para Carretera Marroquí
El muchacho encorbatado y de largo cogote púrpura se abrió paso pegándoles con un casco de motociclista a los plancha que manoseaban a Shirley en el corredor donde tronaba la cumbia villera y tartamudeó ceremoniosamente:
-Yo necesitaría entrar.
-Estás irreconocible, Pollo -cerró la puerta con los colmillos en guardia la chiquilina.
-Antes que nada, vengo a pedirte perdón por haberte violado en el cumpleaños del Giocondo.
-Uh: eso pasó hace mucho.
-Claro, pero vos tenías doce o trece y yo ya era un pelotudo. Fue lo peor que hice en mi vida.
-Colgá el casco y aflojate: ¿querés un roncito?
-Hoy no quiero tomar nada. ¿Sabés que cuando me subí a la moto en la casa de mi madre no sabía que iba a terminar aquí? Vi dos veces tu performance y además voy a inscribirme en el taller literario del Laboratorio, aunque sigo teniendo una ortografía del orto. Pensar que vos en la escuela ya eras una genia.
-Y trabajo de puta.
Entonces Shirley le chupó un dedo al muchacho casi albino y lo obligó a sentarse sobre el resplandor lila de la cama enlentejuelada:
-Te parecerá joda, pero pasaron cinco años de la violatina y me acuerdo que vos fuiste el único que me hizo gozar a full.
-Y yo me pasé toda aquella noche escribiendo unos poemas de terror. No voy a ocupar, pitufa. Vine porque no me animo a entrar al velorio de mi madre.
-Lo qué.
-Se mató esta mañana y no puedo perdonarla.
-Pa. Y yo tengo pesadillas con los pobres gusanos que le van a comer la maldad a la mía -se trajo la melena con las dos manos desde la nuca la chiquilina y empezó a masticársela como si estuviera achuchada. -¿No escuchaste hablar de un libro que se llama Mujeres que corren con los lobos?
-Mi hermana lo está leyendo.
-Ahí aprendés que perdonar un cien por ciento a alguien que te mató es para santos, loco. Con un cuarenta alcanza.
-Yo no llego ni a un diez.
-Yo tampoco. Pero puedo acompañarte y llorar de verdad, si querés. Ando jodida en serio.
-¿Y para qué querés llorar por mi vieja?
-Fray Luis de León diría que es un trabajo puro. Hoy lo dimos en el taller.
-¿Te animás? -agarró el casco el muchacho que tenía una manzana de Adán igual de larga que la nariz.
Y al otro día la chusma describía maravilladamente el dolor que enloqueció a la putita que trajo el degenerado del Pollo al velorio de la madre.
-Yo necesitaría entrar.
-Estás irreconocible, Pollo -cerró la puerta con los colmillos en guardia la chiquilina.
-Antes que nada, vengo a pedirte perdón por haberte violado en el cumpleaños del Giocondo.
-Uh: eso pasó hace mucho.
-Claro, pero vos tenías doce o trece y yo ya era un pelotudo. Fue lo peor que hice en mi vida.
-Colgá el casco y aflojate: ¿querés un roncito?
-Hoy no quiero tomar nada. ¿Sabés que cuando me subí a la moto en la casa de mi madre no sabía que iba a terminar aquí? Vi dos veces tu performance y además voy a inscribirme en el taller literario del Laboratorio, aunque sigo teniendo una ortografía del orto. Pensar que vos en la escuela ya eras una genia.
-Y trabajo de puta.
Entonces Shirley le chupó un dedo al muchacho casi albino y lo obligó a sentarse sobre el resplandor lila de la cama enlentejuelada:
-Te parecerá joda, pero pasaron cinco años de la violatina y me acuerdo que vos fuiste el único que me hizo gozar a full.
-Y yo me pasé toda aquella noche escribiendo unos poemas de terror. No voy a ocupar, pitufa. Vine porque no me animo a entrar al velorio de mi madre.
-Lo qué.
-Se mató esta mañana y no puedo perdonarla.
-Pa. Y yo tengo pesadillas con los pobres gusanos que le van a comer la maldad a la mía -se trajo la melena con las dos manos desde la nuca la chiquilina y empezó a masticársela como si estuviera achuchada. -¿No escuchaste hablar de un libro que se llama Mujeres que corren con los lobos?
-Mi hermana lo está leyendo.
-Ahí aprendés que perdonar un cien por ciento a alguien que te mató es para santos, loco. Con un cuarenta alcanza.
-Yo no llego ni a un diez.
-Yo tampoco. Pero puedo acompañarte y llorar de verdad, si querés. Ando jodida en serio.
-¿Y para qué querés llorar por mi vieja?
-Fray Luis de León diría que es un trabajo puro. Hoy lo dimos en el taller.
-¿Te animás? -agarró el casco el muchacho que tenía una manzana de Adán igual de larga que la nariz.
Y al otro día la chusma describía maravilladamente el dolor que enloqueció a la putita que trajo el degenerado del Pollo al velorio de la madre.
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