sábado

31 / LOS QUE VIVEN DESNUDOS [Milagros de una Puta]

Naná parecía el pellejo de Miguel Ángel en El Juicio Final, pero de golpe manoteó a Shirley y empezó a bambolearse inconteniblemente entre Mariana y Paco.
-Yo vengo lo antes posible -avisó la chiquilina y atravesó corriendo el quilombo aturquesado por el amanecer.
El travesti se había arrancado la máscara de oxígeno y ahora la negra le prensaba los bracitos mientras el hombre engominado lo contenía con la espalda.
-¿No le habrás dado la inyección antes de tiempo, Mariana?
-Mirame un momento, por favor.
Paco se retorció sin dejar de apuntalar a Naná y la negra hizo una seña para darle a entender que el hombre-mujer zumbante y ojicerrado los estaba escuchando.
-Ya viene Shirley -murmuró enseguida: -Recostate tranquila que la pitufa se debe haber tomado un taxímetro para traerte volando lo que le pediste.
-¿Qué le pidió?
-Shhhh.
Y entonces el travesti se dejó caer boqueando sobre los almohadones y pudieron ponerle el respirador hasta que después de un rato largo oyeron crecer la multiplicación de un taconeo muy desparejo y la ex-nurse y ex-prostituta sonrió:
-Fue a buscar al padre Fidel.
El cura octogenario y casi ciego y la chiquilina que apenas se había cubierto el body prostibulario con la campera de Paco avanzaron del brazo hasta la cama y ella le acarició la calva al moribundo:
-Te traje al esposo que nunca nos abandona, corazón.
Naná demoró mucho en tantearle las rodillas pinchudas a Shirley y ella cabeceó:
-¿El vestido? Tu vestido de novia está abajo, en el Laboratorio. Ya me lo probé y mañana lo voy a empezar a usar en la performance.
Y Mariana agregó:
-¿Entendiste que te trajo al esposo?
El padre Fidel se sentó en la cama sosteniendo el bastón con las sandalias rellenadas por medias de distintos colores y salmodió:
-¿Viste cómo tuviste fuerza para hacer lo que había que hacer y sufrir lo que había que sufrir?
-Eso -se abrazó la chiquilina a sí misma: -Aunque a los que vivimos con el alma en pelotas no nos entienda nadie.
-Ya dejó de oírnos, padre -le sacó la máscara la negra al cuerpo-esqueleto mucho más iluminado por el amanecer que por las lamparitas.
-Fuiste muy buena -se arrodilló reverberantemente recortado sobre el ventanal el hombre parecido a Zitarrosa: -Graseras tenemos todos adentro.
-Me imagino que Shirley le explicó que Naná se casó vestida de blanco a los veinte años -le agarró un brazo al cura Mariana cuando llegaron a la escalera.
-Sí. Y preferiría que no me acompañes hasta la catedral. Yo jamás me siento solo.

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