UNO: UNA LUCECITA
En la secuencia dedicada a Zitarrosa escribí que la primera balada rockera que me enamoró fue Vida mía en versión de Los Gatos, liderados en 1964 por nuestro Bob Dylan: Gastón Ciarlo, “Dino”.
Ese año ya conocíamos a los muchachos de Liverpool, aunque todavía faltaba un tiempito para que se desatara la Beatleamanía.
Y una tarde cerré un rato mis torturantes libracos de Abogacía y prendí la radio y el taller de mi viejo fue abismado por la áspera delicadeza de una voz-velero que esquivaba tanto la postal tropical como el embrujo yanqui.
Me desperté llorando / qué triste estaba el día / vida mía, no llegaba a gemir aquella pureza sin pretensiones que de repente se transformó en el vaivén de cualquier alma adolescente tratando de no aceptar el abandono cósmico: Estaba yo soñando / que ya no me querías / vida mía.
Pero luego cuando despertaste / salió el sol / y mi tristeza borraste / cuando me dijiste que era el dueño de todo tu amor.
Por eso es que te quiero / ya ves sin ti me muero / vida mía.
Y es seguro que aquel bolero arpegiado a lo And I love her me hizo cruzar hasta la Santa María onettiana donde a Jorge Malabia se le ilumina el paso:
Mientras bajaba hacia el puerto, me sentí feliz contra toda mi voluntad, me puse a canturrear la marcha innominada que corona las retretas de la plaza, supuse un olor de jazmines, recordé un verano ya muy antiguo en que las quintas lanzaron toneladas de jazmines contra la ciudad, y descubrí, entreparándome, que ya tenía un pasado.
Y dos páginas después se transfigura en Hamlet y le ordena a los quieren vivir para ser alguien:
Cuando llega la noche, nos quedamos sin río, y las sirenas que revibran en el puerto se transforman en mugidos de vacas perdidas y las tormentas en el agua suenan como un viento seco entre trigales, sobre montes doblados. Que cada hombre esté solo y se mire hasta pudrirse, sin memoria ni mañana; esa cara sin secretos para toda la eternidad.
El programa se llamaba El Club de Los Gatos y lo pasaban de cinco a cinco y media en Radio Ariel, con audiciones en vivo en la fonoplatea los domingos a mediodía. La banda tenía una formación beat pero recreaban baladas americanas y francesas en español que siempre me emocionaron.
Después supe que Los Gatos también tocaban en bailes y un día que escuché Vida mía retorizada por Altemar Dutra me pareció insufrible, aunque la versión de Gastón Ciarlo -que nunca llegó al disco- fue finalista en La cinta de oro de CX 36, y de golpe el muchacho rebautizado Dino porque tenía un naso idéntico al del perro de Los Picapiedras desapareció del mapa.
De mi mapa, quiero decir.
A los pocos meses yo ya era otro maniatizado beatlero puntagordeño y sin embargo cuando conseguí prestada una guitarrita brasilera de tapa azul y me pasaron el La Mayor, el Re Mayor y el Mi Séptima iniciáticos, lo primero que hice fue reproducir con un ritmo de puros pulgarazos Vida mía.
Ya sobre los 80 Gastón Ciarlo musicalizaría, en el memorable long-play Milonga, un texto que Washington Benavides le escribió biografiándole las complicadísimas aventuras de su onettianismo empecinado en ser desde aquí y hasta siempre:
Tenías una lucecita / mucho menos que un farol / un fósforo y se apagaba, / se apagaba y te quemó…
Y era la ciudad de oscura, / ninguno te acompañó / tal vez fuese necesario / que así pasará y pasó...
Ufa, recontar las penas, / sacudirse el polvo, no / que caer todos caímos / y la tierra perdonó…
Mi guitarra estuvo sola, / mucho tiempo en un rincón / y yo en el rincón contrario igualito a un boxeador…
Piñazos que da la suerte, / pero la suerte soy yo / soy yo quien va a hacia lo oscuro / acechante el resbalón…
Montevideo me duele / muy cerca del corazón / el corazón que yo tuve / y que un día me amuró.
Tenías una lucecita / mucho menos que un farol / un fósforo y se apagaba / se apagaba y te quemó.
Y hoy en día nos cruzamos dos por tres con el Dino y el poniente se vuelve la misma brasa que nos hace saber que cada cual salvó el velero inmaculado.
DOS: SAULO
En marzo de 1983, todavía en pleno auge del canto popular de empuje antidictatorial, les hice un reportaje para la revista El Huevo a Gastón Ciarlo, Dino -que ya era un cantautor de proyección masiva desde el 75- y al periodista de CX 30 Nelson Caula, y el ex-Gato me corrigió enseguida la síntesis curricular:
Bueno, para empezar te diría que la gente de mi generación no nació con el encandilamiento beat. Nosotros nacimos con Presley, Little Richard, Carl Perkins, Bill Halley y los viejos bluseros. Los Beatles revolucionaron el ambiente, pero nosotros ya teníamos otra forma de encarar las cosas. A mí siempre me gustaron más los Stones, por ejemplo: por la base, por la fuerza.
Y fijate que en el año 55 yo tenía diez años, y por esa época apareció en Montevideo una película espantosa, Semilla de maldad, pero que para mí fue importantísima. Fue la primera vez que escuchamos el rock and roll, hecho por Bill Halley y sus Cometas.
Aunque también quiero aclararte que fuera de la influencia del cine (en aquel tiempo no había televisión y las radios todavía no difundían el rock) nos formamos muy cerca de lo nuestro. El tango, por ejemplo, fue algo fundamental para nosotros.
Y volviendo a Bill Halley te diré que mi hijo, que tiene catorce años y ha escuchado unas regrabaciones perfectas hechas de algunos temas, los tiene como últimos… Ahí te das cuenta de lo bien que se tocaba. Pensar que Halley usaba amplificadores de bolsillo y no tenía ni pedales. Y ahora escuchás a Van Halen y te dan ganas de llorar.
¿Y por qué después de la “revolución beat” nunca te plegaste del todo a cantar en inglés?
Esas son cosas difíciles de contestar porque uno mismo no lo sabe bien. Nosotros laburábamos en bailes y había que hacer un trabajo profesional y casi todos cantábamos en inglés. Sin embargo, en la emisión radial de El club de Los Gatos (de donde salió la flor y nata de la música beat del Uruguay) prácticamente todos preferíamos cantar en español. Enrabado con esto está el hecho de haber tenido como compañeros de trabajo a gente como Wilfredo De León, Juan Carlos Borde y Alfredo Zitarrosa, que me enseñaron y avivaron muchísimo, diciéndome que no podía ser un loro repetidor de lo que venía de otro lado, que mi idioma era el español y no tenía nada que envidiarle a los otros.
Hasta que me llegó el momento de la iluminación de Pablo, del ¿Qué estoy haciendo yo aquí? Y descubrí que había otras cosas para hacer en donde no calzaba el instrumental electrónico, que es tan lindo y peligroso a la vez. En esa época dejé Los Gatos, actué como solista en los Conciertos Beat (antecesores de las Musicasiones) y terminé formando parte de Montevideo Blues, que es donde empieza la otra historia. Porque la cosa estaba basada en ciertas ideas importantes que se tiraban sobre la mesa. Por ejemplo: ¿cómo podemos hacer una chamarrita con guitarras eléctricas? Claro que en aquel momento era un verdadero relajo tocar de esa manera. La mitad de la gente nos chiflaba y la mitad nos aplaudía, y casi nadie entendía nada de aquel híbrido: letras de actualidad mezcladas con candombes e instrumentos eléctricos. Pero, en definitiva, la música del Uruguay es un híbrido. Y lo que hicimos con Montevideo Blues fue una cosa que estaba entre la payada y la patriada, en aquel momento.
Y también estaba la importantísima presencia de esos dos grupos impresionantes que fueron Miguel y el Comité y El Sindykato, los que plantearon un cuestionario generacional y social que fue fundamental para el inicio de nuestro canto popular urbano. Y te digo más: hay viejos reportajes en los que ellos ya hablaban de canto popular citando frases de Lauro Ayestarán, por ejemplo.
Y pienso que sin contar con tan buenos músicos como los del Totem -que en aquel momento se llevó todos los aplausos y nos gustó mucho a todos por cierto- se llegó a un trabajo más profundo en la importancia fundamental del texto.
Yo hacía muy poco que conocía a Dino personalmente, pero por su propio tema Autobiografía -que apareció incluido en Vientos del sur en 1975- sabía que había tenido una formación escolar cristiana.
Lo que me llama la atención ahora, copiando este reportaje que publiqué hace veinticinco años, es que nombrara la iluminación de San Pablo como si hablara de un salto al ser desde aquí y hasta siempre.
Y me consta que abandonó la religión hace cincuenta años. También me consta, lamentablemente, que el Uruguay de 2008 se sigue pareciendo mucho más al ciego Saulo de Tarso que al San Pablo guiado por la PAX-LUX que lo desmontó del odio en el medio del desierto.
En la secuencia dedicada a Zitarrosa escribí que la primera balada rockera que me enamoró fue Vida mía en versión de Los Gatos, liderados en 1964 por nuestro Bob Dylan: Gastón Ciarlo, “Dino”.
Ese año ya conocíamos a los muchachos de Liverpool, aunque todavía faltaba un tiempito para que se desatara la Beatleamanía.
Y una tarde cerré un rato mis torturantes libracos de Abogacía y prendí la radio y el taller de mi viejo fue abismado por la áspera delicadeza de una voz-velero que esquivaba tanto la postal tropical como el embrujo yanqui.
Me desperté llorando / qué triste estaba el día / vida mía, no llegaba a gemir aquella pureza sin pretensiones que de repente se transformó en el vaivén de cualquier alma adolescente tratando de no aceptar el abandono cósmico: Estaba yo soñando / que ya no me querías / vida mía.
Pero luego cuando despertaste / salió el sol / y mi tristeza borraste / cuando me dijiste que era el dueño de todo tu amor.
Por eso es que te quiero / ya ves sin ti me muero / vida mía.
Y es seguro que aquel bolero arpegiado a lo And I love her me hizo cruzar hasta la Santa María onettiana donde a Jorge Malabia se le ilumina el paso:
Mientras bajaba hacia el puerto, me sentí feliz contra toda mi voluntad, me puse a canturrear la marcha innominada que corona las retretas de la plaza, supuse un olor de jazmines, recordé un verano ya muy antiguo en que las quintas lanzaron toneladas de jazmines contra la ciudad, y descubrí, entreparándome, que ya tenía un pasado.
Y dos páginas después se transfigura en Hamlet y le ordena a los quieren vivir para ser alguien:
Cuando llega la noche, nos quedamos sin río, y las sirenas que revibran en el puerto se transforman en mugidos de vacas perdidas y las tormentas en el agua suenan como un viento seco entre trigales, sobre montes doblados. Que cada hombre esté solo y se mire hasta pudrirse, sin memoria ni mañana; esa cara sin secretos para toda la eternidad.
El programa se llamaba El Club de Los Gatos y lo pasaban de cinco a cinco y media en Radio Ariel, con audiciones en vivo en la fonoplatea los domingos a mediodía. La banda tenía una formación beat pero recreaban baladas americanas y francesas en español que siempre me emocionaron.
Después supe que Los Gatos también tocaban en bailes y un día que escuché Vida mía retorizada por Altemar Dutra me pareció insufrible, aunque la versión de Gastón Ciarlo -que nunca llegó al disco- fue finalista en La cinta de oro de CX 36, y de golpe el muchacho rebautizado Dino porque tenía un naso idéntico al del perro de Los Picapiedras desapareció del mapa.
De mi mapa, quiero decir.
A los pocos meses yo ya era otro maniatizado beatlero puntagordeño y sin embargo cuando conseguí prestada una guitarrita brasilera de tapa azul y me pasaron el La Mayor, el Re Mayor y el Mi Séptima iniciáticos, lo primero que hice fue reproducir con un ritmo de puros pulgarazos Vida mía.
Ya sobre los 80 Gastón Ciarlo musicalizaría, en el memorable long-play Milonga, un texto que Washington Benavides le escribió biografiándole las complicadísimas aventuras de su onettianismo empecinado en ser desde aquí y hasta siempre:
Tenías una lucecita / mucho menos que un farol / un fósforo y se apagaba, / se apagaba y te quemó…
Y era la ciudad de oscura, / ninguno te acompañó / tal vez fuese necesario / que así pasará y pasó...
Ufa, recontar las penas, / sacudirse el polvo, no / que caer todos caímos / y la tierra perdonó…
Mi guitarra estuvo sola, / mucho tiempo en un rincón / y yo en el rincón contrario igualito a un boxeador…
Piñazos que da la suerte, / pero la suerte soy yo / soy yo quien va a hacia lo oscuro / acechante el resbalón…
Montevideo me duele / muy cerca del corazón / el corazón que yo tuve / y que un día me amuró.
Tenías una lucecita / mucho menos que un farol / un fósforo y se apagaba / se apagaba y te quemó.
Y hoy en día nos cruzamos dos por tres con el Dino y el poniente se vuelve la misma brasa que nos hace saber que cada cual salvó el velero inmaculado.
DOS: SAULO
En marzo de 1983, todavía en pleno auge del canto popular de empuje antidictatorial, les hice un reportaje para la revista El Huevo a Gastón Ciarlo, Dino -que ya era un cantautor de proyección masiva desde el 75- y al periodista de CX 30 Nelson Caula, y el ex-Gato me corrigió enseguida la síntesis curricular:
Bueno, para empezar te diría que la gente de mi generación no nació con el encandilamiento beat. Nosotros nacimos con Presley, Little Richard, Carl Perkins, Bill Halley y los viejos bluseros. Los Beatles revolucionaron el ambiente, pero nosotros ya teníamos otra forma de encarar las cosas. A mí siempre me gustaron más los Stones, por ejemplo: por la base, por la fuerza.
Y fijate que en el año 55 yo tenía diez años, y por esa época apareció en Montevideo una película espantosa, Semilla de maldad, pero que para mí fue importantísima. Fue la primera vez que escuchamos el rock and roll, hecho por Bill Halley y sus Cometas.
Aunque también quiero aclararte que fuera de la influencia del cine (en aquel tiempo no había televisión y las radios todavía no difundían el rock) nos formamos muy cerca de lo nuestro. El tango, por ejemplo, fue algo fundamental para nosotros.
Y volviendo a Bill Halley te diré que mi hijo, que tiene catorce años y ha escuchado unas regrabaciones perfectas hechas de algunos temas, los tiene como últimos… Ahí te das cuenta de lo bien que se tocaba. Pensar que Halley usaba amplificadores de bolsillo y no tenía ni pedales. Y ahora escuchás a Van Halen y te dan ganas de llorar.
¿Y por qué después de la “revolución beat” nunca te plegaste del todo a cantar en inglés?
Esas son cosas difíciles de contestar porque uno mismo no lo sabe bien. Nosotros laburábamos en bailes y había que hacer un trabajo profesional y casi todos cantábamos en inglés. Sin embargo, en la emisión radial de El club de Los Gatos (de donde salió la flor y nata de la música beat del Uruguay) prácticamente todos preferíamos cantar en español. Enrabado con esto está el hecho de haber tenido como compañeros de trabajo a gente como Wilfredo De León, Juan Carlos Borde y Alfredo Zitarrosa, que me enseñaron y avivaron muchísimo, diciéndome que no podía ser un loro repetidor de lo que venía de otro lado, que mi idioma era el español y no tenía nada que envidiarle a los otros.
Hasta que me llegó el momento de la iluminación de Pablo, del ¿Qué estoy haciendo yo aquí? Y descubrí que había otras cosas para hacer en donde no calzaba el instrumental electrónico, que es tan lindo y peligroso a la vez. En esa época dejé Los Gatos, actué como solista en los Conciertos Beat (antecesores de las Musicasiones) y terminé formando parte de Montevideo Blues, que es donde empieza la otra historia. Porque la cosa estaba basada en ciertas ideas importantes que se tiraban sobre la mesa. Por ejemplo: ¿cómo podemos hacer una chamarrita con guitarras eléctricas? Claro que en aquel momento era un verdadero relajo tocar de esa manera. La mitad de la gente nos chiflaba y la mitad nos aplaudía, y casi nadie entendía nada de aquel híbrido: letras de actualidad mezcladas con candombes e instrumentos eléctricos. Pero, en definitiva, la música del Uruguay es un híbrido. Y lo que hicimos con Montevideo Blues fue una cosa que estaba entre la payada y la patriada, en aquel momento.
Y también estaba la importantísima presencia de esos dos grupos impresionantes que fueron Miguel y el Comité y El Sindykato, los que plantearon un cuestionario generacional y social que fue fundamental para el inicio de nuestro canto popular urbano. Y te digo más: hay viejos reportajes en los que ellos ya hablaban de canto popular citando frases de Lauro Ayestarán, por ejemplo.
Y pienso que sin contar con tan buenos músicos como los del Totem -que en aquel momento se llevó todos los aplausos y nos gustó mucho a todos por cierto- se llegó a un trabajo más profundo en la importancia fundamental del texto.
Yo hacía muy poco que conocía a Dino personalmente, pero por su propio tema Autobiografía -que apareció incluido en Vientos del sur en 1975- sabía que había tenido una formación escolar cristiana.
Lo que me llama la atención ahora, copiando este reportaje que publiqué hace veinticinco años, es que nombrara la iluminación de San Pablo como si hablara de un salto al ser desde aquí y hasta siempre.
Y me consta que abandonó la religión hace cincuenta años. También me consta, lamentablemente, que el Uruguay de 2008 se sigue pareciendo mucho más al ciego Saulo de Tarso que al San Pablo guiado por la PAX-LUX que lo desmontó del odio en el medio del desierto.
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