enfrentando al misil de la depresión con una visión junguiana
EDICIÓN WEB EN ENTREGAS DEL LIBRO-REPORTAJE
de Hugo Giovanetti Viola
(Grupo Editor Caracol al Galope / B & M Editores, Montevideo, 2001)
de Hugo Giovanetti Viola
(Grupo Editor Caracol al Galope / B & M Editores, Montevideo, 2001)
PRIMERA ENTREGA
En La heroicidad uruguaya, Hugo Giovanetti Viola dialoga con el psicoterapeuta junguiano Demian Díaz Torres a propósito de los inevitables desafíos que han debido asumir y superar -a nivel personal y comunitario- los hombres de todos los tiempos para apropiarse del “tesoro difícil de alcanzar”: ese equilibrio cósmico o felicidad o fe construida más acá o más allá del devenir, el dolor y la muerte que parece emerger como único objetivo de salvación en las puertas de un milenio donde la “modernidad” no termina de entroncarse con las raíces sagradas de la naturaleza.
¿Qué nos reclama el misterioso misil de la depresión, ese azote ya tan rutinariamente sumado a la miseria, la injusticia y los meteóricos virus de la autodestrucción que perforan las capas del vigor tecnológico y obligan a cada pueblo a buscar en la caverna de su identidad para reavivar los soles incanjeables que tallaron sus héroes?
¿Cómo trenzamos valederamente el campamento de Purificación, la final de Maracaná y la tarde del Obelisco? ¿Queremos ser “felices” hermanados y religados con el cosmos (lo que exige sacrificarnos hasta constelar un vuelo digno de la cruz del sur) o sumarnos a la farandulitis que remienda su vaciedad con espejismos tropicales y bienestar de shopping?
¿Nos interesa encarar la heroicidad universal y uruguaya enganchándonos verdaderamente con los poluidos rostros que nos reclaman desde los billetes, los monumentos, los templos y los libros de texto?
DEMIAN DÍAZ TORRES (España, 1938) se radica en el Uruguay en 1947, donde se doctora como Médico Psiquiatra en 1975. Inicia sus estudios en Psicología Junguiana en la Universidad Católica del Uruguay (1994-97). Actualmente forma parte de la Fundación Carl G. Jung del Uruguay, siendo también miembro independiente en calidad de analista de la I.A.A.P. (International Asociation Analytical Psychology).
En La heroicidad uruguaya, Hugo Giovanetti Viola dialoga con el psicoterapeuta junguiano Demian Díaz Torres a propósito de los inevitables desafíos que han debido asumir y superar -a nivel personal y comunitario- los hombres de todos los tiempos para apropiarse del “tesoro difícil de alcanzar”: ese equilibrio cósmico o felicidad o fe construida más acá o más allá del devenir, el dolor y la muerte que parece emerger como único objetivo de salvación en las puertas de un milenio donde la “modernidad” no termina de entroncarse con las raíces sagradas de la naturaleza.
¿Qué nos reclama el misterioso misil de la depresión, ese azote ya tan rutinariamente sumado a la miseria, la injusticia y los meteóricos virus de la autodestrucción que perforan las capas del vigor tecnológico y obligan a cada pueblo a buscar en la caverna de su identidad para reavivar los soles incanjeables que tallaron sus héroes?
¿Cómo trenzamos valederamente el campamento de Purificación, la final de Maracaná y la tarde del Obelisco? ¿Queremos ser “felices” hermanados y religados con el cosmos (lo que exige sacrificarnos hasta constelar un vuelo digno de la cruz del sur) o sumarnos a la farandulitis que remienda su vaciedad con espejismos tropicales y bienestar de shopping?
¿Nos interesa encarar la heroicidad universal y uruguaya enganchándonos verdaderamente con los poluidos rostros que nos reclaman desde los billetes, los monumentos, los templos y los libros de texto?
DEMIAN DÍAZ TORRES (España, 1938) se radica en el Uruguay en 1947, donde se doctora como Médico Psiquiatra en 1975. Inicia sus estudios en Psicología Junguiana en la Universidad Católica del Uruguay (1994-97). Actualmente forma parte de la Fundación Carl G. Jung del Uruguay, siendo también miembro independiente en calidad de analista de la I.A.A.P. (International Asociation Analytical Psychology).
SEÑAL DE AJUSTE
Demoré casi cincuenta años en entender que lo que Shakespeare nos quiso decir a través de su loco y melancólico Hamlet fue: Ser feliz o no ser feliz. Esa es la cosa. Y eso debe haberme pasado sencillamente porque demoré casi cincuenta años en ser feliz. Vale decir: en entender en cuerpo y alma que no podía ni quería ser dueño de la belleza del mundo y que mi verdadero capital era un tesoro escarbado y construido en carne propia, más acá o más allá del poder y la gloria.
A los cuarenta años caí en el consultorio de Demian Díaz Torres, un psicoterapeuta que conozco desde niño, y él aceptó aguantar la correntada de mi depresividad. A veces me hacía pasar y a los cinco minutos, cuando yo ya estaba derrumbado en el sillón desde donde se ve un cuadro de Augusto Torres y una reproducción de un bisonte paleolítico, volvía del fondo preguntando:
-¿Y? ¿Cómo anda nuestro héroe?
Eso me hacía sonreír. Y una vez que me abrió la puerta uno de sus hijos y él apareció en el consultorio haciendo equilibrismo sobre unas muletas porque andaba con ciática, entendí algo precioso.
Lo cierto es que trabajamos tres años y Demian nunca mencionó su profunda vinculación con la psicología analítica fundada por Carl Gustave Jung. Yo me sentí curado y salí a recorrer el mundo con mis flamantes muletas de oro, hasta que un día se me ocurrió pedirle material bibliográfico sobre los símbolos.
-Lo mejor es empezar por el último libro de Jung -fue hasta la biblioteca Demian y sacó El hombre y sus símbolos.
Entonces me pasé otros tres años internado en el maravilloso laberinto junguiano y mi pegajosa extraversión me hizo comprobar que a muchos uruguayos de todas las edades les interesaba bucear en el ORO de la heroicidad universal porque ya no soportaban más el anquilosamiento espiritual del mal llamado paisito.
Una mañana me desperté pensando:
-No puede ser que la sabiduría de Demian no quede constelada por escrito. Aunque si le propongo hacerle un libro-reportaje no le va a interesar.
Entonces pasó algo: todavía era tempranísimo, y cuando volví a apoyar la cabeza en la almohada vi a Jung. Yo no estaba dormido pero tenía los ojos cerrados y sentí la presencia de la mascarilla del suizo brillando en lo alto del placard que hay al lado de la cama. Aquel mismo mediodía llamé a Demian y él aceptó encantado la propuesta.
Ahora el libro está aquí.
Demoré casi cincuenta años en entender que lo que Shakespeare nos quiso decir a través de su loco y melancólico Hamlet fue: Ser feliz o no ser feliz. Esa es la cosa. Y eso debe haberme pasado sencillamente porque demoré casi cincuenta años en ser feliz. Vale decir: en entender en cuerpo y alma que no podía ni quería ser dueño de la belleza del mundo y que mi verdadero capital era un tesoro escarbado y construido en carne propia, más acá o más allá del poder y la gloria.
A los cuarenta años caí en el consultorio de Demian Díaz Torres, un psicoterapeuta que conozco desde niño, y él aceptó aguantar la correntada de mi depresividad. A veces me hacía pasar y a los cinco minutos, cuando yo ya estaba derrumbado en el sillón desde donde se ve un cuadro de Augusto Torres y una reproducción de un bisonte paleolítico, volvía del fondo preguntando:
-¿Y? ¿Cómo anda nuestro héroe?
Eso me hacía sonreír. Y una vez que me abrió la puerta uno de sus hijos y él apareció en el consultorio haciendo equilibrismo sobre unas muletas porque andaba con ciática, entendí algo precioso.
Lo cierto es que trabajamos tres años y Demian nunca mencionó su profunda vinculación con la psicología analítica fundada por Carl Gustave Jung. Yo me sentí curado y salí a recorrer el mundo con mis flamantes muletas de oro, hasta que un día se me ocurrió pedirle material bibliográfico sobre los símbolos.
-Lo mejor es empezar por el último libro de Jung -fue hasta la biblioteca Demian y sacó El hombre y sus símbolos.
Entonces me pasé otros tres años internado en el maravilloso laberinto junguiano y mi pegajosa extraversión me hizo comprobar que a muchos uruguayos de todas las edades les interesaba bucear en el ORO de la heroicidad universal porque ya no soportaban más el anquilosamiento espiritual del mal llamado paisito.
Una mañana me desperté pensando:
-No puede ser que la sabiduría de Demian no quede constelada por escrito. Aunque si le propongo hacerle un libro-reportaje no le va a interesar.
Entonces pasó algo: todavía era tempranísimo, y cuando volví a apoyar la cabeza en la almohada vi a Jung. Yo no estaba dormido pero tenía los ojos cerrados y sentí la presencia de la mascarilla del suizo brillando en lo alto del placard que hay al lado de la cama. Aquel mismo mediodía llamé a Demian y él aceptó encantado la propuesta.
Ahora el libro está aquí.
H.G.V.
P.D. Parecerá mentira, pero en este país casi nadie sabe que San Jorge peleó contra el dragón para salvar a una doncella. Y que la doncella era su alma.
UNO: ¿TORRES GARCÍA + BENEDETTI?
Me gustaría empezar este diálogo analizando un mensaje cultural que reinó por lo menos una década en las librerías: varios libros de Mario Benedetti llevaban como portada reproducciones de cuadros constructivistas de Torres García. ¿Esta integración de dos nombres ya míticos en nuestro arte popular no era esencialmente contradictoria?
Sí. Y a mí me parece grave, porque implica un sincretismo entre dos paradigmas que no tienen nada que ver uno con el otro. Una cosa es el panorama psicológico y espiritual que pinta Mario Benedetti en sus libros y otra es la propuesta torresgarciana del constructivismo: se trata de dos mundos absolutamente opuestos. Pero antes de profundizar en el tema te devuelvo una pregunta: ¿cómo definirías vos la propuesta literaria de Benedetti?
Tiene tres tramos pendulares. Digamos que hasta la aparición de El cumpleaños de Juan Ángel, para marcar un punto de inflexión decisivo, su discurso estético es desesperanzado aunque sediento de un reino interior con sosiego metafísico. Hay una empecinada y finalmente estéril búsqueda religiosa que parece compensada con la fervorosa adhesión al empuje utopista que desencadena la revolución cubana. Ahí aparece una esperanza que podría definirse como radical en los textos de Benedetti.
¿Qué clase de esperanza?
La misma que generaron las revoluciones más cortantes de la modernidad (la francesa y la rusa): la certeza o la fe de que priorizando la reorganización de los sistemas sociales e ideológicos devendría un Hombre Nuevo redentor y mesiánico. El problema es que después del derrumbe mundial del socialismo Benedetti ha recaído en una especie de pesimismo visceral, pero ahora con una tonalidad realmente apocalíptica.
Bueno, vamos a aclarar que lo que yo conozco bien es la primera etapa de la producción de Benedetti y creo que él allí logra, con innegable eficacia artística, retratar la derrota existencial de cierto tipo de uruguayo medio. Ahora, si lo que podríamos llamar la variante esperanzada plantea una renovación a partir de lo social, la materia y la energía, entonces ya entramos en la raíz de la contradicción. Porque el constructivismo de Torres García arranca de la fe en un sistema espiritual y anímico que brota desde adentro del individuo y se organiza a través de una ideología artística y filosófica.
Reino interior antes que reino exterior.
Y con la construcción concreta de un paradigma plagado de símbolos de vida: soles, peces, el hombre como un valor absolutamente importante, dioses, abstracciones, locomotoras, barcos. Y cuando se construye un universo en estos términos se va hacia una prospección luminosa.
En este caso se trataría de una esperanza que también puede ser considerada utopista pero que está dinamizada por un empuje cósmico.
Yo diría que está dinamizada por la completud del ser. Fijate que Torres recorrió mucho mundo y captó las tónicas del momento -lo inevitable de la época que todos debemos tomar y asumir- pero las recicló desde sí mismo y logró concientizar las grandes fuerza arquetípicas. Es decir: él contactó con el inconsciente colectivo y plasmó en su pintura fuerzas que en definitiva constituyen el trasfondo, la organización y el propósito del alma humana. Se trata, en suma, de un mensaje que convoca al héroe en un sentido mítico. O sea, a ese hombre que tiene que realizar tareas difíciles y que culmina conquistando una meta de gran valor simbólico. Y Benedetti, en cambio, termina abonando un mito del uruguayo derrotado que no se sabe bien de dónde salió. Porque las opiniones que uno recoge al respecto no legitiman esa visión: podés charlar con gente muy variada y siempre vas a encontrar valoraciones positivas de nuestra heroicidad. Y eso a pesar de la excesiva autocrítica que nos caracteriza, así como una especie de vergüenza autoprotectora que muchas veces nos priva de un grado de objetividad elemental para enfocar la historia. No está mal, por ejemplo, que nosotros consideremos un malvado a Bernabé Rivera mientras los norteamericanos consideran una gran figura al General Custer, pero a propósito de otras encrucijadas no precisamente desastrosas se nos va un poco la mano con el hipercriticismo. De todas formas, si se quieren ver héroes nacionales reconocidos no hay más que fijarse en los billetes. A veces pago con uno de 100 y pienso: Allá va a un Fabini, ¡vidalitá! En definitiva: yo le pegaría sin asco al mito del uruguayo derrotado
Me gustaría empezar este diálogo analizando un mensaje cultural que reinó por lo menos una década en las librerías: varios libros de Mario Benedetti llevaban como portada reproducciones de cuadros constructivistas de Torres García. ¿Esta integración de dos nombres ya míticos en nuestro arte popular no era esencialmente contradictoria?
Sí. Y a mí me parece grave, porque implica un sincretismo entre dos paradigmas que no tienen nada que ver uno con el otro. Una cosa es el panorama psicológico y espiritual que pinta Mario Benedetti en sus libros y otra es la propuesta torresgarciana del constructivismo: se trata de dos mundos absolutamente opuestos. Pero antes de profundizar en el tema te devuelvo una pregunta: ¿cómo definirías vos la propuesta literaria de Benedetti?
Tiene tres tramos pendulares. Digamos que hasta la aparición de El cumpleaños de Juan Ángel, para marcar un punto de inflexión decisivo, su discurso estético es desesperanzado aunque sediento de un reino interior con sosiego metafísico. Hay una empecinada y finalmente estéril búsqueda religiosa que parece compensada con la fervorosa adhesión al empuje utopista que desencadena la revolución cubana. Ahí aparece una esperanza que podría definirse como radical en los textos de Benedetti.
¿Qué clase de esperanza?
La misma que generaron las revoluciones más cortantes de la modernidad (la francesa y la rusa): la certeza o la fe de que priorizando la reorganización de los sistemas sociales e ideológicos devendría un Hombre Nuevo redentor y mesiánico. El problema es que después del derrumbe mundial del socialismo Benedetti ha recaído en una especie de pesimismo visceral, pero ahora con una tonalidad realmente apocalíptica.
Bueno, vamos a aclarar que lo que yo conozco bien es la primera etapa de la producción de Benedetti y creo que él allí logra, con innegable eficacia artística, retratar la derrota existencial de cierto tipo de uruguayo medio. Ahora, si lo que podríamos llamar la variante esperanzada plantea una renovación a partir de lo social, la materia y la energía, entonces ya entramos en la raíz de la contradicción. Porque el constructivismo de Torres García arranca de la fe en un sistema espiritual y anímico que brota desde adentro del individuo y se organiza a través de una ideología artística y filosófica.
Reino interior antes que reino exterior.
Y con la construcción concreta de un paradigma plagado de símbolos de vida: soles, peces, el hombre como un valor absolutamente importante, dioses, abstracciones, locomotoras, barcos. Y cuando se construye un universo en estos términos se va hacia una prospección luminosa.
En este caso se trataría de una esperanza que también puede ser considerada utopista pero que está dinamizada por un empuje cósmico.
Yo diría que está dinamizada por la completud del ser. Fijate que Torres recorrió mucho mundo y captó las tónicas del momento -lo inevitable de la época que todos debemos tomar y asumir- pero las recicló desde sí mismo y logró concientizar las grandes fuerza arquetípicas. Es decir: él contactó con el inconsciente colectivo y plasmó en su pintura fuerzas que en definitiva constituyen el trasfondo, la organización y el propósito del alma humana. Se trata, en suma, de un mensaje que convoca al héroe en un sentido mítico. O sea, a ese hombre que tiene que realizar tareas difíciles y que culmina conquistando una meta de gran valor simbólico. Y Benedetti, en cambio, termina abonando un mito del uruguayo derrotado que no se sabe bien de dónde salió. Porque las opiniones que uno recoge al respecto no legitiman esa visión: podés charlar con gente muy variada y siempre vas a encontrar valoraciones positivas de nuestra heroicidad. Y eso a pesar de la excesiva autocrítica que nos caracteriza, así como una especie de vergüenza autoprotectora que muchas veces nos priva de un grado de objetividad elemental para enfocar la historia. No está mal, por ejemplo, que nosotros consideremos un malvado a Bernabé Rivera mientras los norteamericanos consideran una gran figura al General Custer, pero a propósito de otras encrucijadas no precisamente desastrosas se nos va un poco la mano con el hipercriticismo. De todas formas, si se quieren ver héroes nacionales reconocidos no hay más que fijarse en los billetes. A veces pago con uno de 100 y pienso: Allá va a un Fabini, ¡vidalitá! En definitiva: yo le pegaría sin asco al mito del uruguayo derrotado
Garzas
Atraviesan el ventanal de mi comedor cuando van hacia la Playa de los Ingleses o vuelven a dormir a los parques de Carrasco. Son pequeñas y nítidas como flechas florales, y parecen confirmar que hay un reino de blancura inasible que algún día reinará. Empecé a verlas después que cumplí los cincuenta años. Algunas veces vuelan en pareja.
(continúa el próximo sábado)
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