sábado

LA HEROICIDAD URUGUAYA diálogo con Demian Díaz Torres [Novena entrega]


CATORCE: LA MUERTE NO ES UNA LACRA

Pienso que es momento de profundizar en el tema de la vejez sabia y la adecuada elaboración de la muerte, tanto a nivel personal como familiar.

Antes que nada tendríamos que puntualizar que viejas sabias y viejos sabios existieron siempre y van a existir siempre. Porque ese es un fenómeno individual y colectivo que completa en cada uno el proceso de individuación, sean como sean los tiempos. Ahí tenés el caso de Obdulio Varela, por ejemplo. Te alcanza con leer una sola página del libro-reportaje que se le hizo antes de morir para comprobar que la sabiduría de ese hombre era extraordinaria.

Pero para llegar a eso no existen recetas ni guías de ningún tipo.

Y menos que menos en los tiempos modernos. Hoy decíamos que no existe -tanto en nuestro país como en muchísimos otros países- una marcante influencia colectiva hacia la sabiduría. Entonces cada cual se las tiene que arreglar como puede para reflexionar y dejar aflorar su interior. Porque las opciones son fatalmente dos: o se transforma en un viejo sabio o se transforma en lo que comúnmente llamamos un viejo de mierda.

Una cosa que se niega alarmantemente en el Uruguay es el hecho de que una buena vejez, más allá de las pérdidas y el sufrimiento físico que conlleva, puede constituirse en la estación más fructífera del ser. Y eso Jung lo demostró con su propia vida, copernicanamente compensatoria de la miopía o ceguera que reinó en el siglo XX al respecto.

Claro, pero todo eso en el Uruguay se vuelve muy azaroso. Porque nadie se va a sentar y decir: Hoy voy a tratar de hablar con mi sí-mismo. Eso sólo se logra en determinados niveles de introspección que lamentablemente no son los habituales.

Todo ese panorama termina por complicar, además, la elaboración espiritual de la muerte.

Ese es uno de los temas claves que los uruguayos suelen barrer debajo de la alfombra. Fijate que todavía prevalece la actitud -que fomentan antes que nadie los propios médicos- de negar la enfermedad crónica o terminal y engañar al enfermo todo lo posible. Y en realidad cualquiera puede darse cuenta, una vez que ha vivido esa experiencia, de que el enfermo es inengañable. Entonces se termina en lo que podríamos llamar la comedia mutua, hecha tanto por los médicos y los familiares como por el propìo paciente.

¿Y qué actitud se toma en otros países?

Bueno, justamente desde el imperio nos han llegado buenas nuevas sobre ese tema: extraordinarios libros que testimonian el trabajo que realizan grupos de enfermos terminales, por ejemplo. O estudios sobre las etapas que recorre alguien que está en proceso de morir. Hoy te nombraba a Kübler-Ross, una gran autora que trabajó especialmente con niños moribundos. Y nosotros también tendríamos que realizar nuestra elaboración, porque todos esos asuntos cruciales evidentemente están en el tapete. Claro que se precisan muchas agallas.

Y otra tendencia todavía más lamentable que aparece en la escena terminal es el proponerle eufemísticamente a la familia la desconexión del paciente.

Sí, matarlo antes de que se muera. Eso es privarlo nada menos que del proceso de morir conscientemente.

Proceso que puede ser importantísimo para la reintegración de la familia, en muchos casos.

Puede ser muy positivo en muchos sentidos. En mi familia hubo un caso que fue encarado en forma grupal desde el principio: se hablaba cotidianamente de la enfermedad y de sus variantes, e inevitablemente del tema de la muerte. Y eso permitió que cada uno tomara posición frente al tema del más allá y se confrontaran y se compartieran las reflexiones, se plantearan terapias, etc. Este enfoque de la situación no es por cierto el más frecuente, pero es muy positivo.

Y se pueden llegar a vivir incluso momentos maravillosos.

Es que lo profundamente humano siempre pasa por lo maravilloso.

Padre

Un día antes de morir mi padre se calzó el oxígeno y me pidió que le trajera un cuadro del comedor.
-Esto lo pintó Pezzino en el Taller Torres-García -le explicó a mi mujer: -Era una lección que se llamaba Mística de la pintura y trabajábamos todos con el mismo modelo.
Y me di cuenta que estaba contento.


QUINCE: LA LUCHA DE YEPES

El año pasado participaste en un congreso sudamericano analizando, desde una óptica junguiana, el entramado simbólico de un monumento escultórico realizado por tu padre que corona hace más de cuarenta años la Punta Gorda montevideana y ya resulta emblemático para nosotros. ¿Por qué lo presentaste como un escultor del Uruguay?

Porque pienso que mi padre, Eduardo Díaz Yepes, que nació en Madrid en 1910 y se radicó definitivamente en el Uruguay en 1947 (aunque a los 24 años ya había estado aquí, donde se casó con Olimpia Torres, mi madre) fue uno de esos hombres a los que América le dio la oportunidad para hacer florecer lo mejor de sí mismo.

¿Más que a tu abuelo?

Muchísimo más. Lo que Torres García encontró aquí fue menos polución espiritual, diríamos, que la que había en Europa, pero ya vimos las vicisitudes que pasó para lograr que arraigara su propuesta. Mi padre venía de afrontar la guerra civil española (donde militó del lado de la libertad, lo que es decir de la república) y después de sufrir cárcel y vivir en la clandestinidad se adapta muy bien a este país, donde desarrolla un prolífico periplo como escultor y docente de Bellas Artes, hasta que fallece en 1978. Yepes, como se lo llama aquí, fue completamente un artista del Uruguay, porque se expresó luego de haber captado las necesidades del espíritu de este pueblo. Y el haberse transformado en un hijo de América le costó incluso la falta de aprobación europea, como suele pasar.

Quiere decir que la religación de tu padre fue muy distinta a la de tu abuelo.

Muy distinta. Y la mía, por su parte, es distinta a la de ellos dos. Yo soy nada más que un junguiano.

¿Cómo nace el monumento de la Plaza Virgilio?

Bueno, mi padre al monumento lo llamaba simplemente La lucha y yo prefiero llamarlo La lucha por la individuación. El hecho histórico que le dio origen sucedió en 1956 y fue la llamada tragedia del banco inglés, donde una tormenta arrasa con la tripulación de un barco pesquero encallado, a pesar del esfuerzo de los rescatadores de la Armada Uruguaya que habían ido a buscarlos. Se salvó sólo un pescador que se ató a una madera y fue llevado a la costa por la corriente. Y esta catástrofe desata por una vez una respuesta que es honrar a todo hombre que muere luchando con el mar. Se trata entonces de un contexto perfecto para el desarrollo de un mito, que es lo que cada pueblo necesita: héroes y actos heroicos que denoten valor y espíritu de lucha y coraje, con los que se va tejiendo una visión simbólica de nuestra historia y una identidad comunitaria.

¿Podríamos detallar el análisis simbólico?

¿Te parece? Mirá, te cito textualmente lo que dijo mi padre: Esta obra refiere a la lucha del hombre con su naturaleza primitiva, es decir la eterna lucha con los aspectos inferiores del ser, y de la lucha nace la esperanza, simbolizada por la estrella. ¿Te parece que se precisan más palabras?

En este libro sí.

De acuerdo. Pero precisaríamos un capítulo aparte.

Bach

Estaba archivando una novela en la computadora con el brazo derecho ya medio reventado y de golpe empezaron a pasar por la radio una obra que nunca había escuchado, aunque me di cuenta que era Bach.
-Qué bien -pensé: -Por fin terminé con este infierno y ahora ya puedo meterle el diente a la que viene. Y no está nada mal tener que dedicarse a bucear en el misterio del tesoro invisible y haber aguantado tantos años con mi mujer y mis hijos viviendo en esta especie de fiesta de trinchera y qué maravilla eterna que es el hombre mordiendo la LUX de la desgracia para transfigurarla en PAX y qué hermoso que hayan existido tipos cómo Jesús a los que no les conocemos ni siquiera la cara porque llevaban puesta la cara de todos.
Y entonces la locutora de la FM del Sodre anunció:
-Acabamos de escuchar Jesus, alegría de los hombres de Johann Sebastian Bach.


(LEER primera parte - click aquí)

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