para Luis Silva Shultze y por el espejismo de la ánima Alba
Shirley visitó a Horacio para ver el desnudo que había terminado de pintarle y en el fondo encontró a una viejita probándose una diadema de jazmines.
-Ella es la pitufa que se casa con Dios en el pub, abuela -le explicó la hermana del pintor a la mujer de ciento cinco años.
-Yo soy como una muralla, / y mis pechos como torres -roncó chicharrescamente doña Flor, tapándose el hoyo de una traqueostomía con un índice-zarcillo. -Por eso, a los ojos de él, ya he encontrado la felicidad. ¡Yo cuido mi propia viña!
-Horacio te está esperando en el garage -se apuró a sonreír Lucía, que era ciega de nacimiento y actuaba y cantaba en las obras del Laboratorio.
-Y yo soy Magdalena Tomillo esperando que Justo Regusci resucite en la carreta de Paso del Parque -desparramó un pedo espantoso la vieja. -Y me dicen la señorita Jazmín del País. ¿No me ves las estrellas?
-Son preciosas, señora.
-El problema de las almas es que a veces se nos ponen muy putas.
-Sí lo sabré -no le prestó atención Shirley a las señas que le hacía Ojos de Plata para que se escapara. -Yo trabajo de puta.
-Entonces conseguite un ojo de Moby Dick. ¿Vos no sabías que Artigas tuvo que ponerse el ojo de la ballena blanca para salir a pelear? ¡Déjame oír tu voz, / oh reina de los jardines! ¡Nuestros amigos esperan escucharla!
-Basta, abuela.
-Yo basto. ¿Vos no sabés quién es el Capitán Ahab, Esposa de Dios?
-Lo vi en el cine.
-Ahab es Satanás disfrazado de constructor de torres. En Punta del Este hay uno que vende el paraíso.
-Eso sí que me asusta.
-Prométanme, mujeres de Jerusalén, / no interrumpir el sueño de mi amor.
-Se lo prometo.
-¿Quién es esa que se asoma / como el sol en la mañana? / Es hermosa como la luna, / radiante como el sol, ¡irresistible como un ejército en marcha!
Entonces doña Flor le alcazó la diadema a Shirley sin desengancharse el de dedo del pescuezo:
-Esto te va a ayudar.
-Muchas gracias, señora.
-Más señora sos vos. No te olvides que el ojo de Moby Dick es la fe en el Dios vivo. No se puede contra Ella.
Y en ese momento apareció Horacio y se llevó a rastras a la chiquilina que se acababa de encasquetar la diadema como en el novecientos.
-A mi abuela no hay que dejarla enrollarse, pitufa. A ver qué te parece.
Y cuando le mostró el desnudo donde la flotación de una vulva floral se constelaba cegadoramente en el centro de la tela Shirley se arrodilló.
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