domingo

JUAN CARLOS ONETTI entrevista a JOAQUÍN TORRES GARCÍA (II)


CONVERSANDO DE PINTURA
(reportajes recuperados)

Esta segunda entrevista fue publicada en el Nro 17 de Marcha, el 13 de octubre de 1939, (21 días después que la primera) y queda toda la sensación de haber sido registrada -libretita y lápiz en mano y que salga lo que salga y después lo pulimos- durante la misma visita realizada por el autor de El pozo al fundador de La Escuela del Sur.
Dos meses después, ya publicada la nouvelle angular de la narrativa latinoamericana contemporánea, Onetti le escribe a Payró: “Aquí tiene el primer libro de su amigo que sale al mundo. Usted lo conoce y no tiene, pues, obligación de releerlo. Sobre todo cuando me han dicho tantos horrores de estas humildes cien paginitas. Amoral y degenerado fueron los adjetivos más reproducibles cosechados hasta ahora. Sin embargo, a Torres creo que le gustó mucho y de verdad. Entiéndalo como pueda”.
No era verdad. Eso nos lo contó Manolita Piña de Torres García: “Torres recibía esos libros horrendos de Céline o de Onetti y los guardaba en la mesa de luz y después comentaba que le habían gustado muchísimo”.
Pero si seguimos revisando la recién desenterrada colección de cartas dirigidas a Julio E. Payró, descubrimos que los dos capitanes del vuelo se incomprendían y se respetaban con una conmovedora lucidez intuitiva de la grandeza del otro. “Torres García está bastante bien” había diagnosticado Onetti muy poco tiempo antes, cuando le alabó el constructivismo a Torres García en pleno salón de los independientes: “Por lo menos de salud. Indescriptiblemente loco, desdiciéndose cada tres frases. Ahora condena la abstracción y proclama un arte realista. Su última divisa: Debemos pintar la calle del siglo XX. No aseguro, en realidad, que sea la última. Hace ya una semana que se la oí. Lo que lamento es no tener tiempo para seguirlo de cerca. Todo esto, va sin decir, dejando a un lado la admiración y el cariño que le tengo. Pero sucede que el amor y el camarada Stalin son imperialistas y uno quisiera que las personas queridas fueran un poco a imagen y semejanza de la idea que uno se hace de ellas”.
Claro que si el narrador recién subido al ring hubiese podido “seguir de cerca” el vapuleadísimo proceso de adaptación de Torres García al Uruguay, hubiese comprendido lo que Guillermo Fernández terminó por explicar magistralmente en los años 90: cuando Torres disuelve la Asociación de Arte Constructivo y enfila hacia un taller formado por jovencísimos artistas, les enseña la pintura visual y les exige rabiosamente que compitan y no se dejen marginar por un ambiente que no está capacitado para asimilar las últimas referencias de la modernidad. Y fue por eso que no tuvo más remedio que contradecirse a cada rato y volver a pintar él mismo retratos y paisajes. “Qué vachaché” gruñía Discepolín cuando trataba de que el pueblo bailara en tres minutos (y sin darse cuenta) los arquetipos dostoievskianos como remedio para la mishiadura de amor rioplatense.


Quisiera pedirle su opinión, maestro, con respecto a nuestro Salón Nacional de Bellas Artes.

Con el mayor placer, pero entonces bajo ciertas condiciones. En primer término dirá que aunque yo hablo ahora para Marcha, nada tengo que ver con su actuación polìtica en cualquier sentido. Porque, además ni entiendo ni jamás me ha interesado la política, ni nunca he pertenecido a partido alguno…

No hay inconveniente. Dejaremos eso bien destacado…

En segundo término, que no admito eso de “maestro”. Yo soy un pintor y nada más. Además aquí hay demasiados “doctores” y “profesores” y “maestros”, y así habrá uno menos.

Conformes.

Entonces pregunte.

Sencillamente: ¿qué piensa usted de nuestro Salón Nacional y de la actuación del jurado, Comisión de Bellas Artes, etc., sin olvidar la innovación del ticket indispensable para entrar…?

Pero es que yo no he visitado ni éste ni los otros salones de arte, ¿y cómo voy a meterme en eso?

Es lamentable.

¡No se aflija, algo puedo decir! Por ejemplo, se habla por ahí, en relación a ese salón, de que es una impertinencia eso de hacer pagar para visitarlo. Se habla, también, de lo exiguo de los premios. Pues bien, a mí, por ser pintor, nada de eso me interesa, ni creo que pueda interesar a los verdaderos amateurs de la pintura. Lo importante es que haya o no pinturas verdaderas. Por otra parte, ¿qué selección puede hacerse? Yo no veo eso factible. Entre Z y X, ¿qué diferencia hay? Ahora recientemente, ha podido verse buena pintura. Pues bien, hay que llegar por lo menos a ese nivel, y entonces podrá hacerse una selección. Sinceramente: yo me contentaría con una docena de buenos plagiarios de la buena pintura contemporánea, pues al menos allí habría ya una comprensión. Y usted sabe que yo creo que no hay que copiar más a Europa, y hay que tratar de hacer algo propio. Y que para esto trabajo.
Aquí nos haría falta algún marchand, como por ejemplo el viejo Level o Vollard, y algún crítico como Waldemar George o Reynal. Sería mejor eso que traer a cualquier profesor de arte. ¡Cómo olfatean la pintura, y qué juicio más certero! También nos falta eso. Porque hay críticos aquí que se acaloran y discuten todo eso, y escriben artículos y citan nombres. Pero me parece que no se trata de eso, sino de descubrir un poco de pintura. Hay, por ejemplo, dos maneras de ver a Goya: como pintor y como otra cosa, pero lo fuerte está en lo primero. Ahora, para el público en general, que busque tanta literatura como quiera en los cuadros. Y así he visto que se habla de pintura en otros centros de artes y también entre pintores. La calidad de las obras (calidad plástica) suele ser el tema más frecuente.

¿Y de los premios?

Aquí los pintores se contentan pronto con lo que hacen y piden premio. Yo no sé si se fijan que el mejor premio es llegar a hacer pintura. Eso al menos es lo que yo he visto en otras partes. Un día oí decir a uno de nuestros escultores: “Rodin hizo alguna cosita, pero lo mío es mejor”. ¡Claro! ¿Quién es capaz de dudar de eso? Pero entonces uno tiene que dudar de sí mismo.

Permítame que le pregunte por qué siendo usted pintor, se ausenta de las exhibiciones de pintura.

Varias son las razones que me inducen a ello…

Sí, comprendo, usted está en el constructivismo y ya no le interesa otra cosa…

Disculpe, pero esta vez erró el tiro.

¿Entonces?

Ya le he dicho que son varias las razones… Usted sabe que yo tampoco fui a la Exposición de Arte Francés, y eso que aquí había piezas de primer orden. Tampoco es porque esté encerrado en el constructivismo… Justamente he terminado con eso.

¡Cómo…! ¿Usted repudia el Arte Constructivo?

Nada de eso, amigo, lo reservo para mi uso particular.

¿Quiere explicarse?

Pues sencillamente: que después de insistir durante más de cinco años, tengo que persuadirme de que tal cosa aquí no tiene andamiento. Además ha habido incomprensión o falta de entendimiento. Se ha tomado por una teoría cerrada y personal, lo que es tan sólo un retorno a la concepción antigua del arte, basada en una unidad fundamental. De igual modo, al querer yo llevar el concepto de la pintura a algo concreto, como es el plano y el tono, por creer, como Leonardo, que la pintura é cosa mentale, es decir, visión de lo real profundo, tampoco nadie ha querido seguirme. Y en vano he hecho ver eso en los maestros clásicos y aun en los de hoy. Por tal razón, pues, viendo inútil mi empeño, no insisto más. Vuelvo a mi pintura.

¿Volverá, pues, a trabajar?

Ya lo estoy haciendo. Vea usted…

¡Ah…!, pero eso ya es otra cosa.

Sí, y no. Entre yo y el espectador, he tendido un puente: la realidad de todos los días. Pero dentro del ritmo, que es número, orden, y dentro de la ley frontal. Lo esencial se ha salvado. Tiene esto referencia con la ley fundamental de unidad, pero estamos en el mundo. Vea usted: calles, personajes, objetos… todo lo que vemos a diario. Pero toma sentido trascendente, por entrar en plano geométrico constructivo y en lo absoluto de los valores plásticos.

Me parece verdaderamente extraordinario.

Volviendo, pues, a lo que decíamos, con respecto a mi retraimiento, obedece éste, sobre todo, a esta concentración en que estoy y que no quiere ser estorbada por nada. Aparte de mis conferencias semanales aquí en la asociación, no veo a nadie, y ni me permito lecturas ni espectáculos en beneficio además del necesario descanso.

A propósito, ¿y sus discípulos, seguirán esta nueva vida?

Ellos harán lo que quieran. Los que me han seguido a través de esos cinco años de estudios (con una fidelidad que yo les agradezco) tienen suficiente repertorio en cualquier sentido para manifestarse en un arte personal.


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