maracaná y el Obelisco. Yo diría además que eso confirmó definitivamente la vocación que tiene este pueblo de transformarse en los momentos límites y construir un nosotros rebelde, contestatario y merecedor de la libertad que simboliza el caballo en el escudo.
Lástima que después de sorteados esos momentos límites la vocación se nos atomice tanto.
Ah, pasada la crisis que desata la presencia de un gran enemigo común hay demasiada gente que vuelve al pequeño ghetto de su parrillero y su estatus personal. De eso tampoco quedan dudas. Yo resaltaría como muy auspiciosa, sin embargo, la extraordinaria respuesta popular que se produce en el Día del Patrimonio: allí los uruguayos acuden sin distinción de ideologías o partidos y viven lo que ven. Lo que está sintomatizando un profundo deseo de rescatar una identidad nacional. Pienso además que ese es un buen indicador sobre cómo educar a los niños: valorizando más lo que tuvimos y lo que tenemos. Y reflexionar sobre lo que significa derrumbar tantos caserones hermosos para reedificar con chatura y grisura. Hay que ver cómo conservan en Europa cada piedrita que tienen.
Oro
En 1987 llevé a un escritor ruso a ver la final por el ascenso. Y cuando terminó el partido y los jugadores de Liverpool empezaron a dar la vuelta olímpica escuchamos los aplausos de los hinchas de Racing, transfigurados por un sol horizontal que parecía capaz de derrotar a todas las derrotas.
-No se puede creer -murmuré señalando la tribuna Sur del Parque Central: -Es la primera vez en mi vida que veo una cosa así: La que nos está aplaudiendo es la hinchada contraria.
-Yo lo puedo creer -contestó Yuri Paporov.
Hoy hablamos de la influencia decisiva que tuvo el racionalismo francés en la consolidación de nuestro entramado cultural institucional, pero también quedó pendiente el análisis de un trasfondo criollo que terminó por proyectarse hasta en el mismo fútbol uruguayo.
¿En el fútbol?
Lezama Lima señalaba magistralmente que el barroco español quedó depositado en la platería verbal del paisano rioplatense, a la que se suman una imaginería, una picardía y una creatividad matreras que muchos civilizadores urbanos quisieron meter en la bolsa de la barbarie.
Eso sí que es una barbaridad.
Y últimamente Espínola Gómez ha señalado que ese barroco se proyecta en la particularísima diablura ornamental del gran fútbol uruguayo. Es como si los porteños hubiesen recogido esa gracia de firuleteo en la danza tanguera y nosotros en la moña futbolística.
Muy interesante.
Pero además habría que preguntarse de una vez por todas por qué nos gustó tanto el fútbol desde siempre y fuimos capaces de conquistar cuatro títulos mundiales en menos de treinta años. Yo creo que el uruguayo sacia su sed semioculta de verdades simbólicas tanto con la práctica como con la contemplación del fútbol, un espectáculo donde todos los atributos y desafíos humanos aparecen reconectados y expuestos en otro plano de valor muy similar al de la pared de la caverna prehistórica.
Sí. Vendría a ser lo que les pasa hace siglos a los españoles con las corridas de toros. Y lo que no les pasó nunca a los franceses con nada campal, digamos.
¿Cómo caracterizarías la personalidad de Obdulio Varela?
Yo creo que en el marco de ese tremendo desafío deportivo y psicológico que fue la final de Maracaná, Obdulio Varela (o mejor: el Negro Jefe) es tomado por el arquetipo del viejo sabio, el brujo, el conductor, lo que Jung llamó la personalidad-mana. Ese arquetipo surge desde lo profundo en ciertas etapas de madurez de la vida y dicta la conducta sabia e inamovible del consejero, líder y ejecutor que por sobre todo hace hacer.
Y pensar que era un uruguayo silvestre que no pasó de tercero de escuela pero que siempre dijo que al ponerse la celeste entendía lo que quería decir patria y se sentía responsable de la alegría o de la tristeza de los demás.
Y él evidentemente logró constelar, al frente de esa especie de cuadro-tribu rodeado de una gigantesca selva ajena, un espíritu de grupo total e impulsó la participación mística de todos sus miembros como si fueran un solo hombre.
Igual que Artigas en el éxodo o en Purificación.
Bueno, pero Artigas era una enorme personalidad-mana.
¿Y qué me contás de la tarde del 27 de noviembre de 1983 en el Obelisco?
Eso también constituyó un ítem extrordinario, porque allí se proyectó algo esencial que consteló y unificó al pueblo uruguayo en un solo pensamiento y un solo corazón. Y entonces pudimos ver el fenómeno de la emergencia de una especie de sí-mismo nacional triplicado: Purificación, Maracaná y el Obelisco. Yo diría además que eso confirmó definitivamente la vocación que tiene este pueblo de transformarse en los momentos límites y construir un nosotros rebelde, contestatario y merecedor de la libertad que simboliza el caballo en el escudo.
Lástima que después de sorteados esos momentos límites la vocación se nos atomice tanto.
Ah, pasada la crisis que desata la presencia de un gran enemigo común hay demasiada gente que vuelve al pequeño ghetto de su parrillero y su estatus personal. De eso tampoco quedan dudas. Yo resaltaría como muy auspiciosa, sin embargo, la extraordinaria respuesta popular que se produce en el Día del Patrimonio: allí los uruguayos acuden sin distinción de ideologías o partidos y viven lo que ven. Lo que está sintomatizando un profundo deseo de rescatar una identidad nacional. Pienso además que ese es un buen indicador sobre cómo educar a los niños: valorizando más lo que tuvimos y lo que tenemos. Y reflexionar sobre lo que significa derrumbar tantos caserones hermosos para reedificar con chatura y grisura. Hay que ver cómo conservan en Europa cada piedrita que tienen.
Oro
En 1987 llevé a un escritor ruso a ver la final por el ascenso. Y cuando terminó el partido y los jugadores de Liverpool empezaron a dar la vuelta olímpica escuchamos los aplausos de los hinchas de Racing, transfigurados por un sol horizontal que parecía capaz de derrotar a todas las derrotas.
-No se puede creer -murmuré señalando la tribuna Sur del Parque Central: -Es la primera vez en mi vida que veo una cosa así: La que nos está aplaudiendo es la hinchada contraria.
-Yo lo puedo creer -contestó Yuri Paporov.
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